Filosofía se acerca a ciencia computacional, psicología y neurociencia para crear una prueba rápida y precisa, equivalente a un rutinario test de Turing capaz de dirimir de manera cuantificable la inteligencia de cualquier entidad, sea artificial u orgánica.
Pese a nuestra afición por filosofar y a estudiar desde las partículas más pequeñas a lo más grande, el propio funcionamiento del universo, ni física cuántica ni relatividad nos han ayudado a descifrar -debido a su aparente incompatibilidad– los misterios de la conciencia hasta el punto de posibilitar las máquinas inteligentes.
El engranaje de todo
Asociamos la conciencia con la capacidad del ser humano para distinguir lo que percibe con sus sentidos de lo que piensa: un robot, un insecto o una planta serían incapaces de distinguir lo que ocurre a su alrededor de lo interpretado.
Cuando lo percibido no se distingue de lo interpretado, no hay espacio para la subjetividad ni para experimentar, inventar, o dirimir entre lo correcto y lo correcto en función de valores o intuiciones interiorizadas -basadas en historias, en la experiencia, en conjeturas, etc.-.
La conciencia implica capacidad para sentir y ética. La filosofía se ha ocupado de ella, pero el concepto moderno surge con la Ilustración, cuando surgieron los primeros modelos mecanicistas del universo, que como los atomistas presocráticos y, más tarde, los estoicos (fatalismo), creían en un Todo determinista que funcionaba como un gigantesco engranaje cósmico, en el que todo cumple una función, incluyendo la conciencia individual.
Límites del empirismo: cómo explicar la conciencia
Pero la concepción mecanicista de la conciencia se topó con los impedimentos o limitaciones del empirismo para demostrar que, en efecto, la mente humana funciona como una compleja máquina.
René Descartes, Gottfried Leibniz e Immnanuel Kant, entre otros, se esforzaron por encontrar lo que la ciencia todavía no ha descifrado pese a los avances en informática e inteligencia artificial: una explicación que confirme que el propio concepto de conciencia es coherente tal y como lo percibimos y que exponga sus intrincados (o sencillos) mecanismos en una explicación racional.
La explicación matemática de la conciencia que perseguían tanto el dualista René Descartes como el precursor de la informática moderna Gottfried Leibniz y el teórico de la percepción (la relación entre lo que percibimos y pensamos) Immanuel Kant, no ha sido del todo resuelta y las limitaciones de la teoría de la conciencia frenan el avance en inteligencia artificial o incluso en el concepto de superinteligencia.
Partiendo del mecanicismo clásico, no existe una teoría aceptada de la conciencia sino, paradójicamente, una intuición de esta posible teoría unificada dadas las similitudes entre las principales hipótesis sobre la mente humana. El escollo para entender la conciencia se define como un atributo de la propia mente, la “intuición”, capacidad de la que carecerían las máquinas y algoritmos más sofisticados.
Atomistas, dualistas, epistemológicos, positivistas… nadie con un modelo completo
Una revisión acelerada de las teorías filosóficas que han influido la percepción actual de la conciencia:
- los atomistas creían que el universo se compone de pequeñas partículas indivisibles en constante movimiento que se unen y disgregan para conformar entidades, incluyendo el cuerpo humano y su conciencia, una visión mecanicista;
- los estoicos concebían el universo como un todo concatenado mediante el principio de la causalidad (algo así como un descomunal engranaje de reloj mecánico); la conciencia, racional, no puede controlar el engranaje, pero sí la manera de interpretar los acontecimientos;
- René Descates, Gottfried Leibniz o Immanuel Kant creen que el cuerpo puede explicarse de manera mecanicista (explicación física racional y comprensible), pero se les escapa de qué está hecha la conciencia; de ahí que su mecanicismo no se base sólo en la experiencia (razón, el “A es A” de Aristóteles), sino en la inmaterialidad de la idea y la razón (como si quisieran compatibilizar el empirismo de Aristóteles con el misticismo de Platón, donde todas las formas tienen ideales).
El dualista Descartes, el teorizador de la informática (y la futura inteligencia artificial) Leibniz y el precursor del idealismo alemán Kant intuyen, pero no concluyen, que la conciencia está relacionada con la experiencia (lo que percibimos) y su interpretación, así como los problemas filosóficos que presentan las dicotomías sujeto-objeto.
Lo que procede de la experiencia y lo que es pensamiento puro
La relación entre subjetividad y objetividad no es tan clara como afirmarían los empiristas, desde Aristóteles a John Locke, que se conformarían con la máxima de que “A” (lo que percibimos) sólo puede ser “A”.
El objetivismo de “A es A” plantea dudas filosóficas que encallan en los actuales modelos y estudios sobre la creación de conciencias artificiales. Si, como Aristóteles y Locke afirman, la conciencia es exclusivamente el conjunto de las informaciones que recibimos a través de los sentidos, ¿por qué es tan difícil definir y construir una máquina con conciencia?
La percepción de los propios pensamientos (interpretación de la propia experiencia), la percepción del bien y el mal, así como la moralidad, la ética o conceptos tan intangibles como el pálpito o la intuición exponen una mayor complejidad de la conciencia.
Cuando los empiristas quisieron explicarlo todo
A estas alturas, seguimos preguntándonos si, como conjeturaba Descartes, la conciencia tiene interpretación física (pesa); o si forma parte de ese intangible que Platón y la teología llaman alma.
Algo sí ha cambiado desde la época de Locke, Descartes, Leibniz y Kant: las dudas sobre el mecanicismo de la conciencia (¿es posible crear algoritmos que, como el ser humano, tengan sentido común, valores, moral, ética, etc.?), o sobre el problema sujeto-objeto (al que Kant dedicó su carrera filosófica), se dirimen en hipótesis aplicadas en entornos informáticos, abandonando los dominios más borrosos de la conjetura y la intuición.
La epistemología, o rama de la filosofía que explica el cómo creamos conocimiento con lo que podemos observar (verdades) y lo que conjeturamos (creencias, hipótesis) no ha podido ser definida de una manera puramente empirista-positivista, pese a los intentos de peso de dos mecanicistas de calado: John Stuart Mill y Herbert Spencer.
De un “alfabeto de los pensamientos humanos” a una teoría integrada de la información
Así que, si queremos crear máquinas con auténticas conciencias (o regenerar, desde la medicina, conciencias dañadas; o quizá “revivir” conciencias extintas, abriendo la puerta a “aplicaciones-conciencia” que funcionarían como software y podrían cargarse en “entornos” -¿inmortalidad artificial?-), el modelo deberá ser más complejo que un engranaje reducido a términos científicos conocidos y reproducibles.
Para saber cuánto hemos avanzado para clarificar el problema filosófico sujeto-objeto (la batalla para dirimir si nos conformamos en definitiva con el “A es A” de Aristóteles, o añadimos más variables que implicarían una razón pura que reside en la conciencia y no parte de lo percibido con los sentidos), pueden compararse dos métodos para estudiar de qué está hecha la conciencia:
- Gottfried Leibniz, influido por sus trabajos en matemáticas y lógica, creyó que el modo de definir la conciencia era descubrir cómo se crea y funciona el conocimiento (epistemología), con la idea de crear el equivalente a un “alfabeto de los pensamientos humanos”; imaginó las “mónadas“, el equivalente del pensamiento a los átomos: pequeñas partículas del universo que equivalen a formas del ser substanciales, una idea del campo de la metafísica cuya teorización es más sencilla que su puesta en práctica a través de un algoritmo (proceso del que el mismo Leibniz es pionero con la primera definición moderna y práctica del sistema binario);
- Casi 300 años después de la muerte de Gottfried Leibniz, psiquiatras y neurocientíficos estudian cómo materializar los estados subjetivos que definen el funcionamiento de la mente y la conciencia: algo así como unas “mónadas” interpretables en sistema binario, usando una teoría integrada de la información (IIT en sus siglas en inglés), que equivaldría, en principio, a “conciencia”.
Cuenta atrás para la singularidad tecnológica
El psiquiatra y neurocientífico Giulio Tononi se dedica desde la universidad de Wisconsin a establecer la relación entre el estado de la mente en un momento determinado y la información expresada por el cerebro en este preciso instante (impulsos, sustancias, etc.).
La idea de Tononi es crear a medio placo el equivalente a un nuevo test de Turing para certificar que las máquinas pueden ser conscientes.
Christof Koch, profesor de biología cognitiva y del comportamiento del Instituto de Tecnología de California, escribe en Scientific American cómo Tononi pretende empezar la casa por los cimientos, buscando un método para identificar el funcionamiento de la conciencia y traducirlo después a una versión digital equivalente.
Conciencia = muchas percepciones integradas entre sí
Para lograr su empresa quijotesca, Tononi trabaja en la mencionada teoría integrada de la información (IIT), compartiendo sus avances con otro experto en la materia, el profesor de la universidad de Sussex (Reino Unido) Adam B. Barrett, que usa métodos matemáticos para dirimir cómo las estructuras, dinámicas y funciones neurales producen “experiencia consciente“.
La “teoría integrada” sobre cómo las estructuras neurales crean conciencia se basa en dos pilares axiomáticos:
- variedad: los estados de la conciencia destacan por su diferenciada variedad, riqueza. Podemos ser conscientes de manera simultánea de infinidad de cosas directamente percibidas, recordadas, intuidas, etc.; podemos pensar en el recital de piano de nuestro hijo mientras vemos (interpretamos) las flores del jardín tras la ventana y las contrastamos con las que aparecen en una lámina de Gauguin que cuelga de la pared, además de cocinar, tararear una canción y asegurarnos, mediante la interpretación del olor, el vapor y la textura del contenido de la sartén, que todo marcha según lo previsto; a la vez, no podemos quitarnos de la cabeza las obligaciones o esperanzas relacionadas con cada instante. Para comprender la extrema complejidad y riqueza de nuestra constante interpretación de la realidad;
- integración: esta información tan rica, en ocasiones presente de manera torrencial pese a que unas ideas se impongan a otras en una especie de mecanismo para priorizar, está muy integrada; de hecho, la información que interpretamos en la conciencia está tan integrada que, por mucho que lo intentemos (y siempre que no padezcamos alguna dolencia que cause anomalías en esta interpretación), no podremos ver el mundo en blanco y negro o a cámara lenta, ni observar sólo un flanco de la experiencia -se trate de una porción de nuestro campo de visión o una idea “aislada” de otras ideas o conceptos-; la información de la que somos conscientes (y mucha de la información descartada por nuestra conciencia inmediata para evitar la saturación o directamente la demencia, pero “presente” en lo que llamamos subconsciente) está representada en nuestra mente y no puede ser subdividida.
Conciencia de uno mismo
Según investigadores como Giulio Tononi o Adam Barrett, esta unidad de conciencia (que evita interpretar elementos de manera fragmentada -sólo una porción de nuestro campo de visión, o pensar en algo según la porción que nos convenga-), se explica a partir de múltiples interacciones causales en las zonas más relevantes del cerebro.
Avanzando en una especie de explicación mecanicista de la conciencia, los científicos han observado que, si distintas zonas del cerebro resultan dañadas, empiezan a desconectar o son aisladas, como ocurre en el sueño profundo y en la anestesia, la conciencia se apaga e incluso cesa.
De ahí las dificultades que afrontan los pacientes que reciben cirugía cerebral o cuya interconexión entre hemisferios ha sido dañada, para retornar a un estado de conciencia que carezca de graves lagunas en la percepción sensorial y su interpretación (pensamiento complejo, habla, recuerdos, etc.).
Para ser conscientes tal y como la filosofía, la ciencia y los mitos han interpretado el término, expone Giulio Tononi, una conciencia necesita ser individual, estar altamente integrada y atesorar un amplio repertorio de estados definidos y diferenciados entre sí.
Capacidad de proceso sin integración no es conciencia
Por ejemplo, un ordenador o una supercomputadora acumulan capacidad de proceso y su habilidad para realizar tareas asignadas ya supera al ser humano, pero los datos acumulados por un ordenador no están asociados entre sí por un único sistema consciente de sí mismo, capaz de asociar cualquiera de los billones de elementos con otros tantos y dar pie a palabras, ideas, decisiones éticas, etc.
Cualquiera de nuestros teléfonos acumula en su historial centenares de mensajes “procesados”, imágenes, vídeos e incluso hiperenlaces (o conexiones epistemológicas muy próximas al propio esquema neuronal), pero el dispositivo es incapaz de relacionar la información con experiencia, anhelos, intuiciones.
Según la teoría de la información integrada de Giulio Tononi (o el modelo similar de Adam Barrett, “fi -letra griega- empírico”), una entidad que avance en la variedad de procesos simultáneos (captación e interpretación de información en un momento determinado y a través de una unidad “individual”) y en el número de interconexiones entre éstos, se acerará al método usado por las conexiones neurales para crear lo que llamamos “conciencia”.
Las máquinas y el método socrático
La teoría de la información integrada es parece partir del propio Sócrates, quien identificaba el conocimiento como un proceso de avance o indagación en ideas o conceptos que se van definiendo con más precisión a medida que se despejan las dudas.
Sócrates creía en un único método de avanzar hacia el conocimiento (identificado como “luz”, conocer más, iluminarse), que implicaba abandonar las tinieblas (ignorancia, superstición, maldad): instigar al razonamiento a través del diálogo y la pregunta, arrinconando conceptos hasta que se agotan o dan pie a algo nuevo.
Como Sócrates, el marco de la teoría de la información integrada parte de la idea de que aumentar la información (lo conocido) en relación con una variable reduce la incertidumbre en relación con ésta, lo que a su vez aumenta la capacidad para definir una variable con toda su complejidad (se sabe más sobre su naturaleza y, por tanto, crece el número de posibles estados o atributos).
Entidades exclusivas
Según el modelo IIT de Tononi o “fi empírica” de Barrett, aumentando lo suficiente la variedad e integración de experiencias se podría crear un repertorio lo suficientemente complejo que se acerque a su equivalente biológico en lo esencial: la existencia de una conciencia.
La verdadera complejidad de poner en práctica esta hipótesis consiste en la naturaleza de la información integrada, que no se incrementa añadiendo simplemente más mecanismos a un sistema, ya que si éstos son prácticamente independientes la acción equivaldría a añadir potencia a un vehículo y no derivarla a la transmisión que acciona el movimiento.
La teoría de la información integrada sería realidad si la conciencia:
- existe;
- es composicional (está estructurada);
- es informativa;
- está integrada;
- es exclusiva.
Reproducir los mecanismos intrínsecos de un cerebro humano no es una tarea sencilla, pero cualquier teorización que simplifique el proceso implicaría un gran avance; de ahí el potencial de la IIT.
Cuanta más sinergia, conciencia más compleja
Imaginemos un cerebro determinado, con sus neuronas y axones, dendritas y sinapsis; contando la cantidad de cada uno de estos elementos físicos, se podría computar la “integración” de este cerebro, expresado en un único número (en este caso, la letra griega “fi”: Φ).
“Fi” sería la sinergia del sistema o cerebro (tamaño del repertorio asociado con todas las redes compuestas por partes integrantes del órgano y su actividad). A mayor integración, mayor sinergia, o una mayor conciencia.
Por el contrario, si las regiones individuales del cerebro están demasiado aisladas entre sí o se encuentran interconectadas con aleatoriedad, la sinergia o Φ será reducida.
El reto es crear una entidad individual artificial con un sistema de información tan variado e integrado que su sinergia (Φ) se acerque lo suficiente a la del cerebro humano como para que podamos estar hablando de una auténtica conciencia artificial.
Historia de un nematodo
Asumir la posibilidad de poner en práctica la teoría de la información integrada implica que el estado que identificamos como conciencia no es exclusivo al ser humano, sino que se circunscribe a cualquier sistema que constituya una individualidad acotada, con una experiencia lo suficientemente compleja (variada e integrada) que garantice una elevada sinergia (valor representado por Φ).
Así pues, muchos organismos vivos y máquinas tendrían suficiente sinergia como para albergar conciencia. La definición más inclusiva de IIT identificaría un valor Φ suficiente en organismos tan simples como el pequeño nematodo (1 mm de longitud) caenorhabditis elegans, al que la ciencia recurre con frecuencia para estudiar la genética del desarrollo (estudio de obesidad, diabetes, envejecimiento, etc.), dada su sencillez: 302 células nerviosas.
La sinergia del cerebro humano es tan superior que explicaría la diferencia entre el primate de la tribu hominini y el género homo que escribe este párrafo -con todas sus limitaciones- y la vida, algo más simple y monótona, del mencionado nematodo de cuerpo transparente.
Watson y sus descendientes
Al no diferenciar entre soportes, se trate de sistemas biológicos, artificiales o una combinación de ambos, las relaciones causales entre los transistores y elementos de memoria son suficientemente complejos como para que ordenadores y teléfonos conectados a Internet alcancen una sinergia Φ suficiente como para desarrollar conciencia propia.
La inteligencia artificial tiene sus primeros exponentes aplicados a entornos determinados tales como Watson (IBM) y aplicaciones de realidad aumentada capaces de incrementar su complejidad e integración por sí mismos.
Todavía quedan escollos de calado, no obstante, para que calcular Φ sea una tarea tan asumible como la propia comprensión de la teoría de la información integrada: Christof Koch explica en Scientific American la complejidad para computar la sinergia de un “sistema”, incluso cuando se trata de las entidades más sencillas.
Un test de Turing viable: ¿algoritmos para calcular la sinergia?
Evaluar con precisión la sinergia (o nivel de conciencia) de un nematodo es, de momento, inviable, incluso usando la capacidad de computación de 100.000 ordenadores, expone Christof Koch.
La solución para hacer viables estos cómputos y otros más complejos es encontrar un atajo: idear algoritmos que simplifiquen y aceleren la actividad.
¿Por qué la selección natural prioriza criaturas con elevada sinergia Φ (en otras palabras, con conciencias extremadamente complejas)? ¿Qué beneficio para la supervivencia del organismo surge de la conciencia?
Se cree que la inteligencia, o habilidad para afrontar situaciones con que un organismo no se ha topado con anterioridad, garantiza la posibilidad de respuestas más rápidas y apropiadas, lo que multiplica las posibilidades de supervivencia.
Y, a mayor capacidad para responder apropiadamente y con rapidez, más integrada se encuentra la información. Mayor, por tanto la sinergia.
El reloj más complejo
El aspecto que todavía queda en el aire es por qué el ser humano usa tanta capacidad de proceso en aspectos cognitivos inconscientes, tanto los que conforman el subconsciente (retazos de lo descartado, lo redundante, lo monstruoso, lo peligroso, lo tabú, etc.), como los que se encargan de tantos comportamientos psicomotrices sobre los que no “pensamos” (o no lo hacemos siendo conscientes de ello).
La teoría de la información integrada de Tononi aporta una visión fresca de la dualidad cuerpo-mente y afronta con renovado entusiasmo los problemas que impidieron a Descartes, Locke, Leibniz o Kant avanzar en el problema sujeto-objeto.
A medida que avanzan la ciencia computacional, la neurociencia y la psicología, las grandes cuestiones filosóficas se acercan al sueño formulado por los ilustrados más positivistas como Herbert Spencer: demostrar empíricamente el tan preciso como intrincado mecanismo biológico que convierte nuestro organismo en una “máquina” (al fin y al cabo, el autor danés Tor Nørretranders compara la conciencia con la informática más avanzada) capaz de “ser”.
La curiosidad de las máquinas
Y conociéndonos más a nosotros mismos no sólo conoceremos mejor a otros como nosotros (el resto de la humanidad), como reflexionaba Sócrates. También seremos capaces de crear conciencias totalmente artificiales o “superconciencias“.
Una combinación del superhombre nietzscheano y la singularidad tecnológica expuesta en las novelas de Vernor Vinge o, recientemente, en el filme Her (Spike Jonze, 2013).