China avanza en una estepa sembrada de sueños tecnológicos soviéticos. Estos despojos se presentan sobre el paisaje como viejos fósiles fantásticos de civilizaciones lejanas.
Despojos de satélites gigantescos, vehículos imposibles, misiles balísticos o hangares antaño secretos ofrecen, desde el ángulo fotográfico de los visitantes afortunados que se han aproximado a ellos, la aureola de los sueños febriles de la Guerra fría.
Luka Ivan Jukic, experto en la geopolítica del mundo eslavo y de Europa del Este, argumentaba recientemente que no será Rusia sino China quien decida el futuro de los antiguos territorios asiáticos del Imperio Ruso y posteriormente la Unión Soviética.
Redescubriendo Asia Central
En un intento por revivir el sueño geopolítico de garantizar el aprovisionamiento de la energía y materias primas necesarias para su industria y consumo interior, China ha tejido una red de intereses que se afianzan en explotaciones en la estepa rusa y las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, en primera línea de la intención de revivir las viejas redes de comercio e intereses de la Ruta de la Seda.
Para comprender hasta qué punto estos territorios de origen nómada que estuvieron durante siglos a expensas de conquistas y avances de pueblos y religiones tienen un pasado asociado a la vez con las ambiciones comerciales y políticas del Mediterráneo, el norte europeo, Persia y el extremo oriente, el historiador británico Peter Frankopan facilita la tarea al gran público con el ensayo más sólido y completo hasta el momento sobre la materia, The Silk Roads (nótese el plural: fueron varias rutas de la seda y no una).
Frankopan explica cómo ese extenso territorio considerado durante siglos como el patio trasero de Imperios decadentes o en retirada, había albergado durante siglos a algunos de los pueblos más prósperos del mundo. Pero la ausencia de grandes accidentes geográficos no sólo facilitó el comercio y el intercambio de ideas, sino también una larga historia de conquistas y asimilaciones forzosas.
Más allá de los Urales y el Cáucaso
Luka Jukic empieza su texto con la mención de un hito histórico: la llegada de los mongoles al Cáucaso, el territorio que posteriormente conformaría la Rusia europea y Hungría. En 1246, un rey ruso y un general tártaro brindaban con leche fermentada el vasallaje de los pueblos de las grandes llanuras fluviales del Este europeo. Los Urales, el Cáucaso y el mar Negro se convertirían en una frontera entre Europa y Asia Central un siglo y medio después, cuando el desplome del Imperio mongol coincidiría con el surgimiento de los reinos europeos en la región.
El declive del comercio en la Estepa y las rutas de Asia Central coincidiría con el inicio de las empresas marítimas de Venecia y el resto de las potencias comerciales de la península itálica, con sus intereses en el antiguo territorio bizantino. Sin embargo, el avance otomano en el Mediterráneo cambiaría el curso geopolítico de la historia y estimularía las expediciones comerciales europeas por mar, que conducirían a las nuevas rutas ajenas a Asia Central.
En paralelo, los territorios fluidos del interior euroasiático perderían poco a poco su fluidez étnica y religiosa con el intento de rusos, persas o chinos, entre otros, de controlar asentamientos y establecer sistemas administrativos.
Identidad rusa y su proyección hacia el Este
Los intereses geopolíticos chinos, que se superponen a los rusos (heredados de los soviéticos) en el extenso y poco poblado territorio de Asia Central, son el último episodio de un largo proceso de conquista y asimilación de territorios que habían prosperado durante siglos en torno al comercio de bienes y especias entre Extremo Oriente e India, Persia y Asia Menor, el Cáucaso y el Mediterráneo. Los paisajes se repiten y el pasado es evocado con sesgo y partidismo por las potencias regionales.
Mientras Europa occidental diseminaba sus intereses comerciales y coloniales en Oriente y se topaba de bruces con un nuevo hemisferio, las ambiciones rusas revivían las viejas historias tártaras sobre el dominio transcontinental mongol: Rusia estableció su expansión hacia el Este como su ambición colonizadora, que llevaría eventualmente a los cazadores de pieles del Este de los Urales a establecerse en Alaska (y al intento de expansión por el territorio del Pacífico de América del Norte en disputa entre Reino Unido, Francia y España.
Desde el punto de vista ruso (y luego soviético) el hemisferio occidental no era más que el territorio extremo-oriental más allá del estrecho de Bering.
La decadencia de Asia Central y el olvido del tránsito constante de bienes y culturas a través de unas «rutas» (recordemos el plural) de la seda controladas en sus distintos tramos por bandidos y distintas fuerzas, sumió a ciudades legendarias como Samarcanda o Bujará, o a imperios como el sogdiano, en un declive ocupado por la expansión musulmana en el sur de Asia Central; y el control tácito de los rus’, el pueblo nómada escandinavo que originaría Moscovia y el zarato ruso, por la estepa más allá de los Urales y el Cáucaso.
Vieja y nueva fluidez de la gran estepa
Y de aquellos polvos estos lodos, viene a decir Luka Jukic en su artículo bien contextualizado, donde leemos que el viejo control territorial de persas, mongoles, rusos o chinos sobre las estepas de Asia Central se transforma en un dominio más sutil pero a la vez implacable.
La dependencia económica del extremo oriental ruso, mongolia y las repúblicas túrquicas ex soviéticas de Asia Central, de inversiones, préstamos y proyectos industriales, comerciales y de infraestructuras que propulsa el gobierno chino en la zona.
El «reino del medio» (nomenclatura tradicional china de su propio país) quiere rendir tributo a su propia representación de un mapa mundial en el que China ocupa el centro y los territorios de Asia hasta los Urales se convierten en poco menos que un patio trasero geopolítico sin apenas población e infinidad de oportunidades de explotación y comunicaciones.
Revivir el trayecto sobre territorio mongol desde la actual Hungría hasta el mar de la China meridional no será fácil y China deberá contar con los intereses rusos en la zona, si bien el objetivo real —recuerda Jukic— es convertir la Asia bajo influencia china directa o indirecta en el epicentro cultural, económico e industrial del mundo, un lugar que no dependa en absoluto de Estados Unidos.
Los grandes planes de Asia Central han llegado siempre de capitales lejanas, a menudo poco dispuestas a conocer y tener en cuenta los intereses de las poblaciones locales. A las fronteras rígidas interpuestas a una población históricamente nómada siguieron procesos de control y experimentos utópicos que se saldaron con resultados tan dramáticos como los padecidos por pueblos colonizados en otros continentes.
El desastre de las grandes utopías concebidas en capitales alejadas
¿Caerá China en el error soviético de tratar de teledirigir el desarrollo de la región? Las grandes utopías del desarrollo soviético pasaron por convertir el territorio más allá de los Urales en el granero del país.
La vanguardia artística de los primeros años de la Revolución bolchevique llevó a postuladores del futurismo como Vladímir Mayakovski y a su amigo Velimir Jlébnikov a pensar en nuevas tipologías de ciudad para el extremo oriental ruso, lugares compuestos por infraestructuras en forma de árbol donde pudieran posarse viajeros que llegarían en «casas voladoras».
Estas ciudades aéreas, precursoras de los diseños espaciales de ciencia ficción, contrastaron con la realidad en la región, azotada por la delirante rigidez y falta de acomodación al terreno de los planes quinquenales de desarrollo. Entre 1932 y 1933, un 40% de la población total kazaja murió a consecuencia de una hambruna silenciada por el régimen soviético, el desastre humanitario que acabó con el mayor porcentaje de un grupo étnico durante el experimento soviético.
Luka Jukic ilustra esta transformación forzosa de la estepa soviética con el ejemplo de la capita lde Kazajistán. Antes de conocerse como Nursultán, Astana o Akmola (los nombres oficiales que ha recibido en las dos últimas décadas), la ciudad —que pretende desbancar a Taskent, capital de Uzbekistán, como polo de la región— se había llamado Tselinongrado en los años en que Nikita Jrushchov emprendió un plan transformador para la región.
Cementerio de ingenios soviéticos
La campaña de las Tierras Vírgenes de 1953 intentó afrontar las hambrunas soviéticas con el intento de transformar las estepas de Kazajistán en principal productor de grano del país, por delante incluso de Ucrania. El plan causaría la erosión y desertificación de un inmenso territorio, así como la conversión forzosa de la población local nómada en trabajadores de granjas colectivas.
Ya en los 60, el intento de transformar Asia Central en principal productor de algodón del mundo llevó a Moscú a crear trasvases de agua que desecarían el mar de Aral, lago entre Uzbekistán y Kazajistán que pasaría de ser el cuarto mayor del mundo por superficie a reducirse a un 10% de los 68.000 kilómetros cuadrados originales (equivalentes a la superficie de Irlanda).
Asia Central y Siberia se convirtieron también en la zona de pruebas de las otras utopías soviéticas desarrolladas en el contexto de la Guerra fría: los complejos militares ultrasecretos, los hangares y plataformas de lanzamiento del programa espacial soviético (el cosmódromo de Baikonur, en territorio kazajo, permanece activo), así como el territorio desolado y apenas poblado cuyos moradores asistirían, en calidad de espectadores negligidos, a la detonación de más de 500 bombas nucleares.
El Monstruo del mar Caspio y otras criaturas
La carrera tecnológica y armamentística que enfrentó a soviéticos con estadounidenses convirtió a las repúblicas socialistas del Cáucaso y Asia Central en centros de prueba de proyectos tan dispares como aviones comerciales supersónicos anteriores al proyecto franco-británico Concorde (Tupolev T-144), o una colección de vehículos inverosímiles capaz de hacer frente al duro terreno nevado o de transportar mercancías por tierra o aire a mayor velocidad: desde trenes con locomotora a reacción a aeronaves experimentales diseñadas para desplazarse a toda velocidad a pocos metros de altitud gracias al fenómeno aerodinámico denominado «efecto suelo».
El mayor de estos aerodeslizadores o ekranoplanos, conocido por el contraespionaje occidental como el Monstruo marítimo del Caspio, era una aeronave diseñada en los años 60 con 37,6 metros de envergadura, 92 metros de longitud y un peso máximo al despegue de 500 toneladas, el mayor avión del mundo en 1966.
Un error humano causó en 1980 la destrucción parcial del ekranoplano KM (Korabi Maket) original, con intentos de reparación y posteriormente de conservación que continúan. El Monstruo marino del Caspio había realizado misiones tanto en el Volga como en el mar Caspio, cuya costa controlada por los soviéticos se convertiría en los 80 en un auténtico cementerio de navíos soviéticos escorados en una orilla desertificada que sigue retrocediendo.
Nuevo sincretismo
Las imágenes actuales de la vieja tecnología soviética, con su idealista majestuosidad abandonada a la intemperie en lugares remotos del Círculo Polar Ártico, Asia Central o Siberia, siguen fascinando y cautivando al mundo, como lo hacen las dimensiones de los submarinos nucleares rusos todavía operativos del Proyecto 941, con 175 metros de eslora, 23 metros de manga y 12 metros de calado.
La estepa asiática observa el avance chino en la región mientras, en la distancia, la ruina de un edificio administrativo o ingenio tecnológico soviético recuerda las utopías de otra potencia de la región en una época no tan distante. Muchas de estas infraestructuras y vehículos imposibles aparecen en imágenes que nos hacen pensar en las exóticas riquezas de las ciudades de Asia Central visitadas por Marco Polo, adaptadas al contexto estético posapocalíptico de Studio Ghibli.
Mientras tanto, la población local trata de abrirse al mundo para atraer visitantes e inversores que hagan renacer una versión más amable y orgánica de las viejas rutas de la seda, donde gentes, culturas, religiones y bienes gozaban de la fluidez otorgada por las fortunas puntuales de unos y otros.