Jóvenes y parados de larga duración no tienen por qué esperar a que algo que ellos no controlan cambie su borroso porvenir. Otra opción consiste en transitar desde un “pesimismo indefinido” hasta un “pesimismo definido“… con opciones de convertirse en optimismo.
Más que tratar de controlar la realidad aleatoria y la incertidumbre que nos genera, cabe la opción de apuntar en una dirección y marcar unos objetivos más o menos definidos, sin obsesionarse por los errores durante el camino ni por llegar a una supuesta meta que no equivaldrá a lo imaginado.
No son consejos de hechiceros ni de expertos en “coaching” y autoayuda (que bien podrían conformar el primer grupo), sino constataciones de la observación y trabajo de campo de expertos y estudiosos como el emprendedor e inversor Peter Thiel y el ensayista y “empirista escéptico” Nassim Taleb.
No hay recetas mágicas, pero sí estrategias para, al menos, evitar errores o enroques que equivalgan a un “fin de partida”.
Cuando Flint era más próspero que San Francisco
Incluso los países ricos con un mercado laboral más dinámico -los que destruyen y crean empleos con mayor facilidad-, se enfrentan a una opinión pública que sigue preocupada en la ausencia o precariedad del empleo, así como de la desigualdad.
(Imagen: las ciudades más ricas de Estados Unidos para jóvenes en los 80; la industrial Flint era más próspera que San Francisco)
El mundo laboral se ha transformado hasta el punto de que la ciudad industrial de Flint, Michigan, con abundancia de empleos cualificados del sector del automóvil hace medio siglo, ha pasado de tener mayor renta que San Francisco en 1980 (!), a convertirse, junto con Detroit o Cleveland, en uno de los símbolos del imparable declive industrial de la vieja industria.
La evolución inversamente proporcional de San Francisco y Flint sirve como parábola de la transformación del sistema productivo en Estados Unidos y, en menor extensión, de las economías de Europa Occidental, Japón y Corea del Sur: el valor productivo -y, con él la recompensa laboral- ha pasado, según una gráfica de The New York Times:
- de empleos de clase media eminentemente masculinos industriales (cuello azul) y de intermediación (cuello blanco) hasta los 80;
- a empleos mejor pagados en atención sanitaria (donde domina el empleo femenino), profesionales y técnicos con alta cualificación (marketing, computación) en la actualidad.
Se acaba el trabajo: un fenómeno estructural que analizamos como sorpresivo
Se puede describir esta evolución del mercado productivo y laboral siguiendo algunos ensayos que han seguido el fenómeno:
- Jeremy Rifkin expuso los motivos del declive del empleo industrial (mecanización, deslocalización, auge de los países emergentes, etc.) en El fin del trabajo;
- mientras autores como el economista Tyler Cowen han tratado de explicar el porqué del declive de las grandes industrias (su tesis es la falta de dinamismo e innovación real más allá de la industria informática, expuesta en El gran estancamiento);
- finalmente, las consecuencias del declive laboral y productivo simbolizado por los Flint del mundo y el auge de la producción en China y de la industria tecnológica de Silicon Valley como la otra cara de la moneda son tratadas en ensayos como Average is over (también Tyler Cowen).
Otros autores se centran en cómo superar la supuesta rigidez creativa y falta de oportunidades empresariales y laborales más allá de la industria tecnológica y los servicios de alto valor añadido, como trata de hacer el cofundador de Paypal e inversor de capital riesgo Peter Thiel en su ensayo Zero to One.
Consecuencias de un supuesto estancamiento (excepto en el sector tecnológico)
Expertos como Tyler Cowen y Peter Thiel creen que el único modo de crear suficientes empleos de calidad y remuneración pasa por mayor capacidad de riesgo de las nuevas generaciones, mayor autoempleo y nuevas ideas (capaces de crear o aprovechar riqueza, propulsando en ocasiones nuevos sectores y empleo cuantioso).
(Imagen: efectos la desaparición del empleo industrial y el auge de la economía del conocimiento)
Y, aun así, estos y otros autores reconocen lo que cualquier ciudadano informado habrá constatado con documentación y observación que aspiren a un cierto empirismo: en efecto, tal y como alerta el título del mencionado ensayo de Tyler Cowen Average is Over, las clases medias padecen esta transformación de décadas debido al supuesto “estancamiento” técnico con menos empleo y menor remuneración.
Peter Thiel expone cómo la clase media de Estados Unidos (sería extensible para buena parte de ésta en Europa Occidental y Japón) han capeado este frenazo industrial y tecnológico -que explicaría, por ejemplo, que cualquiera pudiera comprar hace unas décadas un billete para un vuelo supersónico intercontinental, impensable ahora- viviendo de las rentas, literalmente o en sentido figurado: a través de inversiones y plusvalías derivadas de, por ejemplo, transacciones inmobiliarias.
Cuando la clase media se queda sin puntos de referencia
Se acabó la medianía, expone crudamente Tyler Cowen. Y, en efecto, observamos cómo han cambiado industrias, estructura familiar (hogares más diversos y atomizados, mayor empleo femenino, menor empleo industrial masculino -el auténtico motor de la clase media aspirante hasta los 80-), empleos y roles sociales.
Este contexto, que se origina después de la crisis del petróleo de 1973 y de priorizar, una década después (ya en la era Reagan) una economía “desmaterializada” que hereda viejas infraestructuras y tecnología en lugar de inventar nuevas tecnologías y sectores (como sí se consigue en el sector tecnológico), explica lo que Derek Thompson llama en The Atlantic “El misterioso ascenso del hombre que no trabaja”.
Un título tan provocador como evocador, que juega con el supuesto amor propio herido de los trabajadores -sobre todo hombres- que engrosaban empleos manuales (construcción, etc.) e industriales (empleos de cuello azul), dolidos en su orgullo testosterónico, que padecen más que cualquier otro grupo la precariedad y falta de oportunidades.
El misterioso ascenso de “los que no trabajan”
El reciente artículo de Derek Thompson está concebido pensando en el mercado laboral estadounidense que, pese a la percepción de una opinión pública que no ha notado mejorías sustanciales en su día a día, muestra una solidez –menos registros de desempleados, pero estancamiento de los salarios- que ya querrían las economías del sur europeo.
Volviendo al “misterioso ascenso” de hombres en edad de trabajar, como titulaba The Atlantic uno de sus artículos, varias tendencias se han acrecentado por los países ricos en los últimos años debido a la Gran Recesión, pese a que el fenómeno se relaciona con una situación estructural que se remonta a décadas:
- el alza del desempleo de larga duración en los países ricos, que afecta sobre todo a adultos menor cualificados con experiencia en sectores manuales a la baja;
- y el intolerable nivel de desempleo juvenil, en cifras de doble dígito en la mayoría de los países desarrollados.
Neologismos (“grexit”, “pain in Spain”, etc.), desempleo y economía sumergida
No hay sorpresas entre los más afectados por ambos fenómenos:
- en Grecia, la proporción de desempleados que han estado sin trabajo durante al menos 12 meses se mantuvo por encima del 65% a mediados de 2014;
- en Irlanda, los desempleados de larga duración conformaban el 59% del total de personas en paro;
- Portugal: 56,1%;
- Italia: 56,4%;
- mientras en España se ha movido en torno al 50% de desempleados desde 2013.
Pese a algunas sorpresas (por ejemplo, el crecimiento en España para 2015 y 2016), no habrá mejoras radicales hasta que oferta y demanda laboral acerquen sus expectativas.
Según la OCDE, el desempleo caerá en 2015, aunque se mantendrá muy elevado, en Grecia (alrededor del 27%) y España (24%), con un nivel de paro en la zona euro descendiendo al 11,2% a finales de 2015 (desde un 11,6% a mediados de 2014).
(Imagen: aumentan los parados de larga duración -en este caso hombres estadounidenses en edad de trabajar-)
Las cifras de desempleo, especialmente preocupantes entre parados de larga duración y jóvenes, permanecerán también por encima del 10% en Italia, Portugal, Eslovaquia y Eslovenia, mientras son un problema mucho más relativo en el resto de economías de la OCDE… a excepción de los dos grupos de población mencionados.
Los lunes al sol
Derek Thompson escribe en The Atlantic: “En cada década desde los 70, la proporción de inactivos entre hombres de 25 a 54 años -el porcentaje de hombres que no trabajan ni buscan empleo- ha aumentado. Cada década no trabajar se convierte paulatinamente en parte de lo que hacemos todo el día”.
En Estados Unidos, los hombres en edad de trabajar que no lo hacen ni quieren hacerlo ha pasado desde menos del 6% en 1980 a cerca del 12% en la actualidad. Thompson aclara: “Como puedes ver, esto es un cambio estructural, más que un ajuste a corto plazo”.
Datos como el aportado por Thompson traspasan los posibles errores productivos y regulatorios de países como España, donde gobiernos heredan desde los 80 la responsabilidad de aplicar una reforma laboral que funcionara en momentos de crisis -no sólo en los de bonanza- y que nadie quería aplicar por el realismo que requería la reforma… y su asociada impopularidad.
Qué ocurre a largo plazo cuando nadie quiere realizar cambios impopulares
En España, la diferencia entre la crisis post-olímpica y la derivada de la Gran Recesión se centra en la distinta virulencia, pero el mercado laboral demostró en ambos casos un comportamiento similar (la hiperregulación y falta de flexibilidad en, por ejemplo, convenios laborales hicieron más fácil despedir a todos los trabajadores temporales que repartir entre todos las cargas del mal momento).
Comprobamos, más allá de endemismos a menudo relacionados con la impopularidad o incapacidad para realizar y mantener en el tiempo políticas educativas, formativas y laborales con suficiente calado, que se repiten fenómenos no deseados en los países ricos:
- comunidades antes prósperas (Flint, Detroit) son incapaces de reinventarse y destruyen clase media al no poder sustituir trabajos industriales reducidos a la mínima expresión o eliminados, mientras otras regiones atraen trabajadores e inversiones en los sectores actuales más dinámicos (Silicon Valley);
- los trabajadores que antes apuntalaban la fortaleza de la clase media (empleo industrial, históricamente masculino) son el principal grupo que contribuye al preocupante fenómeno -presente con distinta intensidad en toda la OCDE- del paro de larga duración.
Sobre la imposibilidad de adaptar el mundo a nuestros deseos
Ni siquiera el descenso de salarios y la reducción de trabajadores (la manera más rápida de lograr mayor competitividad, fenómeno especialmente importante en la incipiente recuperación económica española) podrán transformar a largo plazo una realidad: la industria y el mercado laboral se han transformado para siempre.
(Imagen: haga lo que haga la coyuntura, los hombres que no trabajan aumentan consistentemente)
El estancamiento tecnológico desde los 80, el auge de la producción industrial de los países emergentes y los efectos de la robotización y automatización no afectan únicamente a los empleos industriales tradicionales, sino también a los servicios: desde la producción y distribución de ocio y cultura a los empleos profesionales fácilmente sustituibles por un algoritmo (intermediación).
Sobre la incapacidad para observar grandes transformaciones
Históricamente, los ejecutivos han demostrado una miopía tan aguda para analizar correctamente riesgos para su negocio como el sector público para, a lo sumo, no empeorar la situación con regulaciones de distinto signo. Algunos ejemplos:
- DEC no confió en la informática personal pese a acumular toda la ventaja competitiva para liderar la nueva era de la información;
- el laboratorio Xerox PARC orientó decisivamente a Steve Jobs y Bill Gates, pero no sirvió a Xerox para competir con las jóvenes empresas que ambos crearon;
- en 1999, un informe de análisis de mercado de Blockbuster, entonces el mayor distribuidor de películas y videojuegos del mundo, afirmaba: “La preocupación de los inversores acerca de la amenaza de las nuevas tecnologías es exagerada”.
Una década y media después, Amazon, iTunes, Netflix y nuevos competidores han provocado el ocaso en Estados Unidos de la gran distribución de productos de cultura y ocio en Estados Unidos, desde Blockbuster a Borders (también de productos de electrónica, si tenemos en cuenta los problemas de Radioshack).
Trabajo público y capitalismo de amiguetes no son la solución
Otras empresas hace poco dominantes en sus respectivos sectores, batallan ahora por sobrevivir en mercados hipercompetitivos (de los que Peter Thiel aconseja rehuir en Zero to One, y buscar en cambio el dominio absoluto de un nuevo sector, tal y como han hecho Tesla Motors, Google o Facebook en los suyos).
En la telefonía móvil, por ejemplo, Nokia y RIM-Blackberry han sucumbido a la estrategia de Apple (haciendo de Apple) y Google (haciendo de Microsoft en sus buenos tiempos con Android).
(Imagen: la economía productiva se traslada a servicios y productos bajo demanda en los centros de las ciudades)
Con menor bonanza de las finanzas públicas para aspirar a empleos en la administración, históricamente importantes en la Europa continental, así como menos empleos industriales y en servicios susceptibles de ser automatizados, el reto de quienes no pueden esperar a que los cambios estructurales surtan su efecto a largo plazo (jóvenes y parados de larga duración) es acercar su formación y experiencia a los trabajos disponibles… o crear su propio empleo.
Economía P2P: inventiva para mejorar el rendimiento de lo que nos rodea
Expertos como Tyler Cowen creen que la respuesta creíble no es crear empleos seguros y bien remunerados para todos de la noche a la mañana, sino que muchos jóvenes explorarán nuevos estilos de vida que requieran menos dinero para autorrealizarse: Cowen (también Jeremy Rifkin en su último ensayo, The Zero Marginal Cost Society), apuestan por el ingenio para extraer partido de la economía colaborativa.
Los más críticos con el modelo que apuesta por emprendedores tecnológicos o trabajadores a tiempo parcial de servicios colaborativos como AirBnB o Uber, reiteran que no todos los desempleados quieren o están capacitados para ganarse la vida autoempleándose en un mercado global.
Tyler Cowen es más optimista. Otros, la mayoría relacionados con los casos de éxito del mundo tecnológico, como el articulado Marc Andreessen (creador del navegador de Internet moderno e inversor de capital riesgo), el mencionado Peter Thiel o su amigo y fundador de Tesla Elon Musk, confían en que el empuje de quienes aprovechen oportunidades que otros ni siquiera conciben contribuya a una mayor prosperidad para más gente…
Sobre generaciones perdidas
Pero, si algo ha demostrado Silicon Valley desde los años de la contracultura y el Homebrew Computer Club, es su capacidad para generar riqueza con pocos trabajadores y repartir la prosperidad creada en un ámbito local (generando, de paso, una legión de desplazados, a medida que aumenta el coste de vida en el epicentro de las empresas que dominan la sociedad de la información).
La combinación para evitar lo que analistas y artículos periodísticos llaman “la pérdida de una generación” (por no confundir esta generación perdida potencial con una Generación Perdida que, de hecho, se había encontrado con el éxito mundial: los escritores anglosajones en el París de los años 20, encabezados por Hemingway y Fitzgerald, pululando todos en torno a Gertrude Stein, Sylvia Beach y su librería Shakespeare & Co.), es en efecto más compleja que convertir a cada joven o parado de larga duración inactivos en emprendedor de éxito.
Hay distintas maneras de incentivar el autoempleo y de aflorar el elevado porcentaje de economía sumergida en países con paro elevado y mejoría económica:
- incentivos positivos: facilitando tanto la inscripción de la actividad como reduciendo las cuotas para autónomos jóvenes o anteriormente inactivos durante medio año o un año;
- incentivos negativos: mayor presión fiscal en todos los niveles, siempre atenta a la proporcionalidad de las faltas;
- facilitando la contratación de trabajadores para autónomos ya empleados y pequeñas empresas;
- explorando convenios de prácticas y experiencias de aprendizaje en otras zonas o países;
- etc.
Para transgredir hay que ser autosuficiente
Ninguna solución total, ninguna respuesta inequívoca. Sí, al menos, políticas que no confundan los problemas estructurales con teorías conspirativas para arañar votos o vender diarios (al fin y al cabo, como comenta el periodista griego Yannis Koutsomitis, “nadie puede escapar a la amarga verdad de que, para escapar de la austeridad, necesitas dinero de otra gente”).
Ni siquiera Siriza, Beppe Grillo, Podemos o sucedáneos. Ni mucho menos quienes abogan por rizar el rizo optando por una “independencia unilateral” manteniéndose en el marco de la Unión Europea.
Tanto cuando se trata de administraciones -supraestatales, estatales, regionales, locales, comunidades de propietarios-, como en empresas, familias e individuos, el único modo de garantizar la autosuficiencia y la autonomía de decisiones para poder planificar el futuro sin necesitar el beneplácito de terceros, consiste en reducir la dependencia: reduciendo la deuda (negociando mejores condiciones -si es posible, ya que no depende sólo de quien ha contraído compromisos-, repagando y gastando menos).
La alternativa consiste en pedir dinero, gastarlo y no repagarlo, con las consecuencias a largo plazo para la credibilidad crediticia, tal y como se observa en familias, empresas y administraciones (Argentina y Venezuela conocen las consecuencias de esta política, con rédito popular a corto plazo y consecuencias impredecibles a largo).
Una tienda de barrio con alcance global
Autónomos y pequeños empresarios lo tienen más fácil que nunca para llegar a un público amplio en todo el mundo, usando herramientas cuyo coste marginal -tal y como explica Jeremy Rifkin en su último ensayo- se aproxima rápidamente a cero:
- herramientas de fabricación y diseño;
- plataformas de autopromoción (bitácoras, redes sociales);
- plataformas de pago y distribución que no requieren inversión inicial (Paypal-eBay, Amazon);
- etc.
Cualquier taller de barrio con un producto diferenciado (por ejemplo, un producto artesanal) puede fidelizar, de este modo, una clientela local -clientes potenciales de proximidad que podrían entrar en la tienda- convive con una global -a través de recomendaciones en redes sociales y distribución en canales con alcance paneuropeo o mundial-.
Ganancias tangibles vendiendo intangibles
No todos los nuevos autoempleados con voluntad de vender su propio producto manejan un inventario físico, en átomos.
En una economía cuyos productos pierden presencia física (“desmaterialización” de los bienes de alto valor añadido) y ganan servicio (“softwarización” y atención especializada), hay productos y servicios que pueden elaborarse en un entorno doméstico o pequeña oficina y distribuirse por Internet a todo el mundo.
Prolifera, asimismo, un nuevo tipo de autónomo que combina un trabajo o especialidad con otro empleo, a menudo en el sector de la economía colaborativa. Abundan tanto los buenos resultados como experiencias no tan positivas; eso sí, la economía P2P (entre usuarios) extrae todo el potencial de bienes en posesión cuando el usuario no los emplea, aumentando su valor real.
(Imagen: la clase media es menos industrial y de cuello azul y más femenina -dedicada a la atención- o tecnológica)
La cultura “maker” o DIY, surgida de la contracultura, la revolución tecnológica de las últimas décadas y el bajo coste de herramientas para producir cualquier bien bajo demanda, está al alcance de cualquiera, pero la producción experta sigue requiriendo destreza y dedicación.
Explorar un camino propio (con conocimiento de causa)
Se necesitan más que ideas en innovación y empleo para combatir el “gran estancamiento”, dicen los críticos, que eviten la incierta deriva de millones de personas en busca de su primer empleo, o incapaces de retornar al mercado de trabajo después de un largo período.
David Brooks enumera en The New York Times los que cree él que serán los perfiles profesionales que mejor complementarán la creciente inteligencia mecanizada.
El objetivo, según Brooks y quienes no se resignan a que el futuro laboral se divida, de acuerdo con los cálculos de Tyler Cowen, entre un 15% de trabajadores autorrealizados con elevados salarios y un 85% de empleados y empleables en una situación mejorable, es situarse en la mejor posición posible para explorar una vocación profesional con potencial a largo plazo.
Estrategia “antifrágil” para atinar con la dirección
En efecto, inventar no es para todos, pero ello no exime a nadie de conocer lo mejor posible el contexto, las estrategias y las referencias de quienes están creando los productos y servicios que usaremos en los próximos años.
Lo que separa a la mayoría de pesimistas con el presente y el futuro (el grupo que Peter Thiel llama “pesimistas indefinidos” en su ensayo Zero to One) de los optimistas es la falta de planificación en el primer grupo, y la existencia de una estrategia en el segundo grupo.
El ensayista e investigador Nassim Nicholas Taleb llamaría a esta estrategia o propósito vital definido “antifrágil” (término que explora en el libro Antifragile: Things That Gain From Disorder).
Un estilo de vida “antifrágil” consistiría en aprender a beneficiarse del inevitable desorden de la realidad, en lugar de quedarse paralizado de pavor como un animal antes de ser atacado por un depredador.
En qué consiste una actitud “antifrágil”
La actitud “antifrágil” implica analizar las cosas cuando no salen según lo esperado -algo que ocurre a menudo-, aprendiendo de la experiencia para reforzar la estrategia personal a largo plazo.
Una existencia “antifrágil“:
- tiene reglas simples;
- construye capas de redundancia para evitar un único punto débil;
- no trata de suprimir la aleatoriedad de lo cotidiano;
- implica asegurarse de que se pone todo el esfuerzo en el objetivo marcado;
- abraza la experimentación y la cultura del riesgo;
- evita riesgos con potencial de “fin de partida” (de los que, perdiendo, se acaba todo);
- analiza datos, pero sin obsesionarse con ellos;
- mantiene las opciones abiertas;
- dedica su energía a evitar lo que no funciona, más que encontrar lo que funciona;
- respeta lo viejo que funciona (idea compatible con el “tao” o el flujo de las cosas).
Sobre la importancia de apreciarse a uno mismo
¿Por dónde empezar? No es fácil construir una vocación o una carrera a largo plazo sin tener al menos una dirección que tomar. Una vez sabemos hacia dónde apuntar, una estrategia “antifrágil” consistiría en no obsesionarse con lograr un destino exacto, sino centrarse en explorar la dirección con las máximas garantías.
En función de la experiencia acumulada y las oportunidades surgidas, se obtendrá uno u otro resultado, que somos incapaces de predecir (y con el cual no deberíamos obsesionarnos).
Psicología moderna y filosofía coinciden en la importancia de practicar la introspección (del modo que sea, siempre que tenga cierta consistencia) si lo que pretendemos es perseguir una carrera, una vocación, un propósito vital.
La responsabilidad más cercana sí está en nuestras manos
Quizá, sin obsesionarnos con permanecer permanentemente ante el ordenador o el teléfono, escuchándonos a nosotros mismos y trabajando con consistencia en una estrategia abierta, despejemos las incógnitas que nos sitúen ante el trabajo o la vocación que nos interese explorar a largo plazo.
Y aun así, lo cotidiano seguirá siendo aleatorio. Según el filósofo escéptico Michel de Montaigne, creador del ensayo como género literario, “a nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo no sea el motivo”.
Y también: “A quienes me preguntan la razón de mis viajes, les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco”.
Un consejo de Montaigne que Nassim Taleb catalogaría como “antifrágil”.