Volvemos a la carretera. El periplo de la temporada de estío empieza con un viaje desde las grandes llanuras estadounidenses hacia el Oeste, siguiendo a ratos las rutas nativos americanos, buhoneros, exploradores y colonos.
No es un viaje más, pues la situación política ha cambiado desde hace un año, y mucho. Así que la regla que hemos cumplido a rajatabla durante nuestra primera semana de estancia ha consistido en evitar redes sociales e información sobre el momento de incertidumbre que se vive en el país.
En retrospectiva, creo que las personas con las que hemos coincidido estos días lo han agradecido, pues es difícil evitar el efecto succionador de una agenda informativa que gira en torno a un showman y su entorno, en un país que ha convertido la Casa Blanca en una sitcom de escasa calidad y peor estética.
Lecciones cotidianas en épocas revueltas
Hace ya una semana, volábamos desde París hasta Chicago con, reconozcámoslo, expectativas a la baja y el estado de alerta necesario en viajes que presentan un riesgo potencial que no se suele asociar con Estados Unidos. Hasta ahora.
Si había alguna manera de deteriorar el prestigio y atractivo de este país en el resto del mundo en tiempo récord, la estrategia se habría parecido a los acontecimientos de Serie B a los que hemos asistido.
El Washington Post, por ejemplo, acaba de publicar los resultados de una encuesta, que muestran el deterioro del prestigio del país bajo la nueva Administración.
El precio de una broma colectiva
La lección de estos días: la vida sigue y no hay que caer en el error de identificar a un país tan vasto y complejo con el espectáculo amateur de su nueva Administración y el reality show “kardashianista” donde nos ha metido a todos.
Los pequeños negocios y proyectos arquitectónicos que visitamos a lo largo del Medio Oeste y, a partir de hoy, el Oeste, mantienen su atractivo y validez.
Pero el deterioro político de un país acaba afectando de un modo u otro a sus ciudadanos, como bien saben quienes han experimentado el fenómeno en otros contextos quizá no del todo extrapolables, pero que sirven de toque de atención.
Entre los signos ya cuantificables del precio que pagará el país por el extraño pseudo-liderazgo del presidente menos preparado y más inmaduro de su historia:
- la imagen de Estados Unidos y de su presidente ha retrocedido dramáticamente entre la opinión pública del resto del mundo, muestra un estudio de Pew Research;
- las visitas al país han descendido desde la elección de Trump y sus tan incongruentes como controvertidas nuevas políticas migratorias. Sólo Francia atrae a más turistas que Estados Unidos, mientras España se sitúa en tercera posición, seguida de China. Observaremos en los próximos meses cuál es el impacto real de los exabruptos de la nueva Administración.
Charla con un puertorriqueño
Desde el mismo momento de entrar en el país, observamos el esfuerzo de la gente por seguir con su vida y espantar con amable voluntarismo cualquiera de esos achaques de fin de era que atestan cualquier canal informativo, formal o informal, desde chistes a teorías conspirativas, pasando por la programación televisiva y artículos en grandes medios.
Una vez más, y ya van varias, nos topamos con un agente fronterizo que, al ver el pasaporte español, cambia de idioma y prosigue con el trámite en castellano. En esta ocasión, nos tocó un agente portorriqueño que nos aclaró que Trump le suscitaba la misma credibilidad que el referéndum que había celebrado Puerto Rico recientemente, sobre el que pregunté.
Había votado un porcentaje tan pequeño de puertorriqueños, aclaró nuestro interlocutor, que el plebiscito carecía de legitimidad. El problema de fondo, expuso, tenía que ver con las dificultades económicas de la isla, cuya deuda externa ha aumentado tras la crisis de los últimos años.
En nuestra corta interacción, preferimos no entrar en detalles al mencionar la obsesión de los últimos tiempos por los plebiscitos extraordinarios, fenómeno del que todos podemos dar cuenta desde nuestra propia realidad local.
El precio de seguir la corriente a Jill Stein, Susan Sarandon et al
En el autobús de la terminal, camino del coche de alquiler, converso con un joven padre de familia de aspecto y atuendo europeos. La conversación acaba en una referencia velada a la política. Desde entonces, una vez en la carretera, se acaba el rastro del deterioro institucional y la polarización política del país.
Nuestras primeras paradas parecen seguir el rastro de una borrasca que se desplaza desde Canadá hasta el sur de los Grandes Lagos, barriendo las Grandes Llanuras en el sentido de las migraciones estacionales de los grandes herbívoros en la época precolombina.
Pernoctamos en Madison, Wisconsin, y desde allí visitamos el sur rural del Estado, donde la acción de colonos y granjeros transformó las praderas de la zona, fertilizadas por el fuego y la acción de la fauna autóctona, en un paisaje más boscoso e intermitente, donde dominan la agricultura intensiva y un paisaje agrario cuyos graneros evocan colores y construcciones tradicionales del otro lado del Atlántico, desde Escandinavia a Europa Central y del Este.
Las pequeñas ciudades universitarias del interior del país concentran una población más joven y adaptada a trabajos mejor remunerados, y destacan desde el principio por un ambiente inexistente en otras localidades.
En su mayoría, su voto no se decantó por Trump, pero muchas concentraron el desdén hacia Clinton tras su victoria en las primarias ante Sanders. Paseando entre gente sentada en terrazas, leyendo en el parque o haciendo deporte a orillas del lago Mendota, entre senderos arbolados y edificios universitarios.
De Chicago a Wisconsin
Es difícil compaginar el país que convierte en presidente a un constructor sin escrúpulos convertido en personaje mediático de prensa amarillista, con el don de conectar con los complejos y delirios de un votante medio que, a este paso, lo tendrá difícil para no arrepentirse de su decisión, tal es la inconsistencia y falta de preparación del nuevo presidente y su entorno, más digno de un dictador de medio pelo que del país de James Madison.
Este abismo entre el espectáculo político de Estados Unidos y el país que conocemos de primera mano (Kirsten es estadounidense, aunque haya vivido la última década en Europa durante la mayor parte del año) se ensancha en nuestra primera parada en un Wisconsin rural que no sólo concentra viejos graneros, sino el paisaje transformado por la mentalidad de los colonos europeos -llano, inabarcable, poco poblado, domeñado en propiedades rectilíneas dedicadas al monocultivo- donde jugaron John Muir, Frank Lloyd Wright y Aldo Leopold antes de influir sobre el futuro de su país.
John Muir (nacido en Escocia y reasentado en una granja de Wisconsin durante la infancia) protagonizó un cambio de mentalidad decisivo para crear los primeros parques naturales, y sin su insistencia Yellowstone o Yosemite, entre otros lugares, habrían cedido ante la idea de progreso del siglo XIX.
Partiendo del canon europeo, Frank Lloyd Wright insistió en crear una arquitectura nueva para un nuevo contexto, atento a la naturaleza y a influencias eclécticas, desde la Mesoamérica precolombina a Japón.
Y en el condado de Sauk, nos topamos con la representación física de un legado mucho más importante del tercer personaje mencionado, quizá el menos conocido, pero no por ello menos importante o influyente, Aldo Leopold.
El legado de Aldo Leopold
En este condado rural y adormilado del interior de Wisconsin, tratamos de observar en el paisaje algunas de las apreciaciones que el naturalista Aldo Leopold compiló en su ensayo A Sand County Almanac. El director de la fundación que lleva su nombre nos acompañó a la cabaña que Leopold reconvirtió en refugio familiar de fin de semana durante sus años de profesor en Madison.
Si Muir protagonizó el inicio de la filosofía medioambiental contemporánea, Aldo Leopold enseñó a los estadounidenses a apreciar sin remilgos los ciclos y riqueza natural de Norteamérica, con su propio proceso de milenios, paisajes, flora y fauna.
Consciente de que el paisaje rural al que él y su familia acudían durante el fin de semana incluía el influjo de la cultura europea, abogó por conocer los ciclos y procesos que permitieran a la sociedad estadounidense convivir con la naturaleza circundante, olvidando la mentalidad suburbana que prosigue con su intención velada de extender su césped y sus hileras arboladas a un lado y otro de las nuevas urbanizaciones.
A Sand County Almanac surgiría de la interacción entre el autor, su familia y el paisaje rural de una propiedad maltratada que, sin embargo, se convirtió en puerta de entrada a uno de los manifiestos ecologistas más influyentes e incisivos, en cuyo prefacio se concentran los principales riesgos de la gestión medioambiental en el mundo contemporáneo y el difícil equilibrio entre modernidad y tradición.
Charlando sobre arquitectura a orillas del Lago Superior
Nos despedimos de la localidad de Baraboo, en el condado de Sauk, y nos dirigimos hacia el norte, camino la península de Bayfield, la orilla meridional del Lago Superior, frente a las Apostle Islands; allí, visitamos las cabañas en plena naturaleza y con vistas al lago diseñadas y construidas por un arquitecto y su hijo durante los fines de semana de un año entero.
Las alusiones a la política desaparecen a medida que tanto nosotros como nuestros interlocutores nos centramos en lo circundante: naturaleza, arquitectura, creatividad, propósito personal, filosofías de vida.
La conversación fluye y aparecen menciones a arquitectos europeos, japoneses, estadounidenses, latinoamericanos. Al charlar sobre la sutilidad de las construcciones de madera, nuestro anfitrión menciona a Peter Zumthor. Acabamos hablando de la iglesia de San Benedicto.
Nos despedimos de la familia de arquitectos de Wisconsin camino de Minnesota, a donde accedemos por la ciudad industrial de Duluth, todavía el puerto mercante más importante del Lago Superior en su punto más occidental, hacia el cual viajaban las materias primas del norte de las Grandes Llanuras.
Al acumularse las horas de trayecto por carretera, agradecemos el tamaño del coche de alquiler disponible en Chicago, que al principio habíamos considerado elefantiásico, al haber recogido equipamiento técnico que habíamos adquirido con antelación y enviado a un punto de recogida de UPS en Madison. Nos arrepentimos de la enorme maleta protectora de uno de estos nuevos dispositivos, que acabará ocupando a nuestro pesar uno de los asientos del vehículo.
Arquitectura a prueba de clima extremo en Minnesota
Y así nos presentamos en Minneapolis-Saint Paul, las “ciudades gemelas”, donde charlamos con el arquitecto Geoffrey Warner. Le preguntamos sobre el dinamismo económico de la zona, y Warner nos introduce con humor incisivo en la jerga y los estereotipos de la zona. El carácter de las Twin Cities, explica, es retraído y en ocasiones tosco, pues el invierno es duro y hay siempre trabajo que hacer.
Warner, cofundador de la firma Alchemy Architects, sigue con atención las tendencias arquitectónicas de otros lugares, pero reitera la necesidad por mantenerse al día en cuestiones técnicas en un entorno que puede bajar de los 30 grados bajo cero en invierno y que ha aprendido a sobrellevar el clima extremo con una mentalidad previsora que forma parte de la cultura cotidiana.
Explicamos a nuestro entrevistado que una de las demandas históricas de algunos “superusers” del canal de Kirsten en YouTube procede de habitantes de lugares con inviernos especialmente cruentos, donde materiales de construcción, rendimiento térmico, consumo energético y tecnologías en ventanas y cerramientos son detalles imprescindibles.
En Minnesota visitamos un pequeño establecimiento de cerveza artesanal erigido en plena zona industrial de Saint Paul, capaz de integrarse en un entorno desangelado de confines de zona franca y centro logístico con una propuesta de diseño industrial económica y sorprendente: un enorme silo cilíndrico de metal corrugado, como los que observaremos en las tres jornadas siguientes a lo largo de nuestro trayecto por Minnesota, Iowa y Nebraska, convertido en establecimiento cervecero de diseño.
De granero cilíndrico a versión postmoderna del panteón (óculo incluido)
La estructura conserva el centro de su cubierta cónica el óculo por donde entra el grano en este tipo de estructuras -en las últimas décadas, el maíz ha ganado la partida, tal y como explica con detalle Michael Pollan en El dilema del omnívoro-. En este caso, el uso del edificio como establecimiento permite a los visitantes de su interior evocar una versión metálica de una versión dieselpunk del Panteón de Agripa de nuestro tiempo.
A veinte minutos de Des Moines, la ciudad más grande de Iowa, tan extensa y arbolada como poco densa, visitaremos el segundo granero cilíndrico de acero corrugado reconvertido en edificio, en este caso una segunda residencia que no desentona en el paisaje rural de la zona, compuesto por granjas con graneros similares a modo de edificios anejos, evocando una yurta metálica camuflada en unas colinas que antes alojaron tiendas de planta circular de nativos americanos.
Nuestro entrevistado y su familia eligieron experimentar con su casa cilíndrica, que recuerda a una versión de mayor tamaño de las viviendas prefabricadas que el futurólogo Buckminster Fuller diseñó en el contexto de la II Guerra Mundial, en pleno condado de Madison, célebre por sus puentes de madera.
Robert James Waller escribió sobre la relación entre una ama de casa de origen italiano y un fotógrafo que realiza un reportaje sobre los puentes en la novela llevada al cine por Clint Eastwood, y a partir de ahí estas humildes construcciones de madera entraron en el imaginario colectivo del resto del mundo.
Atravesando el paisaje de las Grandes Llanuras
El propietario y diseñador de la vivienda, periodista con el mayor programa radiofónico para agricultores en Estados Unidos, reflexiona con nosotros sobre el proceso de diseño de su vivienda.
No se trata de un edificio donde “la forma sigue a la función”, sino donde se elige algo ya creado para otros menesteres, concediéndole un nuevo uso. Comento que esta misma reflexión condujo a Ricardo Bofill a reconvertir una fábrica de cemento abandonada en una residencia y estudio arquitectónico únicos.
De vuelta a la carretera, combinamos apreciaciones en silencio o en familia sobre lo observado en el paisaje o en cada alto en el camino con alguna que otra canción para relajar o levantar ánimos en función del momento: hay tiempo para Morgen! de Richard Strauss y para las cancioncillas pegadizas de Bon Iver en For Emma, Forever Ago. Y, cuando es posible, algún que otro podcast pelmazo promovido por el conductor, a poder ser algún episodio atrasado de los programas preferidos de France Culture.
De esta guisa nos presentamos en Omaha, ciudad que da la bienvenida a Nebraska al viajar hacia el Oeste desde Des Moines y cruzar la frontera entre Iowa y Nebraska. El paisaje se allanará todavía más y evocaremos alguna que otra referencia compartida con los niños, desde los libros de Laura Ingalls Wilder al Dust Bowl, la tormenta de polvo que obligó a emigrar a granjeros de las Grandes Praderas hasta California en plena Gran Depresión, y que relacionamos con fotografías icónicas, obras literarias y secuelas cinematográficas.
El tiempo en las localidades olvidadas
El fenómeno, con su epicentro más al sur, es fácil de asociar con el paisaje de Arkansas debido a la realidad observable en las pequeñas localidades que uno atraviesa de camino hacia el Oeste. Muchas imágenes son difíciles de situar en el tiempo. Puede ser 1970 o ayer. Pernoctamos en Alliance, un cruce de caminos ferroviarios en el poniente del Estado donde asistimos al desfile inacabable de lentos trenes repletos de carbón.
Preguntamos de dónde viene el carbón y hacia dónde va. Hay minas en funcionamiento en Wisconsin y Colorado, nos comenta una interlocutora oriunda de Montana que había trabajado en el centro ferroviario de la localidad. Intuimos su incomodidad con Trump al asistir a su ácida crítica sobre quienes han decidido que el carbón es romántico.
El carbón es contaminante y afecta la salud, suelta con causticidad. Hay votantes de Trump en la zona, sin duda. Pero la gente está perdiendo la paciencia, aclara. Le recuerdo que acaba de empezar.
“El poco tiempo que lleva ese mafioso me ha cundido como los dos mandatos de George W. Bush”,
espeta indignada.
Observamos el cambio en su rostro cuando la conversación deriva hacia derroteros ajenos a la política. Nuestro viaje, nuestro origen, su biografía, su vida en Alliance y sus esperanzas. La musculatura se relaja y desaparecen las líneas más duras de una piel delicada dañada por el sol y por una historia que sólo podemos entrever.
Cuando la caricatura invade la realidad
A la mañana siguiente, entrando en Colorado desde el noroeste del Estado, el modesto y relativamente vulgar Fort Collins nos parece el inicio del próspero paisaje periurbano que relacionamos con California: avenidas arboladas y con cuidada vegetación autóctona, tráfico denso, dinamismo económico y un número inacabable de personas practicando deporte al aire libre.
Nuestra intención es disfrutar del legado de los estadounidenses que, como John Muir, Frank Lloyd Wright o Aldo Leopold, contribuyeron a los aspectos de Estados Unidos que tienen tanto que ofrecer y enseñar.
Viajando hacia el Oeste y evitando una agenda informativa que nos recuerda el calibre del fantoche que ocupa el puesto de mayor responsabilidad en el mismo país, es fácil olvidar los problemas que convulsionan una sociedad que pretende mostrar al mundo sus conflictos, contradicciones e injusticias.
Basta recorrer pequeñas localidades apartadas de las grandes rutas y oportunidades para comprender hasta qué punto la obesidad o la adicción a los opiáceos están presentes en la realidad cotidiana de una minoría cada vez más visible de estadounidenses.
Basta viajar por el país y hablar con la gente para constatar que hay una energía y un dinamismo que sobrevivirán a Trump. Falta saber cuánto podrá este personaje dañar a un país que pierde atractivo y seguridad en su porvenir a la vez que la Unión Europea experimenta por primera vez en años un optimismo genuino.
Identidades en conflicto
Quizá el fin del período conocido como Pax Americana, la elección de Trump y la situación política en el Reino Unido devuelvan el prestigio y liderazgo perdidos a la parte occidental del continente europeo, garante actual de unos valores que parecen interesar poco al presidente estadounidense.
En Wyoming, el día antes de visitar Yellowstone, paramos en Cody, pequeña localidad que debe su nombre al controvertido William Frederick Cody, alias Buffalo Bill. Afamado cazador de bisontes y voluntario en las masacres de las Guerras Indias contra los nativos americanos en las Grandes Llanuras, contribuyó más que ninguna figura legendaria del Oeste estadounidense a domeñar el paisaje norteamericano a la mentalidad “civilizadora” de su época: aniquilar lo nativo estadounidense, considerado primitivo, y sustituirlo por elementos “civilizadores”.
Colonos europeos sustituyendo a nativos, ganado europeo sustituyendo al bisonte, parábola del eugenismo de finales del siglo XIX. La mentalidad que justificó a William Cody sigue presente en más ámbitos de los que cualquier estadounidense estará dispuesto a reconocer.
Un par de horas antes hemos cruzado el valle de Sweetwater, a medio camino en la senda de Oregón, con 2.000 millas de distancia desde las ciudades del Este hasta su término en el Pacífico. En torno a este valle de alta montaña, sin apenas vegetación y con inviernos especialmente duros, la senda se bifurcaba en los caminos de California, Utah y Oregón.
Los colonos cruzaban este paso de las Rocosas cercano a Yellowstone en pleno verano, cuando el pasto verde dominaba el horizonte, la temperatura era fresca y en el poniente la nieve de la cumbre de las montañas Wind River brillaba en la claridad del aire fino de alta montaña. Empezaba entonces el suplicio de las poblaciones autóctonas que habían recorrido el actual territorio de Wyoming durante al menos los últimos 11.000 años.
Al día siguiente, hablaremos más de bisontes, con una población recuperada de la embestida de finales del siglo XIX, y menos de mentalidades de Buffalo Bill, que parecen dominar la política del país.