Los extremos se tocan en momentos de incertidumbre y la oclocracia, o gobierno de la muchedumbre enfervorizada (por ejemplo, el Terror de Robespierre) no se aleja tanto de la tiranía, o gobierno de un único sádico iluminado (con los mejores ejemplos en siglo XX, a apenas 3 generaciones de distancia).
Si conocemos los riesgos y vicios del gobierno descontrolado de todos o de unos pocos/uno (así como los amigos de ambos, detectados ya por Platón y Aristóteles: demagogia y populismo), ¿conocemos igualmente una alternativa que funcione lo mejor posible tanto en momentos de bonanza como en épocas convulsas?
Repasando la tradición desde los clásicos, la esencia de los modelos no ha cambiado tanto. Lo que sí sabemos es que nos encontramos en un momento de la historia en que sería inaceptable proponer el equivalente al “gobierno de los sabios” de la República de Platón, ni mucho menos al “rey sabio” (algo así como la síntesis entre Pericles, Thomas Jefferson y Michel de Montaigne).
Días extraños
Tampoco es posible la sociedad libertaria en estado puro, si bien la democracia representativa liberal con contrapoderes se encuentra ante riesgos y encrucijadas que, pese al éxito del modelo, deberá resolver si quiere ahorrarse el riesgo a que, por ejemplo, el país más poderoso del momento acabe gobernado por un Trump.
Mientras tanto, las Taifas europeas son invadidas por micro-Napoleones elegidos democráticamente (algo ya visto en la primera mitad del siglo XX, antes de que todo derivara en Tiranos Banderas -no perderse la novela de Valle-Inclán- latinoamericanos y Pol Pots al otro lado del Pacífico).
Pese a la presión para limitar las humanidades y promover una educación más utilitaria y relacionada con el desempeño profesional y la especialización, la filosofía se niega a ser marginalizada, y quizá pueda ayudar a la “ciencia política” en esta encrucijada entre la oclocracia y la tiranía.
Porque, como recordaban Alexis de Tocqueville (autor de La democracia en América), John Adams (co-redactor de la Constitución de Estados Unidos) y el filósofo antiplatónico y antihegeliano por antonomasia, Friedrich Nietzsche, entre otros, la tiranía de uno o unos pocos se parece demasiado a la tiranía de la mayoría, sobre todo cuando vienen mal dadas.
Fundación filosófica de la ciencia política
Desde la Antigüedad, la filosofía nos anima a cuestionarnos nuestra relación con lo que llamamos realidad, con nosotros mismos y con lo circundante, con el pasado el presente y el porvenir, así como nuestra opinión de cómo vivir, relacionarse con otros, morir o afrontar sentimientos y retos universales, presentes en la tradición mítica y literaria (oral, escrita) universales.
Muy a menudo, estas grandes temáticas nos conducen, directa o indirectamente, a un lugar y momento determinados, cuando oratoria, tragedia y filosofía convivieron por primera vez: la Atenas al inicio de su período clásico, donde convivieron,
- maestros de la retórica, los sofistas, especializados en enseñar cultura interdisciplinar personalizada para cada alumno en función de sus aptitudes, con el fin de liberar su potencial, o excelencia de acuerdo con su naturaleza;
- filósofos centrados en el estudio de lo que nos rodea (presocráticos);
- filósofos introspectivos interesados en las grandes cuestiones vitales y existenciales, desde el sentido de la vida a “cómo vivir” (el “arte de vivir”, según los eudemónicos) y morir;
- y maestros de la tragedia y la comedia.
Volviendo a la era de la concatenación de genios
Los tres filósofos que conducen a las principales disciplinas que todavía dominan el pensamiento no sólo convivieron a una generación aparte, sino que el uno fue el maestro del otro: Sócrates fue maestro de Platón, y éste fue a su vez maestro de Aristóteles.
Lingüística, lógica y empirismo, ética, idealismo y eudemonismo son algunas de las disciplinas que no existirían tal y como las conocemos sin la aportación de los tres filósofos mencionados, una concatenación con fenómeno comparable en la tragedia: Esquilo, Sófocles y Eurípides vivieron cada uno a una generación de distancia del otro.
Si en la tragedia Esquilo sentó las bases, Sófocles desarrolló y Eurípides modernizó, la filosofía introspectiva siguió derroteros parecidos: Platón se interesó por la abstracción más intelectual de Sócrates, mientras Aristóteles desarrolló la vertiente realista de las enseñanzas del primero.
Sócrates optó por morir injustamente a manos de los atenienses para no contradecir su filosofía con el fin de su vida (dos alumnos, Platón y Jenofonte, relataron lo ocurrido en sendas “apologías”), pero no legó nada escrito, pues creía, como los sofistas (hay estudiosos que lo catalogan como tal), que el pensamiento real debe desarrollarse en el contexto de la conversación.
Herederos (nos guste o no) de la teoría de las ideas
Así que lo que sabemos de él nos llega de otros. Los diálogos de Platón tratan de sustituir su experiencia como alumno de Sócrates, si bien desarrolla otros aspectos abstractos e inicia una tradición que influye sobre cristianismo, arte y ciencia desde entonces: la separación entre el cuerpo mortal y la conciencia inmortal, crucial para la teología cristiana y para el cartesianismo de la Ilustración.
Los rebeldes de esta separación, empezando por Nietzsche y Kierkegaard, afirmarán más de dos milenios después que el idealismo platónico ha atrofiado la mentalidad occidental hasta el punto de considerar mente y cuerpo como dos ámbitos en realidad separados, pese a la evidencia de lo contrario.
La influencia del idealismo de Platón no acaba en el ámbito del alma humana, sino que empieza con ésta y extiende la distinción entre sustancia y forma, entre el objeto percibido y la existencia de un supuesto modelo (ideal, puro) que le precede.
Platón y Aristóteles: ideas vs. realismo
Platón simplemente recogió la distinción de los presocráticos entre apariencia y sustancia, sugiriendo que hay un ideal de silla, pero también uno de hombre, otro de sociedad, u otro de forma de gobierno.
Según sus críticos, la teoría de las formas de Platón apartó para siempre al ser humano de la certidumbre, un problema ya detectado por Aristóteles, que en su lógica se aseguró de dejar claro que él estaba más cerca del maestro de Platón (Sócrates) que del mismo Platón, su maestro.
Para Aristóteles, “A es A”, y este realismo empírico será la otra gran tradición del pensamiento occidental.
Ideales políticos y fundamentos éticos
Platón y Aristóteles coincidían en que el hombre es un “animal político” (de la polis, urbano), y teorizaron sobre cómo debía organizarse en sociedad:
- la aportación de Platón se centró, en coherencia con la distinción entre lo aparente y lo sustancioso, en modelos de gobierno y comportamiento ideales, pues lo aparente o sensible es apenas un reflejo de lo primero y sólo en el mundo de las ideas no existe la dualidad o la provisionalidad, sino que las cosas “son” en toda su pureza;
- mientras Aristóteles filosofó acerca del comportamiento del individuo en la sociedad, usando el razonamiento y su propia naturaleza como virtudes para lograr su dicha (“eudemonía”): a partir del trabajo ético de Aristóteles, surgen las escuelas filosóficas que se proponen enseñar a vivir a sus discípulos, tales como estoicos, epicúreos o cínicos.
Sócrates, Platón y Aristóteles vivieron en tiempos convulsos y experimentaron distintos tipos de gobierno y estilos de ejecución y administración de ciudades, conflictos entre personas y guerras.
Siempre a un paso del despotismo, la oligarquía y la plutocracia
Los tres conocieron las ventajas de un gobierno pragmático, sensible y ejecutor de cuestiones necesarias para la sociedad, ejemplificado en el mandato del virtuoso Pericles, así como sus limitaciones y la falta de legitimidad, por no hablar del riesgo de sucesión o perversión de modelos personalistas: la deformación del despotismo, la oligarquía y la plutocracia.
Los tres filósofos también conocieron los primeros experimentos en democracia y notaron la necesidad de establecer sistemas de control para evitar peligros como la arbitrariedad o el populismo en momentos convulsos.
(Imagen: la isla ideal de Utopía, de Tomás Moro; sin las imperfecciones del hombre, la isla de Utopía carece de la capacidad para contrastar entre lo bueno y lo malo, algo que sí es posible con Agustín de Hipona, para el que el claroscuro es necesario para apreciar la luz)
Pese a las limitaciones de los modelos de la Atenas Clásica (entre ellas, la limitación del concepto de “gobierno” y de “libertad” en una sociedad que sólo consideraba ciudadanos a los varones de la Ática nacidos libres), los experimentos y reflexiones filosóficas de éstos todavía resuenan entre nosotros, cuando aplicamos modelos similares a escala planetaria, comprobando así el resultado a gran escala de democracia representativa, despotismo, oligarquía, oclocracia, etc.
Politeia
Y, aunque fantaseemos con nuestros avances y prosperidad a gran escala o seamos resultado (o víctima) de su aplicación, todavía resuena en la imperfección de los sistemas de organización social más avanzados y justos que quizá hayan existido las reflexiones de Platón sobre justicia y gobierno en la polis.
Platón dedicó Politeia (o “concerniente a la ciudad-estado”), obra traducida al latín y la tradición posterior como República, a reflexionar sobre la apariencia y el ideal de justicia y gobierno.
Entre sus reflexiones, destaca su advertencia sobre los riesgos de dejar a los no expertos el gobierno de algo tan complejo como la ciudad-estado, pues una concatenación de malas decisiones puede acabar con la prosperidad y sembrar el caos.
Competencia vs. oportunismo en la cúspide
Además del concepto de “ciudadano” (con derechos y obligaciones sociales), República nos lega reflexiones y advertencias sobre los peligros de la demagogia, la imposibilidad de quedar bien con todo el mundo plegándose a los deseos de todos, y la necesidad de contar con expertos para el gobierno.
La proto-tecnocracia sugerida por Platón conforma una élite, en la cúspide de la cual puede actuar un “rey filósofo” (modelo de la ciudad ideal Calípolis) o mandatario cuyas decisiones son lo más próximas al ideal de justicia o “bien absoluto”, que se encontraría en la frontera del mundo inteligible.
Debido al misticismo y carácter etéreo de la separación platónica entre el mundo material (sensible) y el de las formas originarias (inteligible: ideas), las fronteras entre la ciudad-estado gobernada por filósofos (y con decisiones ejecutivas que pueden ir a cargo del rey filósofo), y su expresión perversa (oligarquía, oclocracia, tiranía) aparecen difuminadas.
Democracia, oligarquía, timocracia, tiranía
Platón identifica modos de gobierno en el mundo material (y, por tanto, injustos debido a que se alejan de la perfección de la forma/idea), que padecerá toda sociedad compleja que intente gobernarse: para él, estos modos perceptibles son democracia, timocracia, oligarquía y la constitución de derechos y deberes más injusta de todas por su mayor arbitrariedad y potencial para la justicia (por su capacidad ejecutiva y ausencia de contrapoderes): la tiranía.
A medida que una sociedad es incapaz de gestionar sus irregularidades:
- el gobierno de la forma más participativa, la democracia, más o menos equilibrado y con contrapoderes que representa a los ciudadanos (democracia directa y, como abstracción para hacerla practicable, representativa);
- se convierte en democracia limitada sólo a quienes poseen un tipo de bien estratégico como dinero o propiedades (timocracia, o gobierno de los honorables, que pueden constituirse en “aristocracia” de hecho y/o de derecho -patricios romanos, etc.-);
- y, a su vez, esta democracia mermada, al padecer desequilibrios y presiones de los ciudadanos “honorables” más poderosos, acaba convirtiéndose en el gobierno de unos pocos, sean potencialmente “honorables” (oligarquía) o simplemente por los más ricos (plutocracia);
- la tiranía concentra el poder en una sola persona, situación en la que el gobernante ha accedido derrocando al anterior gobierno, heredándolo por mandato arbitrario (justificado metafísicamente o no), o gracias al apoyo popular, o con la asistencia militar local o foránea.
Oclocracia y timocracia
Los conceptos no han cambiado tanto en ciencia política desde la Atenas de Pericles.
Siempre con voluntad de identificar lo que vemos con lo que es (“A es A”) rechazando la deriva idealista de Platón, su alumno Aristóteles (que, no hay que olvidar, se convirtió en instructor de Alejandro Magno, así que su propio concepto de excelencia o “areté” quedaría al menos parcialmente plasmado en el monarca de la -más atrasada que la capital de la Ática- Macedonia), se interesó en su Ética a Nicómaco por dos deformaciones del buen gobierno representativo:
- la mala democracia, ejemplificada por el gobierno de la muchedumbre (à la Robespierre), u oclocracia;
- y la timocracia, o “democracia restringida”, al permitir sólo participar a los “honorables” (una aristocracia, una clase propietaria, una etnia, etc.; todos podríamos mencionar un puñado de timocracias).
El buen gobierno de todos
A diferencia de Platón, que en su República identificaba cinco regímenes (aristocracia, timocracia, oligarquía, democracia y tiranía), Aristóteles describe en su Ética tres regímenes de los que pueden derivarse el resto en una sociedad “política” avanzada y urbana: monarquía o gobierno de uno; aristocracia o gobierno de pocos; y “politeia”, o buen gobierno de muchos.
Las formas corruptas de los tres modelos son tiranía (monarquía arbitraria), oligarquía (aristocracia saqueadora), y democracia (gobierno imperfecto de muchos).
El buen gobierno de muchos (“politeia”), o algo así como una democracia de ciudadanos virtuosos e informados, que actuarían con racionalidad y, defendiendo sus intereses, lograría un equilibrio de facto y prosperidad para el grueso de la población.
Lo que el gobierno de muchos no contempló: las aristas humanas
Sobre esta idea se basa la ciencia política de la Ilustración, que considera la separación de poderes y la existencia de una sociedad libre y sana (educada e informada) como base de la prosperidad.
Pero la politeia se topará durante la Ilustración con un escollo inesperado: por mucho que cueste entenderlo, el ser humano es también irracional y, en ocasiones, decidirá con maldad en lugar de alumbrar su rincón en el mundo.
Nos lo explicarán Dostoyevsky, Nietzsche, Kierkegaard, los precursores más sólidos del existencialismo, sus luces (fenomenología) y sus sombras (nihilismo).
Confirmarán su olfato las grandes barbaridades y carnicerías del siglo XX, con el país de filósofos, músicos y filósofos ilustrados por antonomasia, Alemania, mirándose ante el espejo deformado (valleinclanesco más que wagneriano) de Adolf Hitler.
Antes de los mencionados, algunos autores dejaron una velada mofa al proyecto platónico de idear un sistema social, legal y político perfecto.
El propio Tomás Moro concibió su “isla” Utopía como este lugar ideal, aunque el libro incorpora aspectos satíricos que pueden contrastarse con la propia vida contradictoria y relajada de costumbres (en contraste, como ocurre en más de una ocasión a lo largo de la historia, con su celosa y ortodoxa interpretación del catolicismo) del propio Tomás Moro.
Polibio y su estudio de campo de los celtíberos
Todavía en la Antigüedad, un filósofo de menor estatura que el mencionado -e insuperable- trío concatenado, se basó en el trabajo de Platón (República) y Aristóteles (libro III de la Política), para describir las seis fases que conducirían a una monarquía sensata (precursora del modelo monárquico “racional” del despotismo ilustrado).
Polibio (historiador apreciado por Nietzsche por su estudio de campo de la política y de los acontecimientos de su época, que lo llevaron al frente romano en Iberia, donde los celtíberos mostraban resistencia) cree, como Aristóteles, que hay tres tipos esenciales de estructuras de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia.
No obstante, el desarrollo de los acontecimientos suele alumbrar una degradación, y los tres modelos degeneran, respectivamente, en tiranía, oligarquía y oclocracia.
Orígenes del concepto de la separación de poderes
El historiador es precursor de Maquiavelo y, sobre todo, de los filósofos ilustrados, al considerar que la única manera de evitar la deriva perversa de los métodos óptimos de cada uno de los tres modelos era instaurando un equilibrio en el sistema:
- para Polibio, este equilibrio consistía en una combinación equilibrada de los tres tipos de gobierno; para el historiador, la Roma de su tiempo había logrado cierto equilibrio, ya que el consulado actuaba como realeza; el senado era la aristocracia de facto (con incorporaciones por mérito intelectual, comercial o militar); y los comicios (muy restringidos en comparación con los actuales) se correspondían con la democracia;
- para los ilustrados, sólo la separación de los tres poderes de un Estado moderno (legislativo, ejecutivo y judicial) en una sociedad próspera y educada donde se respetaran las libertades individuales garantizarían el buen funcionamiento a largo plazo de una entidad política compleja.
De la Ciudad de Dios a los príncipes maquiavélicos
El hundimiento de Roma y el papel sustitutivo de la estructura del antiguo imperio que tuvo la iglesia romana conllevó un desarrollo posterior de la filosofía política desde el prisma (dualista y, por tanto, más platónico que aristotélico) católico.
Agustín de Hipona (que pensó en una “ciudad” platónica donde no hubiera codicia sino virtud, su Ciudad de Dios) y Tomás de Aquino leyeron la obra política de Platón y Aristóteles, amoldándola a las nuevas necesidades y supeditando la monarquía y la aristocracia al derecho divino (que serviría como justificación de la aristocracia y la monarquía hasta la Ilustración).
Si el apellido de Nicolás Maquiavelo se ha convertido en un adjetivo en la mayoría de las lenguas es por la influencia de El príncipe, que llega a la actualidad, donde el autor no sólo hace referencia a los clásicos y a sus distinciones de gobiernos, sino por sus abundantes referencias históricas.
Calípolis, Utopía, Telema, Ciudad del Sol, Nueva Atlántica
Como el resto del Renacimiento, la obra de Maquiavelo está tan influida por los ideales platónicos como por la tradición escolástica ligada a Aristóteles.
Por cierto, Maquiavelo reconoce en su libro a Fernando II de Aragón (que en España no se menciona porque está de moda saber cuanto menos mejor de lo que unió, para poner todo el acento en el espíritu separador de la reacción romántica del XIX), como el “príncipe” más próximo al ideal que el autor trata de exponer.
Para Maquiavelo, la forma ideal de gobierno planteada por Platón (gobierno de las élites con un rey filósofo o, en este caso, con un príncipe filósofo, que deberá elegir si gobernar para sobrevivir (como un papa astuto) o hacerlo para la gloria (como Alejandro Magno y sucedáneos anteriores y posteriores, desde Augusto a Carlos V a Napoleón).
Todavía durante el Renacimiento, otros autores imaginan sus sociedades “utópicas” (influidas por la Calípolis de Platón y la Ciudad de Dios de Agustín de Hipona): Utopía, de Tomás Moro; Telema (ciudad del amor de la sátira Gargantúa, de Rabelais); la Ciudad del Sol de Tommaso Campanella; o la Nueva Atlántida, de Francis Bacon.
Y del Renacimiento tardío a la primera Ilustración, cuando los autores británicos y franceses llevan los modelos clásicos hasta sus últimas consecuencias, considerando nuevos modelos de “polis” o Estado ideal que superen la Calípolis de Platón y parten de la democracia, tanto en combinación con una monarquía (modelo inglés) como surgida de una fractura con el agotado modelo anterior (Estados Unidos, Francia).
Ensayando la consistencia de la bondad humana: el contrato social
Es el tiempo de poner en práctica las tribulaciones de filosofía política desde Sócrates, que culminan en conceptos decisivos, como el de contrato social, en el que se equiparan el estado con el concepto ilustrado de seguridad jurídica y “contrato”: se reconoce a la sociedad como un ente conformado por ciudadanos con derechos y deberes, donde las partes integrantes asumen la responsabilidad por voluntad propia.
La naturaleza humana es para estos autores virtuosa, en concordancia con la idea aristotélica de aspiración y desarrollo personal racional, y se topará con la realidad: somos seres contradictorios y ni siempre actuamos con buena fe, ni siempre perseguimos lo mejor para nosotros o lo mejor para el conjunto.
El concepto de contrato social se desarrolla con la sombra de Platón y Aristóteles siempre presentes, e influyen sobre todo los ensayos Leviatán (Thomas Hobbes), Dos ensayos sobre el gobierno civil (John Locke), y El contrato social, de Jean-Jacques Rousseau.
En alerta ante la tiranía de la mayoría
Todavía dependemos en buena mesura de lo aportado por estos trabajos, que influyeron tanto a Alexis de Tocqueville como a Thomas Jefferon o John Adams entre otros, cuando discuten sobre cómo evitar las perversiones de la democracia moderna incluso en situaciones ideales de funcionamiento de las instituciones y separación efectiva de poderes.
Aparecen en cualquier caso contradicciones: cuál es el papel del gobierno (ejecutivo) y qué tamaño debe tener la administración, cuál es el papel del Estado y bajo qué situaciones hay que usar la fuerza, qué ámbitos son exclusivos del individuo y bajo qué situaciones el Estado debe imponer su opinión sobre las creencias o convicciones del individuo, etc.
Ya a mediados del siglo XIX, el filósofo trascendentalista Henry David Thoreau desarrolló el concepto de desobediencia civil, al toparse ante situaciones que consideraba injustas y que -creía- coartaban su libertad, como el pago de impuestos a una sociedad esclavista que, además, se enfrascaba en la que él creía que era una guerra injusta, la guerra méxico-americana.
Watchdog y ombudsman: la figura del ciudadano vigilante
Su manera de protestar fue negándose a pagar impuestos, por lo que fue una temporada al calabozo de su localidad, Concord (Massachusetts). El contractualismo, creían Thoreau y tantos otros, hacía aguas, ya que caía en interpretaciones torticeras del político, el juez o el sheriff de turno.
Se instauran, de este modo, figuras ya presentes en tradiciones de gobierno de la Antigüedad y el medievo, tales como el ombudsman del norte de Europa (defensor del pueblo), así como la ciudadanía “vigilante” (a través de medios de comunicación y organizaciones).
Debido a las limitaciones de la democracia moderna y a las contradicciones humanas, especialmente palpables en sociedades complejas con democracias representativas, apareció la idea de crear un contrapeso vigilante, conformado por la formación intelectual de los ciudadanos y el surgimiento del concepto de opinión pública, o ente de debate en el que todos participan de manera indirecta a través de los primeros diarios y panfletos, la literatura, etc.
En ocasiones, la opinión pública actuó como fuerza decisiva para impartir justicia en donde las instituciones libres y democracia habían fallado, gracias a periodistas e intelectuales comprometidos, que escribían alegatos responsables que influían sobre la opinión pública.
Contra la berlusconización y chavización de la política
Nos tendríamos que preguntar si hoy, cuando campan a sus anchas la gracieta y el insulto, cuando el principal candidato a la Casa Blanca según las encuestas es un histrión que podría “berlusconizar” el mundo (no pasará lo peor; no puede pasar, dice un incrédulo Michael Bloomberg), tendrían cabida alegatos como J’accuse…! (Émile Zola, 13 de enero de 1898, L’Aurore).
Actualmente, India es la democracia más grande del mundo, con más de 1.000 millones de ciudadanos, un número que produciría un síncope en Platón y Aristóteles, preocupados con la ingobernabilidad de una ciudad con apenas unos millares de ciudadanos -griegos varones libres-).
Nos preguntamos entre qué modelos y cuáles otros se encuentran hoy en día las principales democracias representativas de Occidente.
Recordando a un opositor intelectual de Robespierre: Tocqueville
A buen seguro que se encontrarán en el lado demagógico.
Es un momento de recuperar lecturas como la de Alexis de Tocqueville, que alerta del riesgo de deriva en despotismos suavizados.
La actualidad requiere no sólo a mandatarios que eviten el histrionismo y la demagogia, sino sociedades que comprendan que la oclocracia, o gobierno descontrolado de todos, deriva en entidades menos prósperas y más injustas.
Algunos estudios actuales muestran cómo, sobre todo en períodos convulsos para la clase media, la decisión de la mayoría se convierte en contraproducente, optando por decisiones o políticas que pondrían en riesgo su propia existencia a la larga; este fenómeno, conocido como tiranía de la mayoría, equivale al concepto clásico de oclocracia y pondría en riesgo incluso el propio contrato social entre los ciudadanos, al atentar contra la separación de poderes.
Thoreau, Tolstói, Camus: empecemos por salvaguardar las libertades individuales
No es casual que la anarquía menos perfecta, la que no respeta las libertades de los demás ni cualquier otra convención humana o natural, desemboque en consecuencias sólo observadas a gran escala en sociedades avanzadas cuando las tiranías más deformes del siglo XX nos demostraron la deformidad más abrasadora de la conducta colectiva humana.
Y la conducta colectiva, exponía Nietzsche, deriva de la obsesión platónica por irse por las nubes y obsesionarse con los ideales en los que desemboca el dualismo.
Y de estos ideales a afirmar que el fin justifica los medios, hay un paso, como demuestran el Terror de Robespierre (que se ventiló a buena parte de la familia de Alexis de Tocqueville, por cierto) y el materialismo dialéctico revolucionario.
Pero esa es otra historia. La que explica el triste recelo entre dos intelectuales franceses de posguerra: Jean-Paul Sartre el anarquista convertido en marxista (como todo el mundo); y el más cercano al individualismo irredento y comprensivo (cristiano, quizá) de Thoreau y Tolstói, Albert Camus.
Pero esa es otra historia.
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