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Kierkegaard + Nietzsche = propósito vital ante el gregarismo

El rasgo irresistible de los personajes quijotescos es su determinación para vivir según sus términos pese a la presión del entorno para que desistan y sucumban a la filosofía de vida gregaria predominante.

Los mejores personajes quijotescos, eso sí, se parecen demasiado a Alonso Quijano: se les considera alienados, ilusos o locos de remate. No ocurre lo mismo con los héroes randianos, los personajes novelescos de Ayn Rand que perseveran según su propósito vital sin importar su entorno, puesto que su determinación les permitirá autorrealizarse tanto en momentos favorables como en contextos distópicos.

Los héroes randianos (por ejemplo, el arquitecto Howard Roark, que prefiere picar piedra en una cantera a desistir en su idea de arquitectura) han sido en ocasiones criticados por su prepotencia y artificiosidad (también por su halo de cartón piedra), pero nadie puede negar su irresistible ética individual: como Sócrates o Séneca, prefieren vivir en sus términos a mendigar favores en los términos de otros, pues son conscientes de que no han traicionado su libertad individual.

Juicio de Sócrates

Como explican Jenofonte y Platón, Sócrates prefiere ser sentenciado a muerte en Atenas al destierro para ser consecuente con sus ideas, pese a considerar injusto y absurdo el cargo de corromper a los jóvenes de la ciudad con sus ideas. Siglos después, el estoico Séneca optó por un final parecido.

Los héroes randianos no padecen el final de Sócrates o Séneca, puesto que su oposición a la mentalidad predominante se realiza según sus intereses individuales: Howard Roark, personaje creado por Rand inspirándose en el estilo y ética personal de Frank Lloyd Wright, no busca el enfrentamiento con otros, sino que trata de cumplir con su vocación del mejor modo; espera oportunidades, trata de mejorar sus habilidades, intenta profundizar en su vocación.

A diferencia de los personajes quijotescos y los héroes randianos, el existencialismo, filosofía predominante en el mundo académico e intelectual desde finales del siglo XIX hasta hoy, expone que el individuo tiene la necesidad de vivir en sociedad y que el gregarismo mayoritario condicionará su existencia.

(Vídeo: sobre el “Teatro del absurdo”, qué menos que recordar el «Qué va, qué va, qué va: yo leo a Kierkegaard», como dedicatoria a quienes piensen que este texto no va con ellos)

Nosotros y nuestro contexto: Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche

Para el existencialismo, nos definimos siempre en relación con nuestro contexto y las circunstancias de cada momento, que condicionan nuestra existencia.

Pero esta corriente filosófica heterogénea no es tan pesimista, derrotista y autodestructiva como a menudo se ha sintetizado en arte y enseñanza: los dos precursores del existencialismo, el alemán Friedrich Nietzsche y el danés Søren Kierkegaard, creían que pese a la fuerza gregaria predominante en la sociedad (en su época, el idealismo y el materialismo dialéctico, ambos compartiendo origen: Hegel y, antes de él, Kant y Platón), hay maneras de evadirse del contexto condicionador y destructivo de la moral de rebaño:

  • Søren Kierkegaard, pesimista con el futuro de una sociedad obsesionada con buscar su destino colectivo a expensas de vaciar la capacidad de introspección del individuo, creía que la salida más airosa para el individuo en contextos convulsos o ajenos/contrarios a sus intereses particulares era encontrar su voz interior: buscar su vocación y dedicarle toda la atención posible, ya que trabajar en ser mejor en lo que uno ha elegido es consecuente con la propia moralidad y visión del mundo;
  • Friedrich Nietzsche creía que la población de Occidente había vivido en una moral dualista que había desencajado “soma” (cuerpo) de “psiqué” (mente), y que cualquier avance debía resincronizar la conciencia con su auténtica naturaleza; el Übermensch o “superhombre” no es un estado al que se pueda llegar, sino una aspiración del individuo a labrar su propio camino pese a las circunstancias, lo que implica que debe asumir las consecuencias -e impopularidad- de abandonar la moralidad gregaria y las opiniones predominantes.

Vivir de acuerdo con nuestra vocación (Kierkegaard) y aprovechar nuestro potencial (Nietzsche)

Tanto la necesidad de vivir según la vocación introspectiva y la propia moral de Søren Kierkegaard, como la aspiración de convertirse en un individuo consecuente con un potencial surgido de uno mismo y de la sincronización entre cuerpo y mente de Friedrich Nietzsche, que influyeron sobre el existencialismo, son conceptos ya presentes en la filosofía clásica:

  • La vida consecuente según la propia vocación de Kierkegaard se asemeja a la idea de autorrealización a través del conocimiento (y sin importar opiniones predominantes, castigos ni siquiera sentencias a muerte) de los griegos: Sócrates y su moralidad, que le conduce a la muerte (pero deja intachable su filosofía de vida); Aristóteles y la idea de “ágathos” (moralidad heroica y racional); o Séneca y la concepción estoica de la existencia;
  • mientras la visión de Nietzsche sobre el Übermensch en la que ve como única oportunidad del individuo abandonar la decadencia dualista y sus ideas predominantes (moral gregaria y conformista que culmina con el idealismo) y aspirar a un nuevo estadio de desarrollo, es similar al concepto de autorrealización aspirando propio potencial introducido por los griegos (“areté“, o excelencia en cuantos más ámbitos de la existencia mejor) y recuperado en el Renacimiento (hombre renacentista).

Moralidad heroica en época de gregarismos premiados

Así que la insistencia de Søren Kierkegaard en que el individuo indague en su propia moralidad y vocación evoca el “ágathos” griego de Aristóteles (y posteriormente de los estoicos), mientras que el proceso vitar para acercarse a un potencial interior una vez cuerpo y mente vuelvan a sincronizarse del que nos habla Nietzsche suena sospechosamente a la “areté” griega.

Kierkegaard, sobre la importancia de tener un propósito vital: “Debo encontrar una verdad que sea verdadera para mí… la idea por la que pueda vivir o morir”.

Y Nietzsche, sobre la importancia de abandonar el dualismo platónico y cristiano y, con ello, superar la moral de esclavos, oprimidos y rencorosos y buscar el propio camino hacia un “ultrahombre” seguro de sí mismo, con una existencia que concuerde con su naturaleza y su potencial: “¡Llevemos la luz a la Tierra, seamos ‘la luz de la tierra’! Para eso tenemos alas, por eso somos rápidos, severos, viriles, incluso terribles, semejantes al fuego. ¡Qué nos teman quienes no saben calentarse ni alumbrarse con este fuego que somos!” (La gaya ciencia).

La luz prometeica, pues, también está presente en en los inicios del existencialismo, tanto con Kierkegaard (“sé fiel a tu vocación”) como con Nietzsche (“persigue tu potencial pues el hombre es un puente o cuerda entre el animal y el Übermensch”).

Übermensch es el proceso vital, no la meta a corto plazo

Ni la vocación o propósito vital ni el Übermensch son un estadio de desarrollo alcanzable de manera sencilla y totalmente consciente, sino una actitud para, en palabras de Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra, reencontrarse con la auténtica persona que impostamos en una vida conformista, gregaria y sin autoestima.

Resonando de nuevo como el eudemonismo de Aristóteles y los peripatéticos, o como los estoicos, Nietzsche (que achacaba la moral de rebaño de Occidente no sólo al cristianismo, sino a las ideas de Platón y de su maestro, Sócrates) alerta sobre la falta de confianza en el propio potencial de uno mismo, o en la gandulería/apatía/conformismo:

  • “yo digo: Ámate a ti mismo, así te amarán también los demás”;
  • y también “Bien lo sabes: ese demonio cobarde que llevas dentro a quien complace juntar las manos y cruzar los brazos, y sentirse más cómodo — ese demonio cobarde te dice: ¡Existe un Dios!”.

La sanción de la víctima: condescendencia y misericordia

El conformismo del individuo gregario que busca ensalzar su malograda grandeza y autoestima con la condescendencia paternalista hacia otros (la idea tan cristiana de la misericordia, la compasión, el “siente a un pobre a su mesa por Navidad” de la película Plácido de Luis García Berlanga), le lleva a creer que “Vuestro amor al prójimo es vuestro mal amor a vosotros mismos”.

Ayn Rand toma prestada esta idea de Nietzsche, cuando en su novela filosófica La rebelión de Atlas se refiere a “la sanción de la víctima“, o búsqueda acomplejada del individuo gregario por la aceptación del grupo como “uno más”, como alguien que es como “se supone” que debe ser (lo suponen: la filosofía dualista, la moral cristiana, el idealismo transformado en nacionalismo o marxismo, etc.).

Así que Kierkegaard y Nietzsche, los precursores del existencialismo y sus derivados/sucedáneos (entre ellos la visión optimista encarnada por la psicología individual de Alfred Adler, la psicología humanista de Abraham Maslow y el objetivismo de Ayn Rand), creían que la única salida al atolladero homogeneizador de la mentalidad gregaria (en su contexto histórico, el idealismo continental como sustituto imitador de la moral cristiana), consistía en encontrar el propio camino y perseverar.

La angustia existencialista

Pero el existencialismo no rehuye el contexto y entiende que cualquier individuo, en tanto que un producto de su tiempo y circunstancias (una familia y sociedad con morales determinadas, unos valores predominantes, una coyuntura que se percibe en la realidad ante él, como “animal social”), padecerá un encontronazo con quienes no cambian ante él.

Este encontronazo del individuo “que ha encontrado su vocación” (Kierkegaard) o que “ha resincronizado su cuerpo y su mente para alcanzar su potencial” (Nietzsche), es el fruto del conflicto existencial que explica la lectura pesimista que siempre se ha realizado de estos autores, que acabaría en el fatalismo de los existencialistas del siglo XX.

Los que vivimos

Ayn Rand, nacida en una familia judía burguesa de San Petersburgo que abandonó que asistió en primera persona a las consecuencias de la aplicación radical del idealismo (en este caso, marxista) en su existencia, al asistir a la revolución e instauración del régimen bolchevique (experiencia que inspiró su libro Los que vivimos), expone dos posibles salidas para el individuo consecuente con su propósito vital que se siente acorralado por una mentalidad predominante (pues para ella el conformismo hasta diluirse en la moral de la mayoría no es una alternativa válida):

  • perseverar y mantenerse firme hasta que lleguen oportunidades para que se manifieste la obra de uno mismo y, si esta vocación o propósito vitales no pueden manifestarse, ello no impide al individuo seguir con su pasión y mejorarla: el arquetipo es Howard Roark;
  • evitar comprometer la propia integridad personal y profesional, aunque ello derive en la incomprensión o marginación en la sociedad, aunque en ocasiones el individuo acabe superado por la angustia derivada de esta especie de asincronía y diestierro entre los propios ideales y los de la sociedad en su conjunto: el arquetipo es el mentor de Howard Roark, Henry Cameron, quien nunca se ha plegado a la industria o los clientes que le pedían edificios ajenos a su idea de arquitectura, pero cuyo ostracismo profesional ha minado su autoconfianza, convirtiéndose en un derrotado existencialista huraño, gruñón y con problemas con el alcohol.

El arquitecto incorruptible (e inquebrantable) vs. el quebradizo arquitecto incorruptible

Al confrontar a ambos personajes, tan parecidos y distintos, Ayn Rand no quería únicamente rendir homenaje al incombustible arquitecto orgánico estadounidense Frank Lloyd Wright y a su mentor Louis Sullivan (acuñador de la expresión que define la arquitectura moderna de mediados del siglo XX: “la forma sigue a la función”).

Para Rand, el derrotado Henry Cameron es la vertiente pesimista del existencialismo; mientras que Howard Roark representa el potencial optimista y victorioso que ella vio en su lectura de Aristóteles y el binomio Kierkegaard-Nietzsche:

  • “A es A” (lógica aristotélica), areté, eudemonismo, vivir razonando y de acuerdo con la naturaleza según la idea griega;
  • propósito vital (Kierkegaard);
  • ir a por todo lo que uno pueda dar de sí sin tener miedo a la luz que se cree en semejante acción de combustión (idea prometeica del Übermensch nietzscheano).

En Así habló Zaratustra, Nietzsche afronta la misma tensión y contradicciones de ser consecuente con el espíritu irredento y potencial de uno mismo y la necesidad humana -observada ya por Aristóteles- de vivir en sociedad e interrelacionarse con otras personas.

El dilema del crítico lúcido: aislarse o exponerse

La alegoría de Zaratustra demuestra la necesidad de introspección y recogimiento de cualquier transformación que parte del reconocimiento del propósito y potencial que parten del interior y de la conexión de uno mismo con la naturaleza, pero es también el recordatorio de lo que puede esperar quien aspire a seguir su propio camino:

  • retiro del ruido social (aunque se siga viviendo en la ciudad, ello implica llevar una vida ascética, ajena a los vaivenes y objetivos de la “vanguardia” y sus “masas”); es el caso de Zaratrustra;
  • vivir en sociedad sin renunciar a los valores propios y, como consecuencia, prepararse para la incomprensión y ninguneo del entorno gregario: personajes randianos (Howard Roark, Dagny Taggart, John Galt, Hank Rearden, etc.);
  • vivir en sociedad y tratar de cambiar las inercias de ésta al buscar su reconocimiento, lo que conduce a las contradicciones expresadas por el existencialismo del siglo XX (nihilismo, abulia, conformismo, apatía, náusea, locura): la encrucijada del mencionado arquitecto Henry Cameron, incomprendido y olvidado por todos excepto por su alumno randiano Howard Roark, así como de los autores e intelectuales existencialistas del siglo XX (Franz Kafka, Stefan Zweig);
  • los individuos que sienten la inconsistencia y gregarismo de la moral predominante sin saber cuándo ni cómo indagar en posibles salidas o soluciones, lo que acaba consumiéndolos por vivir en medio de un presentimiento o corazonada constantes: son los personajes de Franz Kafka (El proceso, La metamorfosis, El castillo), Jean-Paul Sartre (La náusea), Albert Camus (La peste); etc.

Sobre lunáticos y onanistas

Como si su cuerpo y conciencia hubieran presentido el siglo XX y las consecuencias en Europa de la radicalización de los idealismos, los propios Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche fueron estereotipados por sus contemporáneos:

  • a Kierkegaard lo veían como un lunático con un flequillo imposible elevado sobre su frente;
  • Nietzsche dejó de hablar a Richard Wagner, a quien había admirado artísticamente y con quien había compartido interminables veladas pese a su juventud y a la madurez del compositor, al enterarse que Wagner había escrito al doctor de Nietzsche sospechando que el desvarío y la angustia del filósofo se debían a los excesos onanistas y a la falta de pareja (Nietzsche criticaría posteriormente la filosofía en que se inspiraba Wagner como el colmo de los que eran para él los males de la sociedad: el misticismo platónico de la moral cristiana y el idealismo alemán).

El estudio de los clásicos resuena tanto en Nietzsche como en Kierkegaard, que padecieron profundas crisis, depresión y episodios de locura.

Vivir en el bosque

Nietzsche pone en boca de Zaratustra las siguientes reflexiones: “Quien es odiado por el pueblo como el lobo por los perros es el espíritu libre y soberano, enemigo de todas las bajezas y de todo adorar, que vive en el bosque”.

Porque “Nada hay tan grato sobre la tierra como una voluntad sublime y fuerte”, una afirmación donde resuena la integridad del mismo Sócrates al que critica como uno de los instigadores de la “moral de rebaño” occidental (pues el cristianismo se había basado en las ideas de su alumno Platón, los estoicos, etc.).

Y, encarnado en una figura entre aristotélica, quijotesca y randiana, Zaratustra vuelve a afirmar: “Sólo puede ser intrépido quien conoce el miedo pero lo supera; quien ve el abismo con orgullo. Quien ve el abismo con ojos de águila; quien con garras de águila se aferra al abismo; ése tiene valor”.

En sus extremos existencialistas, Nietzsche y Kierkegaard ven el abismo del destierro, el quijotismo, el nihilismo, la muerte: Zaratustra: “¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: el que siente de otro modo va de buena gana al manicomio”.

El arte de medir la longitud de la cadena

Søren Kierkegaard no se queda atrás en su Diario íntimo: “Así­ como el animal en cautividad recorre a diario la jaula para desentumecer sus patas o mide la longitud de su cadena, así mido yo la longitud de la mía, remontándome hasta la muerte, para desentumecer mis miembros, y hacer más llevadera la vida”.

Pero también: “La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada”.

Y sobre la necesidad de buscar un propósito vital y algo introspectivo por lo que merezca la pena superarse e indagar (“Debo encontrar una verdad que sea verdad para mí”), Kierkegaard reflexiona de un modo parecido a Nietzsche (y también a los filósofos trascendentalistas estadounidenses como Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau; así como en el escritor noruego Knut Hamsun): hay que retirarse un poco para indagar en uno mismo sin el riesgo de que las prisas o influencia de alguna persona o la sociedad cierren las oportunidades de autorrealización y conviertan la angustia en derrotismo (o depresión, locura, etc.).

Kierkegaard: “Para que la puerta de la felicidad se abra hacia dentro, es necesario retirarse un poco para poder abrirla: si alguien la empuja, cada vez la cierra más”.

El caso contra el nihilismo

Nietzsche y Kierkegaard se resistieron a la visión nihilista radical de la existencia que, ya en el siglo XX, desarrollarían Jean Paul Sartre, Albert Camus, Simone de Beauvoir o Franz Kafka, y sus derivadas (teatro del absurdo, filosofía del absurdo).

Pero, si bien Nietzsche se avanzó al existencialismo ateo del siglo XX, constatando no sólo que la sociedad debía abandonar los estertores de la moral cristiana y construir algo nuevo, Kierkegaard indagó en el existencialismo religioso, si bien su Dios es interior y panteísta, similar al Dios estoico o al de San Agustín; de ahí que Kierkegaard se resistiera a pensar que la existencia era algo absurdo que había que intentar aprovechar de la manera más honrosa, sino que existía la esencia del ser, lo que lo aproxima a los trascendentalistas estadounidenses o a Knut Hamsun.

Los existencialistas del siglo XX, muy heterogéneos, definieron su filosofía como algo necesario para que el individuo desvalido ante el absurdo de la realidad (estos autores vivieron las dos guerras mundiales y la época de entreguerras; difícil no salir nihilista si se mantiene la lucidez): Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre están más cerca, en este sentido, del ateísmo sin matices de Friedrich Nietzsche.

Nosotros y nuestras circunstancias

El siglo XX también profundiza en la situación humana, el “yo soy yo y mis circunstancias”, en palabras de otro de los grandes existencialistas del siglo XX, José Ortega y Gasset, quien no se obsesionó con la historia (Heidegger sí lo hizo) ni cayó en el error de salvar el mundo recurriendo… al idealismo (como hizo Sartre con su militancia marxista, tan del intelectual de su tiempo: se vivía muy bien siendo marxista ilustrado en Occidente).

La filosofía y el arte del siglo XX, así como sus resultados y proyecciones, todavía presentes en nuestro día a día, están repletos de la sensación que Kierkegaard definió como “angustia existencial”:

“De pie sobre un acantilado, sensaciones de desorientación y confusión nublan tu mente. No sólo tienes miedo de caerte, sino también sientes el pavor de sucumbir al impulso de lanzarte fuera. Nada te frena. Pavor, ansiedad y angustia suben a la superficie”.

Desplegando alas

Definiendo la angustia, Kierkegaard ofrece la clave de su solución: es cierto que nada determina que uno deba saltar, alejarse o quedarse quieto, lo que constata que ello depende de nuestra voluntad. Es el optimista, poderoso e incontestable optimismo de los personajes de Ayn Rand o las ideas del psicólogo humanista Abraham Maslow: sí hay un camino, que pasa por perseverar en la propia vocación y autorrealizarse pese a las circunstancias.

O, siguiendo con la imagen tan recurrente para Kierkegaard y Nietzsche de los acantilados, podemos recurrir a una frase del escritor de ciencia ficción Ray Bradbury, que explica con humor radical su receta para escribir con pasión y, en el proceso, encontrar el significado de su existencia:

“Salta, y averiguarás cómo desplegar tus alas mientras estés cayendo”. Bradbury habla con la relajación de quien sobreentiende que su lector entenderá que se trata de “saltar” en sentido figurado. Algo sobre lo que un escritor o filósofo existencialista no debería perseverar, no sea que el lector proclive a interpretaciones al pie de la letra encuentre la última excusa necesaria para saltar en realidad al abismo de Kierkegaard (angustia) o al de Nietzsche (el que separa al animal del Übermensch a través de una cuerda, que es el hombre actual).

Antifrágiles

Tanto los dos precursores del existencialismo como sus discípulos, víctimas del fin del dualismo cristiano y la radicalización del idealismo (nacionalismo, lucha de clases, nihilismo, fascismo), estarían de acuerdo en un axioma que nadie puede quitar a un individuo consecuente con su propósito vital y sueños: uno es su propia vida.

Y ésta, sea absurda o no, pertenezca a una esencia o forme parte de una entidad que no cree en Dios, depende del día a día marcado por nuestra voluntad y propósito vital. No hay gregarismo que aguante el análisis lúcido, sin obsesionarse y andando el camino que uno elija.

Varias de las ideas de Nietzsche resuenan con fuerza entre quienes tratan de crear su camino a largo plazo, creando una estrategia “antifrágil” (Nassim Taleb).

Consejos de Nietzsche

Entre las ideas más influyentes de Nietzsche y que en conjunto constituyen una filosofía de vida coherente, destacan:

  • el objetivo de la vida debería ser encontrarse a uno mismo. La verdadera madurez implica descubrirse y crear una identidad para uno mismo (lo contrario es ir de prestado, convirtiéndose en carnaza gregaria);
  • la virtud más elevada es ser consecuente con uno mismo;
  • cuando uno enferma, el cuerpo trata de informarle de algo: hay que escuchar la sabiduría del cuerpo;
  • la gente que odia sus cuerpos o permanecen en tensión con ellos tienen que aprender a aceptarse e integrar su físico con su mente en lugar de contraponerlos en una tensión artificial. Mente y cuerpo crean un todo;
  • atletas, músicos, etc., necesitan sincronizarse con sus cuerpos para que sus habilidades fluyan con espontaneidad desde el “conocimiento” almacenando en los músculos, en lugar de frustrarlas con un exceso de pensamiento racional consciente;
  • la sexualidad no es lo opuesto a la virtud, sino un regalo natural que debe ser integrado en una existencia saludable;
  • mucha gente padece baja autoestima; necesitan esforzarse para estar orgullosos de sí mismos;
  • el conocimiento y la fortaleza son virtudes mayores que la humildad y la sumisión;
  • superar sentimientos de culpabilidad es un paso importante para mejorar la salud mental;
  • no puedes amar a alguien si no puedes amarte a ti mismo;
  • la vida es corta; experiméntala del mejor modo posible o será malgastada;
  • los valores de la gente son forjados por las culturas en que viven (consecuente con el “yo soy yo y mis circunstancias de Ortega y Gasset);
  • ponte a prueba; no vivas con pasividad.

He subido mi brazo

Y, en lugar de recurrir a las dolorosas contradicciones y derrotas del existencialismo de los personajes de Fiódor Dostoyevski, opto por Lev Tolstói (Guerra y paz) para acabar este artículo.

“Tú dices: No soy libre. Pero yo he subido y bajado mi brazo. Todo el mundo entiende que esta ilógica respuesta es una prueba irrefutable de libertad.”