Todos hemos visto o presenciado cómo las supuestas curas de la cultura de masas para reducir el estrés acrecientan su intensidad: tomarse unas vacaciones, ir de compras, o buscar “curas mágicas” que prometen un estado zen sin esfuerzo, conocimiento ni preparación.
Los mensajes sobre cómo trabajar 4 horas a la semana y pasarse el resto del tiempo a la bartola -lo que a la mayoría nos sacaría más de quicio que jornadas interminables de trabajo motivador-, o sobre cómo ponerse en forma sin despeinarse ni cometer ninguna atrocidad contra nuestra salud a largo plazo, se convierten una y otra vez en argumento de historias de éxito y libros superventas.
La peligrosidad del último espejismo deseado
Luego, tal y como explica el fenómeno psicológico de la adaptación hedónica (según el cual nuestra sed por una gratificación mayor que la anterior se disipa al conseguir el premio y el vacío subsiguiente, como en cualquier adicción, tiene que ser contrarrestado con otra gratificación), llega la letra pequeña.
Los que dicen trabajar -logrando éxito y autorrealizándose, se entiende- 4 horas a la semana simplemente cambian la terminología de su actividad diaria y, en un truco de magia semántica, incorporan al apartado de “disfrute a la bartola” lo que cualquiera consideraría una actividad relacionada, de manera directa o indirecta, con la actividad profesional.
Lo mismo ocurriría con los libros de autoayuda sobre ponerse en forma, aprender a meditar, escribir, hacer el pino puente, etc., que incluyen en título, subtítulo o recensión comercial la coletilla “sin esfuerzo” o similar. La expresión “sin esfuerzo” y sus sinónimos acumula un número de acepciones-excepciones proporcional a los desengaños causados.
Las obras que ayudan no se comercializan como “autoayuda”
Las auténticas obras de autoayuda, sean novelas, ensayos, obras de teatro, películas, documentales, conocimientos sobre meditación, corpus culturales, conocimientos ancestrales, no han sido creadas como obras de autoayuda y, desde el principio, aclaran que cualquier individuo necesita esforzarse -mucho, tanto que la mayoría desiste- para lograr cualquier reto.
Cartas a Lucilio, de Séneca, es considerado por algunos autores como el primer libro de autoayuda. Pero lo mismo podría decirse de El Quijote, Anna Karénina, la Autobiografía de Benjamin Franklin, el documental de PBS sobre la vida de la pareja de arquitecto y diseñadora Charles y Ray Eames, Walden de Thoreau…
En el caso de Séneca, como estoico, el esfuerzo y la exposición periódica a la incomodidad para apreciar lo que tenía eran su filosofía de vida. Siguiendo su receta, el estrés bien entendido -el saberse que hay que acometer la cotidianeidad con energía, evitando la modorra y la procrastinación, generadoras del estrés malo- es un valioso acicate de la autorrealización.
El estrés bueno y el estrés malo
Como el colesterol: hay un estrés bueno y un estrés malo. Nos obcecamos con practicar el malo, desconociendo la mera existencia del bueno.
Místicos-estéticos (seguidores, conscientes o inconscientes, de Platón) o racionales (los del bando de Sócrates-Aristóteles), todos tenemos nuestros favoritos. Sea como fuere, las auténticas obras de autoayuda no se encuentran catalogadas en este apartado.
Refiriéndose al mundo empresarial, pero aplicable a cualquier ámbito, el consultor John Coleman aconseja en Harvard Business Review que, quien quiera liderar (a sí mismo o a otros), primero lea.
Vivimos lo que leemos
Ahora sabemos que la reacción cognitiva cuando leemos sobre una experiencia es muy similar a la lograda viviendo la situación en primera persona, lo que sugiere que vivimos lo que leemos. Por tanto, somos -afortunadamente- más parecidos a Alonso Quijano de lo que nos gustaría admitir.
Sócrates aconsejaba a sus discípulos: “Emplead vuestro tiempo mejorando a través de los escritos de otros para así dilucidar con facilidad lo que otros han trabajado arduamente”. La acción del esfuerzo intelectual -aunque sea a través de la menos ardua lectura, en lugar del pensamiento original- en contraposición a la pasividad y la posposición.
Si, como aducen las auténticas obras de autoayuda, para lograr buenos resultados en algo se necesitan actividades menos atractivas para el título/subtítulo de un ensayo superventas de autoayuda -fuerza de voluntad, constancia, perseverancia, esfuerzo-, ¿cómo evitar caer en el extremo opuesto de la abulia desmotivadora de tumbarse a la bartola, o el éxito sin mover un dedo?
La parálisis del ir a por todo quemando todas las naves
El extremo opuesto estaría conformado por la acción hiperactiva, la parálisis con sabor a síndrome de Asperger provocada por la ansiedad o el estrés.
No obstante, esforzarse para lograr algún cometido no es el paso previo a padecer estrés, como muchos artículos y ensayos a medio elaborar exponen. En ocasiones, esforzarse consiste en practicar la introspección (contemplar, divagar, meditar, practicar la soledad voluntaria, relajarse), para rendir más evitando la ansiedad.
Por el contrario, posponer -diferir, procrastinar– las tareas en las que se divide cualquier meta, sustituyéndolas por cualquier otra actividad que más agradable o menos trabajosa a corto plazo, acaba desencadenando frustración, ansiedad, estrés, depresión, problemas de autoestima.
Rehuir los retos por incómodos o complejos, o debido a nuestra incapacidad para afrontar y superar el síndrome de la página en blanco, generaría más frustración que tranquilidad. Hay una manera, no obstante, de afrontar los retos sin caer en el agotamiento, explica Tony Schwartz en The New York Times.
Aprender a relajarse para potenciar la productividad personal
En su artículo ¡Relax! Serás más productivo, Tony Schwartz recuerda que trabajar motivado no equivale a afrontar todo lo que tenemos encima de la mesa sin ton ni son: “cada vez más a menudo, somos incapaces de equilibrar demandas abrumadoras con un ritmo en apariencia insostenible”.
“Paradójicamente -prosigue este asesor empresarial, escritor y periodista-, la mejor manera de acabar más cosas consistiría en pasar más tiempo haciendo menos”.
Una nueva serie de investigaciones multidisciplinares, escribe Schwartz en The New York Times, muestra que rendimos más y mejor cuando contamos con mecanismos regulares de introspección y renovación. Dicho de otro modo, cuando -siendo consciente de ellos o no- practicamos una filosofía de vida coherente.
Elige tu propia aventura
Estos mecanismos de renovación son tan diversos como flexibles y, en ocasiones, ni siquiera son considerados por el individuo que se beneficia de ellos.
Hacer ejercicio, pasear, divagar, hacer la siesta, tomar descansos periódicos, dedicarse a otra actividad, dormir más por la noche, trabajar fuera de la oficina, etc., mejora la salud, pero también la motivación, la autoestima o la productividad.
Con llamadas, compromisos, reuniones, conversaciones, etc., la oficina se convierte a menudo en la principal causa del síndrome de la página en blanco, una especie de acicate de la procrastinación: cualquier trabajo creativo requiere unos minutos de inmersión hasta lograr la concentración, explican los fundadores de 37Signals en su libro Rework.
Y se requiere aún más introspección lograr una experiencia de flujo, momento en el que se logra el desapego de cuerpo y mente, perdemos la consciencia del tiempo transcurrido y nosotros mismos.
Invertir en descanso no requiere préstamos personales
La ansiedad y el estrés no sólo bloquean el descanso, sino que hacen lo propio con la capacidad para concentrarse en una tarea con la intensidad de una experiencia de flujo. Y tanto la autoestima como la actividad realizada se resienten. Llega entonces la sensación de no dar abasto, pese a dedicar esfuerzo y largas horas a la actividad elegida.
Para Tony Schwartz, la relación cultural entre trabajo prolongado y éxito se remonta a los inicios de la Revolución Industrial, cuando se asumía que los recursos son infinitos y el “más, más grande, más rápido” campaban a sus anchas como ideales.
Es viable evitar el estrés y, de paso, trabajar duro, siguiendo una metodología que permita cuantificar el progreso realizado. Para avanzar con mayor firmeza, dicen las nuevas investigaciones a las que se refiere Schwartz, difícilmente podemos trabajar muchas más horas sin quemarnos.
Al contrario, para trabajar mejor hay que centrarse en menos cosas y aprender a descansar y relajarse, divagar, contemplar, meditar, dicen estas investigaciones. Como premio de asumir el carácter finito de la energía de usamos a lo largo del día, están los resultados pero sí nuestra energía. Abarcar menos y poner nuestros sentidos en ello, sin olvidar renovar nuestro entusiasmo con periodicidad.
La energía es renovable
“Los físicos entienden la energía como la capacidad para generar trabajo. Como el tiempo, la energía es finita; pero a diferencia de éste, la energía es renovable”, explica Tony Schwartz.
Pero existe un gran escollo cultural para que cualquier empresa o individuo se beneficie, sin pegas ni remordimientos, de los resultados de una energía renovada practicando alguna actividad introspectiva: tener más tiempo libre choca con la cultura productiva imperante, además de se rcontraria a la ética del trabajo que prevalece en la mayoría de las empresas, donde la inactividad o dedicarse a otra tarea es percibido como un fraude y una pérdida de recursos productivos.
En Estados Unidos, por ejemplo, más de un tercio de los trabajadores que realizan tareas profesionales o de oficina come en su escritorio de trabajo, mientras más de la mitad asume que deberá trabajar durante su tiempo libre y vacaciones.
Producir de verdad vs. actuar para que otros crean que lo hacemos
La consecuencia de identificar -según los viejos roles industriales- productividad con estar pasmado ante la pantalla del ordenador, es desoladora: más horas en el trabajo, mayor posposición (cualquier cosa menos trabajar motivados), peor conciliación entre vida personal y laboral, mayor cansancio, pérdida de autoestima. El caldo de cultivo ideal para trastornos como la ansiedad, depresión, estrés, etc.
Varios estudios destacan la importancia del sueño en la renovación de nuestra energía, capacidad de trabajo, frescura para asociar ideas de manera creativa y experimentar situaciones de flujo (o momentos de concentración óptima en nuestro cometido, hasta el punto de perder la noción de nosotros mismos y del transcurso del tiempo).
Sueño nocturno, siestas, vacaciones
La investigadora de Stanford Cheri D. Mah ha estudiado los efectos del descanso en jugadores de baloncesto de élite, que incrementaban su rendimiento (acierto, concentración) de manera dramática tras 10 horas de sueño.
Las siestas tienen efectos similares, como muestran los resultados analizados en controladores aéreos con turno nocturno que pudieron dormir 40 minutos: mejoraron de manera radical la capacidad de vigilancia y el tiempo de reacción.
Otras técnicas de renovación, tales como descansar después del trabajo o tomarse vacaciones periódicas (por ejemplo, retiros productivos o de cultivo introspectivo como la lectura, el aprendizaje de alguna tarea o actividad, el ejercicio, conocer lugares nuevos, etc.), tienen efectos similares sobre el rendimiento y la capacidad creativa.
Tony Schwartz: “Como los atletas entienden especialmente bien, cuanto mayor es la demanda de rendir, mayor la necesidad de renovarse. Cuando se está bajo presión, no obstante, la mayoría experimentamos el impulso opuesto: esforzarnos más, en lugar de descansar”.
Relajarse para rendir más, y no para dejar de rendir
Más que trabajar 4 horas a la semana y aguardar el resto del tiempo a que bajen las musas, como prometen algunos títulos populares de autoayuda, la filosofía de vida de quienes han logrado rendir más y mejor descansando de un modo consciente y “productivo” (recargando fuerzas físicas y mentales, capacidad cognitiva, etc.), coincide en las líneas maestras de la receta, consistente en:
- abandonar la modorra y superar la posposición (procrastinación, síndrome de página en blanco), ya que rendir no equivale a estar presente en el escritorio;
- aprender a cultivar la introspección para renovarse con efectividad, método y regularidad (haciendo deporte, meditando, divagando, durmiendo más, leyendo, jugando, etc.);
- ser franco con uno mismo y saber cuándo ha llegado el momento de apretar el nivel de exigencia, o cuándo hay que parar (los últimos estudios sugieren que mantenemos nuestra concentración durante a lo sumo 90 minutos, tras los cuales hay que parar para “renovarse”);
- aprender de los mejores leyendo las auténticas obras de autoayuda -que no suelen ser consideradas como tales-.
El arte de dosificar la energía
La energía que empleamos a lo largo del día es finita, pero podemos aprender a dosificarla, conservarla, potenciarla cuando sea necesario. Sabemos, por ejemplo, que la fuerza de voluntad actúa como un músculo -mejora cuando se ejercita, se atrofia cuando se abandona-, como también lo hace la memoria.
Los últimos estudios sobre descanso y memoria, de los que se hace eco The Economist, nos recuerdan que el descanso también nos ayuda a rendir mejor despiertos, así como a olvidar “de manera efectiva”.
De este modo, evitamos que nos ocurra como a Ireneo Funes -explica con acierto The Economist-, el personaje de Jorge Luis Borges incapaz de razonar analíticamente al no poder olvidar nada.
Llevando el símil a la informática, cuando no sabemos desconectar de manera consciente (divagar) e inconsciente (dormir), nuestra memoria RAM se satura de elementos en uso, bloqueando la operatividad del conjunto.
La tranquilidad que surge de afrontar los retos
¿Cómo afrontar las tareas sin posponerlas y hacerlo frescos y con motivación, de manera consistente, además de conciliar el trabajo y la vida personal? Como Séneca expone en Cartas a Lucilio, cualquier proceso hacia la autorrealización -los estoicos lo llaman virtud, tranquilidad- depende del hábito y el entrenamiento.
Para los estoicos, se trata de usar la razón, vivir según la naturaleza, apreciar lo que se tiene (estar expuestos a incomodidades y situaciones exigentes para luego sacar el máximo partido de la escasez), conocerse mejor a uno mismo. Practicar el “arte de vivir”.
Psicólogos y expertos en “coaching” actuales lo llamarán de otro modo, pero aplican la misma receta expuesta en Cartas a Lucilio que, a su vez, es una exposición llana de los resultados de enfrentarse a diario al método socrático, analizando nuestra situación y reaccionando en consecuencia.
El auténtico “agile development”
Algo así como el “desarrollo ágil“, tan en boga en la cultura de Internet, pero puesto en práctica en todas las facetas de la vida de uno mismo… hace 2.000 años.
Abundan las recomendaciones sobre cómo conseguir los mismos resultados sin necesidad de indagar en filosofías de vida ni realizar grandes cambios cotidianos. Por ejemplo, hay artículos que muestran qué rutinas siguen los emprendedores con éxito para avanzar.
Entre los consejos, se repiten acciones y actitudes de sentido común que, sin embargo, se omiten con facilidad, ya que siempre hay excepciones cotidianas que justifican el abandono del hábito.
- no dedicarse a consultar el correo y las redes sociales cuando estamos más frescos;
- realizar las tareas que requieren menor concentración y creatividad para cuando estamos más cansados;
- respetar el tiempo que requiere un estado de concentración con cierta consistencia;
- afrontar primero lo que menos nos agrada, analizarnos a diario dejando tiempo para la introspección “productiva”;
- etc.
Sobre evitar la atrofia
El arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright, inspirador del arquitecto irredento e incorruptible Howard Roark de El manantial (The Fountainhead, por Ayn Rand, 1943), él mismo ejemplo de las posibilidades del progreso y la tecnología en una época en que todo era posible, sentenció:
“Si sigue así, el ser humano atrofiará todos sus miembros excepto uno, el dedo de pulsar el botón”.
Desde antes del nacimiento de su propia subespecie, el ser humano ha usado la tecnología para condicionar el medio y salirse con la suya obteniendo, de paso, el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo.
Pero, como Frank Lloyd Wright recordaba, cualquier interacción sana con nuestras herramientas debe guiarse por la moderación y el equilibrio.
La “vida según la naturaleza” de los griegos clásicos; o el “camino medio” y el “tao” de los filósofos orientales.