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Ben Franklin: la vigencia de los consejos del Pobre Richard

En momentos en que flaquean los ejemplos de entereza y los mensajes positivos, capaces de explicar que más gasto no significa felicidad y frugalidad puede significar mayor bienestar, varias publicaciones desempolvan autobiografías, libros de filosofía y consejos de hace lustros, siglos o milenios.

Los mensajes no sólo tienen vigencia, sino que parecen escritos para la situación actual. Como la obra de Benjamin Franklin.

Los personajes que abrieron camino

Gracias a la confluencia de varios acontecimientos y mejoras en la vida diaria de las nuevas clases medias y urbanas, la Ilustración generó una inabarcable generación de científicos, filósofos, escritores, pintores, hombres de Estado, o personalidades que tuvieron un poco de cada uno de estos perfiles.

Muchos de ellos fueron más renacentistas que los propios renacentistas. Escribieron los libros y normas que tenemos (y que hay que actualizar, conservando la esencia), crearon inventos que aceleraron la Revolución Industrial, y sirvieron de arquetipos humanos para las generaciones venideras.

Los “americanos” que rivalizaron con Adam Smith y David Hume

En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando los actuales Estados Unidos se circunscribían a la Costa Este de Norteamérica y formaban parte del Imperio Inglés bajo el nombre de las Trece Colonias, varios de sus ciudadanos, educados lejos de la metrópolis, rivalizaron con los hombres ilustrados del Viejo Mundo, desde la hornada de excelencia que irradiaba de Escocia a los filósofos, políticos y escritores que prepararon a Francia para su posterior Revolución.

Un hombre humilde, un “americano” (como se conocía a los ciudadanos británicos nacidos en las Trece Colonias), conoció a todas las mentes privilegiadas de este crucial momento de la historia, cuando las nuevas clases educadas inspiraron la Constitución de Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, acontecimientos interrelacionados.

La nada privilegiada infancia de un personaje influyente

Era el decimoquinto de una familia con 17 hijos, 13 de los cuales hermanos de padre y madre, además de 4 hermanastros. Era último hijo varón en una familia humilde de Milk Street, Boston. Las carencias de la infancia le provocaron una neumonía crónica que le acompañaría toda la vida y, por estrecheces familiares, abandonó la escuela al acabar la enseñanza primaria de la época a los 10 años.

El muchacho pasó entonces por los oficios de marino, carpintero, albañil y tornero, hasta recalar a los 12 años en la imprenta de uno de sus hermanos mayores, James, donde se publicaba el primer periódico independiente de las colonias británicas, el New England Courant

Pese a la falta de apoyo económico ni mentores de altura, aprovechó las oportunidades y, pocos años después, escribía y dirigía su propio almanaque, el influyente Poor Richard’s Almanack.

Todavía joven, acabaría convirtiéndose en emisario político en Europa, inventor, exitoso hombre de negocios, político, periodista y escritor, así como científico y filósofo, en un momento en que la ciencia y la filosofía iban todavía de la mano, como había ocurrido en la Antigüedad.

Sería respetado por sus coetáneos e influiría decisivamente sobre la redacción de la Constitución de Estados Unidos, el texto jurídico más influyente, citado e imitado desde entonces.

El Almanaque del Pobre Richard

Además, el muchacho, decimoquinto hijo de una familia humilde, escribió en 1758 un libreto que compilaba los consejos para sus conciudadanos aparecidos en los 25 años de publicación de Poor Richard’s Almanac. Bajo el título de Father Abraham’s Sermon o The Way to Wealth, se convirtió en el libro más popular de la Norteamérica colonial.

Su autobiografía, que empezó a escribir en 1771, a los 65 años, fue loada por coetáneos como Voltaire o el marqués de Lafayette.

Todavía repetimos frases hechas de Franklin

El personaje que nos ocupa murió en 1790, a los 84 años de edad. Declaró repetidamente detestar la procastinación, y muchos de los consejos prácticos recogidos en sus artículos en el Almanaque del pobre Richard, el libro The Way to Wealth y su autobiografía han sido repetidos desde entonces por emprendedores, consejeros políticos y empresariales.

Pese a su influencia sobre las élites de Estados Unidos, Francia y el resto del mundo desde su época coetánea, Benjamin Franklin declaró sentirse siempre el decimoquinto hijo varón de una familia puritana de la bostoniana Milk Street, quizá uno de los motivos por los que el refranero y las frases hechas en inglés de Estados Unidos siguen estando monopolizadas por lo que él escribió.

Virtudes que cuestan trabajo

En su autobiografía, Franklin desveló los consejos que, según él, le habían ayudado a conseguir las metas que se había propuesto. Los resumió en “13 virtudes”, la mayoría de las cuales siguen vigentes y han sido recuperadas como ejemplos de vida sencilla, frugalidad y minimalismo:

  • Templanza: no comas hasta el hastío, nunca bebas hasta la exaltación.
  • Silencio: habla sólo lo que pueda beneficiar a otros o a ti mismo, evita las conversaciones insignificantes.
  • Orden: que todas tus cosas tengan su sitio, que todos tus asuntos tengan su momento.
  • Determinación: resuélvete a realizar lo que deberías hacer, realiza sin fallas lo que resolviste.
  • Frugalidad: sólo gasta en lo que traiga un bien para otros o para ti (no desperdiciar nada).
  • Diligencia: no pierdas tiempo, ocúpate siempre en algo útil, corta todas las acciones innecesarias.
  • Sinceridad: no uses engaños que puedan lastimar, piensa inocente y justamente, y, si hablas, habla en concordancia.
  • Justicia: no lastimes a nadie con injurias u omitiendo entregar los beneficios que son tu deber.
  • Moderación: evita los extremos; abstente de injurias por resentimiento tanto como creas que las merecen.
  • Limpieza: no toleres la falta de limpieza en el cuerpo, vestido o habitación.
  • Tranquilidad: no te molestes por nimiedades o por accidentes comunes o inevitables.
  • Castidad: frecuenta raramente el placer sexual, sólo hazlo por salud o descendencia, nunca por hastío, debilidad o para injuriar la paz o reputación propia o de otra persona.
  • Humildad: imita a Jesús y a Sócrates.

El eco de Marco Aurelio, Séneca y los otros grandes estoicos está presente en toda la autobiografía de Franklin, pero también en los consejos de almanaque (y, por tanto, dedicados a las clases populares, desconocedoras de corrientes filosóficas).

Frugalidad

La frugalidad, el trabajo duro, la moderación y no vivir por encima de las posibilidades de uno son algunos de los consejos que Franklin tomó de los grandes filósofos, pero también de lo que había visto en su casa y experimentado él mismo. Ganarse la vida desde los 10 años le había enseñado a valorar el fruto del esfuerzo.

Los consejos puestos por Benjamin Franklin en boca del Pobre Richard (a través del almanaque con el mismo nombre) son sorprendentemente adecuados para la actualidad, cuando, una vez hechas las cuentas, se ha comprobado que muchas familias, empresas y gobiernos (locales, regionales, estatales) de Norteamérica y Europa han vivido por encima de sus posibilidades de gasto.

Más dinero no equivale a mayor bienestar

Es posible mantener -algunos dicen incrementar- nuestra calidad de vida con menos dinero, aplicando lecciones de frugalidad y control del gasto que aparecen en un almanaque del siglo XVIII, publicado por un entonces desconocido “americano”, el decimoquinto hijo de una familia puritana de Milk Street, un tal Benjamin Franklin.

Con franqueza, no sólo Wall Street olvidó los consejos de Franklin y muchos de sus coetáneos (los aparecidos en el almanaque, las 13 virtudes de su autobiografía, y el compendio El camino a la riqueza). Existe una corresponsabilidad.

Los cínicos recordarán que tanto Franklin como Jefferson, además de otras grandes personalidades de la Ilustración, tuvieron hijos ilegítimos y predicaron más que aplicaron a su propia vida. Con sus faltas e incongruencias, el trabajo de Franklin, o el de los redactores de la Constitución de Estados Unidos, tuvieron la virtud de influir entre el público de la plaza y las tabernas, y no sólo en la tribuna de las clases dirigentes.

Trabajar duro

El mensaje de Franklin, un niño de familia numerosa con mala salud, mediana estatura y algo rechoncho en sus años adultos: el éxito personal está al alcance de cualquiera dispuesto a trabajar lo suficientemente duro para obtenerlo. En este punto, no tuvo detractores, al haber dejado constancia escrita de su propia vida.

No es de extrañar, por tanto, que artículos que ofrecen consejos consistentes sobre cómo sacar ventaja de nuestras rutinas cotidianas, o qué sencillos trucos de ahorro mejorarán nuestras finanzas personales.

Volver a creer en el esfuerzo (tras la orgía de crédito fácil)

Interesan, de repente, los artículos sobre cómo organizar mejor nuestro día y avanzar en nuestros quehaceres, cómo poner en funcionamiento rutinas o de qué manera sacaremos el máximo partido a cada situación. Las recetas más creíbles -no por casualidad, son las que requieren mayor esfuerzo y consistencia- conducen a menudo a la disciplina y los clásicos.

Qué aburrimiento, dicen unos. Qué tortura, dicen otros. Siempre hay quienes ofrecen supuestas recetas mágicas, como ganarse la vida sin esfuerzo (¿para retirarse a una isla desierta o comprarse un superdeportivo?), tumbado a la bartola; o alcanzar la felicidad física y espiritual rápidamente, sin necesidad de esfuerzo ni tedioso aprendizaje.

Este autor estadounidense con recetas mágicas, Timothy Ferriss, ha conectado con una audiencia que cree que hay un atajo para la excelencia. Los mensajes de Séneca, Marco Aurelio, Benjamin Franklin y otros tantos autores no prometen la luna y tienen mucha más consistencia. Allá cada cual.

Fijarse en los ejemplos de excelencia a partir del esfuerzo

Los consejos de personajes influyentes del pasado siguen vigentes entroncan con culturas del esfuerzo que han dado resultados encomiables. Muchos mecanismos de excelencia en campos como el deporte suscribirían buena parte de los consejos de Benjamin Franklin.

Para que la perseverancia nos acerque a nuestras metas, primero deben existir los objetivos. Sin proyecto vital consistente y extendido en el tiempo, el esfuerzo será temporal, hasta que “vuelvan los buenos tiempos” (si, por buenos tiempos, entendemos crédito fácil, consumo indolente y vivir por encima de nuestras posibilidades).

Del mismo modo, sin plan a largo plazo, la frugalidad apenas puede servir para aplacar la deuda personal, familiar o de una comunidad (de vecinos, o de un pueblo, o de un país, o de la UE), con el riesgo de ahogarla por inanición. Con un plan conciso y extendido en el tiempo, en cambio, la frugalidad puede generar auténtica riqueza.

Frugalidad y riqueza

Autores como Thomas J. Stanley aseguran, siguiendo preceptos de los que ya hablaba Benjamin Franklin, que la austeridad es el principal mecanismo de una auténtica riqueza material.

Lo que popularmente relacionamos con “muestras de riqueza” (consumo desaforado, productos de lujo, coches caros) no se ajusta, explica Stanley, a la realidad.

Los más bienestantes proceden de familias donde se ha practicado el ahorro y estudios detallados demuestran que esa sigue siendo la tónica entre quienes crean la riqueza. ¿Será porque muchas de estas personas se limitan a trabajar duro, sin obsesionarse por el consumo impulsivo?

Nuestra visita a Richard Heinberg (Post Carbon Institute)

El profesor Richard Heinberg, miembro del Post Carbon Institute y autor del recientemente publicado The End of Growth, explica a *faircompanies (vídeo), que ni expertos y ni opinión pública relacionan la inestabilidad imperante con su auténtico desencadenante: cada vez es más caro extraer las materias primas que, durante décadas, impulsaron un desarrollo y crecimiento sin precedentes.

Heinberg recuerda que es posible vivir, convivir, tener un proyecto de vida inspirador y ser feliz en una economía que no crezca. En las últimas décadas, hemos abandonado actividades placenteras (cultivar un jardín comestible, dedicar tiempo al cultivo interior o a proyectos personales, etc.), porque, para comprar productos de estatus más allá de la necesidad, lo que paradójicamente añadía más presión económica y restaban tranquilidad y tiempo para su disfrute.

Tener un coche más grande o productos más sofisticados, o renovados con mayor frecuencia, no nos ha hecho más felices en las últimas décadas. Heinberg y otros autores aconsejan que usemos energías finitas tan concentradas como el petróleo en aplicaciones que sí han mejorado nuestra vida (medicina y tecnología, por ejemplo), mientras, paralelamente, vamos recuperando nuestra autonomía energética y alimentaria.

El autor de The End of Growth no cree que todos debamos convertirnos en agricultores, ni que sea factible pasar de la sociedad actual a una sociedad rural como la imaginada por Thomas Jefferson, ni ello sería positivo.

La vuelta del cultivo de los valores

En la sociedad del conocimiento, hiperconectada e hipersensible (hipocondríaca, en cuestiones financieras), es fácil transmitir conocimientos esenciales para convertir aficiones cotidianas en métodos para aumentar nuestra autosuficiencia: ejercitarnos, cultivar y recolectar alimentos y energía, cultivar nuestro espíritu, aclarar nuestra filosofía de vida.

Las palabras de Heinberg suenan también a Franklin y, a su vez, el discurso de este último suena al sentido común de los clásicos.

Nos recuerdan que, para ser feliz, no hace falta consumir desaforadamente ni convertirse sin siquiera ser consciente de ello en defensor acérrimo de lo que el profesor de filosofía William B. Irvine, autor de A Guide to the Good Life: The Ancent Art of Stoic Joy, llama “hedonismo inconsciente” (ser hedonista sin siquiera saberlo, en contraposición al “hedonismo ilustrado”, o el practicado por quienes son conscientes de ello).