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Nueva pedagogía: potenciar lo humano en la era de la robótica

¿Y si, en plena era de la automatización, las escuelas enseñaran a los niños a ser prescindibles, insistiendo en conocimientos para épocas pretéritas y empleos cada vez menos abundantes?

George Monbiot en The Guardian:

“En el futuro, si uno quiere un empleo, deberá ser lo menos parecido posible a una máquina: creativo, crítico y socialmente dotado. Entonces, ¿por qué se enseña a los niños a comportarse como máquinas?”

Más allá de los retoques cosméticos y las buenas intenciones

En un ensayo sobre el futuro de la educación, Learning {Re}Imagined, el divulgador británico Graham Brown-Martin explora las perversidades que, debido a la inercia de sistemas educativos concebidos en otras épocas, conducen a las escuelas a preparar trabajadores industriales (cuello azul) de industrias del siglo XIX, así como las tareas profesionales (cuello blanco) que la automatización ya ha transformado.

Un ya reconocido Célestin Freinet en el aula de su escuela libre (Vence, Alpes Marítimos, Francia, 1953). Crédito de la imagen: Georges Dudognon

Si, a la receta escolar de conocimientos estáticos y obsoletos, añadimos ausencia de actividad física y psicomotriz incluso en las edades más tempranas, el viejo ideal griego de educación integral y personalizada para cada alumno (para explorar, estimular y cultivar el potencial personal), o areté, se ha convertido en una torpe instrucción administrativa que penaliza la diferencia y equipara la enérgica lucidez de los más pequeños con dolencias de déficit de atención que deben ser medicadas.

Según Brown-Martin, el objetivo perseguido por las instituciones educativas no dista tanto de la caricaturización que las mejores novelas distópicas realizan de las sociedades post-industriales, donde ciudadanos desarraigados de su conexión ancestral con los ritmos de la naturaleza deambulan por entornos desprovistos de marcadores locales de contexto, arrastrando existencias sin autenticidad posible y con el melancólico nihilismo de los personales de las novelas de Michel Houellebecq.

Institucionalizando la docilidad de operarios industriales

La educación reglada sigue obcecada con objetivos propios de inicios de la I Revolución Industrial, contra los que se rebelarían -con ingenua torpeza- los primeros movimientos obreros, preocupados por la deshumanización de tareas repetitivas, horarios interminables y precariedad: desde el ludismo (Reino Unido) a los inicios, en Francia, del socialismo (conde de Saint-Simon) y el anarquismo mutualista (Pierre-Joseph Proudhon ensalzó el valor de la educación, si bien mantuvo posiciones retrógradas con respecto a las libertades y acceso a la educación de la mujer).

La industria surgida en el siglo XIX, que inspiraría el fordismo en el siglo XX, u optimización de las tareas mecánicas a través de la cadena de montaje, demandaba trabajadores capaces de permanecer durante horas en su puesto de trabajo, realizando sin inmutarse las mismas tareas autómatas (casi siempre anodinas y contrarias a toda improvisación, pensamiento original, o esfuerzo intelectual fresco).

Inspirado por su profesor Franz Brentano y por Friedrich Nietzsche, el polímata Rudolf Steiner exploró los límites de la autorrealización y la educación del potencial humano, estableciendo la pedagogía Waldorf

La primera reacción de los trabajadores industriales sin derechos básicos se convirtió en un ataque a las máquinas y nuevas condiciones de producción, que inspirarían la interpretación que Karl Marx haría del idealismo hegeliano.

Y con las mejoras materiales y de organización que siguieron a las protestas obreras apareció el germen de un desarraigo todavía mayor: las mayores victorias de los primeros trabajadores industriales, tales como el descanso dominical y el establecimiento de escuelas con educación universal y obligatoria (retrasando, al menos, la explotación infantil, que persistiría en Occidente hasta bien entrado el siglo XX), contribuyeron sin planteárselo a una aceleración del desarraigo.

Sobre la peligrosidad de extirpar el pensamiento crítico de la educación

Los románticos del XIX, y el propio conde de Saint-Simon entre ellos, denunciaron el “desencantamiento” del ser humano en el nuevo entorno industrial; su discípulo y precursor de la sociología moderna, Auguste Comte, se adelantó un siglo al sociólogo nietzscheano Max Weber al denunciar ya a principios del XIX el proceso de institucionalización de la sociedad industrial, en el que los viejos artesanos se convierten en meras unidades de producción que deben interiorizar unas normas y aplicar procesos repetitivos que privaban a la persona de creatividad, originalidad, iniciativa propia.

La homogeneización del trabajo industrial y el avance burocrático que reglaba las nuevas sociedades, proceso que Max Weber equipararía metafóricamente con una jaula de hierro, se sirvió de una herramienta de instrucción: la educación institucionalizada de niños que, poco después, permanecerían toda la jornada laboral en la misma posición, comportándose de manera lo más idéntica posible -y siempre predecible-, para producir a continuación los mismos productos.

El pensador francés y precursor del anarquismo mutualista Pierre Joseph Proudhon, retratado con sus dos hijos (óleo sobre lienzo de Gustave Courbet, 1865)

¿Las consecuencias de no seguir las normas de la educación reglada y adaptarse al trabajo posterior? Ser considerado anormal. Si algo trató de desalentar la educación universal que ha llegado con escasos cambios a nuestros días, fueron la colaboración improvisada y el pensamiento crítico… Precisamente los dos elementos esenciales que pensadores como Hannah Arendt y Karl Popper considerarían indispensables para el florecimiento de ciudadanos libres en sociedades abiertas y prósperas.

Utilitarismo caduco: cuando la educación se orienta a viejos trabajos

Una de las grandes paradojas de los últimos años en los países desarrollados es la emergencia y éxito de discursos populistas que idealizan viejos empleos industriales y profesionales afectados por los procesos de automatización (robots, algoritmos) y mundialización (deslocalización, competencia, desmaterialización y softwarización de productos).

Viejos empleos que nunca tuvieron el carácter romántico y aspiracional que ahora logran en la retórica de políticos que se presentan con soluciones fáciles a problemas complejos. Los vendedores de crecepelo hacen su agosto prometiendo devolver millones de empleos sin proponer una adaptación a las nuevas circunstancias.

Así, una retórica facilona y a la vez efectiva promete a la población de zonas deprimidas la reapertura de fábricas, cadenas de montaje, minas de carbón, centros administrativos… Olvidando que la mayoría de estos empleos no sólo han perdido rentabilidad, sino que en la mayoría de ocasiones han perdido su sentido original.

Presa de la inercia más que de la nostalgia, el sistema educativo asume la misma conclusión que el populismo y sigue formando para un mundo industrial que ha dejado de existir.

Cambios reales vs declaraciones de buenas intenciones

A diferencia de las doctrinas surgidas del idealismo hegeliano (nacionalismo, materialismo dialéctico), los pensadores románticos del siglo XIX creyeron que la auténtica dolencia del ser humano era su desarraigo con respecto a comportamientos ancestrales cercanos a factores locales y al propio ciclo de la naturaleza.

Influidos por pensadores como Brentano y Nietzsche, que a diferencia de Schopenhauer creía que el propósito humano consistía en desarrollar el potencial personal, y no en una carrera nihilista por sobrevivir, los educadores experimentales empezaron, a finales del siglo XIX y principios del XX, a desarrollar doctrinas atentas al cultivo no sólo de conocimiento humanista (saber teórico acumulado), sino de experimentación y contacto con la naturaleza.

Niños en la granja del escritor ruso Lev Tolstói en 1908; Tolstói, influido por Schopenhauer y los trascendentalistas estadounidenses, así como por el anarquismo cristiano, creó una escuela experimental entre los campesinos de su explotación agrícola (Yasnaya Polyana), que inspiraría una iniciativa similar de Mohandas Gandhi en Sudáfrica

No obstante, los métodos pedagógicos atentos a la creatividad, el desarrollo del potencial personal y el cultivo del contacto con lo circundante (poniendo un acento en el contacto con la naturaleza), han permanecido en los márgenes de la educación reglada: una minoría privilegiada se beneficia de ella, mientras la educación pública permanece (con matices casi siempre superficiales) anclada en la educación memorística y magistral.

Si intuimos desde la época del krausismo que los niños aprenden mejor cuando el aprendizaje se sincroniza con su predisposición natural, energía y curiosidad, ¿por qué los departamentos de Educación no han actuado en consecuencia?

La microgestión no es la respuesta

En parte, porque legislar no equivale a implantar los cambios proyectados para la base, sobre todo si tanto las estructuras administrativas como la formación del profesorado siguen dependiendo de la inercia.

Diseño de currículos y pruebas académicas premian la docilidad y la reproducción unívoca del conocimiento adquirido, penalizando ritmos y necesidades que se alejen del promedio proyectado de antemano.

¿Cómo cambiar un sistema que, al tratar de mejorar, sólo es capaz de consensuar un aumento de la microgestión, ofreciendo más trabajo en vez de alternativas a las insípidas jornadas en la “factoría” académica?

Quizá, reflexiona George Monbiot, el mejor modo de abandonar la abúlica percepción del alumno de que se está perdiendo lo que ocurre “ahí fuera” (la vida real más allá del cristal y la aparente “monotonía de lluvia” -equiparable a una pantalla digital, o fabricación artificial del entorno-), consiste en reconocer que, todavía a día de hoy, se sigue formando a la mayoría a partir de una doctrina utilitarista obsoleta (educación como mera herramienta laboral orientada a trabajos industriales y administrativos que desaparecen debido a la automatización y la mundialización).

Estimular, asistir, orientar

Quizá hay que empezar por reconocer el problema, otorgando autonomía a maestros y alumnos, recordándoles las ventajas de experimentar, afrontar las pequeñas victorias y derrotas del ensayo-error:

“Cuando se les permite aplicar su creatividad y curiosidad naturales, los niños valoran el aprendizaje. Aprenden a caminar, hablar, comer y jugar de manera espontánea, observando y experimentando. Después llegan a la escuela, y suprimimos este instinto sentándolos, alimentándolos a la fuerza con datos insípidos y agotándolos a exámenes.”

Es más fácil detectar las deficiencias de la educación reglada que proponer métodos capaces de revertir la situación en un tiempo razonable y sin aumentar los recursos por encima de las posibilidades de financiación.

Las limitaciones físicas que transformaron una pedagogía

La experimentación a pequeña escala con métodos pedagógicos alternativos (Walforfpedagogía activa -a partir escritos de Jean-Jacques Rousseau y experimentos de Lev Tolstói en su escuela de Yásnaia Poliana, así como de Célestin Freinet en el sur de Francia-; Montessori; Reggio Emilia; etc.), inspirados en la potenciación personal que ya promovían Friedrich Nietzsche y los discípulos del filósofo alemán Franz Brentano, entre otros, permite aprender de las comparaciones.

George Monbiot:

“No hay un único sistema para educar bien a los niños, pero los mejores métodos tienen en común lo siguiente: abren mundos ricos que los niños pueden explorar a su manera, desarrollando sus intereses con ayuda más que con adoctrinamiento.”

El maestro francés Célestin Freinet formó parte de la legión de hombres que perdieron fe en la humanidad en la carnicería de las trincheras de la I Guerra Mundial, cuando la guerra sustituyó el carácter táctico de la caballería por la precisa muerte mecanizada y química de la era industrial.

Encrucijada

Reincorporado con nuevo vigor espiritual a la tarea civil que le apasionaba, la pedagogía, dio clases en una pequeña escuela hasta comprender poco después que su pecho debilitado durante la Gran Guerra no podía sostener largas clases a viva voz: la limitación adecuada para experimentar y lograr una manera más participativa de enseñar.

¿Precursor “maker”? La pedagogía activa de Célestin Freinet abogaba por el desarrollo de la iniciativa propia y la colaboración del alumnado en tareas de equipo como la confección de una revista y una imprenta casera donde imprimirla

De este modo, Freinet se adentró en las convicciones ya compartidas de la pedagogía activa, animando a sus pequeños pupilos a involucrarse en crear un medio de comunicación: asistió a sus alumnos en la tarea de crear una pequeña imprenta a partir de una silla giratoria, además de fomentar la colaboración entre ellos. Pronto, los niños asumieron su propia iniciativa, escribiendo artículos, realizando entrevistas en el pueblo, debatiendo mejoras técnicas y de difusión:

“No podéis preparar a vuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si vosotros ya no creéis en esos sueños; no podéis prepararlos para la vida, si no creéis en ella; no podríais mostrar el camino, si os habéis sentado, cansados y desalentados en la encrucijada de los caminos.”

Potencial de las parábolas

Un sorprendido Célestin Freinet documentó cómo sus alumnos habían mejorado radicalmente su competencia académica y práctica. Su experimento inspiró distintos movimientos pedagógicos en Europa y el resto del mundo, si bien nunca se convirtieron en la principal corriente pedagógica de los sistemas de enseñanza mayoritaria (escuela pública).

Célestin Freinet, cuyo método gozó de la estima de los pedagogos republicanos españoles, acogió a niños refugiados después de la Guerra Civil

Freinet compartió sus impresiones sobre educación en Parábolas para una pedagogía popular.

Ha llegado el momento de estimular el tanteo experimental, de cultivar la aspiración socrática de avanzar en el conocimiento cuestionando lo observado, manteniendo la ingenuidad, explorando axiomas hasta que se agoten y nos obliguen a mover el foco, cambiando a cada paso de perspectiva.