Década de 1490. Un estudiante de Derecho de la Universidad de Salamanca mata el tedio leyendo lo que le cae en las manos. Uno de esos libros acabará por marcar su futuro inmediato: las Cartas a Lucilio de Séneca, que el poeta Fernán Pérez de Guzmán había encargado traducir del italiano un siglo antes.
La lectura de la versión abreviada de las obras completas del filósofo estoico de Corduba acabará sacándolo del tedio en Salamanca. Allí, el bachiller, ya entrado en años, empezará una obra difícil de describir por su desatención a los celosos cánones de la época, sobre todo vigilantes con un hidalgo descendiente de marranos.
La obra del bachiller inspirado en Séneca, un tal Fernando de Rojas de La Puebla de Montalbán (Toledo), será estimada por su viveza, próxima a la vida cotidiana, al comportamiento y costumbres de las distintas clases de la época; en sus páginas hay préstamos formales del teatro, pero la voz de la narración es tan presente y moderna que la obra se considera precursora del género novelesco moderno (El Quijote aparecería más de un siglo después, en 1605).
En el contexto ibérico, la obra es la última de la Edad Media y la primera del Renacimiento.
Hablar de la vejez desde la juventud tardía
La Tragicomedia de Calisto y Melibea será apropiada por los lectores y las propias reediciones del libro como La Celestina, en honor a la importancia de uno de sus personajes, que entrará después en el diccionario de propio derecho, como reflejo de un uso popular e interiorizado, de semántica tan rica como la propia personalidad de la alcahueta universal (un personaje que aguantaría incluso en la pluma de Dostoyevski).
Muchos autores de la época preferían no firmar la obra para evitar problemas con la justicia real o eclesiástica. Sin embargo, las copias más antiguas de la comedia humanística incluyen una mención al autor que se lee como una especie de perfil de Twitter de la Era de los descubrimientos, y que la atribuye a un tal bachiller Fernando de Rojas:
«El bachiller Fernando de Rojas acabó la comedia de Calysto y Melibea y fue nascido en la Puebla de Montalván».
En 1499, año de la primera publicación de un libro tan osado y susceptible de causar recelos en una época de celo moral y religioso (en 1492, coincidiendo con la conquista de Granada y el viaje de Colón —entonces poco comprendido—, se promulgaban los edictos de expulsión de judíos de Castilla y Aragón), Fernando de Rojas rozaba o superaba la treintena. Su nacimiento se data entre 1465 y 1473; su «tragicomedia» salía, por tanto, cuando el probable autor contaba con una edad comprendida entre los 36 y los 26 años.
Percepción de la vejez y envejecer
Esta relativa madurez para la época no se corresponde, en ningún caso con los años percibidos como los de la vejez; no obstante, el acierto del autor a la hora de describir los atributos de la senectud y la profundidad de los personajes, empezando por la propia anciana alcahueta, procede de un estudio minucioso del epistolario de Séneca, vulgarizado y adaptado a la época, que se había popularizado en Italia a inicios del Renacimiento. Y así se popularizó en España el autor latino de Córdoba, pasando por el romance de la época y no por la traducción directa del latín.
La hispanista canadiense Louise Fothergill-Payne (1933-1998) dedicó su segundo y último ensayo de gran calado a retrazar la huella de la lectura de Séneca (a través de traducciones, y a través de la lectura de Petrarca) en La Celestina. Es a través del filósofo estoico que Fernando de Rojas otorga profundidad y sabiduría a una mujer madura sencilla y astuta, una mujer «de seis oficios», entre ellos el dudoso honor de ser «un poco hechicera» durante el apogeo de la Inquisición.
A la vejez, dice De Rojas citando a Séneca, «hay que amar y abrazar», pues ella trae también deleitación si uno sabe cómo apreciarla. La percepción estoica de la vejez está también presente en una de las reflexiones de Séneca más celebradas por William B. Irvine en su ligero pero clarividente ensayo A Guide to the Good Life, en el que aboga por la vigencia de los preceptos estoicos como filosofía de vida en plena modernidad tardía.
Según Irvine, uno de los males de nuestro tiempo consiste en percibir la vejez como una enfermedad desgraciadamente incurable, de la que uno no puede evitar avergonzarse. Los indicadores sociales a los que nos asimos para construir nuestra realidad diaria nos instan a percibir la vejez como una triste dolencia, un tabú que debe evitarse en roles y modelos mediáticos y publicitarios y del mundo del entretenimiento.
La sombra de Séneca
Corremos el riesgo, explica Irvine, de no cultivar una manera de ver el mundo y de reflejarnos en él; sin filosofía de vida consciente, caemos en el vaivén de un hedonismo inconsciente que trata de correr de evento en evento, que desecha la posibilidad de otorgar significado y valor a nuestra trayectoria, que también está conformada por momentos de infortunio, soledad, reflexión, etc.
Al confundir la existencia por una trayectoria de dichas que no debería sufrir altibajos, muchos se pasan los interludios quejándose de su supuesto infortunio: sobre sus circunstancias, su familia, el tiempo, la comida, las personas a su alrededor. Siempre existen oportunidades para percibir lo peor de cada situación.
Es nuestra capacidad para apreciar la vida en el contexto amplio que nos ha tocado lo que nos permitirá, a la larga, apreciar nuestra madurez y otorgar sentido a las cosas, pequeñas y grandes. Para Séneca, el mejor momento en la vida (no un momento que uno puede sobrellevar, sino el mejor), es:
«cuando uno ha empezado la trayectoria descendente, pero no ha alcanzado todavía el declive abrupto».
La negación de la mortalidad en la sociedad contemporánea parte de razones filosóficas, dice Byung-Chul Han en El aroma del tiempo: Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. El desarraigo está relacionado no sólo con la alienación de una sociedad cada vez más orientada a lo abstracto, sino en una percepción del tiempo y de la realidad fragmentada.
Dame más «soma» para curar mi psiqué
En el pasado remoto, el tiempo mítico se había presentado ante la gente con la estabilidad del retorno de los viejos ritmos y costumbres. El mundo mítico se comportaba, dice Byung-Chul Han, como un cuadro; con la Ilustración, el individualismo creó un tiempo científico y lineal, el tiempo histórico surgido del idealismo y el materialismo.
Hoy, tiempo mítico (el que echaba de menos Nietzsche) y el tiempo histórico han dejado de tener razón de ser, y el tiempo atomizado y deshilachado de hoy invita a la carrera sin sosiego, al milenarismo, al comportamiento despavorido y huidizo, al nihilismo de los personajes de Michel Houellebecq, que es el de las personas de clase media que sustituyen viejas adicciones por sus versiones contemporáneas, desde la acumulación de bienes innecesarios al abuso de medicamentos que curen, como lo hace la sustancia psicotrópica «soma» en Un mundo feliz, las dolencias de la desorientación.
Cuando uno no sabe a dónde va y observa a su alrededor signos contradictorios (aceleración, inmovilismo), el acceso a sustancias análogas a la expuesta por Aldous Huxley, se convierte en la salida fácil a una angustia que no es somática, sino existencial: ansiedad, depresión, alienación, rabia.
El dolor líquido contemporáneo está también presente en Dolor y gloria, una película autobiográfica de Almodóvar que aguantará bien los años. Las dificultades para envejecer del protagonista, protagonizado por Antonio Banderas, contrastarán entonces con la capacidad del filme para envejecer como producto de entretenimiento, al explicarnos una historia que nos ofrece un contexto «arraigado» sobre la alienación contemporánea y el miedo a afrontar la vejez con naturalidad.
Vigencia del estoicismo en la modernidad tardía
Sin arraigo consciente en el mundo, reflexiona Byung-Chul Han, no hay percepción enriquecedora del paso del tiempo, sino un zafarrancho de tiempo atomizado en el que ocurren cosas y procuramos salir lo menos perjudicados posible.
Ser conscientes de la vejez, dicen los estoicos, es comprender y reconocer nuestra trayectoria hacia la muerte, de la que sólo escapan los dioses. Pero esta toma de conciencia de la proximidad de la muerte, más cruda a medida que envejecemos, puede ser una oportunidad para apreciar la vida y reflexionar sobre ella, expone Willian B. Irvine en el capítulo dedicado al envejecimiento (A Guide to de Good Life).
«Durante la juventud, nos engañamos pensando que la muerte es algo que afecta a los otros. A la mitad de nuestra vida, comprendemos que vamos a morir, pero a la vez esperamos vivir varias décadas antes de que ocurra. Cuando somos mayores, somos del todo conscientes de que pronto moriremos. Para mucha gente, esta certidumbre hace de la vejez una etapa vital deprimente.
«Los estoicos, sin embargo, creían que la perspectiva de nuestra mortalidad, más que deprimirnos, podía hacer de nuestros días una experiencia más plena que en su ausencia».
Al reflexionar sobre la proximidad de nuestros últimos días, saborearíamos la vida y seríamos capaces de convertir la perspectiva contemporánea de la existencia como carrera entre momentos álgidos con tiempo intermedio prescindible, en una vida plena que celebra los interludios como la riqueza y misterio de nuestra vida. Haríamos posible un nuevo arraigo, un «reencantamiento» en el mundo.
El mercado «quickie»: La Celestina e Internet
Ignorábamos qué pasaba por la mente de Fernando de Rojas al escribir La Celestina, pero su gusto por Séneca y Francesco Petrarca ofrecen pistas acerca de la transición entre la percepción medieval de la existencia y una visión más moderna e individualista, aunque movida por las pasiones de siempre: el amor, la codicia, la doble moral de la época en los modales mundanos y el amor cortés, el vacío que deja una vida dedicada a la acumulación material y, claro, la muerte.
Las críticas de la alcahueta de la obra de Fernando de Rojas al amor cortés, para ella una falsedad que esconde únicamente la necesidad fisiológica del acto carnal, es una postura de la hechicera que evoca una modernidad todavía lejana, y hay tesis doctorales que han tratado de demostrar el carácter existencialista de esta protonovela del siglo XV. La Celestina no hablaba de sitios web de porno a la carta y de servicios de sexo frío bajo demanda como Tinder, si bien su percepción de la relación amorosa no dista mucho del crudo desencanto contemporáneo.
El mundo cortés y mítico está repleto de significación, mientras el mundo que trata de construirse a partir de la negación de toda posibilidad de misterio y de relación con los viejos relatos y relaciones de unas cosas con otras. La pérdida del respeto por el arraigo y la costumbre sería sustituida por el racionalismo de la Ilustración: el ser humano reflexionando sobre las cosas para sustituir el viejo relato mítico por el trasfondo científico.
Al retroceder ambos relatos, el mítico y el racionalista, nos encontraríamos en un postmodernismo que quiere sustituir la vieja contemplación (de la mítica, de los ideales racionales) por una actividad que nos evite el mal trago de enfrentarnos a nuestra propia existencia.
Foros de Internet, un «club de la lucha» para cobardes
En sus reflexiones sobre la condición humana, una de las grandes cuestiones para la filosofía, Hannah Arendt explicaba la trayectoria de la «vita contemplativa» (la reflexión filosófica a partir de la observación interior y del mundo que nos rodea) y la «vita activa» (la acción, basada en moral y necesidad).
La llamada a la acción de los movimientos románticos del XIX encuentra hoy su hipérbole histriónica —y adaptada a los «safe spaces», necesarios para evitar demandas de padres indignados—, consistente en lo que la filósofa francesa Marylin Maeso (Les Conspirateurs du silence, 2018) describe como «un Fight Club para cobardes», en referencia a la novela de Chuck Palahniuk y a su adaptación cinematográfica.
Los duelos románticos de antaño son hoy el cacareo nihilista de los gallos de redes sociales. En los primeros, uno se jugaba la vida; los contemporáneos alimentan el fenómeno de desarraigo e incapacidad para afrontar y dar contenido a una actitud auténtica ante la propia existencia.
En la actualidad, la «vita contemplativa» habría sido sustituida por el disfrute de contenido de entretenimiento atomizado y a la carta, que puede consumirse sin límite y que consolidaría nuestra alienación, mientras la «vita activa» se habría convertido en el ideal absoluto: hay que trabajar, moverse, responder, consumir, perseguir el tiempo.
«El arte de demorarse» del que habla Byung-Chul Han se ha trasladado desde la realidad (el territorio) a los avatares (el mapa, la representación reduccionista, comercializada y proclive a facilitar el rastreo y la vigilancia). En este contexto, no hay que descartar la explotación de la ansiedad contemporánea ante el envejecimiento y la muerte por parte de anunciantes que ofrezcan su placebo para salir del paso durante cada bajón anímico.
La insoportable levedad del estilo de vida empaquetado
William B. Irvine presenta un su sólido caso sobre la vigencia del estoicismo como filosofía de vida útil en la actualidad, pese a haber surgido hace 24 siglos. Consistiría en no prometer lo imposible, pues está en manos de cualquiera —con la actitud adecuada— apreciar lo que ya tiene.
Cualquiera puede evitar, asimismo, prácticas tan contemporáneas como la compra impulsiva, la comparación irrealista con otros (en realidad, gracias al deseo mimético y al consumo conspicuo, el principal motivo de la popularidad de Instagram), la negatividad cotidiana que impediría el disfrute de lo sencillo, o la obcecación con cuestiones de gran calado que se encuentran más allá de nuestro alcance y que no podemos solventar solos.
En vez de tratar de arreglar los problemas del mundo y rechazar la muerte, debemos dedicar nuestras energías a influir sobre lo que sí queda a nuestro alcance y asumir que la mortalidad es parte de nuestra naturaleza; no podemos evitar la muerte, pero sí podemos envejecer grácilmente, y optar por presentar la mejor versión de nosotros en cada ocasión que exista la oportunidad (sobre todo, cuando lo más sencillo es montar en cólera o culpar a otros de nuestros males o de las calamidades del mundo).
En cuanto al principal precepto de los estoicos para lograr la dicha, el ideal de «tranquilidad», una especie de compresión razonada de nuestros impulsos, circunstancias propias y condición humana para optar por el cultivo del ideal griego de la moderación, no hay consejo o reflexión que choque más con las tendencias actuales de histrionismo, impulsividad, atomización y compra impulsiva de experiencias enlatadas.
Cuando el tiempo percibido se atomiza
Con su receta de moderación, ¿no sería el estoicismo una estrategia flemática que conduciría a la «stasis», a esa especie de extinción de la impulsividad dionisíaca del ser humano que conduciría a lo que Nietzsche llamó «último hombre»?
Nietzsche alertó contra quienes practicaban una doble moral con fachada de grandes ideales vacíos y un fondo consistente en las indulgencias y el miedo a la acción y la muerte. Quienes se avergonzaban de envejecer y temían la muerte se olvidaban de «morir en el buen momento».
Y los obsesionados con estas cuestiones, reflexionaba Nietzsche, pierden la vida tratando de prevenir lo aciago, de mostrar una generosidad genuina, una inocencia impulsiva… de vivir con todas las contradicciones que ello conlleva, en definitiva.
El estoicismo no trata de especular sobre el riesgo, la vejez y la muerte, sino que invita al individuo a observar y afrontar su naturaleza, y a actuar en consecuencia (eso sí, «racionalmente»). Apolo no anula a Dioniso, sino que trata de establecer un equilibrio, para evitar la esclavitud de dejarse guiar por los extremos.
Tanto el tiempo metafísico de las sociedades tradicionales como el histórico de la Ilustración otorgan un objetivo a nuestra existencia, pues el tiempo es una experiencia —reflexiona Byung-Chul Han— percibida como una trayectoria con significado pleno (estática en el tiempo metafísico, impulsada hacia la acción del futuro en el tiempo histórico).
Devolver el sentido a la realidad volátil
En cambio, la percepción actual del tiempo impide filosofías de vida asociadas a un relato creíble; quizá el aumento del extremismo ideológico y las adicciones sean la respuesta a la atomización actual de la incapacidad de percibir el tiempo como un relato cuyo sentido resuena en nosotros y es percibido como auténtico.
La única manera de abandonar esta situación —explica el filósofo surcoreano— consistiría en incluir de nuevo la contemplación en nuestra existencia. La «vita contemplativa» debe volver a nutrir, en las sociedades y en los individuos, a la «vita activa».
Debemos reaprender a demorarnos, a tomarnos un tiempo. El «arte de demorarse» se hace imprescindible en una época en que el análisis de datos se impone a la creación de teorías, la contabilidad gana la partida al deseo de un pensamiento o deseo genuinos.
Una sensación que surja de algo observado que nos evoca un recuerdo, la posibilidad de un mundo encantado.
Arte de demorarse
En un artículo para Quanta Magazine, Veronique Greenwood expone cómo la apuesta por un «arte de envejecer» asociado a una existencia plena repercute en el proceso de envejecimiento de nuestro organismo.
Greenwood cita la evidencia científica que relaciona la conexión entre procesos neuronales a largo plazo con la longevidad como la calidad de vida de los organismos estudiados. A escala bioquímica, la excitación neuronal constante —asociada al estrés y a un determinado tipo de alimentación— afecta tanto la salud mental y física como la longevidad.
El nuevo estudio, dirigido por Bruce Yankner de Harvard Medical School, constata que el cerebro de personas longevas tiene niveles inusualmente bajos del tipo de proteína relacionado con la excitación. Para investigar este hallazgo, Yankner y sus colegas aislaron los genes asociados a los comportamientos de relajación y excitación en un organismo simple, el nematodo Caenorhabditis elegans.
Se analizaron nematodos con genes asociados a la excitación neuronal (receptores encargados de controlar el nivel de azúcar en la sangre, que actúan a partir de señales asociadas a la secreción de una hormona, la insulina), y especímenes no mutantes.
Cara a cara con un nematodo
La activación neuronal extraordinaria y prolongada asociada al estado de ánimo y el estilo de vida (la sobreexcitación y el abuso de azúcares), produce el mismo resultado en ambos organismos, una vida menos longeva y artificialmente más «excitada».
Algo así como si nuestro estilo de vida y desafección (o desencanto) con el mundo nos empujaran a un estado de sobreexcitación dominado por los aspavientos y la hiperventilación. Una «vita activa» bioquímica que impediría, física y mentalmente, cualquier predisposición a la «vita contemplativa».
La asociación entre el estudio mencionado por Veronique Greenwood en Quanta Magazine y las reflexiones sobre el tabú del envejecimiento en la sociedad contemporánea son, faltaría más, una especulación.
Un intento, aunque sea humilde, de rebelarse contra la mentalidad de contables contemporánea y a favor del pensamiento. La creación. La activación bioquímica que parte de una voluntad arraigada, y no inducida por el ambiente imperante.
Pingback: Tiempo (mítico, histórico, discontinuo) y relojes de incienso – *faircompanies()