En un mundo que promueve el sacrificio personal en beneficio del grupo y la misericordia con quienes no pueden avanzar, un hombre pregunta en una calle oscura quién es John Galt.
Es una escena literaria, pero tanto la abulia del personaje como su pregunta podrían anidar en cualquier calle de una gran ciudad actual.
Es el inicio de La rebelión de Atlas, la novela filosófica escrita por Ayn Rand para exponer las tensiones entre el individualismo racional y el idealismo, con muchos pasajes y diálogos de cine negro que no fueron aprovechados por ningún guionista ni director de finales de los 50.
El arquitecto interesado en sus edificios
Sí ponemos cara a Howard Roark, el protagonista de El Manantial (1943) y arquitecto incorruptible que prefiere trabajar en una cantera picando piedra -literal- a modificar sus proyectos arquitectónicos.
Asociamos a este héroe randiano con Gary Cooper, que lo protagonizó en la adaptación al cine de King Vidor (1949).
La rebelión de Atlas cuenta con varios personajes arquetípicos de Rand, individuos que perseveran para lograr sus objetivos de acuerdo con sus valores, incluso cuando ejercer su propósito vital y libre albedrío entra en conflicto con otras personas y con la propia sociedad en que viven.
Componer una sinfonía que no se tocará en los teatros
Los héroes randianos de La rebelión de Atlas se las arreglan para componer sinfonías, crear vehículos y aviones futuristas, inventar metales más ligeros y avanzados o mantener extensas líneas férreas incluso cuando, a su alrededor, las instituciones no funcionan, cunden la aversión al riesgo y el victimismo, y se propaga el populismo.
La culpa de los males de la sociedad -según la masa enfurecida, los intereses a sueldo y el Gobierno clientelista- es de sus filósofos independientes, compositores, inventores, industriales que asumen el riesgo de inventar, en lugar de enfrascarse en triquiñuelas legislativas y competencia desleal.
Así que estos últimos creadores deciden esfumarse de la sociedad y dejar que quienes les vilipendian se las arreglen, acelerando el proceso de descomposición.
“Los que vivimos”
En La rebelión de Atlas aparecen los tics de los totalitarismos de inicios del siglo XX que Rand conoció en primera persona (nació en la Unión Soviética, de donde huyó con su familia; su novela Los que vivimos es una aproximación autobiográfica a su experiencia en una sociedad comunista).
Entre los rasgos sociales que afectan la vida de quienes sólo buscan cumplir con su propósito vital sin pedir nada a nadie: corporativismo, capitalismo de amiguetes, populismo, medios conniventes con los poderes fácticos, intelectuales a suelo actuando como agitadores y, sobre todo, una moral social predominante, basada en el sacrificio de los que siguen su propio camino y de los más esforzados con el resto de la sociedad.
En La rebelión de Atlas observamos fenómenos e imaginamos pasajes que nos recuerdan dolorosamente a los tics de las sociedades complejas durante momentos convulsos, tales como las consecuencias de la hiperregulación y la nacionalización de industrias y servicios, y la culpabilización de los anteriores propietarios por su empeoramiento, así como la busca sistemática de antagonistas para culpar, o la captación del interés público en proyectos faraónicos que mejorarán el futuro para todos.
Heroínas randianas: individualismo libertario femenino
Los héroes randianos no son sólo hombres. Junto a los objetivistas John Galt, Hank Rearden y Francisco d’Anconia (La rebelión de Atlas), el aristotélico Howard Roark (El manantial) y el trotskysta traicionado por el bolchevismo Andrei Taganov (Los que vivimos), aparecen heroínas emancipadas e individualistas que persiguen su propio potencial.
Son Dagny Taggart (La rebelión de Atlas), responsable en la sombra de la compañía ferroviaria que su hermano es incapaz de administrar, más preocupado en intrigas gubernamentales que en ofrecer un buen servicio o innovar; Dominique Francon, periodista irredenta hija de un arquitecto que sacrifica su carrera para amoldarse a los gustos del gran público y el politiqueo socialita de la profesión; o Kira Argounova, personaje inspirado en ella misma, una jovencita de una familia burguesa que crece en la disfuncional Rusia de los años 20, cuando los bolcheviques -colectivismo totalitario- se imponen al trotskysmo -socialismo que reconoce al individuo, próximo al anarquismo-.
Las tres novelas mencionadas, sobre todo El manantial y La rebelión de Atlas, han mantenido su popularidad no sólo por la tensión de la temática (colectivismo contra individualismo, misticismo contra autorrealización racional, Platón contrapuesto a Aristóteles), que es la misma de la civilización occidental desde los clásicos a la actualidad, pasando por el Renacimiento y la Ilustración. Sobre todo, atraen los personajes.
(Vídeo: encuentro social -después de un primer encuentro pasional- de dos héroes randianos: la periodista Dominique Francon y el arquitecto Howard Roark, en la adaptación cinematográfica de El Manantial)
Sobre arquetipos más allá del superhéroe mamporrero
Se ha criticado el heroísmo rígido de los héroes randianos. Su humanidad está presente, aunque se manifiesta de acuerdo con el concepto aristotélico de humanidad: voluntad de mantener la sangre fría, resolver conflictos razonando, perseguir un propósito vital racional para alcanzar el “agathos” (según Aristóteles, lo moralmente heroico y heroicamente racional).
Y claro, un industrial inventor que responde a las puyas y zancadillas de su familia más próxima y del gobierno con un estoicismo pragmático, dándose la vuelta y solucionando los nuevos retos, no es el héroe esperado en una tradición heroica que parte del místico, vengativo e infantil ideal caballeresco de desgañitarse para saldar la afrenta.
Es el caso de, por ejemplo, Hank Rearden en La rebelión de Atlas, inventor, fabricante y comercializador del metal Rearden, más barato, resistente y ligero que el acero. A su alrededor, se encuentra con el victimismo de su madre, el cinismo maquiavélico de su hermano, el interés vacío de su mujer.
Decidir que lo importante en la vida es la autorrealización
Este personaje con sangre fría y propósito vital incorruptible es, como el resto de héroes randianos, alguien hecho a sí mismo (sin importar la cuna ni el dinero heredado, como ocurre con el noble argentino Francisco d’Anconia, también en La rebelión de Atlas), solitario y poco dado a socializar, lo que ha llevado a muchos a caracterizar a estos arquetipos como lo más parecido a un emprendedor de Silicon Valley con algo de síndrome de Asperger.
Más allá de su caricaturización, Ayn Rand no recurrió a su imaginación para crear a sus personajes, sino que la mayoría se inspiran en personas que conoció y admiró, con las que compartió veladas e ideas e influyeron en el corpus filosófico de lo que Rand bautizó como objetivismo: autorrealización buscando un propósito racional en una sociedad libre e individualista.
Si Ayn Rand se basó en el arquitecto Frank Lloyd Wright (que había rechazado infinidad de proyectos para no diluir sus edificios con adaptaciones que malmetieran la idea original) para dar forma al joven arquitecto Hank Rearden, y Kira Argounova se basó en ella misma, también existió una Dagny Taggart.
Ágatos: racionalidad heroica en momentos de antorchas y tambores
Dagny Taggart es quizá el personaje femenino más conseguido de Ayn Rand. Atractiva, enérgica, capaz de modular la rabia producida por una injusticia o afrenta para usar la energía ahorrada en arreglar el problema causado por otros… E interesada en hacer su trabajo lo mejor posible sin importarle el reconocimiento ni de la empresa ni de la sociedad. Simplemente, trabajar para lograr el mejor resultado de que es capaz y no defraudar su propia autoexigencia y la memoria de su abuelo, el fundador de Taggart Transcontinental.
En La rebelión de Atlas, Taggart Transcontinental es la compañía ferroviaria más grande del distópico Estados Unidos retratado por Ayn Rand.
Dagny Taggart no está interesada en grandes despachos ni salarios ni acaso dirigir la empresa, sino que trata de frenar los problemas creados por el estatismo y el capitalismo clientelista de que forma parte su hermano, James Taggart, incompetente, impulsivo y acomplejado, que prefiere tomar decisiones irracionales si éstas mantienen la ficción de que controla una situación en la que actúa como comparsa.
Dagny tiene la fuerza, sangre fría y ágatos aristotélico (voluntad de alcanzar el potencial racional, o “racionalidad heroica”) de los personajes randianos y, a la vez, comparte la feminidad individualista y desacomplejada ante los hombres de Dominique Francon, la heroína de El manantial.
Lo que uno piensa de uno mismo vs. lo que piensan otros
Ambas mantienen un respeto y admiración racionales de igual a igual con los personajes por los que sienten atracción física: Dominique Francon se casa con el magnate Gail Wynand -no se siente sexualmente atraída por él, pero crece el respeto intelectual- para cumplir con un objetivo a largo plazo (el triunfo del trabajo individualista representado por Howard Roark); Dagny Taggart se debate, como cualquier ser humano complejo, entre la hacia diferentes personas.
Taggart conoce a Rearden y sus escarceos no se interponen en sus objetivos racionales; a la vez, Dagny no comprende cómo Francisco d’Anconia, que había contado de joven con toda la heroicidad aristotélica de un héroe randiano, parece conformarse con una existencia de playboy de prensa rosa… Hasta que la aparición de un tercer personaje con el que también existe tensión sexual, el misterioso John Galt, completa la lucha interna de Taggart.
Hank Rearden abandona su círculo inmediato que vilipendia su dedicación a lo que le gusta, Francisco d’Anconia resulta actuar de la manera que lo hace porque este comportamiento forma parte de un plan mayor, y John Galt es el artífice ejecutor de este plan: “liberar” a los individuos autorrealizados de una sociedad que se desintegra y conducirlos a un refugio utópico en las Montañas Rocosas.
Joan Kennedy Taylor: la libertaria que inspiró a la Generación Beat
Dagny Taggart, la heroína que funciona -ella sola- como contrapeso de los tres hombres que ha querido y quiere, con la implacabilidad femenina de una Kitty (la joven desengañada en Anna Karénina de Lev Tolstói, que acaba casándose con Levin, alter ego del escritor ruso) y la determinación racional de cualquiera de Francisco d’Anconia, Hank Rearden o John Galt.
Ayn Rand vio el potencial de grandeza espiritual y racional en una joven intelectual neoyorquina interesada en el objetivismo que preconizaba la escritora, Joan Kennedy Taylor, autora, precursora del feminismo libertario, inspiradora de la Generación Beat y de la vertiente individualista de la contracultura californiana, donde Kennedy Taylor y otra libertaria avant la lettre, la hija del poeta Lord Byron y creadora del primer algoritmo informático, Ada Lovelace, se convirtieron en leyendas, una lejana, la otra viva.
Pero Dagny Taggart no se había inspirado en Joan Kennedy Taylor en particular, o no del modo en que Howard Roark recuerda a Frank Lloyd Wright. Kennedy Taylor, que conocía a los beatniks a través de su amigo íntimo el poeta Allen Ginsberg, dejó su carrera malograda de actriz por la edición literaria.
Hijos de Joan Kennedy Taylor
A principios de los años 50, leyó una copia de Atlas Shrugged y la novela la dejó tan fascinada que escribió a la autora. Rand la invitó para comer y allí empezó una amistad basada en el respeto intelectual mutuo y el interés de Joan Kennedy Taylor por el objetivismo como ideal de autorrealización.
En la aplaudida biografía sobre Kennedy Taylor, Persuaded by Reason: Joan Kennedy Taylor and the Rebirth of American Individualism, su autor Jeff Riggenback muestra las chocantes similitudes entre ésta y Dagny Taggart, algo que no pasó por encima ni a Kennedy Taylor ni mucho menos a Ayn Rand.
Los padres de Kennedy Taylor habían formado parte del círculo de intelectuales de Dorothy Parker y, recuerda Jeff Riggenback, en la película La señora Parker y el círculo vicioso sobre el grupo intelectual Algonquin Round Table, se observan las tensiones entre su madre, la actriz Mary Taylor, y su padre, el compositor Deems Taylor, que debe “ensuciar” sus manos artísticas con trabajo comercial en la radio para llegar a fin de mes.
Kennedy Taylor batalló por encontrar y perseverar en su propósito vital. En su búsqueda, conectó la fuente de una manera de entender la existencia (eudemonismo aristotélico) con una época. Contribuyó a que se fraguaran el objetivismo y la psicología humanista de beatniks y artífices de la contracultura.
El contexto en que florece Dagny Taggart
Dagny se encuentra a lo largo de la trama de La rebelión de Atlas en la disyuntiva de sucumbir a las presiones de su entorno inmediato (su maquiavélico y poco agudo hermano, director de la compañía que ella quiere tanto) y contexto social (desde el populismo de la coyuntura a la corrupción clientelista de toda la estructura), y el deseo de perseverar.
Su pálpito interno, su incorruptible decisión de seguir con un propósito vital cuantificado -dar lo máximo según sus cualidades, que es mucho, en el trabajo que había nacido para dirigir-, se impone a la tentación de abandonar.
En un momento determinado, cuando se le ofrece dirigir la empresa a la sombra para que funcione y no se le ofrece nada a cambio -acaso humillación, falta de reconocimiento y una condescendiente y humillante actitud que rezuma machismo-, Dagny Taggart decide hacerlo.
Ganarse cada momento
Para ella, no es un sacrificio. Hace lo que le gusta y el dinero es en ese momento secundario. Tiene vía libre para que se cumplan sus órdenes y se apliquen las mejoras que ella sabe necesarias.
Al final, el derrumbe de la sociedad debido al populismo clientelista se lleva por delante a Taggart Transcontinental, pero Dagny Taggart no renuncia en ningún momento a dar lo mejor de sí misma en la tarea racional que la motiva.
Dagny Taggart es la individualista de un mundo distópico que sintetiza rasgos presentes en algunas de las mujeres individualistas movidas por un propósito vital racional cuya historia nos ha llegado. Otras tantas, debido a la época y contexto donde vivieron, diluyeron su grandeza en la esfera pública y sus logros fueron repartidos entre figuras masculinas próximas a ellas.
Las Dagny Taggart de la historia
Entre las que han pervivido en la memoria, destaca la muy aristotélica Hipatia de Alejandría, que murió apedreada por la versión más populista del misticismo de los platónicos: turbas cristianas enfervorecidas gritando “blasfemia”.
Dagny Taggart es también Ada Lovelace, hija del poeta romántico Lord Byron, escritora y matemática, cuya huella en la humanidad supera con creces al de su progenitor, pese a que la cultura popular la haya olvidado o nunca haya sabido de su existencia.
Ada Lovelace, cuya existencia transcurrió en la primera mitad del siglo XIX, es precursora destacada de la informática moderna, a la altura de sus antecesores Ramon Llull (siglos XIII-XIV; su Ars Magna es una aproximación matemática de la cábala y antecedente del cálculo numérico); y Gottfried Leibniz, que definió el sistema binario en el siglo XVII, inspirándose en precedentes como el mencionado Llull.
Ada Lovelace, poetisa del algoritmo (y precursora de nuestra realidad)
Ada Lovelace conoció la máquina analítica de Charles Babbage, un precedente de la informática moderna, y se interesó por su potencial hasta el punto de traducir una máquina que el italiano Luigi Menabrea había hecho en francés de la máquina de Babbage.
La traducción, que Ada Lovelace llamó Notas, contienen la descripción del primer programa informático, o algoritmo diseñado para ser ejecutado por una máquina.
Pero Ada Lovelace no se conformó con traducir y profundizar en el conocimiento y potencial de la máquina de Babbage. Vislumbró el futuro de la informática al argumentar cómo la capacidad de los ordenadores sobrepasaría el mero cálculo numérico, más allá de la visión del propio Charles Babbage.
Poesía, escritura, matemáticas e informática moderna. Esas fueron las pasiones de Ada Lovelace hace más 150 años. Sus ideas sobre el futuro de la máquina analítica estuvieron a punto de no ser reconocidas, o al menos no ser atribuidas a ella.
Voltairine de Cleyre
Como ha ocurrido en tantas ocasiones a lo largo de la historia, esta precursora de la heroína randiana Dagny Taggart no firmó sus ideas originales que contienen la explicación del primer algoritmo con sus iniciales por temor a ser censurada.
De la custodio de la sabiduría clásica basada en el método socrático y la lógica aristotélica, Hipatia de Alejandría, a la hija de un poeta que pasó de la poesía al algoritmo informático (disciplina más relacionada con la poesía de lo que podría parecer a simple vista), Ada Lovelace.
Hay muchas más Dagny Taggart en la historia, que influyeron tanto en los personajes femeninos de Ayn Rand como en la mujer más próxima al personaje de ficción, la beatnik fundadora del individualismo feminista Joan Kennedy Taylor.
La propia Kennedy Taylor encontró inspiración en la escritora trascendentalista Jane Austen y en la hoy olvidada anarquista y feminista estadounidense Voltairine de Cleyre, cuyos importantes ensayos del último cuarto del siglo XIX y primeros años del siglo XX fueron publicados de manera póstuma en la desaparecida revista Mother Earth en 1914. De Cleyre había muerto en 1912.
Guardianas del aristotelismo: de Hipatia a Kennedy Taylor
Hipatia de Alejandría, Ada Lovelace, Jane Austen, Voltairine de Cleyre, Joan Kennedy Taylor. La propia Ayn Rand y su conocimiento desde dentro de los totalitarismos en una sociedad ya de por sí represiva con el potencial racional de las mujeres.
Todas heroínas randianas y precursoras del feminismo individualista, un movimiento en busca del propósito vital de un género que había sido supeditado, como el propio apellido familiar, al hombre de la familia, padre o marido.
Un individualismo femenino que no se había convertido en una caricatura de sí mismo ni recurría a histrionismos ni clichés. El feminismo luchó desde sus orígenes contra el dogma y el misticismo, esa idea platónica que relegaba el statu quo a la eternidad por orden de la Providencia.
Aristotelismo (eudaimonia: autorrealizarse cultivando un propósito vital racional…); sentido de la vida consciente y prometeico (el conocimiento es luz, decía Sócrates; la ignorancia son tinieblas, supersticiones, mujeres relegadas a una posición marginal); ágatos (heroísmo moral, racionalidad heroica); areté (cultivo de la excelencia en cuantas más disciplinas mejor).
Orígenes de la psicología humanista
Las conversaciones entre Ayn Rand y Joan Kennedy Taylor contribuyeron a que se conformara una alternativa de peso a Sigmund Freud: la psicología humanista de Abraham Maslow, basada en las mismas ideas que mueven a los héroes randianos a seguir adelante en sus quijotescas empresas, aunque ello implique picar piedra en una cantera en vez de diseñar edificios; o dirigir en la sombra una compañía sin que nadie lo reconozca.
El mejor homenaje a Dagny Taggart no sólo es leer La rebelión de Atlas e indagar acerca de la autora (su biografía y sus consecuencias). Consiste en conocer, aunque sea por encima, la historia de Hipatia, Ada Lovelace, Jane Austen, Voltairine de Cleyre, Joan Kennedy Taylor.
También Amelia Earhart, Margaret Mead, Emmy Noether, Betty Friedan.
Y entristecerse por quienes fueron el arquetipo de heroína randiana en sentido puro y decidieron, en cambio, sucumbir a la mediocridad de su entorno. Dos ejemplos entre tantos otros: la escultora madrileña Margarita Gil Roësset, enamorada de Juan Ramón Jiménez; o la poetisa Sylvia Plath. Deberían haber perseverado, haberse convertido en las Dagny Taggart de sus mundos y circunstancias.
Nosotras
Somos nosotros mismos y nuestra circunstancia, decía Ortega y Gasset.
En un mundo ñoño de machismo de tribu y un feminismo postizo y dogmático con alergia al individualismo libertario que lo fundó, todos los héroes randianos son los mejores quijotes de una época de hedonismo inconsciente y al por mayor.
Las heroínas randianas son las Dagny Taggart que no deben nada a nadie y nos hacen albergar alguna esperanza por nuestro actual mundo interconectado, tan dado al gregarismo acrítico y a apuntarse al primer sarao que se precie.
No las encontrarás en ninguna manifestación ni gritando nada a nadie. Las verás dando lo mejor de sí mismas para rendir cuentas ante sí mismas y sus marcados propósitos vitales. Tendrás que buscarlas, ya que no se dedicarán al autobombo. Estarán demasiado ocupadas haciendo lo que se han propuesto.
(Nota: la imagen de Margarita Gil Roësset que encabeza la página, aparecida en un artículo de El Mundo, así como historia, inspiraron esta entrada.)