Hasta la misma víspera del evento, la información en el resto del mundo había expuesto serios problemas de contaminación o críticas sobre explotación laboral, acerca de la supuesta calidad de nuevos edificios e infraestructuras, etc.
Pero la ceremonia inaugural de los Juegos de Pekín de 2008 mostró la capacidad organizativa de un régimen dictatorial que se había abierto económicamente al mundo y, como consecuencia de su empuje industrial y comercial, había cambiado la geopolítica del planeta.
Recuperando una tradición milenaria en la que interpretación y golpes de efecto habían contribuido a maravillas del mundo antiguo como fuegos artificiales o linternas voladoras, la ceremonia de los juegos combinó una precisión no recordada con impactos como una cuenta atrás realizada con centenares de tambores fou sincronizados con la autómata y contundente exactitud de un gigante confirmando que se había despertado para recuperar el trono mundial.
Países que confían en el futuro
En una encuesta de Ipsos, el 53% de los chinos cree que el mundo mejora, pero piensa lo mismo sólo el 16% de la población en Estados Unidos, el 9% en Reino Unido, el 7% en Alemania y Francia o el 4% en Japón.
La reacción de dos cineastas ante la ceremonia ilustra el estado de ánimo del mundo, a medida que Oriente atrae el peso del comercio del planeta en detrimento de Norteamérica y Europa. El cineasta chino Zhang Yimou celebraba la inauguración:
“Me siento muy honrado por haber sido designado director jefe de las ceremonias. Es una tarea gigantesca, pero prometo que la cumpliré con éxito”,
Mientras tanto, Steven Spielberg transmitía algo parecido, preguntándose quizá si asistía al ocaso del “soft power” anglosajón, ahora especialmente tocado con el espectáculo político de las administraciones en Estados Unidos y Reino Unido.
Los Juegos de Pekín (Beijing) coincidían también con el impacto en Estados Unidos y Europa de la crisis de las hipotecas basura y posterior contagio del embrollo a la deuda soberana de varios países europeos, que hoy conocemos como Gran Recesión y cuyas consecuencias experimentamos social y políticamente -acaso la polarización y el populismo, que Obama y los dignatarios europeos alardearon de haber evitado en plena crisis, se expresa ahora con toda su crudeza.
De la arquitectura de nuevo rico al cultivo de voces más sutiles
Menos de cuatro años más tarde, con la economía china manteniendo su alto crecimiento económico estimulando la economía interna y haciéndose cargo -financiando, ejecutando y explotando- de infraestructuras en distintos puntos de Asia, África y América Latina, la fundación Hyatt anunciaba que el Premio Pritzker, el máximo galardón de la arquitectura, recaía sobre Wang Shu, demostrando que la pujanza china no podía recalar por completo en un desarrollismo a ultranza de escasa calidad estética.
% who think world is getting better
China 53%
India 43%
Saudi Arabia 19%
US 16%
Russia 15%
S. Africa 9%
Brazil 9%
UK 9%
Canada 8%
S. Korea 8%
Germany 7%
France 7%
Turkey 7%
Japan 4%
Mexico 4%
Belgium 3%Total 13%
(Ipsos)
— ian bremmer (@ianbremmer) December 6, 2017
Shu había ganado el premio con el Museo de Ningbo, un edificio de aire atemporal y sin más deudores que la interpretación libre del carácter e idiosincrasia locales: materiales de la zona, técnicas tradicionales e inspiración de la naturaleza china (montañas escarpadas en contraste con las aguas), para lograr un aspecto espartano y difícil de situar en el tiempo, elevándose como un tótem de planta regular que empieza a inclinarse como la quilla de un viejo barco de azulejos antiguos en la segunda planta.
Con el Museo de Ningbo, Wang Shu lanzaba el contrapunto a otras imágenes menos memorables del ingenio constructor chino en los últimos años: desde bloques baratos e impersonales de deficiente proyección que, al carecer de cimientos acordes con el terreno sobre el que se asientan, caen de costado arrancados de cuajo, a una población urbana acosada por niveles de contaminación tan elevados que dificultan la visibilidad y obligan al uso permanente de mascarillas.
Educación de la mirada
Conscientes de los retos de sostenibilidad medioambiental y energética a los que hacen frente, promotores públicos y privados chinos se interesan por proyectos de transformación respetuosa, reacondicionamiento y restauración de patrimonio inmobiliario, o reconversión de viejas instalaciones artesanales o agrarias en hoteles de destino, complejos educativos, etc.
Tras el período de frenética construcción a toda costa para mantener así una dinámica inmobiliaria retroalimentada en beneficios bursátiles, ganancias industriales y crédito barato, una China más acomodada y con una mirada arquitectónica más educada empieza a reflexionar sobre los atropellos constructivos más flagrantes en los que ha incurrido.
No sólo evolucionan los gustos arquitectónicos: al interés de la nueva clase media del país por vehículos europeos y por un turismo que valora su componente cultural, se suma ahora el gusto por exquisiteces culinarias y otros rasgos de un consumidor connaisseur que crea problemas de aprovisionamiento de alimentos como el jamón ibérico, informa The Guardian.
Viviendas para acoger la mayor migración de la historia
A diferencia de los productos de consumo, la planificación de infraestructuras y viviendas dejan una huella permanente en el territorio, de modo que el Consejo de Estado chino ha tomado cartas en el asunto para, literalmente, evitar que se construya cualquier cosa, sin importar su calidad, durabilidad o equilibrio paisajístico con su contexto físico inmediato, una vez se estabiliza la migración desde el campo a la ciudad, la mayor de la historia por volumen e impacto en el territorio.
Es una medida que The Economist califica como “el principio del fin de la ‘arquitectura cutre’ china”. La carrera del campo a la ciudad ha sido posible, en parte, gracias a técnicas de construcción a base de placas de cemento impersonales y uniformes, recordando la peor versión de la era de las viviendas urbanas planificadas.
La ley china de planificación urbanística y rural (2008) sustituyó a una legislación inoperante y alejada del crecimiento real del país, que sirviéndose de la distancia entre la ley -con un “plan maestro” y un “plan real” que lo transformaba todo a su antojo- y el desarrollo urbano instigaron niveles de corrupción que empequeñecen, por el tamaño de las obras y la opacidad del régimen, cualquier otro fenómeno similar en el resto del mundo.
iwan baan photographs the fluid forms of MAD architects' chaoyang park plaza in beijing https://t.co/pqjEQ36kgv pic.twitter.com/hqnED61SaB
— designboom (@designboom) December 11, 2017
Cómo aderezar los desmanes urbanos costeros
La periferia de las grandes urbes costeras se puebla de edificios baratos y nuevas calles, algunas de las cuales aparecieron de un mes a otro; en paralelo el centro de urbano de cada ciudad compite con las ciudades vecinas por atraer a arquitectos que deseen dejar su marca con algún proyecto emblemático… pero la exuberancia arquitectónica nunca se resuelve de la mejor manera para el entorno urbano donde aparecen.
A los edificios emblemáticos de arquitectos estrella se suman versiones que rozan lo más kitsch de un internacionalismo desarraigado y efectista:
“El Centro Artístico Guotai de Chongquing se parece -al parecer, deliberadamente- a un puñado de palillos cayendo de una caja. En Zhengzhóu, el Centro Artístico Henan se compone de una serie de esferas aplastadas que Carlo Ott, su arquitecto uruguayo, insiste que es una representación de instrumentos musicales chinos, flauta nasal incluida.”
En febrero de 2016, el consejo chino anunciaba medidas para que aclararan la distinción entre edificios innovadores o atrevidos y “arquitectura extraña” que no sea económica, funcional, estéticamente agradable o respetuosa con el medio ambiente.
Para demostrar su relativa laxitud y cintura para el análisis razonado, los funcionarios gubernamentales revisaron los edificios del Chaoyang Park Plaza en Pekín a cargo del estudio chino pionero en arquitectura paramétrica Mad Architects, confirmando su aprobación al denotar algo tan subjetivo como una cierta “elegancia” de sus formas orgánicas.
China trata de reconocerse
Estas torres negras de silueta irregular que evocan el basalto o el cuarzo y sirven, según sus autores, de transición desde el parque contiguo a la zona urbanística que sigue, hasta entonces desangelada y homogénea, serían la prueba de la difícil posición entre la permisividad y la rigidez urbanísticas en paisajes que cambian a una velocidad tal que ponen en riesgo la memoria urbana.
The Economist explica cómo Ma Yansong, diseñador del edificio,
“logró adaptarse a las exigencias de las autoridades mientras mantenía a la vez la sensibilidad escultórica de sus torres-montaña.”
El propio Ma Yansong reconoce el precio que China paga ahora por los excesos de la construcción a toda costa:
“La ciudadanía china necesita ser consciente de su momento presente y preguntarse: ‘¿Cuál es nuestra cultura? ¿Qué podemos aportar al mundo?’ No creo que haya nada malo en eso.”
Eso sí, Ma Yansong cree que la iniciativa del gobierno chino de evitar la “arquitectura extraña” es una noción demasiado borrosa y subjetiva.
Tensiones entre realidad y Partido
Cuando en el futuro se revise nuestra época, se hablará del poco ruido mediático ocasionado por el auténtico fenómeno de nuestra era: China, gigante dormido desde la Era de los descubrimientos -conquista europea del mundo- hasta hace una generación, combina una dictadura tecnócrata nominalmente “comunista” con un modelo económico capitalista y clientelista.
Pero, modernizando el país y favoreciendo la mayor migración del campo a la ciudad de la historia (con una densidad urbana triplicándose entre 2005 y 2014), la plutocracia del partido único chino ha logrado fidelidad apolítica de la gigantesca nueva clase media del país con prosperidad material sin apertura democrática a partir de los ideales de libertades individuales y civiles según el modelo ilustrado occidental.
Las protestas de Tiananmen (1989), en el contexto de la caída del Telón de Acero y el colapso de la Unión Soviética, parecen lejos y mantienen su estatus icónico fuera del país, mientras los problemas irresueltos son apenas rumores públicos sin repercusión entre los urbanitas, que aplican a los conflictos intramuros una estrategia de poder blando similar a la que aplican en el resto del mundo en desarrollo, en donde disputan la hegemonía con Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Turquía o Irán.
Preocupan poco poco el estatus del Tibet y las crecientes tensiones entre población inmigrada desde el resto de China y tibetanos; tampoco se habla en el mundo, azotado por una agenda informativa ocupada por Donald Trump, de conflictos internos en la mayor economía, país más contaminante, principal exportador de bienes y primer importador de alimentos y materias primas del mundo, además de país más poblado (India tendrá más población a partir de 2022).
Entre estos conflictos, destacan el encaje de Hong Kong y su opinión pública madura y occidentalizada -con voces internas que demandan mayor libertad de la sociedad civil-; la tensión y represión a la minoría musulmana uigur en la región del poniente chino de Sinkiang -árida, poco poblada y de cultura nómada-; el estatus de la relación con Taiwán -que Trump estuvo a punto de tensar-; la poca credibilidad académica de la investigación universitaria; o las numerosas crisis soterradas y opacidad del sistema jurídico, industrial y bursátil.
De la autarquía confucianista al pluto-capitalismo de partido único
Y así, en apenas tres décadas y como quien no quiere la cosa, el país del confucianismo y de la filosofía taoísta, según la cual la actividad humana debe ser sensible al ritmo y de la naturaleza -y sistemas estéticos que, como el feng-shui, abogan por tener en cuenta la naturaleza para no habitar a contracorriente del “tao“, traducible como “camino”, “vía”-, parece haberse conjurado para borrar cualquier vestigio de autarquía.
Este rechazo de los valores confucianistas de aspiración a una harmonía de sociedad, cuerpo de funcionarios y naturaleza, presente en las acciones e intereses de los cargos actuales del Partido Único y su radical pluto-capitalismo, contrasta con una ideología superficial más acorde con el neo-confucianismo, tan valorado entre los más beneficiados del crecimiento industrial e inmobiliario a ultranza de los últimos años: películas taquilleras, literatura e incluso gestos -la protección de santuarios de animales simbólicos como el panda es un ejemplo-, exploran la relación simbólica entre persona, sociedad y entorno natural.
La realidad es muy distinta a los ideales de equilibrio autosuficiente que propugnaban los funcionarios otras épocas. Dominando el comercio, las manufacturas y -cada vez más- el consumo mundial, China se ha deshecho de su tradicional aspiración aislacionista, patente desde el confucianismo desdeñoso con el potencial explorador de la dinastía Ming (demostrado por la flota de Zheng He a inicios del siglo XV) a la desastrosa Revolución Cultural de Mao Zedong, o transformación forzada del secularismo rural chino en 1966-76, con millones de muertos y desplazados.
Cuando China retomó la senda de Zheng He
Mientras desde su confortable situación en un régimen de libertades y prosperidad gracias a una democracia liberal y a una economía de mercado, los estudiantes progresistas europeos y norteamericanos departían todavía sobre los logros del “Gran Salto Adelante” chino, el comunismo anticapitalista de la llamada Banda de los Cuatro que había producido la mayor crisis humanitaria recordada en el país, caería con un golpe de Estado en el seno del Partido: el propio Den Xiaoping, hasta entonces ambivalente, se decidía por la apertura e imponía sus tesis con un golpe de Estado militar que reprimía a los partidarios de la economía planificada.
Hoy, el gigante aislado es el mayor defensor de un mundo abierto al comercio del que se ha beneficiado, transformando de paso el viejo rol ofensivo de la influencia amable (“soft power”, o poder blando: cultura, productos de consumo, educación, turismo, etc.) estadounidense y europeo en una actitud de repliegue que, de momento, no ha pasado de los desvaríos e incongruencias de Donald Trump (retirada de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico -TPP-, que beneficiará a la larga a China, y críticas a los acuerdos de libre comercio en Norteamérica, NAFTA).
Mientras las películas chinas de alto presupuesto y ambientación histórica interpretan obsesivamente el pasado chino (artes marciales, caligrafía, respeto por el tao de la naturaleza, instinto de organización y superación para resolver injusticias, enfrentamientos legendarios entre poderosos), colgadas en un neo-confucianismo dulzón y efectista, el país ha multiplicado su impacto sobre su territorio y el planeta, tanto con su actividad industrial como con la transformación de los hábitos de consumo de sus habitantes: viviendas más holgadas, más automóviles, más trayectos, alimentación que abandona su frugalidad tradicional y aumenta el consumo de carne y productos elaborados…
La huella de los grandes proyectos
Grandes obras e infraestructuras cambian para siempre dinámicas que rehúyen cualquier consideración de equilibrio natural, como la urbanización ininterrumpida de la costa del suroeste del país en torno al cada vez más empequeñecido Hong Kong, o la gigantesca presa de las Tres Gargantas, que recuerda la antigua batalla china para garantizar agua a cosechas, población y ahora industria.
Un gigantesco acueducto transporta a diario 18,3 millones de metros cúbicos de agua desde el sur hasta Pekín. El plan de diversión de aguas hacia la capital china, el proyecto de trasvase hídrico más grande del mundo, apenas suplirá las necesidades de la megalópolis (el gobierno quiere estabilizar la población en 23 millones de habitantes).
Hasta los años 90, las ciudades vecinas de Cantón, Foshan, Dongguan, y Shenzhen apenas se despertaban de una época en la que había dominado el transporte en bicicleta y la economía había dependido del contrabando con la vecina Hong Kong, auténtica economía de la región. En la actualidad, todas estas ciudades -a excepción, a falta de que lo confirme, de Hong Kong- planean conectar entre sí sus extensas y modernas redes de metro.
Al nivel de la superficie, estas ciudades del suroeste chino, que concentran la manufactura de los componentes y aparatos electrónicos e informáticos con mayor valor añadido del mundo, la transformación es todavía más dramática, al haber atraído millones de trabajadores de áreas rurales y construido más y más rápido que nunca antes en ningún otro lugar del planeta.
Recelos en Europa y Estados Unidos ante el expansionismo “amable” chino
Un dato simbólico que sorprende tanto por su grandilocuencia como por su impacto: China usó más cemento en 3 años (ejercicios 2011-2013) que Estados Unidos en todo el siglo XX, un período en que se erigieron los grandes centros administrativos, trufados de rascacielos, de las principales urbes estadounidenses, incluyendo Manhattan.
https://twitter.com/mattyglesias/status/940190383312695296
El dato sorprende por sus implicaciones: medio ambiente, infraestructuras, paisajismo, polución, repercusiones para trabajadores… e incentivos que ocultan una corrupción administrativa en la que aparecen involucrados bancos, empresarios y autoridades a todos los niveles. Otros países han experimentado algo parecido, pero a una escala muy inferior.
El cambio producido en la economía y el medio ambiente del planeta está relacionado con el crecimiento asociado a una China que se ha urbanizado, industrializado y proyectado en comercio e infraestructuras a lo largo de toda su costa y en numerosos países en desarrollo.
En el mundo desarrollado, China practica un expansionismo “de buenos modales”, asegurando el control de recursos de que dependen su industria y seguridad alimentaria a cambio de contratos estables, ayudas y proyectos de infraestructuras; el gigante asiático juega un papel discreto y alejado de los focos en proyectos que asume y ejecuta con facilidad donde antes las antiguas metrópolis coloniales europeas o, en su defecto, Estados Unidos, habían renqueado debido a una geopolítica especulativa y reticente a grandes inversiones.
Después del atracón de cemento y carbón
El proyecto, presentado con una amabilidad que roza la filantropía inocentona, preocupa a la Unión Europea y a otras potencias por sus implicaciones: por primera vez, China se lanza sin miramientos a imponer no sólo su modelo económico, sino que lo hace sin esconder un modelo político que depende todavía del Partido Comunista de China, tan opaco como poco decidido a evolucionar hacia un equivalente doméstico de las democracias liberales occidentales (que viven su momento de popular entre la población más bajo desde la caída del muro de Berlín).
Coincidiendo con el agotamiento de un sector inmobiliario interno plagado de excesos y desmanes, Xi Jinping quiere asumir otro gran proyecto que afiance la proyección comercial del primer exportador de manufacturas del mundo, por delante de Estados Unidos y Alemania (si bien la UE en su conjunto se sitúa en cabeza): la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda (One Belt, One Road, OBOR), pretende conceder ayudas a países intermedios para restaurar un equivalente contemporáneo (terrestre y marítimo) de la ruta de la seda, que conectará el país con Europa y África a través de Asia Central, Oriente Medio y el mar Arábigo.
Entre 1901 y 2000, Estados Unidos -casi idéntico en superficie a China aunque con menos de un cuarto de la población- construyó sus grandes infraestructuras y urbes y, pese a todo, usó menos cemento que China en el momento en que el gigante asiático decidió compensar la crisis de demanda en el mundo desarrollado a causa de la recesión, así como la volatilidad de su mercado bursátil, construyendo edificios y grandes infraestructuras.
Change in greenhouse gas emissions, 1990-2016
China +292+
India +276%
US +3.7%
France -14%
Italy -16%
Germany -24%
UK -31%
Russia -34%— ian bremmer (@ianbremmer) December 11, 2017
El impacto de la prosperidad en China e India
Como consecuencia, hemos asistido al empequeñecimiento de la importancia relativa de Hong Kong con respecto a Shanghái. Esta última es la ciudad más poblada del país, principal puerto de mercancías del mundo y sede de la bolsa china, controlada por el gobierno para regular su volatilidad. Shanghái, cuyo skyline es cada vez más reconocible en el mundo, es también el epicentro de los excesos y desatinos de un urbanismo que ha olvidado la supuesta mesura neo-confuciana promovida por el propio régimen de partido único.
La velocidad de la transformación y la inseguridad jurídica que padecieron los habitantes desplazados de las numerosas ampliaciones de la ciudad alumbraron un nuevo grupo de resistentes y perdedores de la modernidad, cuyos litigios para permanecer en su vivienda produjeron el desvío de nuevas autopistas o el contraste de la memoria urbana secular con un panorama urbano sustituyendo al anterior sin voluntad de mantener un diálogo respetuoso con realidades transformadas.
Otro dato que sintetiza la rapidez y profundidad de la transformación en China es el porcentaje de cambio en emisiones de CO2 del país durante el período 1990-2016: mientras China (+292%) e India (+276%) han multiplicado su impacto global, algo que todos padecemos, Estados Unidos aumentó sus emisiones en un más moderado 3,7%, mientras los países de la UE y Rusia (aumento de la eficiencia en los primeros, abandono de industria pesada soviética en el segundo caso) reducían considerablemente su impacto: Francia (-14%), Italia (-16%), Alemania (-24%) o Reino Unido (-31%).
Estos datos siguen produciendo resultados diametralmente opuestos al referirse a la cantidad de CO2 emitida por habitante, si bien los nuevos hábitos occidentalizados de la clase media en China e India aumentan peligrosamente el impacto medioambiental de una población hasta ahora comparativamente frugal.
De la planificación de descampados a la cirugía urbana
Algunos símbolos del consumo contemporáneo así lo atestiguan: el mercado digital chino cuenta con 3 veces más usuarios de telefonía móvil que Estados Unidos, encarga comida para llevar hasta 10 veces más y se sirve de servicios de pago con smartphone hasta 50 veces más.
Con esta velocidad de transformación de paisaje físico y mentalidad, ¿qué queda de la mentalidad tradicional de una de las grandes civilizaciones del mundo antiguo?
Desde la población de a pie a arquitectos como Ma Yansong, hasta la propia cúpula del partido “comunista” chino, la pregunta no queda clara, pero el país reconoce por vez primera la necesidad de conversar: sólo hace falta desempolvar las viejas filosofías del país para atestiguar que hay una cara oculta del crecimiento a ultranza, en forma de desequilibrio espiritual y medioambiental, al atentar contra el “tao” o ritmo de las cosas a largo plazo.
Xi Jinping, explica The Economist, planea no sólo una revisión de la “arquitectura extraña”, sino de proyectos de hacinamiento de población en torno a grandes centros urbanos:
“La creación de Xiongan, una nueva ciudad 100 kilómetros al suroeste de Pekín, es concebida para estimular el crecimiento económico fuera de la capital.”
Más controvertida es la destrucción de zonas viviendas insalubres e informales en la capital, con la intención de espaciar las calles y hacerlas más salubres, en una visión contemporánea de los planes urbanísticos en ciudades europeas durante finales del XIX y principios del XX, como la transformación de París por Haussmann.
El pueblo que cultivó tabaco en las montañas
Pata Ma Yansong, 2017 es un año cismático en la historia arquitectónica china. El ritmo de construcción, aunque todavía muy elevado en comparación con estándares occidentales, es mucho más modesto que en los últimos años:
“Los arquitectos trabajando en China deberán adaptarse, no sólo a sus propias circunstancias, sino también al urbanismo de ciudades a menor escala, o incluso suburbios.”
China opta a partir de ahora por modelos urbanísticos más atentos a zonas verdes y corredores de transporte público, tratando de hallar el mejor equilibrio entre el modelo suburbano de Silicon Valley y el de alta densidad de Manhattan.
Quizá, en los nuevos experimentos, más modestos en tamaño y estéticamente discretos, China recupere registros propios de su voz estética ancestral, representados en viejos experimentos de habitación comunal como las tulou, o casas redondas de los hakka en las montañas del suroeste de Fujián.
Protegidas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, las “tulou” -en realidad, “casas de barro” comunales erigidas a modo de fortaleza defensiva autosuficiente y con planta redonda o cuadrada-, son una respuesta cultural relativamente reciente a las persecuciones a las que etnias mayoritarias sometieron a los hakka y otros clanes emparentados.
En busca de referentes
Su modo de adaptarse consistió en inventar un nuevo tipo de habitación cuando, a partir de la Era de los Descubrimientos, el comercio con los europeos introdujo en China cultivos procedentes de América.
Expulsados hacia tierras montañosas y áridas, que se empobrecerían todavía más tratando de cultivar arroz en ellas, los hakka decidieron aglutinarse en torno a casas comunales fáciles de defender y con un centro donde poder almacenar la cosecha de una nueva cosecha que se convertiría en su fuente de ingresos principal: la planta de tabaco.
Charles Mann explica la historia de las tulou durante la era del intercambio colombino en su ensayo 1493.
El relato sobre el origen de este y otros tipos de habitación puede servir a arquitectos chinos y del resto del mundo como banco de pruebas para nuevas viviendas más económicas, saludables, sostenibles.
Muchas cosas se han probado en otras épocas; simplemente, nuestro conocimiento sobre la materia sigue pecando de fragmentario y condescendiente, como si cualquier cosa procedente de la tradición no canónica de lo recopilado por Vitruvio fuera algo superado.
En ocasiones, aciertos ancestrales inspiran ventajosas interpretaciones contemporáneas.