Lobo itálico, canis lupus italicus. Pocas especies endémicas de lobo euroasiático han logrado un protagonismo similar a la subespecie también conocida como lobo de los Apeninos, cuyo reciente vigor ha originado una expansión más allá de los Alpes orientales hacia Suiza, Francia e incluso la vertiente norte de los Pirineos.
Muy similar al lobo europeo, la taxonomía de la subespecie italiana fue sólo reconocida en 1921, cuando se detectaron particularidades en el cráneo y los patrones de pigmentación.
Presente en la Península Itálica desde al menos el Pleistoceno, al finalizar la glaciación de Mindel hace unos 300.000 años, hay indicios rupestres para asegurar que, como ocurre en el resto de la Europa Mediterránea que quedó a salvo de la última glaciación, las leyendas sobre este depredador y su estatus simbólico empiezan en la prehistoria.
Amamantando a una civilización
Alumbrada por un puñado de artefactos, reconstrucciones antropológicas y etnográficas, la relación entre los primeros pobladores humanos de la zona y este temido depredador inspirarían el mito de la fundación de Roma y el papel maternal de la loba amamantando a los fundadores de la ciudad, Rómulo y Remo, prueba de que la fiereza y belicosidad de los habitantes de la zona tenían su origen en estas historias de lobos heredadas de los antepasados de romanos y etruscos.
A diferencia del estatus de, por ejemplo, la vaca en India, el lobo no era un animal sagrado para los romanos, si bien darle muerte llegó a ser tabú, diferenciándose de la predilección de los etruscos por sacrificar a lobos en ceremonias en anfiteatros. Apenas aparecen referencias al uso medicinal del lobo o al comercio de sus pieles en Italia, a diferencia de la popularidad de esta actividad entre las tribus germánicas conquistadas.
Cada 15 de febrero, los romanos celebraban las fiestas lupercales (lupercalia), en honor de lupus —lobo— y de hircus —macho cabrío—, las dos vertientes del dios griego Pan —Fauno para los romanos—: por un lado, la nobleza del cazador merodeador; y por otro, la lujuria instintiva del chivo. Durante la fiesta, los ciudadanos corrían desnudos por las calles y los esclavos tenían licencia para burlarse de sus amos.
Licaón, la invasión lombarda y la aversión al lobo “feroz”
La imagen del lobo como portador de augurios, aullando en la linde con los asentamientos humanos y causando pérdidas de ganado ocasionales en las villas rurales, empezó a cambiar tras las invasiones bárbaras. El pariente lejano del perro y guardián del equilibrio animal en las montañas en calidad de principal depredador europeo, perdió estatura metafísica al ser relacionado con la salvaje ferocidad de las invasiones del norte.
La invasión de la península itálica por los lombardos en el siglo VI d.C., se transmitió entre la población como saqueos ocasionados por lobos, ofreciendo pistas sobre los orígenes remotos de los mitos europeos de la licantropía: durante la Alta Edad Media, la creencia popular en el hombre lobo y su relación con la magia negra y el paganismo ofreció la licencia necesaria para la persecución de la principal amenaza para el ganado y la trashumancia hacia los pastos de las montañas durante los meses de estío.
Ovidio relata en Las metamorfosis cómo la osadía de Licaón, quien había ofrecido la carne de su propio hijo a Zeus para contestar su divinidad, fue convertido en la bestia más furiosa e instintiva: un lobo. Olvidada la historia, en el imaginario de los territorios romanizados permaneció la asociación entre hombre lobo y maldición. Enterrado por la historia, el mal fario del osado Licaón se convertiría en licencia para matar a los lobos.
El lobo consolidó su dimensión supuestamente perversa cuando la literatura infantil recopiló viejas leyendas para reforzar un arquetipo ya concebido.
El lobo demoníaco: la Bestia de Gévaudan
En pleno siglo XX, el mito del hombre lobo pervivía en la Italia rural, pero el lobo itálico se encontraba al borde de la extinción; ocurría algo parecido con el lobo ibérico y el linaje principal del lobo europeo, prácticamente extinto en Francia y Europa Central.
Décadas después, el lobo itálico repuebla sus hábitats históricos. Cerca del aeropuerto Leonardo da Vinci, en las afueras de Roma, las cámaras instaladas por ornitólogos en la reserva natural de Castel di Guido grabaron a dos lobeznos a finales de 2017. Poco después, aparecieron imágenes de una pareja de lobos adultos, lo que eleva la población del animal a las puertas de Roma a un mínimo de cuatro ejemplares.
Hacia el norte, el lobo itálico ha cruzado los Alpes y se ha asentado en el Macizo Central francés, donde la tradición trashumante había acabado con la población autóctona tras siglos de leyenda negra y persecución que pueden trazarse en el folclore local (por ejemplo, en la región occitana de Gévaudan). La llamada Bestia de Gévaudan aterrorizó la región entre 1764 y 1767, y las hipótesis sobre la naturaleza del animal (¿un lobo, un perro salvaje, un perro lobo, un licántropo, un asesino en serie?) produjo una gran conmoción popular.
La movilización pública provocó la caza de dos animales: un lobo de gran tamaño y un cánido exótico parecido a un lobo, aunque el misterio no se resolvió antes de que la prensa de la región y la Corte francesa se desinteresaran del asunto. Los dos cazadores de sendos animales misteriosos, François Antoine y Jean Chastel, no lograron despejar todas las dudas sobre el misterio.
La vieja loba y la montaña: evocación de Aldo Leopold
Antoine había aniquilado al lobo de gran tamaño en 1765, fecha tras la cual se produjeron algunos ataques; tras el abatimiento de la bestia exótica a cargo de Chastel en 1767, ninguna muerte adicional fue atribuida a la Bestia en la región. Los historiadores no han descartado la hipótesis de que una hiena huida de la feria de Beaucaire hubiera encontrado refugio en las montañas.
El desconocimiento y la superstición en torno a la Bestia de Gévaudan sirvieron para aumentar la animadversión hacia el lobo, que a principios del siglo XIX había desaparecido de la mayor parte de su hábitat natural, con reductos numerosos concentrados en las regiones montañosas más remotas de Europa Occidental.
El retroceso de un depredador repercute sobre todo el ecosistema, y la persecución del lobo en Europa y Norteamérica, activa hasta hace apenas unas décadas, deterioró el control de poblaciones de herbívoros en entornos tan propensos al desequilibrio como el desierto de alta montaña en Estados Unidos, donde la población excesiva de herbívoros pone en riesgo la regeneración de la flora local.
El naturalista Aldo Leopold dedicó algunas reflexiones al respecto en su ensayo conservacionista A Sand County Almanac:
“Alcanzamos a la vieja loba a tiempo para observar un fiero fuego verde en sus ojos. Entonces comprendí, y he sabido desde entonces, que había algo nuevo para mí en aquellos ojos, algo conocido sólo por ella y por la montaña. Entonces era joven, y ávido por cazar; pensaba así porque menos lobos significaba más ciervos, y que la ausencia de lobos sería un paraíso para los cazadores. Pero tras ver morir el fuego verde, sentí que ni la loba ni la montaña estaban de acuerdo en semejante visión.”
De la etología a la concienciación pública
Leopold recordaba así las primeras reflexiones de un naturalista en ciernes, meditando en torno a la visión antropocéntrica y domesticadora del ser humano en la naturaleza, otorgando a la montaña una inteligencia lenta y antigua: la del entorno que se regenera gracias a la acción de polinizadores, reptiles, aves herbívoros y sus depredadores.
Desde la publicación de A Sand County Almanac en 1949, el prestigio del lobo no ha mejorado entre los ganaderos estadounidenses y europeos, que sin embargo tienen que aceptar las áreas de protección de la especie, fragmentadas y a menudo condenadas al endemismo debido a la acción del hombre sobre el territorio.
En España, la supervivencia del lobo y el lince se debe tanto a la acción administrativa como al trabajo de difusión de Félix Rodríguez de la Fuente, cuyos trabajos en etología (estudio del comportamiento de los animales en su medio) y documentalismo de la naturaleza dieron a conocer a la opinión pública la situación del lobo ibérico y su truculenta relación con el ser humano.
Su serie televisiva El hombre y la Tierra (1974-1981), dedicó dos episodios al animal: El lobo (18 de febrero de 1977); y El hombre y el lobo (2 de mayo de 1981).
Enseñanzas de las islas apartadas
La prehistoria humana comparte algunos rasgos en todo el mundo: los restos arqueológicos que marcan el declive de la megafauna coinciden con los primeros asentamientos humanos en el territorio, y nuestro papel aniquilador, domesticador e introductor de especies ha sido tan intenso y efectivo que es posible trazar el poblamiento de territorios como la Polinesia a partir de las especies de animales y cosechas introducidas.
La globalización no empieza en la era de los contenedores logísticos y se remonta también más allá de la Ilustración: con el intercambio colombino, las técnicas agropecuarias europeas llegan a América con éxito limitado y gran impacto para personas y ecosistemas; en paralelo, los cultivos del Mesoamérica, los Andes y el delta del Misisipí seguirán las rutas comerciales de los colonizadores, cambiando para siempre el Caribe, África y el Sureste asiático.
Además de cultivos y animales domésticos, polizones menos deseados saltarán de un continente a otro con velocidad inusitada. Así, mientras Charles Darwin se sirve de sus expediciones a islas remotas y todavía ajenas al impacto globalizador del intercambio colombino para documentar El origen de las especies y la propia teoría de la evolución, plagas de cosechas y animales introducidos por colonos y comerciantes causarán nuevas catástrofes ecológicas.
El endemismo de ecosistemas protegidos hasta la Era de los descubrimientos había estimulado una lenta adaptación a ecosistemas que habían estimulado fenómenos como grandes aves no voladoras en las islas del pacífico, el gigantismo de algunas especies de lagartos y tortugas, el éxito de los lémures en Madagascar, el reinado de los marsupiales en Oceanía y procesos evolutivos como el enanismo insular (que hoy sabemos que habría afectado al propio género homo).
El etnocentrismo de la conservación natural
Estos fenómenos —gigantismo insular, gigantismo abisal, mansedumbre de animales isleños sin depredadores-, cruciales en los estudios de Charles Darwin, han estimulado también el conservacionismo contemporáneo: desde el control de especies invasoras (con proyectos a escala continental, como el poco efectivo cercado contra conejos en Australia Occidental, erigida entre 1901 y 1907) hasta su eliminación para garantizar la supervivencia de especies endémicas en peligro.
La mentalidad de los pobladores europeos, influida tanto por la aspiración racionalista y taxonómica de la Ilustración como por viejos prejuicios culturales —por ejemplo, contra el papel del lobo en los ecosistemas europeos y norteamericanos— y etnocéntricos, dictó el propio marco del ecologismo y el conservacionismo.
A menudo, el deseo de protección de especies endémicas llegó tarde, con casos legendarios que muestran el deseo de los pobladores locales por aniquilar depredadores percibidos como competidores: el lobo de las Malvinas, extinto en 1876; el lobo japonés endémico de la isla de Honshu, desaparecido en 1905; o el el legendario marsupial carnívoro con aspecto de cánido y piel evocadora de algunos grandes felinos (de ahí los nombres concedidos por los pobladores europeos, “lobo marsupial” y “tigre de Tasmania”), del que no se tienen noticias desde 1936.
Un efecto de la acción de especies invasoras y de la acción del hombre (caza, degradación y fraccionamiento del hábitat, etc.), así como del cambio climático, el riesgo de extinción de numerosas especies ha estimulado nuevas técnicas de conservación en las últimas décadas.
Desextinción, control de plagas y Crispr
Lo que hasta hace poco era un sueño o el argumento de novelas de ciencia ficción tales como Parque Jurásico va camino de hacerse realidad con las técnicas de desextinción: disminuyen los problemas técnicos relacionados con revivir especies extintas recientemente que cuentan con parientes relativamente cercanos y han dejado un rastro genético completo —artículo relacionado—; sin embargo, permanecen las incógnitas legales y éticas.
Las nuevas técnicas de “edición” de genes (literalmente, cortar y pegar secuencias genéticas sobre organismos para, por ejemplo, permitir la viabilidad de un embrión de mamut a partir de uno de elefante), englobadas bajo las siglas CRISPR, abren nuevas posibilidades para recuperar fauna extinta o en grave peligro de desaparición, pero también para luchar contra especies invasoras sin poner en peligro los ecosistemas que han invadido.
El control de especies invasoras apenas había evolucionado desde la época de la primera valla contra conejos que pretendía aislar a Australia Occidental de esta plaga introducida en la principal masa terrestre de Oceanía.
Crispr podría acabar con errores de bulto como el que puso en peligro a los halcones de Pinzón, endémicos de la pequeña isla con el mismo nombre del Archipiélago de las Galápagos: Emma Marris explica en Wired cómo Karl Campbell, experto en restauración de ecosistemas y control de especies invasoras formado en la Universidad de Queensland, Australia, se topó con un imprevisto de consecuencias nefastas para los animales que trataba de proteger.
Cómo eliminar sólo a las especies invasoras
Campbell, que se ha especializado en matar ratas, cabras y otros animales que ponen en peligro la fauna insular de distintas regiones del mundo, acudió a la isla de Pinzón para acabar con la invasión de ratas que amenazaba a la flota y fauna locales. Las herramientas que había usado hasta recientemente —trampas, rifles de largo alcance, venenos personalizados— se adaptaban pobremente a un invasor tan esquivo y adaptativo como la rata, una de las especies que mejor ha aprovechado la mundialización desde inicios del intercambio colombino.
En 2012, Campbell inició su plan de envenenamiento de las ratas que habían invadido la isla de Pinzón; para ello, tuvo que capturar uno por uno los 60 halcones de las Galápagos que vivían en el islote. Una vez capturados los animales, el conservacionista distribuyó el veneno, que pronto acabó con los roedores.
Devueltos a la libertad, los halcones empezaron a caer del cielo como moscas: las lagartijas de lava, una de las presas más preciadas de los halcones, también habían ingerido el veneno sin que éste las afectara. Sin embargo, los niveles de la sustancia en su organismo fueron suficientes para matar a los halcones.
Las nuevas técnicas de edición podrían acabar con estas pequeñas catástrofes bienintencionadas, además de asistir a faunas locales en ecosistemas más complejos y afectados por el hombre: Crispr permite atacar a especies invasoras que han florecido en territorios que no habían desarrollado mecanismos para controlar su población.
Nuevos dilemas éticos
Ha llegado el momento, creen Campbell y algunos de sus colegas, para abandonar herramientas medievales (veneno, trampas, rifles) y erradicar las especies invasoras más exitosas con herramientas de nuestra era como Crispr.
Poison. Traps. Rifles. The methods for eradicating island predators like rats are brutal. Some conservationists want to use #Crispr to do the same job. This method isn't brutal, but it could fundamentally transform our power over nature. https://t.co/c3b82hkWa2
— C. S. Prakash (@AgBioWorld) February 21, 2018
Eso sí, una vez hayamos dominado su uso, el poder de Crispr podría transformar tanto nuestra capacidad para restaurar ecosistemas, proteger especies endémicas e incluso revivir especies extintas con trazos genéticos bien conservados… como nuestra capacidad para acelerar catástrofes ecológicas.
Las nuevas herramientas demandarán nuevos marcos éticos y una legislación que impidan su uso contra flora, fauna y personas.
Como la inteligencia artificial, Crispr alberga riesgos, pero sus promesas para obrar en positivo exceden cualquier tentación a prohibir su uso por temor a consecuencias negativas.
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