Nietzsche recurrió a la parábola para remarcar el límite de la ciencia, la cual, más que destilada al ser humano desde un mundo ideal superior, es simplemente un compendio de patrones sobre fenómenos que percibimos:
«La ciencia establece en dónde se ha fijado el hombre, y no en dónde se han fijado las cosas».
Si nuestra capacidad cognitiva fuera distinta y nuestros sentidos más agudos, nuestras hipótesis y leyes científicas habrían seguido otros derroteros.
La ciencia ficción, o la especulación sobre la física cuántica y la posible existencia de mundos paralelos, como los expuestos en la teoría de cuerdas, permiten imaginar estas otras realidades
El problema de las humanidades
En el siglo XIX, las humanidades, que habían dominado la educación superior hasta entonces, aspiraron a desgajarse del contexto de la especulación, el escepticismo y la duda (el campo filosófico) y entrar por sus propios méritos en el edificio del conocimiento científico riguroso.
Para el positivismo de la época, lo riguroso implicaba casi siempre exactitud, capacidad de demostración y explicación mecánica, así como concordancia con las asunciones culturales procedentes de la filosofía clásica que se consideraban verdades universales.
La interpretación unívoca de los trabajos de Aristóteles sobre lógica y física, realizada por el pensamiento cristiano (primero, por los escolásticos, que tomaban el relevo de los árabes aristotélicos; más tarde, por el propio pensamiento ilustrado), formaba parte de la realidad y, por tanto, era irrefutable.
El interés del pensamiento occidental por medir la realidad con exactitud había llevado a los estudiosos de Aristóteles a percibir el tiempo como la suma aritmética de instantes en una realidad contenida y cuantificable.
El problema de ver con los ojos de viejos sabios
Esta metafísica de la presencia sólo empezó a cuestionarse a finales del siglo XIX, cuando Franz Brentano afirmó que se había interpretado mal a Aristóteles; y cuando Nietzsche consideró este reduccionismo sin perspectiva como una creencia de fanáticos que no salía del marco de pensamiento que había perpetuado hasta los dogmas de fe cristianos más absurdos.
El idealismo (de Platón a Hegel, pasando por Kant y Descartes) había creado su teoría del conocimiento asumiendo que los fenómenos del mundo responden a ideales a priori con perfección matemática, y tanto el lenguaje como las cosas y los grandes ideales parten de patrones superiores (de origen, proclamará la mayoría, divino o sobrenatural).
Conceptos como el dualismo cuerpo-mente, la transmigración de las almas o la propia genealogía de lo que es moral y lo que no lo es, no serán puestos en entredicho por la teoría del conocimiento de los idealistas, sobre la que se erigirán los fundamentos de positivismo, materialismo y cientificismo.
En Kant y Hegel, el ideal científico y la aspiración a crear una epistemología perfecta del mundo (el equivalente al dogma creacionista de algunos protestantes fundamentalistas en la actualidad), y quizá un modelo virtual a imagen y semejanza del real, parte del mismo sistema de valores del neoplatonismo.
Cuando la ciencia es dogma de fe
La diferencia entre cristianismo e idealismo, argumentará Nietzsche, es meramente estética, superficial; el propio concepto de verdad unívoca, absoluta, sobrenatural, así como la moralidad que precede a los humanos, de origen supuestamente universal, relacionará a los positivistas más acérrimos con supuestos antagonistas de pensamiento similar, convencidos de que cristianismo, nacionalismo o materialismo dialéctico —todos, surgidos del idealismo— son radicalmente distintos al cientificismo.
Para Nietzsche,
«Nuestra fe en la ciencia se basa todavía en la fe metafísica (…), la fe del cristianismo, que es también la fe de Platón, la que afirma que Dios es verdad, y que la verdad es divina».
A principios del siglo XX, admiradores del filósofo empirista y físico Ernst Mach, quien aseguraba que lo que no puede medirse y probarse no existe, como Albert Einstein y Wolfgang Pauli, empezaron a transformar el viejo edificio científico, basado en las falsas asunciones de que conceptos como el tiempo y el espacio son absolutos, al así confirmarlo —creían— las leyes de Newton.
Positivistas como Mach, que sostenía que todo lo que existe puede medirse y que existe una correlación entre elementos tangibles —cosas medibles— y sensaciones, inspiraron a físicos que, con su trabajo, acabaron refutando el perfecto orden idealista de los elementos y leyes del universo.
El propio Einstein se rebeló contra la era de incertidumbre científica y especulación que la relatividad general y la física cuántica inauguraban, al sostener ante el físico y matemático Max Born —en relación con su disgusto por la complejidad y comportamiento errático de ondas y partículas en la física cuántica—, que Dios no juega a los dados.
Nietzsche: un vitalista contra el proyecto megalómano del idealismo
Nuestro apego por la idea de que existe una verdad divina que nos trasciende, un mundo de objetos e ideas morales que nos preceden (el mundo «a priori» de Platón y Kant), constituye un corsé prefabricado por nuestra civilización que no existe en otras tradiciones de pensamiento.
Nietzsche será el primero en argumentar con convicción que la razón y cultura científicas no parten de Dios, sino que han sido erigidas, con ingenio y esfuerzo por la cultura europea, lo que explica, a grandes rasgos, las dificultades del mundo técnico y académico actuales para reproducir con éxito los resultados —supuestamente, con resultados empíricos comprobados— estudios científicos aceptados y publicados.
La crítica profunda y razonada de Nietzsche al edificio de la ciencia y a sus defensores más intransigentes y reduccionistas, que influirá sobre el racionalismo crítico de Karl Popper: Popper constatará que el avance científico se fundamenta no en teorías sobre la verdad indisoluble y el empirismo basado en modelos «puros» (procedentes de un orden «divino» del universo), sino de la tosca práctica del ensayo y error.
El ser humano, según Popper, mejora sus viejas conjeturas con nuevas asunciones mejoradas, las cuales se sostienen hasta que son refutadas por nuevas conjeturas. Todo el conocimiento humano, dirá el pensador austro-británico, es conjetural y está sujeto a revisión —algo que lo acerca al presocrático Jenófanes—.
Antes que el propio Popper y su falsacionismo, Nietzsche ya había constatado que los humanos no podrían obtener conocimiento totalmente irrefutable, basado en verdades universales, al reconocer la raíz cultural de esta visión del universo.
El complejo prisma de lo real (y la tentación simplificadora)
Sin embargo, la crítica profunda al cientificismo reduccionista de Nietzsche y Popper no valida la charlatanería, la tendenciosidad o el ataque actual a conceptos fundamentales en nuestra sociedad como el de realidad demostrable o hipótesis científica fundamentada. La falacia no es equiparable a la conjetura científica de Popper, la cual, si bien es revisable, está basada en un estudio escrupuloso de un fenómeno observable y supuestamente reproducible.
Del mismo modo, no todas las viejas conjeturas parcialmente refutadas pierden su utilidad científica: la propia teoría general de la relatividad de Albert Einstein, que demostrará la inexistencia de los conceptos de tiempo y espacio absolutos conjeturados por Isaac Newton, se sirve de las propias ecuaciones de Newton para demostrar su argumento, pues el trabajo de Newton sigue siendo válido en el marco acotado de experimentación en el que fue concebido: los fenómenos físicos en la tierra.
A escala cósmica, sin embargo, las ecuaciones de Newton son inservibles y requieren la «revisión» de Einstein, que reconoció la relatividad de los fenómenos físicos con respecto al punto de vista (coordenadas en el espacio-tiempo, si se quiere) del observador.
El perspectivismo de la física y de la filosofía modernas, que reconocen la acción del observador sobre los eventos de espacio-tiempo acotados, no derrumban la utilidad de la ciencia ni aprueban la charlatanería; simplemente, constatan la imposibilidad del ser humano de crear un modelo universal irrefutable, o la posibilidad de siquiera constatar que esta empresa sea posible algún día.
Mundo perspectivista (según la física moderna)
Físicos teóricos interesados por la divulgación científica y la vulgarización de calidad de conceptos que destacan por su complejidad, desde Carl Sagan a Stephen Hawking, pasando por Hubert Reeves, reconocen las limitaciones de nuestro parroquial conocimiento científico, así como la imposibilidad de eludir la especulación al tratar nuevas teorías sobre el mundo cuántico.
El propio Hubert Reeves reconoce su deuda con filósofos como Henri Bergson, para el cual es la vida (y nuestra conciencia) explican fenómenos de «interpretación» de la realidad que se basan en un relato, tales como la percepción del tiempo y nuestra inclinación por simplificaciones como la linealidad, la causalidad y el recurso evolutivo de explicar el mundo en clave de relato.
En una conferencia de París en 1922, Einstein afirmó irónicamente que «el tiempo de los filósofos no existe». Bergson no perdonaría la ironía, sobre todo, procediendo de alguien que, con su aportación a la física, contribuía a reconocer el valor conceptual de las dos obras donde el filósofo francés abordaba un problema irresuelto (la diferencia entre tiempo objetivo (el tiempo «científico») y tiempo percibido, o duración): «La evolución creadora» y «Materia y memoria».
La polémica entre Bergson y Einstein, que inspiraría a filósofos como Heidegger y Gilles Deleuze (y alimentaría los ataques al filósofo francés desde el mundo académico anglosajón, que llegan a nuestros días), demuestra hasta qué punto el análisis argumentado permite sostener con autoridad posiciones divergentes sobre una misma polémica.
Criticar los límites de la ciencia no es apoyar la charlatanería
El objetivo de la ciencia, recordaría más tarde el racionalista crítico Karl Popper (y quienes se reconocen sus deudores, como los racionalistas críticos del mundo académico británico —Richard Dawkins y David Deutsch entre ellos—), no es el de sostener verdades irrefutables con dogmatismo, sino todo lo contrario: poner a prueba conjeturas provisionales con la mejor argumentación posible para —a través la refutación de una vieja teoría— avanzar en un determinado campo científico.
¿Cuál debería ser nuestra posición, el un momento en que la propia epistemología —la teoría del conocimiento— en que se basa la Ilustración recibe un ataque sin paliativos por quienes tratan de convertir la charlatanería y la posverdad en una postura legítima (como sí lo es la crítica de Nietzsche)?
El mejor modo de defender la epistemología de la ciencia no consiste en abrazar todo lo que incluya el apelativo científico como si se tratara de un dogma. Popper recuerda que el mejor homenaje que podemos hacer a una teoría es intentar refutarla con un contraejemplo. Este principio, propuesto por Popper en su ensayo «La lógica de la investigación científica», nos permitirá distinguir las teorías fundadas de la mera pseudo-ciencia o la charlatanería.
Comment: The history of science tells us that some of the toughest questions will be addressed not by being answered but by being replaced with better questions, writes @philipcball. #Nature150 https://t.co/0CA6cdR9rj
— nature (@nature) November 5, 2019
La crisis de reproducibilidad, que expone la dificultad para reproducir el resultado de experimentos tildados de científicos, expone, sobre todo, la obsesión contemporánea del cientificismo. La obsesión actual por cuantificarlo todo, y de otorgar a cualquier hipótesis o conjetura interesada la etiqueta de ciencia publicada, se explica por la relación indisoluble entre publicación científica exitosa y la captación de becas y fondos.
Cómo detectar estudios (e información) deficientes
Compound Interest, bitácora especializada en el mundo químico, publicó hace 5 años un gráfico en el que se exponen los defectos de bulto que constituirían los principales síntomas de la pseudo-ciencia.
En tanto que disciplina humanística con un código deontológico que aspira a lo imposible (la exactitud, la «objetividad»), el periodismo, disciplina estratégica para cultivar y mantener una opinión pública informada y capaz de distinguir intoxicaciones, podría servirse de una guía similar para separar puntos de vista basados en el análisis (legítimos y rigurosos), del sesgo interesado, el sensacionalismo y la charlatanería.
Entre las herramientas que ayuden a evitar la erosión de la confianza en la ciencia (como proceso de mejora constante mediante el ensayo y error y la superación de conjeturas siempre provisionales, y no como el dogma idealista que denunció Nietzsche), destaca el uso de Internet como repositorio de proyectos de análisis y colaboración, como la enciclopedia colectiva Wikipedia y la base de datos que retiene tanto sitios actuales viejas versiones de sitios web para que no se pierdan en el olvido, la librería digital Internet Archive (como Wikipedia, organización sin ánimo de lucro) y su proyecto Wayback Machine.
Klint Finley dedica un artículo en Wired a destacar el acuerdo entre Wikipedia e Internet Archive para reforzar la credibilidad de Wikipedia. Gracias a esta colaboración, las afirmaciones en la enciclopedia colaborativa, que deben fundamentarse con enlaces a fuentes que otorguen contexto y autoridad a lo dicho, enlazarán con una copia de Internet Archive.
La oportunidad perdida (de momento) de Internet
La colaboración entre Wikipedia e Internet Archive combina herramientas abiertas y colaborativas para fundamentar toda afirmación en una fuente que otorgue contexto y autoridad a lo dicho, que no es poco. Aportar perspectiva a la información contribuye tanto al sostén de hipótesis como a refutar conjeturar; el mejor modo, según el racionalismo crítico, de homenajear la ciencia.
De momento, Internet Archive ha enlazado 130.000 referencias en Wikipedia a enlaces directos con 50.000 libros escaneados y puestos a disposición del público en el sitio de la organización, si bien el proyecto aspira a digitalizar algún día todos los libros citados por la enciclopedia.
La colaboración evoca el espíritu altruista de Internet a sus inicios, una imagen que ha padecido la erosión de las últimas polémicas en torno al papel de las redes sociales y los programas de mensajería en la polarización política. La deriva comercial de los gigantes de la Red, así como las tendencias autoritarias de algoritmos privados y estatales, tampoco han ayudado.
Quizá la Red se encuentre ante una nueva encrucijada, presta a abrazar nuevas herramientas de colaboración próximas a los proyectos de los orígenes y a la propia Wikipedia.