Demasiadas acusaciones caricaturizadoras a los ricos, al 1% (ver gráfico) supuestamente responsable de los problemas actuales, y demasiado poco debate sobre la ética y valores del conjunto.
Sería interesante conocer cuantos acérrimos defensores de las protestas del 99% pasarían, sin rechistar, a formar parte del selecto club plutocrático, si tuvieran oportunidad de hacerlo. Si pudiera obtenerse sin esfuerzo.
La disciplina y el trabajo duro ensalzados por Benjamin Franklin como filosofía de vida para alcanzar el bienestar material y la plenitud (él mismo, decimoquinto hijo de una familia humilde con diecisiete), no aparecen en las protestas ciudadanas contra las injusticias actuales. Los supuestos valores fundacionales de Estados Unidos están ausentes de los carteles de quienes protestan. Nadie reclama el derecho a trabajar duro para labrarse su propio futuro.
Demasiada crítica a los ricos y muy poco debate acerca de lo que uno puede hacer para mejorar su propia situación. En otras palabras, mucha crítica y poca autocrítica.
Cuando toda la frustración se centra en lo ajeno
Con este polémico axioma, aunque cada vez más respetado, arranca un artículo que critica constructivamente al movimiento Occupy Wall Street que ha logrado cierta repercusión en las redes sociales, amplificadoras de la protesta.
El artículo ha sido publicado por The New York Times y lo firma un economista. En este caso no es Paul Krugman, el sospechoso habitual dada la publicación, sino uno de sus contrapuntos ideológicos, el economista libertario Tyler Cowen.
Tyler Cowen, profesor de economía de la George Mason University y responsable del blog Marginal Revolution, escribe el artículo convencido de lo que dice, sin tratar de contentar a todo el mundo; quizá por ello, el artículo haya ganado repercusión.
¿Qué ocurrió con la disciplina y el trabajo duro?
En el artículo, titulado Whatever Happened to Discipline and Hard Work?, Cowen se pregunta cómo la atención en las injusticias más flagrantes del sistema capitalista está fagocitando valores que hicieron que, a diferencia de lo ocurrido en la Europa continental, donde la riqueza suscita sospechas históricas, que la percepción de la riqueza haya carecido de connotaciones negativas en la cultura estadounidense.
Ausencia de valores, disciplina y trabajo duro. El mismo diagnóstico que el veterano modisto y diseñador industrial inglés Paul Smith hace acerca del declive de los artesanos: si los mejores estudiantes de Estados Unidos se han decantado en los últimos años por las finanzas en lugar de por la economía productiva, “ser un picapedrero y tallar sólo tanta piedra como uno pueda abarcar con sus manos ya no es atractivo”, dice Smith.
El fin del sueño de la ascensión social
“Vale la pena recordar”, dice Tyler Cowen en The New York Times, “por qué tantos estadounidenses han respetado en primer lugar a los ricos”. Como el Reino Unido, donde los valores de la Ilustración parten históricamente de la sociedad civil y la filantropía privada, Estados Unidos “ha tenido siempre una cultura con un gran respeto a aquellos capaces de hacerse ricos desde orígenes humildes”.
Cowen entra entonces en el verdadero núcleo de la discusión: los ideales económicos de los conservadores y libertarios que creen que la disciplina y el trabajo duro conducen a las sociedades a la prosperidad; contrapuestos a las recetas económicas, proteccionistas y reguladoras, de la socialdemocracia histórica, que en lugar de destacar las ventajas de la meritocracia critica los vicios de la plutocracia -que los hay- y el “egoísmo de las elites”.
Ha quedado claro que, en unos mercados mundiales interconectados donde hay miedo para prestar dinero, los que más sufren son quienes se han expuesto más a la deuda. Y hasta ahora, los países que quieren mantener su credibilidad se han mantenido firmes en un mensaje: no importa lo que cueste, pero se pagarán lo que han pedido prestado.
Los más expuestos a la especulación son quienes pidieron por encima de sus posibilidades, y tanto la población como las administraciones de los países más vulnerables son corresponsables de haber vivido a crédito sin hacer cálculos realistas, guste o no reconocerlo.
El sueño de la prosperidad a través del trabajo duro
En su artículo, Cowen compara los ideales conservadores con los progresistas sin hacer juicios de valor. Recuerda primero el espíritu de superación de un país fundado dando facilidades a emprendedores: “[Estados Unidos] ha tenido una fuerte ética del trabajo y espíritu emprendedor y ha atraído a ambiciosos inmigrantes, muchos de los cuales fueron seducidos por la posibilidad de adquirir riqueza”.
Y la creación de riqueza, dice la teoría clásica económica, es la mejor política social posible, ya que más y mejores empresarios crean más puestos de trabajo y competitividad, con empresas compitiendo por el talento, lo que repercute sobre el aumento de los salarios y la productividad, etc.
“Por otra parte, el mejor método para luchar contra la pobreza consiste a menudo en evitar que luchar contra la pobreza sea la mayor prioridad. En su lugar, es mejor insistir en los logros y la búsqueda de la excelencia, como un héroe de una novela de Ayn Rand“. O estos siguen siendo, al menos, los ideales de muchos conservadores y libertarios, expone Tyler Cowen.
¿Puede alguien aplicar responsabilidad fiscal y avances en derechos sociales?
Pero los ideales igualitarios de la izquierda han sido decisivos “para introducir avances en derechos sociales y civiles, y en estas áreas los progresistas han hecho contribuciones mucho mayores que los conservadores”, reconoce Cowen, cuyos ideales libertarios se distinguen de los conservadores tradicionales en un mayor respeto por las libertades individuales (como la izquierda tradicional), manteniendo la responsabilidad fiscal.
“Sin embargo, la visión de la izquierda no ha sabido apreciar el poder -tanto real como de mitología útil- de la meritocrática y virtuosa producción de riqueza a través de los negocios”. Aquí, los economistas progresistas han optado más por la demagogia, dice Cowen, reiterando la avaricia del poder y alimentando la retórica que ha desembocado en el lema “We are the 99%”, señalando directamente al demoníaco “1%” de la sociedad.
Diferenciar el enriquecimiento merecido del poco ético
El economista libertario estadounidense reconoce que no se puede dar carta blanca a los más ricos, sobre todo a los que no tienen escrúpulos. Pero, a su juicio, hay gente sin escrúpulos en todos los ámbitos y no es lo mismo ganar mucho dinero vendiendo legítimamente mejores productos que la competencia que haciéndolo con la manipulación del mercado, “como ha hecho el enormemente subsidiado sector agroalimentario”, recuerda Cowen.
Michael Pollan desentraña en The Omnivore’s Dilemma la implacable presencia del maíz en la sociedad estadounidense debido a estas manipulaciones.
Los buenos o ganadores no son ni los economistas de derechas ni los de izquierdas, expone Cowen en The New York Times. Asimismo, los ricos no tienen la culpa de todo, ni todos ellos han adquirido su riqueza especulando o con ayudas torticeras de mercados torpemente regulados para favorecer a los amigos.
Apelando a la responsabilidad individual
“La pregunta relevante, en mi opinión, no es cuánto dinero has ganado, sino cómo lo has ganado”, sentencia Tyler Cowen. Para confundir las cosas todavía más, recuerda que el partido republicano estadounidense apoyó rescates corporativos “más allá de lo necesario” para estabilizar la economía y, al hacerlo, “ha enturbiado la diferencia entre el capitalismo productivo y el depredador”.
No sólo eso, sino que la idea de que una mayor responsabilidad fiscal de las administraciones puede extender unos valores de frugalidad y responsabilidad en las finanzas personales está por ver, dice el economista.
Prueba de ello es que los Estados marcadamente más conservadores de Estados Unidos cuentan con poblaciones con niveles más elevados de divorcio y fracaso escolar. La disciplina y el trabajo duro promovidos por Benjamin Franklin a través de su célebre personaje de almanaque, el Pobre Richard, están ausentes donde teóricamente podrían haber florecido.
Cómo devolver a la vida al Pobre Richard
El Pobre Richard (que inspiró una entrada de este blog), el yo inventor y emprendedor de Benjamin Franklin, parece muerto y enterrado.
El trabajo duro, la disciplina, perseverancia y otros valores con una fuerte presencia entre los padres fundadores estadounidenses, no están presentes entre las clases dirigentes actuales, que creen que una menor protección social de los más desfavorecidos promoverán la responsabilidad individual. “Quizá no será así”, dice Cowen.
“En el futuro, las quejas sobre la diferencia de renta aumentarán y tanto conservadores como libertarios no tendrán todas las respuestas”.
El retorno del trabajo duro
Una mayor diferencia en los salarios aumentará el atractivo de la moral tradicional -disciplina, trabajo duro-, porque refuerza las posibilidades de avanzar económicamente. Cuando el Estado no llega, caben distintas actitudes, entre ellas el victimismo o su contrario, el espíritu emprendedor.
A medida que aumenta la incertidumbre, lo hace la sobriedad del discurso que atrae a amplias capas de la población: recuperar los valores del Pobre Richard (disciplina, trabajo duro, etc.), endeudarse lo mínimo posible y tratar de ganarse el mejor porvernir posible perseverando en unas metas definidas previamente.
Historias de la deuda
La serie de reportajes novelados que el periodista económico Michael Lewis ha publicado en la versión estadounidense de Vanity Fair evita lo políticamente correcto y explica por qué la prosa de Lewis ha sido loada por, entre otros, por Tom Wolfe, uno de los padres del Nuevo Periodismo.
Por su perfil, edad, independencia económica y ausencia de cortapisas ideológico, la dirección de Vanity Fair sabía que Lewis era el periodista adecuado para narrar la que se ha vendido como crisis de liquidez y de administración de la deuda soberana en los países periféricos de la Unión Europea y, también, en Estados norteamericanos como California.
Porque, a diferencia de otros insignes periodistas económicos, Lewis no está claramente en la onda de nadie y no se casa ni con los postulados keynesianos de Joseph E. Stiglitz o Jeffrey D. Sachs, ni con el conservadurismo libertario del citado Tyler Cowen.
Historias sobre la deuda de un periodista con criterio
Su especialización en temas económicos surge de su propia experiencia como vendedor de bonos para Salomon Brothers durante su juventud, tras acudir a la Isidore Newman School, acto seguido a Princeton y, finalmente, hacer un máster en la London School of Economics.
Lewis no sólo “entiende” la jerga del enmarañado mundo financiero o sabe a qué puerta tocar, sino que formó parte de un sector que abandonó para contribuir, en calidad de periodista económico de altos vuelos, a su control público.
Una de las ventajas de tener criterio propio y una cierta tendencia al exhibicionismo a lo “enfant terrible”, tan necesarios en el periodismo novelado, además de una carrera coherente y no unir la nómina a la línea editorial de un medio concreto. Rara avis.
Objetivo, evitar la epidemia de la demagogia
Para elaborar sus reportajes sobre la deuda soberana, Lewis ha viajado hasta ahora a lugares como Irlanda (When Irish Eyes Are Crying), Alemania (el contrapunto europeo de la crisis; su artículo más flojo y polémico de la serie, sobre el que Felix Salmon dice que habla obsesivamente de heces y fascistas; estoy de acuerdo) en It’s the Economy, Dummkopf!, Grecia y California. Pero el periodista no se ha conformado con realizar un viaje a lo corresponsal, similar al de un diplomático: llegar, hacerse la foto y soltar la parrafada escrita de antemano.
Lewis se vacuna contra el mal que afecta a tantos periodistas estrella, la tendencia a la caricaturización, informándose sobre el lugar y se deja seducir por la cultura local, no sólo hablando con profesionales de distinto perfil o tomando apuntes de toda la experiencia -sea usando el transporte público o comiendo en el restaurante de turno-, sino que se embebe de lo publicado en la prensa local con alguien del lugar que le ayuda a separar el grano de la paja.
Finalmente, su experiencia y la popularidad de la publicación que le ha encargado el trabajo le permite tocar a puertas al más alto nivel: altos funcionarios de ministerios, funcionarios de Bruselas, personas cercanas a primeros ministros y gobernantes, tanto de administraciones actuales como pasadas.
La realidad es más compleja que la caricatura
Leer la serie de reportajes de Michael Lewis en Vanity Fair expone al lector ante una realidad más compleja y parcial que la explicada en la prensa de cada uno de los países; o que el efectista y demonizador punto de vista de los en muchos aspectos impecables trabajos Inside Job (documental) y Margin Call (película).
Como el también periodista económico Ezra Klein recordaba hace algún tiempo, la realidad es más compleja y parte de lo ocurrido desde 2008 se debe a la ausencia de herramientas que permitieran conocer a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo.
Porque, viendo Inside Job, uno tiene la sensación de que un puñado de poderosos mafiosos se hundieron en su propia codicia, disparándose en el pie. La realidad es más compleja y también hubo -sigue habiendo- gente decente tratando de arreglar situaciones a menudo sin la información adecuada.
La falacia del “futuro sin riesgos”
En otras palabras: el mundo financiero es tan complejo y está tan interconectado que ni los antídotos más intervencionistas atarían nunca todos los cabos y asegurarían un futuro sin riesgos.
Caricaturizar la realidad buscando chivos expiatorios o creyendo que la solución a todos los males es “hacer pagar la crisis a quienes la crearon”, como escuchamos en ocasiones, sólo aumenta la demagogia y el populismo.
Los reportajes de Michael Lewis se asoman con algo más de acierto a las aristas de la realidad. Durante su visita a Grecia, explica que el visitante puede usar todo tipo de servicios pagando por ellos a personas que no revierten ningún tipo de impuesto de valor añadido por el servicio prestado.
Cuando la empatía con el pueblo griego tiene que ser bidireccional
Un país donde la mayoría de la población critica a sus políticos, a Europa y a la austeridad exigente de Angela Merkel, pero en cambio se olvida de sus propias ineficiencias: trenes que no llegan a tiempo con funcionarios con nóminas anuales de 65.000 euros; empresarios y autónomos que nunca han pagado impuestos; maestros en huelga permanente pese a que el sistema educativo griego, uno de los peores de la UE según el informe PISA, aunque la educación pública griega use 4 veces más maestros por alumno que la finlandesa.
Finlandia, con menos maestros por alumno, encabeza los resultados del informe PISA sobre la calidad de la educación en los países de la OCDE. Pero datos similares a este, como tantos otros, no aparecen no ya recurrentemente en la prensa de los países periféricos del euro. No lo hacen nunca. En cambio, sí se dedica abundante literatura a “la crisis provocada por quienes nos intentan sacar de ella”.
Apoyar, sin saberlo, a quienes promueven las mayores ineficiencias
Los más afectados por la crisis de deuda y las políticas de austeridad por las dificultades de financiación de los individuos, empresas, administraciones y países que gastaron consistentemente más de lo que ingresaban son los que quedan fuera de mercados laborales rígidos que protegen a los veteranos y expelen a las primeras de cambio a los asalariados temporales. España es el ejemplo, donde sufren los habituales: jóvenes, mujeres, parados de larga duración, adultos sin formación, inmigrantes.
La tentación de los marginados por ineficiencias que, en esencia, no tienen nada que ver con “los mercados” es, por supuesto, criticar al Gran Demonio de la especulación, etc. El foco es apartado, desde sindicatos y partidos de izquierda, de las rigideces e ineficiencias.
Al fin y al cabo, dicen, no se puede arreglar una crisis con más precariedad, sino aumentando la confianza y el poder adquisitivo de los trabajadores, para que consuman y, por ende, reactiven la economía. El huevo o la gallina. O diálogo de besugos. O tantas otras frases hechas que servirían para esta situación, que pronto alcanzará el surrealismo del camarote de los Hermanos Marx.
El victimismo es penalizado en las urnas
La opinión pública europea, incluso la más indolente, empieza a mostrar un hartazgo ante tanto discurso victimista. La autocrítica gana crédito e incluso cosecha buenos resultados electorales.
Pero no sólo opiniones públicas de los países llamados PIIGS (término despectivo usado sobre todo por expertos de países que adolecen de los mismos problemas estructurales que los “cerditos” y cuya una ventaja competitiva con respecto a éstos es estar fuera de la zona euro, como Gran Bretaña; de ahí que a veces se incluya una “G” más, PIIGGS) han caído en la tentación de criticar a “los mercados” y las elites mundiales (el famoso “1%”) de todos sus males particulares.
Los países anglosajones, cuna de las recetas económicas y sociológicas de las escuelas clásicas surgidas durante la Ilustración (Adam Smith puro y duro, con sus hijos de la escuela de Austria, tales como Von Mises y Hayek), se enfrentan a una opinión pública donde cala el mismo discurso victimista.
La culpa de todo, según el argumento victimista más extendido, es del Gran Demonio, ese 1% de acapara cada vez más riqueza (un fenómeno, por otro lado, objetivo). De ahí el insistente “We are the 99%”.
Obsesión por dos porcentajes: (angelical/oprimido) 99% y (demoníaco) 1%
Visto desde España, uno lee sobre las protestas con una sensación manifiesta de dejà vu: ocupación de espacios públicos, degradación paulatina de los animados debates a los inicios de cada protesta, desocupación, confrontación con la policía y amplificación de cualquier injusticia cometida por la autoridad.
Entre amplias capas de la población, no ya de los países periféricos del euro, sino de Estados Unidos, sólo cabe señalar a los ricos, a ese “1%” caricaturizado con achaques cada vez más populistas y que se asemejan cada vez más a la situación derivada de la crisis bursátil del 29 y la inflación galopante que padecieron países como Alemania.
En este discurso victimista no hay mención al exceso de deuda, pública y privada, adquirida por los países. Y, cuando se menciona al excesivo riesgo afrontado por muchas administraciones, empresas e individuos, ello se achaca exclusivamente a la política comercial de los bancos, cuyos ejecutivos promocionaron durante años los productos que les reportaban mayores incentivos: préstamos e hipotecas.
Discurso repetitivo: hablar sobre la incompetencia de las elites
También en Estados Unidos y el Reino Unido, el ciudadano de a pie o, al menos, el que simpatiza de un modo más abierto con la protesta OWS, evita cualquier ápice de autocrítica. La culpa es del 1%, del sistema financiero, de la incompetencia de las elites (políticas, económicas, etc., a las que se acusa de endogámicas e interconectadas).
El mejor contrapunto tras la lectura de carteles en alguna acción del movimiento 15M español o el movimiento Occupy Wall Street, son los artículos de Michael Lewis sobre la deuda europea y estadounidense. En esos reportajes, hay buenos entre los malos, y malos entre los buenos. El mundo es más complejo que la caricatura.
Pongamos el reportaje California and Bust, sobre la bancarrota de este Estado y su incapacidad para realizar cualquier reforma de calado debido a que, precisamente, la “mayor democracia” o “democracia más real” que demandan los movimientos 15M y OWS, se traduce en California en que cualquier decisión polémica es, simple y llanamente, bloqueada por uno u otro grupo de población. Siempre hay suficiente gente en contra para bloquear las proposiciones de ley que el ciudadano puede votar.
Gobernar preguntando más al ciudadano: el fiasco de California
Gobernar a golpe de proposición de ley, referéndums y ocurrencias, más que mejorar la situación de un país, puede convertir a lugares tan prósperos como California, el Estado más poblado y rico de Estados Unidos -cuya economía sería tan grande como la italiana si fuera un país independiente-, en un lugar con una administración incapaz de implantar reformas de calado.
En california, expone Lewis en su reportaje, los funcionarios locales se han olvidado a menudo de que eran bomberos o policías, aprovechando el carácter esencial del servicio que prestan para, literalmente, chantajear a los consistorios por un constante aumento de sueldo.
Corporativismo y chanchullos vs. sindicalismo legítimo
A eso se le llama corporativismo, y se debería definir una línea -ahora inexistente- entre defensa de los derechos laborales y chantaje a la población.
Consecuencia de esta actitud de los bomberos, policías y funcionarios de ayuntamiento de importantes consistorios californianos: bomberos que no apagan fuegos cuyos operarios tienen una nómina anual de casi 500.000 dólares (léase medio-millón-de-dólares), policías que se dedican a amenazar con abandonar una zona en lugar de perseguir a los malos, ayuntamientos como el de Vallejo han entrado sencillamente en bancarrota.
Historia de un bombero que quería ser bombero
Pero, al final del su reportaje California and Bust, Michael Lewis elige destacar un caso para la esperanza: el de un bombero que declara que quiere ser eso, bombero, y no dedicarse a batallar en los despachos por una constante subida salarial.
El bombero que quiere ser bombero parece surgido de otra época, al exponer que cambió su destino en California para poder desempeñar su labor en una población donde hubiera más incendios y su trabajo tuviera más repercusión sobre la población. Al fin y al cabo, esos deberían ser los ideales de todo bombero.
Ocurre que, en la California actual (¿es sólo California?), los bomberos que se limitan a desempeñar su trabajo y a ser razonables en sus negociaciones salariales son una minoría.
La historia de la deuda en Europa y Estados Unidos es la de una población que sacrificó sus intereses a largo plazo por premios y riqueza material a corto plazo. Ahora, cuando las consecuencias de este comportamiento colectivo muestran sus peores consecuencias, es cuando los ciudadanos, independientemente de nuestra situación e influencia sobre nuestro entorno, mostramos nuestra perplejidad.
No parecen ser tiempos de pancartas.
La solución a un comportamiento que sacrifica el interés del largo plazo por las mieles de vivir a crédito no gusta tanto, por su ausencia de dulzura. Consiste en hacer sacrificios y pagar lo que se debe.
En el ámbito individual, la solución a quizá siempre haya estado presente. Sería algo parecido a tener una filosofía de vida coherente, a medio camino entre el eudemonismo, estoicismo y pensamiento zen.
Las tres escuelas creen que es posible alcanzar la plenitud a través de lo que llaman virtud (equilibrio entre razón, necesidad fisiológica y necesidad social). Tener valores, ser razonable y apreciar lo que uno tiene, en lugar de buscar una carrera de recompensas obtenidas sin esfuerzo.
Filosofía de vida
En el mundo de los emprendedores, consistiría en saber mezclar [Aristóteles + Séneca + Gandhi] con un espíritu para los negocios de [Steve Jobs + Yvon Chouinard].
La Europa mediterránea haría bien en desempolvar las obras de sus filósofos, aprendiendo de la interpretación que de ellos hizo la más pragmática Europa protestante durante la Ilustración.