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Balkrishna Doshi: enseñanzas del urbanismo «vastu» de Jaipur

En 1978, cuando faltaban 11 años para la caída del Muro de Berlín y China acababa de reconocer los excesos de la Revolución Cultural, pasando de la economía planificada al modelo mixto que iniciaría su desarrollo, el escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn aprovechaba la invitación de una universidad estadounidense para realizar uno de esos ejercicios tan raros y esenciales: aceptar un honor sin agasajar a los anfitriones con palabras de condescendencia.

El autor de Archipiélago gulag criticó la deriva de los dos sistemas de civilización materialista que todavía jugaban geopolíticamente a repartirse el mundo, si bien crecían tras el Telón de Acero los ciudadanos que se arriesgaban a escuchar la radio occidental, así como comerciar con libros y música procedentes de alguna valija clandestina.

B.V. Doshi en Sangath, el estudio de Ahmedabad diseñado por él mismo

Autores como el propio Solzhenitsyn, así como Mijaíl Bulgákov y su alucinógena novela póstuma El maestro y Margarita (en la que conocemos a Woland —el demonio personificado— y su gato), ensanchaban el espíritu ruso y entraban en el canon ruso, aunque fuera bajo la mesa. La modernidad de Gogol, la obra total de Tolstói, los demonios literarios de Dostoyevski y el simbolismo de los cuentos de Chéjov añadían así, por insistencia de una población maltratada y cultivada (como el propio Solzhenitsyn), las obras prohibidas de los autores proscritos del siglo XX.

Solzhenitsyn creía insostenible la falta de libertades de los rusos, pero vería como una anomalía caduca y pronto sobrepasada la idea occidental de un mundo avanzando hacia el progreso material y mejorando “ad aeternum”, perpetuando la visión hiperbólica de un Occidente cultural y materialmente superior, sin alternativa posible y con epicentro en un supuestamente joven y vigoroso país, Estados Unidos.

Las costuras del eurocentrismo

El autor ruso veía otro estado de las cosas: el desprecio del entonces llamado Bloque Occidental por las periferias, por esa parte del mundo que había acabado estratificada en el último peldaño antropológico: el Tercer Mundo.

Sangath, Balkrishna Doshi

El conglomerado que llamamos «Occidente» sobreentendía —se mofaba Solzhenitsyn— que la Unión Soviética era el Segundo Mundo y no conformaba sino una anomalía de Occidente, confirmando —dice Solzhenitsyn— que nadie se había preocupado por situar a Rusia en su propia manera de ver el mundo (cosmogonía, si preferimos), como una de las numerosas civilizaciones ajenas a la occidental que tanto tenían que enseñar al mundo autocomplaciente de finales de los años 70.

Solzhenitsyn:

«Ahí está el concepto del Tercer Mundo: así pues, ya tenemos tres mundos. Indudablemente, sin embargo, el número es incluso mayor, sólo que estamos demasiado lejos para verlo. Algunas antiguas culturas autónomas están arraigadas profundamente, especialmente si se han extendido sobre la mayor parte de la Tierra, constituyendo un mundo autónomo, llenas de acertijos y sorpresas para el pensamiento Occidental. Como mínimo, debemos incluir en esa categoría a China, la India, el mundo musulmán y África, si efectivamente aceptamos la aproximación de mirar las dos últimas como unidades compactas.

«Durante mil años Rusia ha pertenecido a tal categoría, aunque el pensamiento Occidental sistemáticamente cometa el error de negarle su carácter autónomo, y por ello nunca la entendió, del mismo modo que hoy Occidente no comprende a Rusia en la cautividad comunista. Puede ser que en años pasados Japón ha sido cada vez más como una parte distante de Occidente, no quiero opinar sobre eso aquí; pero, Israel, por ejemplo, pienso que permanece separado del mundo Occidental aunque sólo sea porque su sistema estatal permanece ligado a la religión.»

Confundir la coyuntura con la nueva normalidad

Era como si Europa y su trasplante utópico en Norteamérica hubieran acabado creyéndose la doctrina protestante del destino manifiesto, olvidando la lectura del mundo en el contexto de siglos o milenios, reemplazada por la visión de progreso iniciada con la visión explotadora de recursos y territorios, despreciando otras cosmogonías, conocimiento y relación con el medio.

Lo que no aparecía en los cánones clásico y bíblico, escolástico, renacentista y de la Ilustración no merecía simplemente la pena de ser sabido, y la historia avanzó —si tomamos, una vez más, el trillado canon historicista occidental de Giambattista Vico y sus herederos (los idealistas alemanes entre ellos, com su «dialéctica de la historia»)— sin que las universidades europeas y coloniales se interesaran por lo que otras civilizaciones tenían que ofrecer.

De poco sirvió constatar que el peso demográfico, económico y comercial de China e India había sido muy superior al del conjunto europeo (incluso en los períodos de apogeo): ni siquiera el enciclopedismo y el surgimiento de la historia del arte y la museística fueron mucho más allá de servir como coartada de las campañas ilustradas para coleccionar objetos de arte de ruinas exóticas.

Los primeros puestos comerciales europeos en Oriente y la subsiguiente colonización británica del subcontinente indio habían confirmado la hegemonía de Occidente, y la ciencia del siglo XIX parecía confirmar la superioridad occidental: Francis Galton y otros evolucionistas sociales pretendían justificar esta hegemonía adaptando la teoría de la evolución de Darwin a las hipótesis más delirantes.

Meditaciones desde Yásnaia Poliana

El eugenismo iba de la mano del afianzamiento de una idea de progreso y «desarrollo de la humanidad» por estratos, con anglosajones y europeos del norte en la posición dominante. Más de un siglo después de que Francis Galton hubiera postulado su sociología racial eugenista y justificadora del eurocentrismo, inspirando después a eugenistas en Norteamérica y Europa Central (incluyendo, claro, el nazismo), esta mentalidad no había cambiado de un modo tan radical.

La charla que habría merecido la pena seguir: Le Corbusier conversa con el joven Balkrishna (B.V.) Doshi

Esta supuesta superioridad de la civilización occidental, supuestamente constatable en la museística, los logros culturales y el dominio del mundo, no sólo había despreciado el acervo de civilizaciones con ricas tradiciones separadas, sino que había luchado activamente contra su vigor y capacidad de transmisión a las futuras generaciones: Lev Tolstói, el escritor y socialista utópico ruso, había tratado de espolear el vigor de las viejas civilizaciones autónomas.

Tolstói creía que su país, un vasto territorio multirracial y beato, cuna de una interpretación cristiana ortodoxa apegada al misticismo casi pagano de los «stárets», debía optar por un desarrollo social y económico distinto al de los países de Europa Occidental, más industrializados, con una población urbana mucho mayor y una incipiente clase media y profesional.

Sus lecturas sobre mutualismo, tecnología agraria y el trascendentalismo de Thoreau influyeron sobre una visión de desarrollo menos utilitarista y extractiva, como demuestran sus experimentos económicos y educativos en el microcosmos de Yásnaia Poliana, la finca rural heredada por Tolstói en el óblast (entidad territorial ancestral) de Tula.

Una granja tolstoiana en Sudáfrica

El anarquismo cristiano de Tolstói influiría sobre el pensamiento de un joven funcionario imperial británico de origen hindú destacado en Sudáfrica, Mohandas Gandhi. Gandhi había seguido el periplo habitual de los súbditos de buena extracción social de la India: estudios en la metrópolis y carrera funcionarial.

El tostoianismo se extendía entre intelectuales anarquistas que rechazaban los postulados del materialismo dialéctico, según los cuales la única regeneración social posible pasaba por la revolución proletaria y la reorganización de viejos usos y relaciones con la tierra, la religión y el Estado.

Más Miró y Gaudí en Balkrishna Doshi: otra perspectiva del interior de la galería de arte Amdavad ni Gufa, Ahmedabad (1990)

Así que, influido por las cartas de su amigo y los experimentos de éste en Tula, Gandhi fundó en Transvaal, Sudáfrica, una comunidad basada en el pacifismo, el respeto por los otros, la responsabilidad individual y la práctica de la autosuficiencia, que partía de una educación próxima a las necesidades espirituales y prácticas de la comunidad: construcción de viviendas de acuerdo con materiales y necesidades, agricultura que garantizara el autoabastecimiento, mutualismo para fomentar el intercambio de habilidades y mercancías. Gandhi llamó a esta comunidad fundada en 2010 Tolsoy Farm.

La Granja Tolstói culminará con las reflexiones de Gandhi en torno al movimiento Swadeshi indio, una estrategia económica de inspiración mutualista que pretendía devolver a la población India la estructura económica y social que había perdido durante la época colonial, fomentando la producción textil doméstica con el retorno de la rueca, como alternativa a la cadena de suministro industrial del Imperio Británico, que exportaba la materia prima al Reino Unido para producir las manufacturas en la industria de la metrópolis.

Estertores de la diplomacia de cañonero

El esquema de producción autosuficiente y descentralizada representado por el movimiento Swadeshi, tomaba postulados políticos originados en el utopismo europeo (como el mutualismo de Pierre-Joseph Proudhon, precursor del anarquismo, o el propio anarquismo cristiano del movimiento tolstoiano), adaptándolos a la idiosincrasia ancestral de una vieja civilización que había sido próspera y sofisticada mucho antes de la llegada de los europeos.

Reminiscencias de Gaudí y Miró en Balkrishna Doshi: galería de arte Amdavad ni Gufa, Ahmedabad (1990)

Los imperios coloniales europeos y su heredero a partir de finales del siglo XIX Estados Unidos (que llenaba el vacío o la debilidad de las viejas potencias con avanzadillas geopolíticas usando la «diplomacia de cañonero» en América Latina y Japón para garantizar su hegemonía en América y en el Pacífico Norte), eran responsables directos de la decadencia de viejas civilizaciones regionales.

Todavía en el siglo XIX, el Reino Unido había protegido sus intereses en India y, a la vez, había tratado de expandir su control comercial sobre China, fomentando las importaciones chinas de opio procedente del Imperio Británico y originando los conflictos que conducirían a los Tratados Desiguales, o apertura comercial de los principales puertos chinos a las potencias occidentales.

Pero India y China se mostraron más resistentes que otros viejos imperios, con menor población y una peligrosa proximidad geográfica a las principales potencias: pronto Persia y el Imperio Otomano alimentarían las rencillas entre británicos, franceses, estadounidenses y poblaciones locales de Oriente Medio y Oriente Próximo, que habían mantenido su carácter e idiosincrasia en anteriores organizaciones supranacionales.

Balkrishna Doshi

Entre el Índico y el mar del sur de China

Un siglo después del colapso del Imperio Otomano y del inicio de la toma de conciencia de las civilizaciones india y china, que garantizaría su autonomía política y económica a finales de la II Guerra Mundial, estos pueblos, con cosmogonías a priori tan alejadas de la occidental, han devuelto la polaridad mundial a realidades anteriores a la Era de los Descubrimientos: por población y economía, sólo el peso chino ha hecho bascular el comercio de pasajeros y mercancías desde el Atlántico hasta el mar del Sur de China.

Este cambio de tornas mundial, una anomalía desde el punto de vista occidental, es algo más parecido al lento retorno hacia la normalidad desde el prisma geopolítico chino e indio: poco antes de que portugueses y españoles aceleraran su carrera para abrir nuevas rutas de acceso a «las Indias» (recordemos de dónde procede este viejo equívoco y qué repercusiones mantiene en las Américas), Zheng He había finalizado una poderosa expedición china a través del Océano Índico que impresionó poco a la burocracia confucianista de la época, según la cual Zhōngguó (China) era autosuficiente y sólo necesitaba promover la estabilidad interior.

Balkrishna Doshi, Tagore Memorial Hall, Ahmedabad, 1966

Las expediciones de Zheng He a inicios del siglo XV apenas trataban de imponer el control indirecto sobre el comercio de productos chinos a través del Índico, enviando un claro mensaje a las prerrogativas de intermediarios cada vez más beligerantes. El primer viaje da muestras de la riqueza y capacidad de movilización china a las puertas de la Era de los descubrimientos: constaba de 317 barcos y 28.000 tripulantes.

La copia de un modelo autodestructivo no lo hace inocuo

Hoy, la política comercial y geopolítica Zhōngguó («Reino del Medio») parece menos inocente, y las consecuencias de las proyecciones actuales afectan ya a la prosperidad y el clima del planeta; pronto, la proyección bidimensional del mapamundi de Mercator —con Europa en el centro y sobredimensionada—, o el intento de Estados Unidos por popularizar su propio mapamundi con las Américas en el centro, serán testimonios de una época en que Occidente creyó en distintas versiones de supremacía mundial, concluyendo con la actualización naíf de la doctrina del destino manifiesto estadounidense, recuperada de tiempos coloniales por el periodista John L. O’Sullivan en 1845.

Sangath, el estudio propio Balkrishna Doshi en Ahmedabad (1979-80)

Paradójicamente, el retorno de las viejas civilizaciones mundiales al centro de la economía y el peso demográfico y comercial mundiales no llega de la mano de una visión tan distinta (ni más sostenible) a la explotada por Occidente desde inicios de la Era de los descubrimientos: a principios de la década, China usó más cemento en tres años que el empleado por Estados Unidos durante todo el siglo XX.

Este consumo desaforado, espoleado por el espectacular incremento de la deuda privada china, ha sido usado para edificar aeropuertos, fábricas y ciudades de momento vacías, localidades fantasma de dudosa calidad y un todavía menos coherente batiburrillo de estilos, incluyendo rascacielos sin actividad y otros edificios simbólicos (tales como una réplica a escala real de la torre Eiffel, algo que a estas alturas difícilmente sorprenderá a nadie).

¿Qué pueden enseñarnos las civilizaciones del pasado, siguiendo la argumentación de Aleksandr Solzhenitsyn en 1978? De momento, el ascenso de China y, en menor medida, el de India, reproducen peligrosamente el modelo de ocupación del territorio y explotación intensiva de los recursos, priorizando el corto plazo (mantener a crédito la maquinaria del «crecimiento del PIB» a toda costa, para así evitar ajustes severos del meteórico desarrollo del país en las dos últimas décadas) sobre el interés a largo plazo: creación de una economía circular, regeneración ecológica para evitar grandes catástrofes en el futuro, o la tan necesaria transición energética (iniciada, pero puesta en marcha sin el mismo celo que la construcción a crédito de ciudades e infraestructuras de todo tipo).

Cuando el desarrollo se hace irrespirable

Los últimos estudios confirman que la calidad del aire es peor en estos momentos en la India que los mayores niveles alcanzados por China en el pasado, pero este dato es poco consuelo para el mayor emisor de CO2 del mundo, por delante de Estados Unidos.

Balkrishna Doshi, Escuela de Arquitectura de Ahmedabad, 1962

En paralelo, la contaminación atmosférica en India ha llegado a niveles intolerables para la salud humana, produciendo el éxodo de quienes pueden permitirse abandonar los centros urbanos (Nueva Delhi es la ciudad más contaminada del mundo, según datos de la OMS).

El período de mayor polución atmosférica en Nueva Delhi, con 29 millones de habitantes, empieza en octubre y se extiende durante meses; durante el invierno, los niveles de polución son 40 superiores a los recomendables durante varias horas al día.

Mientras la contaminación atmosférica ha crecido de manera dramática en el norte de China y Bangladesh desde 2010, las ciudades chinas notan el descenso de partículas en suspensión y de muertes atribuidas a éstas; China está logrando revertir los todavía severos problemas de contaminación urbana del mismo modo que las ciudades europeas y estadounidenses lo lograron en la primera mitad del siglo XX: cerrando las plantas de generación eléctrica a carbón más cercanas a los centros urbanos.

Nuestra hipocresía reside en Agbogbloshie y Guiyu

En 1952, Londres vivió su Gran Niebla, un episodio de contaminación que causó la muerte de 12.000 personas, originando un cambio legislativo que restringió drásticamente el uso de fósiles en zonas metropolitanas.

Hoy, las ciudades chinas aplican medidas similares, sustituyendo su vieja infraestructura de producción energética a carbón por centrales eléctricas a gas natural, centrales nucleares e instalaciones eólicas, solares e hidroeléctricas. Pese al esfuerzo, China quema todavía la mitad del carbón consumido en el mundo.

Balkrishna Doshi, Sangath, estudio propio en Ahmedabad (1979-80)

Los problemas ambientales para los dos gigantes asiáticos no acaban aquí: la mayor parte del plástico que acaba en los océanos parte de la región, un problema que afecta al resto del mundo, como también lo hace la nueva política china que limita las importaciones de plástico reciclado en otros países para su reutilización: lo que obliga a la Unión Europea y, sobre todo, a Estados Unidos, a invertir en su propia infraestructura de reciclaje de plástico. La economía circular es sólo realidad en los departamentos de relaciones públicas, a tenor de la importación de desechos electrónicos en Ghana y otros países de África Occidental. El equivalente chino a Agbogbloshie, el gigantesco vertedero de desechos electrónicos ghanés, es Guiyu, el sumidero de «e-waste» más grande del mundo, un lugar distópico en la provincia de Cantón sumido en la contaminación perpetua.

El impacto medioambiental por persona sigue siendo muy inferior en China o India con respecto a los países desarrollados, si bien la tendencia es preocupante: el milagro económico chino y, en menor medida, el indio, han disparado un tipo de consumo aspiracional muy similar al occidental: surgen suburbios metropolitanos de viviendas unifamiliares que dependen del uso del automóvil, crece la venta de coches y otros productos de consumo, y la dieta sustituye su tradicional base de grano por patrones de consumo de mayor impacto, como la carne roja. En paralelo, los medios de todo el mundo celebran mejoras de momento simbólicas, como el despliegue a gran escala de la primera flota de autobuses urbanos íntegramente eléctricos.

Balkrishna Doshi, Tagore Memorial Hall, Ahmedabad, 1966

Esa realidad llamada comportamiento irracional

Las civilizaciones ancestrales recuperaron su peso en el mundo, pero lo han hecho adoptando el problemático modelo extractivo y centrado en el corto plazo (crecimiento de PIB, prioridad de los beneficios trimestrales y el rendimiento bursátil), abandonando estrategias más responsables con los actores afectados por la actividad de cada compañía, o descartando métodos de producción que aprovechan mejor el material y contaminan menos por la ausencia de incentivos inmediatos (por ejemplo, «imprimir» productos por oposición a cortar material para ensamblarlos —métodos aditivos vs. sustractivos—).

En su ensayo Tristes tropiques, Claude Lévi-Strauss reflexiona sobre los modelos de asentamientos humanos en el mundo; Europa y la herencia de otras épocas, con su dinámica de protección y reacción contra la costumbre; las civilizaciones asiáticas y su mentalidad colectiva, siempre respondiendo a la necesidad de crear espacios donde convivir a partir del hacinamiento; las Américas y la posibilidad de abrirse camino hacia el Oeste y crear espaciosos asentamientos regulares, respondiendo a una utopía europea que no cabe en la metrópolis… ¿Qué tienen de vigentes las reflexiones estructuralistas de Lévi-Strauss? Han adoptado las ciudades asiáticas un modelo híbrido, combinando la división de usos estadounidense con modelos urbanísticos y de ordenación territorial vernaculares?

Balkrishna Doshi

Pese a los intentos, arquitectura y urbanismo carecen de un equivalente crítico y exitoso a los modelos surgidos en la Ilustración (y sus derivas estadounidense y europea, sintetizadas en las tensiones entre la idea de ciudad de Frank Lloyd Wright y los postulados brutalistas de Le Corbusier).

Del mismo modo que la economía conductual reconoció a partir de los años 70 la influencia de la irracionalidad del comportamiento humano en sus decisiones económicas y vitales, el urbanismo contemporáneo podría aprender de los errores occidentales.

Reflexiones de Balkrishna Doshi

A tenor de la deriva constructiva en China y, en menor medida, India, estos países no sólo no miden las consecuencias a largo plazo del desarrollo a marchas forzadas que aplican, sino que proliferan los peores excesos de los modelos caducos de ciudades dormitorio desarraigadas de la vida social y la naturaleza (Europa) o los modelos de «exurbios» estadounidenses, o barrios de residencias unifamiliares baratas, sin transporte público y alejadas de los centros urbanos.

Sangath, Balkrishna Doshi

El arquitecto indio Balkrishna Doshi, premio Pritzker 2018, cree que ha llegado el momento de alzar la voz contra el modelo que antepone réditos a corto plazo a cualquier otra consideración. En un artículo de opinión para The New York Times, Balkrishna Doshi, inquieto por la desigualdad y la polución urbana insostenible en su país, lanza un alegato para que cada tradición constructiva lance su propia versión vernacular de lo que él llama una «ciudad biológica», capaz de comportarse como un complejo organismo y estimular a través de diseños eficaces las relaciones emergen de un sistema complejo:

«La ciudad es, también, un organismo, a la vez estable y fluido, estático y en constante transformación. Los humanos son una parte del mecanismo interno de la ciudad, del mismo modo que nuestras células forman parte de cada uno de nosotros. Las calles actúan como venas, conectándonos a una red vital similar a un bosque biológicamente diverso.»

Tomando la responsabilidad de hablar desde el prisma de la civilización ancestral que representa, Doshi nos habla de modelos ideales concebidos en la India del siglo XVIII: por ejemplo, un modelo de ciudad que comprendiera el recorrido del sol, las estaciones secas y los monzones; la ciudad podía erigirse alrededor de barrios de viviendas cooperativas, con acceso a servicios y lo que hoy reducimos a «zonas verdes» (como si un césped equivaliera a un bosque o a una marisma).

Cubierta de la galería de arte Amdavad ni Gufa, Ahmedabad (1990), Balkrishna Doshi

Escuchando viejas cosmogonías con mucho futuro

La ciudad de la que habla Doshi, Jaipur, surgió de los sistemas estéticos ancestrales del subcontinente indio, relacionados con la tradición dhármica: el «vastu purusha mandala», o el intento de crear diseños que integren a persona, habitación y entorno en un esquema mayor, está emparentado con el concepto chino de feng-shui (artículo): una filosofía que trata de lograr un entorno equilibrado y saludable, adaptado al clima de la región.

«Desafortunadamente —prosigue Balkrishna Doshi—, hemos olvidado desde entonces este elocuente enfoque de la arquitectura y el diseño, siguiendo en cambio el modelo de planificación dominante basado en grandes presupuestos, estructuras a gran escala y comportamientos aislados. Como resultado, nuestras viviendas se han fragmentado y no podemos ver la infraestructura y la vida de la ciudad de manera integrada.»

Balkrishna Doshi trata de explicar que el mundo emergente no necesita «un poco más de desarrollo», según un modelo subsidiario calcado al occidental. Sistemas como la estética y urbanismo «vastu» se adaptan mejor que el urbanismo desarraigado actual de un tipo necesario de ciudad, la «ciudad biológica», superior a cada una de las distintas escalas que considera: de persona a núcleo familiar, de hogar a edificio, de edificio a constelaciones de edificios; fácil de observar el sistema y las distintas unidades, fácil de reparar, mejorar, oxigenar… y, sin embargo, negligido, olvidado en el tiempo.

Es en estas reflexiones cuando hablamos de tú a tú con la sabiduría que Occidente, ebrio de autoconfianza, desechó antes de considerar siquiera, y cuando las palabras de Aleksandr Solzhenitsyn en 1978 logran proyectan su vigencia. Muchas de las mejores soluciones a los problemas a los que nos enfrentamos yacen ante nosotros, entre culturas desballestadas y cosmogonías arrinconadas.

Balkrishna Doshi, tras los pasos de una vieja civilización y sus raíces dhármicas

No se trata de volver a la Edad de Piedra, si no de reconocer las tecnologías más apropiadas y capaces de proporcionar modelos que superen el dictado del utilitarismo y el corto plazo.

Los sistemas humanos dependen, incluidos los basados en información intangible, están integrados en sistemas naturales. Todavía nos cuesta demasiado tenerlo en cuenta al afrontar la página en blanco.