En la carrera por concentrar mayor servicio en menos material, los nuevos productos aspiran a integrarse en nuestro contexto y aumentar nuestras capacidades, pero esta promesa de mejorar nuestra realidad se traduce a menudo en productos físicos y aplicaciones de software que compiten en torpeza, impertinencia y superficialidad con el infame Clippy.
Imaginamos la sofisticación del asistente digital de la película Her (Spike Jonze, 2013), que interactúa con el protagonista a través de un discreto auricular (quizá inspirador de los AirPods), pero de momento contamos con Siri y sus alternativas: asistentes a los que hay que repetir las cosas y que demandan tanta atención que es casi siempre mejor averiguar lo deseado en otro soporte.
La progresión hacia un mundo con tareas cada vez más automatizadas abre la promesa a una nueva transformación del trabajo y el ocio, como ha ocurrido en momentos de aceleración anteriores:
- la Primera Revolución Industrial trajo la mecanización (fuerza de vapor y agua), y también los primeros movimientos de protesta, que confundieron a máquinas con sus auténticos explotadores (fenómeno del ludismo);
- ya en el siglo XX, la Segunda Revolución Industrial convirtió a los obreros de la primera en consumidores (producción en masa, cadena de montaje, electricidad), y el marxismo revolucionario se transformó en socialdemocracia;
- la Tercera Revolución Industrial sustituyó los trabajos industrial y administrativo más predecibles con costosos robots y algoritmos, coincidiendo con los movimientos de protesta antiglobalización;
- y finalmente, asistimos a un cuarto proceso, con la softwarización del mundo físico y el abaratamiento de la tecnología que lo hace posible (computación, sensores, Internet ubicua, aprendizaje automático -machine learning-, etc.).
Neoluditas en la Cuarta Revolución Industrial
La Cuarta Revolución Industrial seguiría la tendencia interdisciplinar inaugurada a mediados del siglo XX (la teoría de sistemas es una influencia clave de las ciencias cognitivas y la cibernética).
Y, como si nos encontráramos ante el eterno retorno, la automatización (que amenaza incluso trabajos hasta hace poco impensables para las máquinas, como la conducción autónoma de flotas de camiones) y la inteligencia artificial suscitan hoy unos recelos parecidos a los que los luditas británicos de principios del XIX sentían contra las primeras grandes máquinas.
El neoludismo toma de los primeros luditas su recelo contra procesos que aceleran la automatización, un proceso no sólo inevitable, sino fundamental en el progreso humano a base de la mejora de teorías y conjeturas con el ensayo y error: la mejora de herramientas y tecnologías, acelerada desde la Ilustración, nos define como especie, pero sus efectos no son siempre los deseados: el neoludismo de personajes como Ted Kaczynski (manifiesto Unabomber) confunde todo progreso con opresión, olvidando los efectos positivos de mejores medicamentos, acceso instantáneo a información y bienes culturales de toda la humanidad y capacidad de uso de tecnologías cada vez más baratas para experimentar con nuestro entorno inmediato.
¿Internet de las cosas o cacharros zombi de mala calidad?
La Cuarta Revolución Industrial tiene una vertiente descentralizada y de inspiración anarquista, permitiendo a quien se lo proponga cultivar su propio huerto automatizado, o producir su propia tecnología con apenas una conexión a Internet y maquinaria cada vez más barata para diseñar e interconectar productos físicos.
Desde el debut del término “Cuarta Revolución Industrial” en la Feria de Hannover de 2011, la industria ha definido 6 principios de diseño en el nuevo contexto, que transforma las viejas fábricas en talleres de producción personalizada y sin grandes excedentes:
- interoperabilidad (un protocolo equivalente al TCP/IP para conectar cosas entre sí);
- virtualización: copias virtuales de espacios reales;
- descentralización: autonomía de decisión de sistemas ciberfísicos;
- habilidades en tiempo real: capacidad para recolectar, procesar información y actuar al instante en base a ésta;
- orientación a servicios a través de Internet;
- modularidad.
La fragilidad de los nuevos productos
Eso sí, muchas de las promesas de la nueva era de sistemas ciberfísicos se han traducido de momento en cierre de factorías de productos de línea blanca y marrón en los países occidentales, seguido de la llegada de productos más baratos y con un ciclo de vida inferior, cuya supuesta “inteligencia”, encarnada por sus deficientes protocolos de interconexión a redes, parece agradar únicamente a los hackers que realizan ataques de denegación de servicio (DoS).
El último testimonio del pobre diseño y fragilidad de los llamados dispositivos de la Internet de las cosas: el 21 de octubre de 2016, Internet sufrió uno de sus mayores ataques, a cargo de expertos que se sirvieron de dispositivos conectados a Internet como videocámaras de seguridad, aparatos de grabación y pequeños electrodomésticos con conexión IP de fácil acceso.
Las cámaras IP de una empresa china, Xiong Mai Technologies, se convirtió durante la jornada en una gigantesca botnet, que lanzaron un ataque orquestado a los sitios más visitados, informa el experto en seguridad informática Brian Krebs.
Crear mejores servicios y robots útiles: entre la ingeniería y las humanidades
Dispositivos IP de decenas de compañías cuentan con un acceso por defecto que nunca es modificado por el usuario, dejando el aparato (y los dispositivos conectados a éste) a expensas de cualquiera que se preocupe por conocer el acceso de fábrica. Además de compleja y poco fiable, la Internet de las cosas actual a menudo dificulta los procesos que trata de mejorar o acelerar.
Esta supuesta Cuarta Revolución Industrial demanda el cruce de disciplinas descrito ya por el antropólogo, lingüista y cibernético Gregory Bateson en su ensayo Pasos hacia una ecología de la mente (1972), aunque éste no se refiriese entonces (cuando no había surgido siquiera la informática personal) a términos como sistemas ciberfísicos y mecatrónica: tecnologías para, sobre el papel, ampliar las capacidades humanas.
En el epicentro de la combinación de disciplinas que promueve la teoría de sistemas, se encuentran los experimentos de empresas, universidades y los denominados Fab lab, o laboratorios de fabricación donde se dan la mano ingenierías, mecánica, artesanía y humanidades.
Un huerto robotizado que se hace uno mismo
Los sistemas ciberfísicos se ocupan de los algoritmos, observando el mundo y creando una versión digitalizada de sus procesos (para, por ejemplo, facilitar la conducción autónoma, la entrega de paquetes, etc.), mientras la mecatrónica integra software y maquinaria teniendo en cuenta distintos puntos de vista, desde el ético-filosófico al técnico (usabilidad, funcionamiento), para crear máquinas reparables, fáciles de usar y capaces de aprender del entorno.
La mecatrónica también se abre paso como disciplina universitaria y de formación profesional, integrando en su plan de estudios computación, mecánica, electrónica e ingeniería de control; la nueva disciplina pretende que nuestra realidad circundante se haga más “inteligente” o, en terminología del cofundador de Wired Kevin Kelly, se “cognifique” (The Inevitable, 2016).
Este proceso de “cognificación” de herramientas para aumentar nuestras capacidades se encuentra todavía en ciernes, aunque inspira ya aplicaciones en la industria y entre “makers”, o entusiastas de la tecnología DIY, entorno desde el que surgen proyectos como Farmbot (agricultura doméstica robotizada con maquinaria de control numérico), con cuyo fundador, Rory Aronson, hablábamos recientemente.
Momento Apple II
Muchos de los productos y servicios (o, más bien, productos que se convierten en servicios, pasando de “nombre” a “verbo” -desde lo sólido y concluso a lo fluido e inacabado-), que integran más servicio usando menos material, todavía son difíciles de usar, carecen de fiabilidad y, como se ha demostrado recientemente, suponen un nuevo problema de seguridad.
No obstante, los expertos tecnológicos creen que la Internet de Cosas, los sistemas ciberfísicos y la mecatrónica apenas han empezado su progresión.
Haciendo una analogía con el desarrollo de la informática personal o la telefonía móvil, nos encontramos en un momento en ciernes similar a lo que supusieron el ordenador Apple II o el teléfono Nokia 2110. Pero el abaratamiento de componentes de móviles inteligentes y robótica, sensores microelectromecánicos (acelerómetros, etc.), así como la impresión 3D láser con varios materiales, acelerará nuevos productos y utilidades.
Según el inversor y experto tecnológico Chris Dixon, el desarrollo de cada gran categoría de innovaciones puede dividirse en dos fases:
- el período de gestación: cuando se introduce la nueva plataforma y todo resulta caro, incompleto y difícil de usar;
- el crecimiento: cuando mejoras o innovaciones incrementales resuelven los problemas previos, iniciando el período de crecimiento exponencial y progreso que el físico David Deutsch explica en su ensayo The Beginning of Infinity.
Cuando los componentes de una tecnología se abaratan
Una vez se acelera la innovación en un ámbito (por ejemplo, la tecnología móvil después del primer iPhone), se encuentran nuevos usos para componentes que se miniaturizan y abaratan (siguiendo una proyección similar a la descrita en la ley de Moore): como explica Chris Dixon,
“Si uno desmonta un dron moderno, unas gafas de realidad virtual, o dispositivos IoT [Internet de Cosas], encontrará sobre todo componentes de teléfono inteligente.”
Primero progresan los teléfonos inteligentes, cuyos componentes se perfeccionan y bajan su precio. Luego, estos componentes son modificados ligeramente para aplicarlos a otros ámbitos. Microprocesadores (como los ARM), sistemas informáticos integrados (microordenadores system-on-a-chip de código abierto Raspberry Pi Zero, con un coste de 5 dólares), así como controladores wifi y sensores a un precio entre pocos dólares y unos céntimos la unidad, se integrarán en lo que nos rodea, a menudo con nuestra asistencia y diseños inspirados en nuestras necesidades reales en tiempo real.
La tecnología y las infraestructuras están preparadas para que creemos tecnologías que aumenten nuestro tiempo libre y nos permitan dedicar más tiempo a tareas creativas y reflexivas, pero existe el riesgo de que este potencial sea sólo explotado por un puñado de empresas y gobiernos.
La importancia de la sencillez
Para evitarlo, usuarios curiosos por aprender sobre mecatrónica y sistemas ciberfísicos deberán diseñar sus propias aplicaciones; el éxito de muchas de estas iniciativas dependerá de la capacidad de cada proyecto para lograr extraer el máximo de servicio de un mínimo de procesos y material, siguiendo la máxima del diseñador industrial alemán que inspiraría a Steve Jobs, Dieter Rams:
“Menos, pero mejor.”
Los aspirantes a inventores de su propio entorno, o a empresarios del nuevo ámbito entre la informática, la electrónica, la mecánica y las humanidades, pueden inspirarse en la aspiración a la simplicidad y a la utilidad democratizadora de la tecnología que buscaron los industriales y diseñadores de los primeros electrodomésticos de masas: AEG, Olivetti, Braun, etc.
Los primeros productos de masas capaces de combinar calidad, usabilidad, reparabilidad e intemporalidad, han aguantado el paso del tiempo que muchos aparatos tan baratos y llamativos como efímeros surgidos en los últimos años.
Su historia es menos legendaria de lo que explica el relato épico que ha popularizado el pseudo-periodismo tecnológico de la Silicon Valley más solucionista, y tras ella aparece el trabajo coherente en torno a una persona o a un pequeño núcleo de personas, a menudo un tándem empresario-diseñador industrial.
Antecedentes de la mecatrónica
A mediados del siglo XX, un mundo industrializado que se recuperaba todavía de las heridas de las dos guerras mundiales tuvo que reorientar su tecnología puntera, dependiente de la planificación estatal y la industria armamentística, hacia el mercado de bienes de consumo.
Es entonces cuando viejos talleres artesanales, pequeñas empresas mecánicas familiares e industrias como la química o la de maquinaria se lanzan a crear bienes de consumo memorables por su atrevimiento y solidez tanto conceptuales como en su aplicación.
En Europa, las máquinas de escribir Olivetti, la Vespa, el microcoche Isetta o la rompedora berlina Citroën DS datan de esta época, sustituyendo a proyectos todavía más atrevidos para transformar el urbanismo o crear nuevos tipos de vivienda que habían aparecido en los años 40:
- desde los esfuerzos de Le Corbusier y Jean Prouvé con edificios-ciudad y casas “desmontables”, respectivamente;
- a los experimentos futuristas en transporte, urbanismo, ingeniería y arquitectura del futurólogo estadounidense Buckminster Fuller;
- pasando por el modernismo y el uso industrial de materiales como el cemento, el contrachapado y el plástico en productos de consumo masivo.
El inspirador de los grandes diseñadores industriales
Los artífices de muchos de estos productos memorables de la primera era industrial de producción en masa, diseñadores industriales con un sólido conocimiento en las artes, la mecánica y la ingeniería, crearían productos fáciles de usar, útiles, duraderos y reparables, que contaban con una única salvedad en comparación con la invasión de productos más baratos y efímeros que llegaría con posterioridad: la necesidad de trabajar más tiempo para adquirirlos.
Influidos por la estética sencilla y funcional de la Bauhaus, personajes clave como Adriano Olivetti, Peter Behrens o, ya en los sesenta, Dieter Rams, revivirán compañías que habían estado a punto de desaparecer en la posguerra de la II Guerra Mundial.
Todavía a principios del siglo XX, cuando el prestigio de un producto iba ligado a la destreza de sus creadores y ensambladores, el arquitecto y diseñador modernista Peter Behrens (uno de los impulsores de la asociación alemana de diseño industrial Deutscher Werkbund, precursora de la Bauhaus) se decidió a crear bienes de consumo masivo que la gente reconociera por la mejora del proceso cotidiano que contribuían a solventar.
Considerado uno de los fundadores de la identidad corporativa, el polímata Behrens contribuyó a forjar el movimiento modernista influyendo en muchos de sus trabajadores talentosos: trabajaron para AEG los recién establecidos Ludwig Mies van der Rohe, Le Corbusier o Walter Gropius, entre otros.
Adriano Olivetti: el industrial que quería calidad para todos
Años después, el ingeniero italiano Adriano Olivetti agranda la empresa fundada por su padre impulsando una empresa con productos reconocibles, memorables y durables siguiendo la coherencia del industrial de AEG. Con la ayuda del diseñador Marcello Nizzoli, Adriano Olivetti hará que las populares Lettera preparen al mundo para el teclado informático.
En la Alemania devastada, física y moralmente, de finales de los años 40 en la que el joven Dieter Rams estudia arquitectura e interiorismo; su formación coincide con la llegada a las tiendas de los primeros vehículos y electrodomésticos influidos por el funcionalismo; influido por la mentalidad artesanal de su abuelo, carpintero de Wiesbaden (Hessen), Rams entra primero en un estudio arquitectónico y en 1955 (2 años después de que Citroën presentara su DS o “tiburón” en el Salón de París) entra como diseñador en Braun.
Sus diseños en Braun, cuyo departamento de diseño dirigirá desde 1961, seguirán la máxima “menos, pero mejor”, inspirada en el funcionalismo y en la mentalidad artesanal, resonando en el concepto filosófico de “autenticidad” y “calidad” explorado por Martin Heidegger y Robert M. Pirsig, respectivamente.
Principios del buen diseño
A medida que los productos se miniaturizaban y concentraban más servicios con menos material y coste, gracias a la electrónica y a los nuevos materiales, diseñadores industriales como Rams constataron un fenómeno que ponía en riesgo la ganancia tecnológica: los nuevos productos tendían a una confusión de formas, colores, ruido, complicando su manipulación y utilidad real.
Inspirado por este problema, Dieter Rams definió lo que, según él, constituía un buen diseño, que debía ser: innovador, útil, estético, comprensible, discreto, honesto, duradero, atento al detalle, y simple (“menos, pero mejor”).
Esta determinación para diseñar aparatos electrodomésticos y muebles que se ciñeran a prestar con solvencia el servicio prometido -en vez de atiborrar su interfaz de elementos prescindibles-, perduró en algunas compañías y categorías de productos, a la par que se extendía el diseño ruidoso, brillante, luminoso, atiborrado de extras y con una durabilidad muy inferior… pero económico y atrayente.
Érase un hombre a un cargador pegado
Varias empresas han tratado de aplicar principios de diseño industrial similares una vez la transición de la electrónica a la informática aceleró la miniaturización y la softwarización de lo que nos rodea.
Es posible combinar la salsa de los diseños imperecederos con la tecnología que hará que nuestro entorno se “cognifique” a nuestro favor.
El objetivo es lograr productos y servicios sutiles que aparecen únicamente cuando son necesarios, desapareciendo a continuación, que nos hagan más autosuficientes, reflexivos y atentos al matiz de la realidad del momento.
Por mucho que medios, personalidades “techie” y ciertas empresas de Silicon Valley se empeñen en que el futuro tecnológico tiende hacia la gratificación instantánea (o productos y servicios que demandan continuamente nuestra atención, convirtiéndonos en adictos a comportamientos impulsivos), el auténtico aumento de las capacidades humanas llegará cuando los mejores productos se fundan con nuestra cotidianidad con la efectividad de los sistemas biológicos, sin darnos la tabarra ni obligarnos a buscar enchufes para cargar veinte aparatos distintos con sus respectivas -y a veces defectuosas- baterías de ión-litio.
Technium
Kevin Kelly cree que la combinación de ingeniería mecatrónica, sistemas ciberfísicos y humanidades está creando una superestructura de tecnología vibrando en torno a nosotros.
Para que el “technium” nos asista en nuestro propósito vital en vez de convertirse en el fenómeno inverso (nosotros corriendo detrás de las alertas e impertinencias de la tecnología que se supone que debe ayudarnos y enreda todavía más nuestra vida cotidiana), tendremos que aprender a regular nuestra atención: ¿hasta dónde queremos ser asistidos, y hasta dónde preferimos mantener nuestra autonomía ajena a la interconexión con el resto de cosas?
El cambio más profundo que tiene lugar en la supuesta Cuarta Revolución Industrial implica una transformación de nuestra mentalidad: evitar el ruido y emerger como dueños de nuestras decisiones, cultivando nuestra propia voz y autenticidad.
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