Nuestro impacto sobre el medio se remonta a la expansión de nuestra especie por el planeta, con la desaparición documentada de megafauna en todos los hábitats donde la evolución animal se había producido en ausencia de depredadores.
La extinción de grandes mamíferos en Eurasia, América y Oceanía contrasta con la supervivencia de la megafauna africana, habituada a la cohabitación con nuestros ancestros y con nuestra especie. Un estudio reciente nos atribuye una nueva desaparición hasta ahora asignada al clima inhóspito de la última glaciación, la del oso de las cavernas.
Con un tamaño sólo comparable a los osos Kodiak de Alaska y los osos polares y un peso que podía acercarse a la tonelada en los adultos, el oso de las cavernas desapareció hace 20.000 años, coincidiendo con el período de máxima expansión glacial; pero este dato no resume toda la historia, dice Hervé Bocherens, paleobiólogo de la universidad alemana de Tübingen.
El ocaso del oso de las cavernas
Bocherens se unió a otros científicos europeos coordinados por Verena Schuenemann, investigadora de la Universidad de Zürich, que extrajeron restos de 59 osos de las cavernas para estudiar su ADN mitocondrial, heredado por vía materna y crucial para identificar linajes entre grupos de distintas localizaciones, así como deducir tanto la variabilidad de las poblaciones como su tamaño.
El estudio demuestra que el declive del oso de las cavernas empezó hace unos 40.000 años, mucho antes que el pico de intensidad de la última glaciación. Esta fecha coincide, no obstante, con la expansión de homo sapiens por Europa… y otra extinción, en este caso de nuestros parientes en Eurasia, neandertales y denisovanos (con los que habríamos intercambiado material genético).
Homo sapiens habría alcanzado Europa con antelación, pero su diseminación marca el ocaso de neandertales y varios representantes de la megafauna euroasiática. Según Bocherens, los propios neandertales habrían cazado osos de las cavernas, si bien nuestra especie habría usado técnicas de caza más depuradas.
Independientemente de su posición en la cadena trófica, la megafauna del Pleistoceno que desapareció hace 40.000 años o sobrevivió en poblaciones inconexas sin presencia humana, constituye un símbolo reconocible del impacto de nuestra especie sobre el planeta.
La desaparición de especies que habían evolucionado en entornos aislados y con ausencia de predadores, como aves no voladoras (entre ellas, el moa gigante de Nueva Zelanda) y reptiles de gran tamaño, también puede trazarse, tanto en las Américas como en Oceanía y la Polinesia, a la llegada de las primeras poblaciones humanas.
Nuestra relación con la megafauna ajena a África
La mayoría de megahervíboros, megacarnívoros y megaomnívoros (entre ellos, el oso de las cavernas) que habían florecido durante la última glaciación, desaparecieron coincidiendo con el retroceso de otros homínidos en eurasia y la expansión de nuestra especie.
Es fácil especular sobre los encuentros de neandertales y primeros miembros de nuestra especie con osos de las cavernas, que habrían sido percibidos como amenaza y como fuente para alimentarse, elaborar herramientas con huesos, protegerse del medio con sus pieles y servir, quizá, como trofeo y ritual. No es difícil asociar el uso de pieles —con cabeza, colmillos y garras— de grandes animales como símbolos rituales y de rango grupal.
Con el aumento de la población humana, los osos habrían tenido mayores dificultades para aventurarse en territorios más templados para alimentarse, mientras su predilección por abrigos rocosos durante el invierno habría provocado encuentros con los primeros humanos modernos en su territorio histórico. La ausencia de la cantidad de alimento necesaria para su supervivencia en las regiones afectadas por el pico de la última glaciación.
Hace unos 24.000 años, los últimos osos de las cavernas desaparecían de sus últimos territorios, como los valles aislados de los Alpes italianos.
Empujados al aislamiento y el endemismo
El homo heidelbergensis y su descendiente en el occidente de Eurasia, el hombre de Neandertal, habrían convivido con el palaeoloxodon, un mamífero de la familia de los elefantes, de mayor tamaño que mamuts y elefantes actuales.
Las últimas poblaciones de la especie, extintas en las mayores islas del Mediterráneo, habrían fallecido hace únicamente 3.000 años, por causas aisladas o múltiples (epidemias, presencia humana, depredadores introducidos), condicionadas por condiciones de endemismo.
El declive de la megafauna ajena a África coincide con nuestra presencia en el hábitat de mastodontes, rinocerontes diez veces más pesados que las especies supervivientes, uombats gigantes (diprotodones), perezosos de América del Sur gigantes (megaterios), armadillos gigantes, o arctodus —úrsidos más grandes que el oso polar, que el oso pardo de Kodiak y que el también extinto oso de las cavernas—.
La mejora de las herramientas de piedra, desde la tosquedad de las armas y utensilios de curtido del paleolítico a la sofisticación de técnicas y usos durante el mesolítico y el neolítico, es el síntoma utilitario de cambios profundos en el lenguaje, el pensamiento conceptual y las artes visuales, que florecieron también hace 40.000 años, coincidiendo con el declive dramático de la megafauna en los primeros territorios ampliamente poblados por humanos anatómicamente modernos más allá de África.
La melodía de un litófono
El proceso de florecimiento de herramientas, artes visuales y ritos fúnebres sofisticados, al mismo tiempo que desaparecen los grandes animales de los ecosistemas recién ocupados, se repetirá en islas y en las Américas a finales del último período glacial. En Eurasia, el fin de la última gran glaciación coincidió también con la desaparición de los últimos grandes felinos con dientes de sable.
Ricas cosmogonías perdidas para siempre en el pasado remoto evocan la transmisión oral de sofisticadas maneras de comprender el mundo. Imaginamos los primeros instrumentos que tratan de acompañar toscos patrones de percusión con las primeras armonías, producidas a través de la fricción de piedras y otros objetos.
No hay nada que más nos aproxime a nuestro pariente de hace 40.000 años que la evocación musical a partir de un litófono.
El profundo cambio climático que tuvo lugar hace 12.000 años tuvo dos fases que demandaron una rápida adaptación de megafauna y poblaciones humanas: el clima frío y seco de inicios del Magdaleniense dio lugar a patrones frescos y húmedos.
Hachas de piedra, arpones y puntas de hueso (azilienses) y una pintura figurativa cada vez más sofisticada marcan una época de transición en la que los grupos de cazadores-recolectores de la ribera mediterránea europea ocuparon cuevas a escasa distancia del mar. Los antiguos ocupantes de estos abrigos, entre ellos los osos de las cavernas, llevaban ya milenios extintos.
El último día de Ötzi
Entre el neolítico y la Edad del Bronce —período de inicio de las grandes culturas mediterráneas—, se distribuyen en Eurasia tanto la metalurgia como las técnicas agrarias y de domesticación animal.
Hace algo más de 5 milenios, cuando un cazador-recolector herido se aventura en solitario por un paso montañoso de los Alpes de Ötztal (de ahí el nombre de sus restos, Ötzi), quizá escapando a la desesperada, el calzado sofisticado era común, los pueblos del Cáucaso bebían vino envejecido en tinajas sepultadas en el sueño y los pueblos arcaicos chinos perfeccionaban una técnica que había surgido, al menos, 3 milenios antes: la piscicultura, o cría controlada de especies de agua dulce como la carpa.
Antes de desvanecerse, morir de hipotermia y ser sepultado por la nieve hasta su descubrimiento fortuito, en 1991, en un repecho alpino a 3.210 metros de altura, Ötzi comió restos de carne curada (en su bolsa de piel, aparecieron restos de carne de cabra y ciervo). En el otro extremo de Eurasia, los poblados chinos habían empezado milenios antes a completar su dieta con la cría controlada de peces en estanques de agua dulce.
Los valles fluviales de China fomentaron asentamientos semipermanentes durante el paleolítico tardío; en la rivera de los ríos Yangtsé y Amarillo aparecen —hace casi 20.000 años— las primeras técnicas de cerámica del mundo.
Diez milenios después, estos cuencos porosos serán usados para albergar las primeras cosechas de arroz y mijo; es entonces cuando se desarrollan técnicas agrarias, de infraestructuras y de domesticación animal. Los primeros campos de arroz datan del año 5000 a.C.
El misterio de la escritura de Jiahu
Es a inicios del neolítico chino cuando aparecen las primeras muestras de protoescritura (Jiahu, 7000 a.C.). Los símbolos de la escritura Jiahu sorprenden por su semejanza a los caracteres chinos consolidados durante la época dinástica. La escritura Jiahu, hallada sobre caparazones de tortugas en la provincia de Henan, está compuesta por 16 símbolos distintos, el significado de los cuales todavía no ha sido desvelado. Podría tratarse del origen conceptual de los «hanzi», o pictogramas de la escritura china.
La leyenda prehistórica de los caracteres Jiahu se ha perdido y apenas nos queda la huella muda de los delicados trazos que llevaron a los primeros escribas chinos a desafiar la transitoriedad de la memoria de las cosas, fijando palabras sobre un soporte tan poético como el aspecto de la escritura.
Los caparazones de tortuga que sirven de soporte a los únicos fragmentos Jiahu han sobrevivido a la acción del tiempo, pero no nos aportan la pista de su origen e inspiración.
La cultura china atribuye un origen mitológico a los caracteres Han, que constituyen el idioma conceptual chino —inspirador a su vez de variantes alfabéticas adoptadas por otras lenguas asiáticas como el japonés, el coreano o el vietnamita—: el legendario Can Jie, ministro del emperador Huang Di, habría trazado los caracteres Han a partir de la observación de las huellas de los pájaros.
Criando carpas en la prehistoria
Y de caparazones de tortuga y huellas de pájaro al surgimiento de la piscicultura, que habría aparecido durante el paleolítico tardío en los valles fluviales chinos. Los primeros asentamientos permanentes, las primeras domesticaciones de animales y plantas y los primeros excedentes alimentarios, habrían propulsado el crecimiento de la población.
Es a inicios del neolítico, coincidiendo con la época de la escritura Jiahu, cuando los pueblos sedentarios empiezan a usar estanques sin drenaje, que destinan a la cría de alevines de ciprínidos capturados en los ríos. Las carpas criadas con las primeras técnicas de silvicultura se encordaban con técnicas de policultivo similares a las actuales. Numerosos linajes de carpas asiáticas evolucionan con este proceso de cría selectiva desde el neolítico.
La evolución de los asentamientos humanos, desde la expansión de nuestra especie hasta los primeros asentamientos permanentes, es también el relato de profundos cambios sobre el paisaje y la cadena trófica inducidos por nuestra especie allí donde se asentó.
En ocasiones, esta expansión desplazó o aniquiló a otros homínidos, no sin antes experimentar encuentros fortuitos, como demuestra el material genético de las poblaciones actuales de origen europeo y asiático, herederos de rasgos originados en neandertales (en el caso europeo) y denisovanos (en el caso asiático).
El linaje de las carpas de acuicultura de Jiahu
Hace 10.000 años, cuando la huella denisovana había desaparecido de Asia, salvo en el material genético de los ancestros de las poblaciones actuales, los pueblos prehistóricos asentados en la China actual perfeccionaban técnicas domesticadoras que sorprenden por su sofisticación.
Nature publica un nuevo estudio coordinado por Mark Hudson que confirma muestras inequívocas de acuacultura con carpas en China hace al menos 8.000 años. ¿La región donde se ha hallado la evidencia? Jiahu, sitio de la escritura no descifrada que precede a los pictogramas Han en varios milenios.
El asentamiento neolítico de Jiahu ocupó la llanura fluvial fertilizada por la confluencia de los ríos Ni y Sha, sitio idóneo para la domesticación de plantas y animales. Entre los años 7000 y 5000 a.C., los asentamientos de Jiahu destacaron por su escasa organización política y su sistema igualitario.
Se asocian estos restos con la cultura Peiligang (así denominada por los hallazgos próximos a la ciudad con el mismo nombre), que se caracterizó por la ausencia de rangos y la especialización en patrones de domesticación: bebidas fermentadas, flautas de hueso, cerámica, fibras de cáñamo, cría de cerdos y ciervos, cultivo de arroz y mijo, y —ahora sabemos— cría selectiva de carpas en estanques.
Nuestra (pobre) versión de una historia apasionante
Las voces críticas que en la actualidad asocian la piscicultura con las peores prácticas de la agroindustria, deberían tener en cuenta el estudio antropológico en Jiahu, que hace retroceder los orígenes de la práctica al mismo inicio de la domesticación vegetal y animal asociada al neolítico y la Edad de Bronce, si bien la cría selectiva se asienta, como el resto de las prácticas de la cultura Peiligang, en procesos perfeccionados ya durante el paleolítico tardío.
A falta de documentación inteligible (en Jiahu u otros caracteres y pictogramas prehistóricos que habrían estado presentes en el extremo oriental de Eurasia desde el neolítico), los responsables del estudio publicado en Nature se han basado en el estudio de restos relevantes en arqueología, paleobiología y paleobotánica.
Para los responsables del estudio (un equipo del Museo Biwa en Kusatu, Japón; el Instituto Max Planck alemán y el Instituto Sainsbury del Reino Unido) quedan pocas dudas de que la práctica de técnicas sofisticadas de acuacultura precede en milenios a la primera documentación sobre la práctica, que en el caso de China no aparecerá hasta las referencias en el Shijing, compendio poético datado en 1140 a.C.
Los investigadores analizaron 588 dientes faríngeos (presentes en el extremo interior de la mandíbula en especies de pez sin dientes) de restos de carpa en Jiahu, correspondientes a tres distintos períodos del neolítico, y compararon tamaño y distribución con muestras de una especie de carpa criada en Matsukawa, Japón.
Observar el desove de los ciprínidos
Los restos de los dos períodos más tempranos no ofrecieron pistas inequívocas de la cría en cautividad de la especie, como sí lo hicieron las muestras de carpas correspondientes al período comprendido entre 6200 y 5700 a.C., similares a las halladas en Asahi, un asentamiento japonés de la Edad del Hierro (en Japón, entre los años 400 a.C. y 100 d.C.).
Según el estudio,
«En tales explotaciones, se capturaban grandes cantidades de ciprínidos durante la temporada del desove, y acto seguido se procesaban como alimentos en conserva. Al mismo tiempo, algunas carpas se mantenían con vida y se liberaban en aguas confinadas, reguladas por humanos, donde se reproducirían de manera natura y su descendencia crecería alimentándose de los recursos disponibles.
«En otoño, el agua se drenaba de los estanques para capturar los peces, cuyo tamaño muestra dos extremos, debido a la presencia de individuos tanto inmaduros como maduros».
Los restos fósiles de carpas en asentamientos del neolítico en la zona no son la única prueba concluyente de los autores del estudio, sino también la comparación entre los restos y las especies presentes en los ecosistemas de la zona.
New study shows common carp aquaculture in Neolithic China dating back 8,000 years – out today in @NatureEcoEvo by Mark Hudson of the Eurasia3angle group at the @MPI_SHH and colleagues!
Read more at the link: https://t.co/BoO4X0PnMl pic.twitter.com/8WInOswmB6— MPI-SHH Jena (@MPI_SHH) September 16, 2019
En los lagos y ríos del Este asiático, el carpín es más abundante que la carpa común. Sin embargo, los restos de ciprínidos hallados albergan una mayoría desproporcionada de individuos de carpa común (75%).
Séneca y la agroindustria
Muchas de las carpas presentes en los lagos y ríos de Eurasia descienden de la cría selectiva (y su abandono intermitente) desde el paleolítico tardío. Nos guste o no, nuestro impacto sobre el medio no empezó con la Revolución Industrial, ni tampoco con las civilizaciones del Mediterráneo o el Creciente Fértil, sino en plena prehistoria.
En el siglo I, Séneca ya se quejaba de la artificialidad del cultivo en cautividad de la carpa y el mújol; como ocurre hoy a muchas personas, el filósofo estoico no pudo identificarse con un alimento que partía de la cría controlada:
«La invención de nuestros estanques de peces, esos recintos diseñados para proteger la glotonería de las gentes del riesgo de enfrentarse a las tormentas».
En nuestro caso, la conveniencia y el confort no son los únicos factores que propulsan la producción de pescado en piscifactorías, sino el colapso de las especies de agua dulce y marítimas, ocasionada por fenómenos como la explotación excesiva, la contaminación y la acidificación de los océanos.
La domesticación de carpas llegó no mucho después de que la caza, el confinamiento y el endemismo causado por la presión humana sobre el medio, acabara con buena parte de la megafauna del planeta que había discurrido sin estrategias coevolutivas con homínidos, como sí había hecho la megafauna africana (donde sobreviven algunas de las mayores especies de ave no voladora y mamífero).
Proyección al pasado (y al futuro)
Mucho después de que nuestra presencia y acción acabara con los últimos neandertales, conminados en los últimos reductos del Occidente europeo, las civilizaciones sofisticadas del Mediterráneo saboreaban especies de pescado criado en cautividad, tales como la carpa saboreada milenios antes en Jiahu, en el otro extremo de Eurasia.
Archaeologist Dr. Jean-Loup Ringot specialized in prehistoric music demonstrates a Lithophone. 🎵🎶🎵 pic.twitter.com/NvnzXBnRh3
— MBi (@archeometrie) September 6, 2019
La carpa común se convirtió en un manjar durante el período romano medio y tardío. El mismo pescado, criado por primera vez en cautividad durante la prehistoria —antes de que intentáramos fijar con ideogramas, pictogramas y letras el nombre de las cosas y la memoria de los mitos y acontecimientos—, se empleó en el ayuno durante la Edad Media.
Hace, por tanto, apenas un instante en la trayectoria de nuestra especie.
Haríamos bien en aprender de lo que la cultura de nuestros parientes remotos tiene que decirnos sobre nosotros mismos.