Hay 10 veces más microbios en nuestro cuerpo que células humanas, y la relación simbiótica de estos microorganismos con su huésped, nosotros, garantiza funciones que la ciencia desentraña poco a poco.
Ambiente, estilo de vida y alimentación deberían tener en cuenta la salud de nuestros acompañantes, para así proteger a los microbios “buenos”, primera barrera natural contra colonias de microbios “malos”, o patógenos.
El mayor conocimiento del genoma humano y su microbiota (compuesta por microorganismos -benignos, malignos o en apariencia inocuos- que residen en el cuerpo humano), abre nuevas incógnitas y confirma la complejidad de los genes y su comportamiento.
No se pueden cambiar los genes; sí su comportamiento
Nuestro organismo no puede cambiar la genética celular, pero cada vez sabemos más sobre la importancia factores ajenos a los hereditarios en el comportamiento de los genes:
- ambientales (nuestro entorno incide sobre nuestro organismo): un estilo de vida saludable -dieta equilibrada, ejercicio, bienestar mental- repercutiría sobre cómo nuestras células producen proteínas, o sobre la habilidad para neutralizar el ataque al material genético de los radicales libres, evitando dolencias como el cáncer;
- relacionados con el comportamiento de nuestros progenitores cuando fuimos concebidos (epigenética); varios estudios han probado que los comportamientos de riesgo, carencias o traumas de generaciones precedentes se transmiten a través del comportamiento genético (repercutiendo en, por ejemplo, el peso al nacer o determinados rasgos cognitivos).
Se complica la definición sobre lo que somos
En términos biológicos (y dejando a un lado, por tanto, la filosofía y la metafísica), nuestra salud física y mental, así como nuestro comportamiento, capacidades y rendimiento intelectual son determinados sólo en parte por nuestros genes: el resto (condiciones ambientales, estilo de vida, epigenética, microbiota -en singular: microbioma-, etc.) influye decisivamente sobre lo que somos:
- el Proyecto Genoma Humano fue el primer paso para determinar el papel de los genes y su inabarcable combinatoria en lo que somos, desde nuestro aspecto a nuestro comportamiento e inclinación a dolencias;
- mientras el Proyecto Microbioma Humano ha elaborado un primer mapa genético de los microorganismos que residen en nosotros, primer paso para detectar las relaciones entre cambios en el microbioma y salud humana, desde el rendimiento cognitivo a la predisposición a enfermedades e infecciones.
Estudios recientes relacionan la salud de la flora bacteriana en el estómago con el rendimiento cognitivo, ya que los microorganismos del aparato gástrico inciden, por ejemplo, sobre la absorción de hidratos de carbono, indispensables para las células nerviosas.
Los enemigos de una microbiota sana
No podemos hablar del ser humano como un organismo individual compuesto por una mayoría de células humanas; más bien, cualquier animal superior, incluyendo al ser humano, es un ecosistema andante.
En términos absolutos, no puede entenderse al ser humano sin la interacción de las células humanas con la microbiota: si nuestro organismo alberga alrededor de 100 billones de microbios (trillones anglosajones), por cada célula humana, conviven con nosotros 10 microbios, encargados de proporcionar y regular numerosas funciones metabólicas de las que carece el ser humano.
(Imagen: ilustración del influyente libro de anatomía De Humani Corporis Fabrica, de Andries van Wessel –Andrés Vesalio-, 1543)
Circunstancias ambientales como la dieta o el ambiente durante la gestación y el desarrollo -ausencia o exceso de higiene desinfectante, contaminación atmosférica, entornos asépticos carentes de microbios comunes e inocuos (consecuencias de la hipótesis de la higiene, que impedirían el desarrollo de dolencias respiratorias o alergias, por ejemplo-, repercuten sobre la variedad y salud de nuestro microbioma.
Los antagonistas más fieles
Ahora sabemos que infinidad de colonias de microbios en piel, mucosas o distintos órganos garantizan procesos decisivos para la salud como la fortaleza del sistema inmunitario -las bacterias “buenas” se alían con nuestras células para mantener bajo control a las bacterias “malignas” sin necesidad de antibióticos, gracias al antagonismo microbiano-, la digestión, el descanso, los procesos cognitivos o la cicatrización de heridas, tanto internas como superficiales.
Dolencias cada vez más habituales como las manchas en la piel, la necrosis intestinal en recién nacidos (enterocolitis necrosante), la enfermedad inflamatoria intestinal (enfermedad de Crohn) o la vaginosis bacteriana, entre otras infecciones, han sido científicamente asociadas con la alteración radical de nuestro microbioma, a medida que la dieta, los entornos asépticos, las sustancias químicas de la higiene desinfectante más invasiva, o dietas ricas en alimentos procesados, inciden sobre el equilibrio de nuestros microbios.
Sin la relación simbiótica de las colonias de microorganismos benignos con el hospedador (nosotros), se multiplicarían nuestros problemas para digerir alimentos, producir vitaminas o protegernos de patógenos sin necesidad de recurrir a antibióticos.
Entendiendo el cuerpo humano en su conjunto (huéspedes incluidos)
Al acumular cada vez más datos sobre la importancia de las comunidades microbianas del tracto gastrointestinal y la vagina en la salud del ser humano, médicos y farmacéuticas reconocen que disciplinas como la medicina de familia, la pediatría o la obstetricia dependen cada vez más del estudio holístico o interdisciplinar de la salud humana: microbiota, microbioma, condiciones ambientales, alimentación, dieta, salud mental, etc.
Proliferan los ejemplos ilustrativos de esta nueva tendencia holística en medicina.
Un caso comentado y conocido por la opinión pública: la bacteroterapia fecal, a través de la cual se reestablece el equilibrio bacteriano en el tracto gastrointestinal de pacientes con enfermedades inflamatorias e infecciones de distinta gravedad, realizando un implante fecal procedente de un individuo saludable (por ejemplo, un familiar).
Alterar nuestro microbioma de manera radical -algo que sucede continuamente, pero que nos afecta con comportamientos desequilibrados a largo plazo, tales como una dieta y un estilo de vida inadecuados, así como el uso continuado de antibióticos- no sólo influiría sobre nuestra salud, sino sobre la de nuestros descendientes, según los últimos hallazgos en el campo de la epigenética (o factores no genéticos que influyen en la concepción y desarrollo de un ser humano).
Enmienda al determinismo genético
Así pues, nuestra salud no depende tanto de la genética como se esperaba. Para complicar más las cosas, la microbiota también estaría relacionada con el comportamiento de nuestros genes, que producirían proteínas de un modo u otro en función del estado de este “ecosistema andante” llamado ser humano, una auténtica simbiosis entre microbios y células propiamente humanas.
¿Cómo restablecer la salud de nuestro microbioma sin recurrir a implantes? Los estudios muestran cómo la exposición a ambientes saludables (entorno y alimentos) y un estilo de vida activo reestablecerían la flora, que se transforma continuamente, hasta el punto de reaccionar a la dieta en… 1 día.
Asimismo, hay evidencias sólidas para relacionar determinados alimentos con la regeneración y equilibrio de los microorganismos que queremos potenciar en nosotros.
El papel de los fermentos en la restauración de la microbiota
Entre ellos, destacan los alimentos compuestos precisamente por colonias vivas de estos microorganismos: los fermentos o probióticos.
Un estudio citado en Nature en diciembre de 2013 demuestra la rapidez con que un cambio en la dieta altera el microbioma estomacal.
A medida que se popularizan los alimentos que componen la base de la dieta occidental, rica en grasas saturadas, azúcares refinados, bebidas carbonatadas y alimentos procesados, el microbioma afronta riesgos y carencias cada vez más generales, ya que una dieta más homogénea implica desequilibrios similares en la flora bacteriana.
(Imagen: ilustración del influyente libro de anatomía De Humani Corporis Fabrica, de Andries van Wessel –Andrés Vesalio-, 1543)
Ya en agosto de 2010, antes por tanto de que el Proyecto Microbioma Humano completara el mapa genético de los 100 billones de microorganismos que residen en nosotros, The Economist citaba un estudio dietético realizado en niños, publicado en roceedings of the National Academy of Sciences.
Flora bacteriana y dieta occidental
El estudio, realizado por la universidad de Florencia, comparaba la flora bacteriana de 15 niños italianos -sometidos, por tanto, a los patrones de dieta occidental- con la flora estomacal de 14 niños sanos de un entorno rural en Burkina Faso: la flora de los niños africanos era más diversa y sana, mientras los niños italianos tenían tres veces más bacterias relacionadas con diarrea y otras dolencias.
Desde entonces, numerosos estudios han confirmado los temores de los investigadores de Florencia: un microbioma menos diverso permite a microbios malignos ocupar espacios que en un microbioma equilibrado serían protegidos por otras especies de bacteria.
Estudios más recientes han confirmado que los grupos humanos sometidos a patrones de dieta especializada y ajena a los canales de distribución global de alimentos (monocultivos, alimentos precocinados, grandes cantidades de azúcar refinado y sal), tienen un microbioma más diverso y resistente a enfermedades.
Hallados los humanos con una microbiota más diversa
Un grupo aislado y sin contacto con el exterior hasta 2008 del pueblo yanomami de la Amazonia venezolana cuenta con la constelación de microbios más diversa que la ciencia haya descubierto en humanos hasta el momento, explica Nature.
Entre los microbios presentes en los yanomami analizados, habría especies que prevendrían, por ejemplo, de padecer cálculos renales.
La microbiota media de los yanomami analizados contiene el doble de genes que la de un individuo sano en Occidente, además de superar también la diversidad de otros grupos indígenas de América del Sur y África.
El estudio de los individuos de este grupo ha detectado bacterias con genes que otorgan resistencia antibiótica, pese al aislamiento de la tribu. Se cree que la resistencia, presente de manera natural en bacterias del suelo durante millones de años, se habría integrado en su microbioma.
Según María Gloria Domínguez-Bello de la universidad de Nueva York y autora del estudio, “sabíamos que los microbios viviendo en los yanomami serían probablemente más diversos, pero nos sorprendió hasta qué punto es así”.
Entendiendo la relación entre fermentos y organismo
Pese a los avances, los científicos todavía desconocen los factores que componen y condicionan el microbioma de una persona y los cambios que en éste se producen, más allá de haber confirmado que alimentos, entorno y procesos químicos influyen sobre los microorganismos que residen en nosotros.
Los estudios sobre la microbiota de cazadores y recolectores actuales sugieren que los microbios que evolucionaron en simbiosis con el cuerpo humano eran más diversos antes del neolítico, cuando la domesticación de plantas y animales redujo dramáticamente el contacto con alimentos silvestres y microbios, un proceso de simplificación de la dieta y el entorno que culminó con la industrialización y los entornos urbanos actuales, cada vez más asépticos y carentes de biodiversidad.
Según la Organización Mundial de la Salud, los alimentos fermentados o probióticos, al contar con microorganismos benignos que permanecen activos en el intestino una vez ingeridos, benefician la salud del organismo.
Desde los primeros estudios en probióticos, realizados por el premio Nobel Élie Metchnikoff, se ha relacionado la microbiota con nuestro estado físico, pese a que apenas empiezan a confirmarse estas conexiones, más de un siglo después de los estudios de Metchnikoff sobre la flora estomacal.
Depresión, autismo y bacterias estomacales
Se ha asociado el consumo de alimentos fermentados con menos problemas estomacales, protección de la piel, refuerzo del sistema inmunitario, protección contra alergias y patógenos, o refuerzo del ADN para reducir el daño de los radicales libres.
Lo que en los últimos tiempos ha sorprendido a la comunidad científica es la interrelación entre genes, dieta, ambiente y estilo de vida. Por ejemplo, la relación entre el estómago y el cerebro es más estrecha de lo que cualquier estudio aislado de los dos órganos sugeriría, y la clave para entender esta relación se encuentra en la flora bacteriana.
(Imagen: ilustración del influyente libro de anatomía De Humani Corporis Fabrica, de Andries van Wessel –Andrés Vesalio-, 1543)
Nature exponía a finales de 2014 la relación entre flora bacteriana en el tracto estomacal y trastornos del comportamiento, desde la depresión al autismo, gracias al trabajo de microbiólogos como Sarkis Mazmanian, del Instituto Tecnológico de California en Pasadena.
¿Y si lo que comiéramos afectara a nuestro ánimo y capacidades?
Una vez se ha confirmado que bacterias intestinales concretas producen neurotransmisores, los alimentos probióticos recuperan el interés perdido en las últimas décadas entre la comunidad científica ante la falta de evidencia sobre algunas hipótesis.
Hasta ahora, los alimentos probióticos habían sido estudiados desde la perspectiva dietética, pero su influencia sobre nuestro microbioma va mucho más allá del estómago: lo que ahora interesa a los microbiólogos es conocer el potencial de determinados fermentos para mejorar el bienestar mental.
Un nuevo estudio publicado en abril de 2015 en Brain, Behavior, and Immunity, examina los efectos de los probióticos en el estado de ánimo de pacientes sanos.
Las conclusiones del estudio atraen, si cabe, más interés sobre el campo científico interdisciplinar situado en la intersección entre genética, biología molecular, microbiología y nutrición: la fórmula probiótica proporcionada (bacterias Lactobacillus helveticus R0052 y Bifidobacterium longum R0175) produjo efectos inhibidores de la ansiedad similares a los psicotrópicos entre los sujetos del estudio, cuya mente evitó con éxito pensamientos negativos.
Reconectando cuerpo, mente… y bacterias
A medida que se aclara la intrincada relación entre epigenética, genética, ambiente, estilo de vida, dieta y mente, adquieren mayor sentido las ideas metafísicas y filosóficas que relacionan bienestar a largo plazo y autorrealización con una “reconexión” o “rearmonización” entre lo físico y lo mental.
Friedrich Nietzsche afirmaba que el principal problema del individuo ilustrado era la desconexión producida en las sociedades modernas gregarias entre la mente y el cuerpo. Cuando ambas esferas del individuo se armonizaran -pensaba-, el ser humano exploraría su auténtico potencial.
Quizá Nietzsche no anduviera desencaminado, aunque no supiera que, más que hablar de reconexión entre cuerpo y mente, sea más sensato aventurar que la falta de sincronización entre nuestro cuerpo y conciencia se deba al empobrecimiento de los microbios que nos convierten en un ecosistema andante y superan en número a nuestras propias células en 10 a 1.
Si ellos están bien, nuestros órganos, sistema inmunitario y -ahora sabemos- cerebro rinden de un modo distinto. Quizá con el potencial que anhelamos.
Al fin y al cabo, somos un híbrido entre humanos y bacterias, más que un organismo-estanco.