Asistimos en los últimos años a una larga controversia acerca de la influencia de desinformación, propaganda, informaciones tendenciosas, noticias falsas y teorías conspirativas.
Esta polémica no quedará zanjada de manera inminente hasta que sus causas y consecuencias no hayan sido analizadas con la suficiente perspectiva.
El mandato de lo más popular entre el contenido personalizado y recomendado, independientemente de su calidad intrínseca o de su importancia relativa en el contexto del debate público, ha alcanzado niveles de sofisticación sólo posibles gracias a la ayuda de algoritmos y a la ubicuidad de las principales redes sociales.
La propia dinámica de la información diseminada en la Red fomenta un discurso político en el que lo insustancial y popular se impone a cualquier intento de crear atención en torno a temas de fondo, con efectos a largo plazo expuestos y tratados de manera racional.
La señal está siendo sepultada por el ruido, hasta el punto de convertir el sonido acoplado (la retroalimentación acústica que destruye una melodía) en el mensaje.
Lo que se gana y lo que se compra
El símil de la retransmisión musical amplificada es útil para comprender el momento político e informativo en que nos encontramos, donde el ruido acoplado recibe mayor atención que cualquier intento de diseminar una armonía inteligible.
Del mismo modo que la ingeniería eléctrica se sirve de dispositivos de filtrado y amplificación para evitar el ruido, las redes sociales se encuentran en la encrucijada que las obliga a desarrollar mecanismos que atajen de manera efectiva la diseminación viral de falsedades y propaganda (antes de que la regulación lo haga por ellas).
El anuncio de Jack Dorsey de que la plataforma que dirige, Twitter, prohíbe a partir de noviembre de 2019 (tres años después de la victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses), debe entenderse en este contexto. El mensaje político «debería ganarse, no comprarse», dice Dorsey, si bien estas palabras pueden traducirse por: el mensaje político debe fomentar la información, y no el ruido circunstancial.
We’ve made the decision to stop all political advertising on Twitter globally. We believe political message reach should be earned, not bought. Why? A few reasons…🧵
— jack 🌍🌏🌎 (@jack) October 30, 2019
¿Se puede salvar la melodía de la información política del acople estridente generado por la retroalimentación de la estridencia y la tendenciosidad en las redes sociales? A diferencia de Jack Dorsey, Mark Zuckerberg no cree que exista tal problema y Facebook no regulará siquiera los anuncios políticos tendenciosos en comicios inminentes.
Ruido sobre el ruido
Desde el punto de vista estratégico, el anuncio de Dorsey refuerza la imagen de Twitter y cuesta poco a la compañía; de paso, sitúa la presión en Facebook, principal beneficiario del gasto publicitario destinado a influir políticamente a la población mundial… con los resultados que todos conocemos.
Las redes sociales, percibidas como servicio público y gestionadas como lo que son, empresas privadas con intereses comerciales y voluntad de aumentar su influencia, han tratado de desmarcarse de los fenómenos de la desinformación y la agitación personalizada.
Al menos desde 2016, el año del Brexit y el fenómeno Trump, la postura de las redes sociales a consistido en eludir responsabilidades con respecto a la información almacenada y difundida.
Cuando ello no ha sido posible y el argumento de que medios como Facebook o Twitter son meros repositorios del contenido de sus participantes —y auténticos responsables de lo allí acontecido y promocionado—, las redes sociales han insistido en que no son medios de comunicación ni censores y que, por tanto, en sus repositorios debe concederse prioridad a la libertad de expresión.
Tanto Facebook como Twitter, Reddit y la miríada de foros que sirven de repositorios de mensajes extremistas han tratado de excusarse en una interpretación maximalista del derecho a la libertad de expresión para justificar ataques y abusos que no habían hallado métodos de difusión eficientes en la era de los medios de masas.
Intereses detrás del bucle de ruido
El efecto de red relacionado con la desinformación no es un fenómeno que nace con las redes sociales o con la era cibernética, sino que —recuerda Mike Loukides en un artículo para Radar— esta retroalimentación puede trazarse quizá a los inicios de nuestra conciencia o, como mínimo, al advenimiento de la competición política.
Lo que ha cambiado es la intensidad de esta realimentación (o «bucle de retroalimentación»), mecanismo en el que el resultado de una acción se dirige en forma de señal a su propia entrada, aunque de forma amplificada, para controlar su comportamiento.
En muchos casos, el propio mecanismo que ha creado una señal cuya deformación produce un efecto opuesto al original, lo que logra cancelar su amplificación o efecto de red; no obstante, los algoritmos contemporáneos han mejorado su capacidad para beneficiarse de esta amplificación deformada del mensaje, o realimentación positiva.
Con la información personalizada en la Red, la dinámica de sistemas, o el estudio del comportamiento temporal de sistemas complejos con multiplicidad de elementos (como la propia reacción de la opinión pública al exponer a un puñado de personas relevantes a la desinformación), se ha transformado para siempre, y tanto la información falsa como los anuncios políticos tendenciosos pueden crear bucles de realimentación cuyo avance (o «viralidad») puede transformar el resultado.
De timoneles y comparsas
Los propios inicios de la aplicación de la teoría de sistemas a mecanismos automatizados, tales como los primeros programas informáticos ejecutados con tarjetas perforadas, dejaron claro que el nuevo modelo de la cibernética, capaz de diseminar órdenes a partir de estímulos, podría aplicarse eventualmente a dos disciplinas en ciernes en la época de entreguerras, la propaganda y el marketing.
La propaganda y el marketing eran dos caras de la misma moneda. Si era posible crear un efecto de red con la desinformación, la opinión pública podía recibir la influencia de mensajes orquestados, diseñados con rasgos que fomentaran la realimentación. Pero los medios de masas no lograron que esta ingeniería del mensaje publicitario y político, basada en cebos psicológicos individualistas como la aceptación social, el estilo o el éxito, alcanzaran cotas elevadas de personalización.
La propaganda debía difundir mensajes al mayor número de personas, tal y como trató de fomentar el Tercer Reich a través de actos propagandísticos y producciones que fomentaran una realimentación con impacto en no sólo en la audiencia de una concentración presencial, sino entre quienes tuvieran acceso a su cuidadosa retransmisión por la radio o, de forma diferida, a través de películas como las de Leni Riefenstahl.
La cibernética es una disciplina cuyo propio nombre, propuesto por el matemático y pionero de la dinámica de sistemas, Norbert Wiener, se refiere a su potencial de influencia propagandística, pues «kybernetes» puede traducirse en griego como «piloto» o «timonel». Por aquella época, a inicios de la cibernética, el régimen comunista chino se refería a su líder supremo, Mao Zedong, como «gran timonel», y muchos han tratado de usar metáforas sobre barcos y timones en discursos políticos propagandísticos más o menos delirantes.
El ruido que se alimenta de armónicos
Los algoritmos de las redes sociales han transformado el efecto de red unitario en sistemas de publicidad y propaganda de masas en mecanismos que crean realimentaciones en bucle personalizadas.
La propaganda, explica Mike Loukides, funciona ahora en un contexto de sutil realimentación en bucle, y ha dejado en los últimos años de conformar un sistema de propagación de la información de emisores activos a receptores pasivos. Hoy, los receptores de un mensaje ayudan a amplificarlo y a deformar todavía más sus características irresistibles…
«La realimentación es sutil. No está regulada por una autoridad central. Puede controlarse desde el exterior con un toque delicado. Y, una vez en marcha, puede mantenerse a sí misma. Controla la realimentación en bucle, y controlarás la agenda informativa. Uno sería como el hombre tras el telón en El mago de Oz: nadie le presta atención —a no ser que una valiente heroína, un león miedoso (y los demás) se involucren».
Cuando escuchamos una desagradable estridencia en un sistema de música amplificada, un micrófono ha captado ondas de sonido aledañas, que son aumentadas y reproducidas por el sistema de altavoces. El «feedback loop», o realimentación en bucle, ocurre cuando el sonido de los altavoces se acopla a otros sonidos ya presentes en el micrófono. Como consecuencia, un tipo de frecuencia (ruido) se impone al resto y tenemos la sensación de escuchar un único —y desagradable— lamento auditivo, y no un conjunto de sonidos inteligibles.
El sistema de realimentación actúa como filtro en sistemas complejos, y su capacidad para ampliar lo estridente en detrimento de lo inteligible y melodioso es un fenómeno que, dice Mike Loukides, nos ayuda a comprender el riesgo al que nos enfrentamos en la relación entre redes sociales y relación pública.
Mecanismos para compatir el efecto «feedback»
Los incentivos que reciben quienes controlan el filtro del mensaje —repositorios de contenido y redes sociales—, en forma de ingresos publicitarios, contribuyen a perpetuar la realimentación en bucle, en la que los mensajes estridentes se difunden y, al hacerlo, cancelan cualquier intento de explicación discursiva coherente.
La propaganda y la desinformación se benefician del efecto de red y del bucle de «feedback» pero, del mismo modo que la ingeniería de sonido cuenta con mecanismos para evitar el acople, las redes sociales podrían aplicar reguladores de intensidad en los distintos elementos del sistema para reducir el ruido y permitir la emergencia del mensaje. De momento, no interesa hacerlo al principal actor involucrado en el fenómeno, Facebook y sus subsidiarias. Es legítimo sospechar que el motivo sería más económico que técnico:
«En los últimos años, hemos estado atrapados en una pesadilla de bucles de retroalimentación, en los cuales el abuso y las falsedades se nutren de más abuso e información tendenciosa para producir ruido. El ruido puede orientarse precisamente a personas, a asuntos, y a organizaciones. Ello imposibilita rápidamente la discusión racional; este es su objetivo».
El problema radica —apunta Mike Loukides— en que somos conscientes de que el contenido del aullido público en que estamos inmersos no carece de importancia o de significado coherente, a excepción de su efectividad para destruir la posibilidad de establecer una conversación normal.
Degradación del debate público
El potencial positivo de las redes sociales ha sido capturado por actores conscientes de que la estridencia que provocan les permite controlar el discurso público. A cambio, las redes sociales reciben una inversión publicitaria equiparable a la insistencia de estos malos actores.
El negocio es suculento y, quizá, no fue planeado por nadie. Los viejos expertos en propaganda y desinformación se encontraron, un buen día, con la posibilidad de intoxicar el discurso de cualquier persona o grupo en el planeta, y hacerlo de manera a menudo legal, a través de las herramientas publicitarias de estas plataformas (y con la connivencia, o pasividad, de gobiernos y población, incapaces de oponerse a argumentos como el de la libertad de la información —regular, difunden interesadamente estas mismas redes sociales, equivale a censurar—).
Los bucles de retroalimentación están detrás de la polarización actual en las sociedades abiertas, y amenazan con convertir el propio concepto de opinión pública en poco menos que una trinchera, donde los participantes gritan de manera histérica y son incapaces de atender a razones. Una opinión pública de «hooligans» incapaces de abrirse a cualquier posibilidad de debate sosegado, con cierto análisis y perspectiva:
«Para el mal actor que alimenta el bucle, lo que importa no es el razonamiento; lo único importante es que el pensamiento razonado ya no puede tener lugar».
Paralizados por un ataque de ruido
Y, lo que es más inquietante: como todos hemos observado a distinta escala y desde una perspectiva distinta, los participantes en la cacofonía tienen, de momento, sólo dos opciones: o abandonar esta plaza pública, o ser paralizados por el ataque de malos actores, escudados en la excusa de la libertad de expresión para recurrir a despedazar a alguien percibido como contrincante.
The reactions to Jack Dorsey’s announcement about Twitter banning political ads are rolling in, and both Russian state media and the Trump campaign are having meltdowns.
Make of that what you will. pic.twitter.com/TzcXGAlywG
— Caroline Orr (@RVAwonk) October 31, 2019
La mayor parte de los sistemas complejos son vulnerables a bucles de realimentación; sin embargo, las redes sociales experimentan el fenómeno con una asiduidad y virulencia que amenazan con convertirse en un riesgo sistémico para las propias democracias, al alimentar fenómenos de masas como el inquietante flirteo contemporáneo con la idea de democracias iliberales.
No hay soluciones sencillas, si bien se impone un recordatorio que se ha convertido en lema para algunos sometidos a ataques en redes sociales: la peor estrategia que puede tenerse para contrarrestar los efectos de la cacofonía es tratar de discutir racionalmente contra alguien determinado a la táctica del acoso y derribo. No hay que alimentar a los troles.
A los troles, hay que darles de comer aparte. A poder ser, pagarles con la misma moneda y dejar que la efectividad de su estrategia sea cancelada por el ataque de otros empecinados en la misma táctica.
En otras palabras, podemos transformar las propiedades del mismo bucle de «feedback», y anular el propio bucle antes de que haya empezado a propagarse de manera efectiva. Para lograrlo, es necesario practicar la disciplina y no morder el anzuelo de quienes lanzan sondas de bucle. Responder a los tuits más delirantes de Donald Trump no hace más que jugar a favor de quienes han facilitado el rol actual del emisor.
Una causa justa
Para combatir una estrategia que consiste en anular la visibilidad y el discurso legítimo de todas las personas y grupos en disposición de entablar un discurso racional, nuestro objetivo debe consistir en habilitar el discurso de quienes creen en el matiz y el compromiso racional (que implica ceder en ocasiones, practicar la concordia y la empatía, etc.).
Quienes creen que nos hallamos en un momento de apatía generalizada, en el que no tiene sentido apoyar ninguna (o casi ninguna) causa, he aquí una situación en la que nuestra actitud y preparación puede tener un impacto positivo inmediato.
Podemos aliarnos con quienes no premian a los malos actores y tratan de conceder voz y espacio de expresión a quienes tratan de establecer una conversación legítima.
Para evitar que la estridencia de los acoples gane la partida, debemos construir una melodía colectiva que no debe ser unitaria, sino lo más rica posible en matices
No alimentar a los troles implica recuperar espacio y situarse en una posición más saludable, legítima y positiva para los próximos años. Quizá, con un poco de trabajo y suerte, en un tiempo podamos analizar el pasado —nuestro presente— y observar, desde la perspectiva, que elegimos el lado correcto de la historia. Que suele ser el auténticamente incómodo (y no el que el bucle identifica como tal).