Un experimento de los sesenta se convirtió en el inicio de los estudios sobre gratificación y autocontrol, pero los últimos estudios ahuyentan el fatalismo, confirmando de paso que el libre albedrío sigue vigente.
Ahora sabemos que los genes influyen sobre la “dirección” del comportamiento de un individuo, pero no sobre su destino. Genética y condiciones ambientales se supeditan a la última palabra, dictada por la propia voluntad.
Michel de Montaigne lo resumía en una escueta frase: “A nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo no tenga la culpa.”
Test del malvavisco: vigencia de un simple experimento con chucherías
Cuando entonces joven investigador en psicología Walter Mischel diseñó el experimento del malvavisco (nube de caramelo), no previó -como ocurre en muchas ocasiones- los resultados y sus consecuencias.
Sin saberlo, Mischel, entonces un profesor en Stanford, había descifrado uno de los secretos del comportamiento humano: la relación entre la capacidad de un individuo para controlar sus impulsos y su bienestar a largo plazo.
La consistencia y vigencia de algunas viejas ideas
De paso, el psicólogo confirmó las teorías psicológicas y filosóficas que relacionaban con antelación el control de los impulsos y la felicidad, desde el socratismo y las doctrinas orientales hasta la psicología humanista de Abraham Maslow:
- griegos: socratismo (perseguir el conocimiento y la mesura según la tradición griega), eudemonismo (vida razonada y de acuerdo con la naturaleza) de Aristóreles-peripatéticos, estoicismo, epicureísmo etc.;
- doctrinas filosóficas orientales: mesura (“camino medio” para budistas, “tao” o corriente natural para taoístas, sintoísmo, etc.);
- filosofía y psicología moderna: desde las teorías sobre el bienestar de Carl Jung (conciencia de uno mismo y bienestar, o “individuación“) a la psicología humanista de Abraham Maslow (control sobre uno mismo y autorrealización).
Correlación entre gestión de los impulsos y propósito vital
La sencillez del experimento del malvavisco aumenta su contundencia.
En la prueba original, un grupo de niños de 4 y 5 años de una guardería en el mismo campus universitario fue expuesto a un gran dilema: se les dejaba solos con una chuchería a su elección (malvavisco, galleta, etc.).
Se les explicaba que podían comerse la chuchería cuando se quedaran solos… o bien obtener dos nubes de caramelo en vez de una si esperaban 20 minutos. La intención era revelar los comportamientos impulsivos en esa edad, pero el propio Mischel revela en su libro que nadie esperaba que “predijeran algo digno de estudio en años posteriores”.
Todo cambió cuando años después, sus dos hijas, que habían participado en el estudio, empezaron a comentar cómo les iba a sus antiguos amigos de preescolar. Fue entonces cuando Mischel decidió realizar el seguimiento, comprobando que los que más éxito social y académico demostraban coincidían con los que habían esperado en la prueba del malvavisco.
Autocontrol en la infancia y éxito en la vida adulta
Walter Mischel, que ha dedicado su carrera a estudiar los mecanismos que regulan la gratificación, presenta un ensayo –reseñado por The Economist– que evoca las consecuencias del experimento: The Marshmallow Test: Mastering Self-Control.
Lo que en principio era un simple experimento con niños se convirtió en una investigación con un seguimiento a los mismos individuos durante su vida, para conocer si los primeros resultados observados en la infancia podían relacionarse con comportamientos en la vida adulta.
Así se determinaron los mecanismos que relacionan gratificación aplazada (la capacidad de un individuo para demorar lo que desea) y el control de impulsos (autocontrol, fuerza de voluntad).
La valía del estudio creció más, por tanto, al observar la casi perfecta correlación entre el comportamiento de los sujetos del experimento del malvavisco en su infancia y su trayectoria y éxito en la vida adulta.
Una dirección no es un destino
Ello expondría algunas limitaciones en los sistemas educativos actuales, incapaces de promover un comportamiento más reflexivo entre quienes muestran un comportamiento más impulsivo en su tierna infancia.
Medio siglo después, Walter Mischel, todavía en activo con 84 años y con más de 200 artículos científicos en su haber, explora en su libro el significado ampliado de sus estudios sobre gratificación y dónde se encuentra la ciencia en estos momentos.
Sabemos, explica Walter Mischel, que el autocontrol está condicionado por nuestra herencia genética: nacemos, en efecto, con predisposición a un carácter más o menos impulsivo. Pero Mischel recuerda que los avances en investigación genética de los últimos años confirmarían el valor de lo adquirido, ya que la naturaleza “establece una dirección y no un destino”.
El destino depende de factores ambientales y adquiridos conscientemente, de modo que el determinismo psicológico a la hora de gestionar los impulsos puede matizarse o corregirse con un comportamiento racional, tal y como el columnista de The New York Times John Tierney y el psicólogo Roy F. Baumeister exponían en su difundido ensayo divulgativo Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength.
Atributos de la conciencia que se comportan como un músculo
En su ensayo, Tierney y Baumeister parten del experimento de la nube de caramelo efectuado por Walter Mischel y sus consecuencias, para exponer que la fuerza de voluntad se comporta como un músculo, mejorando con el uso y atrofiándose con el abandono.
Los mecanismos de gratificación de nuestro cerebro y la manera de convertir impulsos (gratificación instantánea) en decisiones más reflexionadas (gratificación aplazada) no están predeterminados por nuestra genética, la misma conclusión que detalla ahora Walter Mischel en su ensayo, recopilando su seguimiento de aquel primer experimento.
En The Marshmallow Test, Walter Mischel coincide con la tesis general que Tierney y Baumeister sostienen en el ampliamente difundido Willpower. Para Mischel, hay que acabar con la noción de que la fuerza de voluntad es un rasgo innato que se tiene o no se tiene.
Sistema cerebral “caliente”, sistema cerebral “frío”
Citando las últimas investigaciones, el autor del experimento del malvavisco argumenta que “el genoma puede ser tan maleable como habíamos creído una vez que sólo podían serlo los entornos”. Como ejemplo, Mischel cita la paulatina y consistente mejoría de los tests de inteligencia en los países desarrollados.
Ha habido incrementos medios entre dos generaciones consecutivas en los resultados de inteligencia tan radicales que, argumenta Mischel, la mejoría no puede haber sido causada por cambios evolutivos ni genéticos. Como la inteligencia, el autocontrol está afectado por los genes, pero la naturaleza “establece la dirección, no el destino”.
El psicólogo explica por qué el autocontrol está tan relacionado con el bienestar duradero, el rendimiento académico y, posteriormente, con el éxito social y la autorrealización: los propósitos vitales conviven con los mecanismos de nuestro cerebro, donde existen dos sistemas:
- uno “caliente” que es simple, reflexivo y emocional;
- y otro “frío” que es racional, reflectivo y estratégico.
Esta diferenciación coincide con la distinción expuesta por el ensayista Daniel Kahneman en otro libro de gran difusión relacionado con la materia, Thinking Fast and Slow.
Dilema del innovador, estrategia antifrágil y bienestar a largo plazo
En un contexto más empresarial y relacionado con el comportamiento de organizaciones humanas (empresas, por ejemplo), Clayton Christensen llega a conclusiones muy similares en El dilema del innovador, libro de cabecera de empresarios como Steve Jobs, que optaron por aplicar una visión a largo plazo pese a las presiones y al entorno cultural y empresarial optando por el corto plazo (la “gratificación instantánea” de los beneficios a corto plazo, los resultados trimestrales y los dividendos).
Otro ensayista influyente, el profesor y analista Nassim Taleb, relaciona este tipo de estrategias “frías”, “lentas” o a largo plazo con lo que denomina estrategia “antifrágil”, concepto muy próximo a la definición de bienestar y propósito vital que realizan la eudaimonía y la psicología humanista:
- autonomía;
- crecimiento personal;
- aceptación de uno mismo;
- propósito vital;
- conocimiento del entorno;
- relaciones positivas con otros.
Mentalidades criadas en la incertidumbre
Volviendo a The Marshmallow Test: El sistema “frío” ayudaría a los niños a esperar y obtener más réditos como recompensa (gratificación aplazada), y los escáneres cerebrales muestran que este sistema está más activo cuando la gente piensa sobre los planes a largo plazo (un futuro distante).
Según Mischel, cambiar desde una actitud de reflexión sobre el “ahora” a otra que se centre en el “después” puede mejorar el autocontrol (y, con ello, el bienestar a largo plazo).
Mischel aporta un conocimiento de primera mano sobre el comportamiento humano, al acumular experiencias relacionadas con medio siglo de estudios sobre la temática. En el ensayo, destaca que el test del malvavisco es mucho más que una medición del autocontrol de un individuo: también habla de la percepción del entorno.
Por ejemplo, uno de los primeros estudios de Walter Mischel en Trinidad sugieren que la preferencia por premios retrasados (y, por tanto, más suculentos) se ve influida por la credibilidad: los niños que crecen en entornos de incertidumbre -por ejemplo, con padres ausentes-, confían menos en que el extraño que conduce el experimento les proporcionará el premio aplazado.
Mentoría para relativizar contextos desfavorables
Los niños con padres ausentes, demuestran estos estudios, optan mayoritariamente por premios inmediatos, independientemente de su potencial y capacidad intelectual.
El entorno les ha jugado una mala pasada y su falta de confianza en el mundo que les rodea condiciona su comportamiento. Una mentoría adecuada proporcionaría a estos niños la seguridad y autoestima que requieren para optar por la decisión que muchos consideran más beneficiosa para sí.
La herencia genética y los entornos adversos juegan, en ocasiones, en nuestra contra, demuestran experimentos como el de la nube de caramelo. Pero otras investigaciones confirman el papel crucial del libre albedrío: la capacidad para racionalizar situaciones y optar por lo que uno crea mejor.
Está en nuestras manos
Entrenarse, en definitiva, para pensar en frío, o pensar lento, o a largo plazo, cuando las sirenas de la gratificación instantánea nos recuerdan que, quizá, nuestros genes, o el entorno de nuestra infancia, o el país donde vivimos, no juegan precisamente a nuestro favor.
Está en nuestras manos ser conscientes de ello y actuar en consecuencia.
Decidiendo nosotros sobre nosotros mismos (en lugar de delegar nuestro comportamiento a no-sé-qué impulso o hermandad gregaria).
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