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El retorno de cosechas olvidadas: clima, nutrición, autonomía

Cuatro cosechas —trigo, maíz, arroz y soja— acaparan el consumo alimentario. Su ascenso supuso la reducción de hambrunas y crisis alimentarias, pero la expansión de monocultivos y fertilizantes químicos ha erosionado la tierra, empobrecido especies y arrinconado variedades nutritivas y adaptadas al medio.

Alrededor de 7.000 variedades de cultivo usadas durante milenios podrían reducir la dependencia alimentaria, mejorar la nutrición por unidad calórica y combatir los efectos del cambio climático con mayor eficiencia.

En Hombres de maíz, Miguel Ángel Asturias habla de la importancia metafísica de la siembra y de su fruto, y en muchas de las metáforas de esta novela sobre la sabiduría de Mesoamérica se asoman otras civilizaciones, como la griega y su dependencia de la tríada mediterránea: vid, trigo y olivo.

El regalo agroalimentario de Mesoamérica al mundo

El maíz, ese producto divino para los pueblos mesoamericanos, ofrece a Asturias la oportunidad de hablar de historias humanas de eterno retorno desde el punto de vista indígena, el cual no es caricaturizado ni santificado, y conserva todas las contradicciones humanas.

“El maíz sembrado para comer es sagrado sustento del hombre que fue hecho de maíz. Sembrado por negocio es hambre del hombre que fue hecho de maíz.”

Y en esta y otras historias nos asomamos a la siembra mesoamericana, la milpa, un sistema de siembra sobre una tierra rozada, apenas liberada de espesura boscosa o matojos que sepultan cosechas ya olvidadas.

Los europeos que visitaron Mesoamérica y la Costa Este de Norteamérica confundieron a menudo los campos sembrados con campo salvaje, pues en esos paisajes domesticados con esmero —en la milpa conviven varias especies de maíz, frijol y calabaza— no aparecían los elementos reconocidos por la mentalidad de españoles, franceses, ingleses: los surcos de diseño rectilíneo que, con celo euclidiano, laboran los arados y bueyes tomados de los usos de la vieja Roma.

Apreciando la milpa

El policultivo mesoamericano tuvo siempre un aspecto poco canónico, y el desdén de un mundo eurocéntrico hacia sistemas locales de organización social y agraria nos ha privado de oportunidades para mejorar las carencias que hoy muestra una agroindustria incapaz de aumentar su sostenibilidad sin que ello recaiga en el coste o la producción. Hasta ahora.

A diferencia de la tríada mediterránea, también mucho más rica y variada en el pasado, la tríada mesoamericana que compone la milpa (maíz, frijol, calabaza y, en menor medida, chile) conserva todavía la riqueza de infinidad de variedades, gracias a la agricultura ancestral de minifundio todavía practicada, de manera casi siempre informal, por familias del sur de México y del resto de Centroamérica.

La diversidad genética de especies cultivadas y los usos de la siembra logran lo que la Revolución verde no ha podido, pese a su espectacular incremento productivo desde fines de la II Guerra Mundial: la milpa logra mantener a raya las plagas y no despoja a la zona cosechada de sus nutrientes. Hay zonas catalogadas que han permanecido sembradas sin interrupción durante siglos.

Intercambio colombino y dieta global

Sin embargo, esta cultura agraria precolombina apenas puede competir a precios de mercado con los monocultivos mecanizados mexicanos y estadounidenses, y la demanda de la población se adapta también a mazorcas de maíz, frijoles y calabazas con propiedades más apetecibles.

En Hombres de maíz, Gaspar Ilom siente que debe acabar con los sembradores que han rozado demasiado terreno, pues la quema excesiva obliga a practicar una simetría de la retribución con la naturaleza, con el fin de mantener un equilibrio cuya pérdida habría contribuido al colapso de la civilización maya: la sequía y la superpoblación quizá hubieran neutralizado la capacidad de infraestructuras de paliación —como los cenotes o gigantescos depósitos hídricos naturales— de desastres climáticos y tensiones tanto internas como con pueblos limítrofes.

El libro describe la sombra alargada de los efectos sobre la región del intercambio colombino, ese primer evento a gran escala de lo que hoy llamamos “mundialización”: el caudillo local muta en conquistador español, y éste, una vez transformado en cacique local o en hombre de maíz, cede su puesto de opresor al empresario de nuevo cuño, venido de Ciudad de México o del otro lado del Río Grande.

Y así, antes de que la primera cuerda de maguey —esa planta de hojas gruesas y carnosas que dio a la región sus bebidas fermentadas, remedios y filamentos— se trenzara, la milpa ya había extendido sus secretos por una región que supo cultivar conservando variedades y manteniendo la fertilidad de la tierra, y que recuerda a otras zonas del mundo del potencial de variedades y usos agrarios con la riqueza nutritiva y la resistencia a los retos climáticos actuales.

El mago y el profeta

Hasta hace apenas unas décadas, mencionar la tríada de cosechas que compone la milpa —o la tríada mediterránea— era hacerlo de especies genéricas, y no de variedades, que se contaban por decenas en el Mediterráneo (distintos tipos de aceituna, vid, grano) y acaso centenares en Mesoamérica (el maíz conserva todavía decenas de variedades, si bien converge hacia el monocultivo, a menudo genéticamente modificado, en producciones intensivas).

Hoy, la situación es distinta. Las mejoras productivas introducidas a finales de la II Guerra Mundial —mecanización de grandes superficies y tanto fertilizantes como plaguicidas derivados del petróleo— han contribuido a la reducción de especies y variedades de cosecha para alimentar al mundo.

Cuatro tipos de cosecha —trigo, maíz, arroz y soja— proporcionan dos tercios de los alimentos, pero distintas iniciativas tratan de catalogar, conservar y promover el uso de especies y variedades que podrían reducir la dependencia con respecto a las cosechas mencionadas (hoy mercancías del mercado global, desarraigadas de cualquier tradición y cosmogonía), así como aumentar la riqueza de nutrientes y contrarrestar sequías, erosión y otros efectos derivados del cambio climático y el abuso de fertilizantes.

En The Wizard and the Prophet, el ensayista Charles C. Mann (experto en culturas amerindias y de los efectos globales desencadenados por el intercambio colombino), explica cómo el mundo logró multiplicar la productividad agrícola y lograr un excedente alimentario de facto, gracias al trabajo de Norman Borlaug (en el libro, “el mago”) con semillas híbridas y nuevos fertilizantes.

En efecto, el trabajo de Borlaug contribuyó de manera más efectiva al bienestar del mundo que las tesis del postulador del neo-malthusianismo y la idea de decrecimiento, el ecologista, ornitólogo y autor de Road to Survival William Vogt.

Propiedades nutritivas y adaptación al medio

Hoy, las consecuencias menos loables de la denominada Revolución verde se acumulan y juegan en contra del empobrecimiento genético de cultivos de los que depende la población mundial, además de fomentar fenómenos como la erosión, la escorrentía y la acumulación de nitrógeno (restos de fertilizantes y plaguicidas) en ríos y mar.

En los últimos años, Internet ha ayudado a productores, distribuidores y público a ponerse en contacto y establecer redes mundiales de acceso a tipos de cultivo hasta ahora regionales y minoritarios, pese a ventajas evidentes debido a valor nutritivo, tolerancia a la sequía, etc.

Es el caso de granos de origen precolombino que, a diferencia de la calabaza (originaria de la cuenca del Misisipí), el maíz (Mesoamérica) o la patata (Andes), apenas habían abandonado su zona de influencia histórica: la quínoa, pseudocereal andino con abundante proteína y una calidad nutricional superior a la de los cereales tradicionales, está hoy presente en supermercados y restaurantes de todo el mundo.

Numerosos cultivos hasta hace poco olvidados tienen futuro, pero su amplia demanda en Norteamérica y Europa aumenta el precio de cultivos que proporcionan a menudo productos de primera necesidad a la población de origen. Quínoa en Bolivia o, últimamente, teff en Etiopía, cereal arcaico con elevada fibra, hierro, proteínas y calcio, padecen la presión que suscita su interés en el mercado internacional.

Más que productos exóticos

Etiopía ha aplicado históricamente un estricto control sobre el precio de cosechas consideradas de primera necesidad, además de regular la venta y establecer un precio mínimo de subsistencia de sus preciadas variedades de café, evitando así la dependencia de los agricultores orientados a una sola cosecha de los vaivenes en el mercado internacional.

Cosechas ancestrales del sureste asiático reciben también atención, desde variedades locales de granos a fruta como la ambarella o ciruela del Pacífico, conocida como kedondong en su zona de cultivo en torno al estrecho de Malaca, punto clave del comercio mundial de contenedores que, sin embargo, apenas ha exportado sus preciadas variedades agrarias.

De sabor agridulce y forma rugosa y menos atractiva que otros frutos, sus propiedades nutricionales son sin embargo remarcables, hecho que ha suscitado el interés de científicos y distribuidores, informa Preeti Jha en un reportaje para BBC.

El kedondong y otros “cultivos alternativos” conforman las variedades de trabajo de un centro de investigación alimentaria, Crops for the Future (CFF), que estudia su potencial nutritivo, rendimiento y requerimientos medioambientales por unidad calórica.

La vigna subterranea, un fruto fabáceo similar al cacahuete con gran valor nutritivo y apenas conocido más allá de sus zonas de cultivo ancestral, puede consumirse crudo o tostado y apenas requiere cuidado.

Futuro

Estos y otros frutos pueden reducir la dependencia en su lugar de origen con respecto a las cuatro cosechas globales (las variedades más populares y productivas de trigo, maíz, arroz y soja), cuyo precio en los mercados está sometido a la presión de importadores que usan su peso geoestratégico para acaparar excedentes, como China.

Más allá de los mercados de origen, el siguiente paso para estos cultivos y frutos son los supermercados más selectos del mundo desarrollado, cuyos compradores están habituados a incorporar nuevos alimentos a su dieta, una vez analizadas las propiedades de éstos.

Los cultivos olvidados por el intercambio colombino, la época colonial y la Revolución verde prometen devolver cierta autosuficiencia alimentaria a mercados locales, mejorar la dieta de quienes dependen de monocultivos menos saludables y menos nutritivos por unidad calórica, y abrir las puertas a futuros mercados.

Los productores locales deberán retener cierto poder estratégico sobre sus propios cultivos, si pretenden que no se repita la vieja historia de la dependencia con respecto a los mercados de abastos y distribuidores.