El cineasta independiente estadounidense Gary Hustwit ha documentado la transformación del mundo que nos rodea desde el localismo artesanal a los procesos técnicos que aceleraron la homogeneización industrial y, más recientemente, la personalización de masas: se trate de diseño tipográfico, diseño de objetos o planificación urbanística, las corrientes modernistas crearon el lenguaje en que estamos sumergidos.
Quizá el propio Hustwit creía haber finalizado su exploración personal del diseño conceptual y aplicado con lo que parecía una coherente trilogía documental, conocida ya como “trilogía del diseño”, iniciada con Helvetica (2007), sobre el impacto de la tipografía con el mismo nombre; siguió Objectified (2009), acerca del canon anglo-estadounidense de diseño industrial; y Urbanized (2011), que parecía la puntilla, acerca de los aciertos y contradicciones del diseño urbanístico contemporáneo.
El canon “occidental” mostrado por Hustwit adolece del mal que ha afectado el mundo académico, artístico y científico desde finales de la II Guerra Mundial, describiendo un mundo de relaciones e influencias cruzadas en torno a un puñado de lugares comunes: el mundo anglosajón como epicentro y, en torno a Estados Unidos y Reino Unido, un grupo endémico de ciudades, escuelas (Bauhaus, Ulm, etc.) y creadores-gurú (Europa germanófona, Francia y poco más), olvidando acentos esenciales en el diseño contemporáneo que parten del sur de Europa, Escandinavia, el Este europeo o América Latina.
El mundo del diseño a través del prisma de Gary Hustwit ofrecerá pistas al espectador atento sobre la evolución y principales limitaciones del diseño contemporáneo, su capacidad para incordiar, su apelación a la rapidez y su carácter desechable, en contra de unos orígenes más orientados hacia la esencia, la autenticidad de un objeto: el uso, la belleza de un diseño sencillo y comprensible, la calidad de los materiales, la reparabilidad, la durabilidad y el modo en que los objetos sabían “envejecer” con dignidad…
Una visita al diseñador que lo empezó todo
Con el estreno de Rams (2018), su último documental, el documentalista estadounidense añade un epílogo a su trilogía, pues la sombra del protagonista del filme, el diseñador industrial alemán Dieter Rams, sobrevuela sobre el mundo que nos rodea, aunque lo haga a menudo a través de groseras y deformadas interpretaciones del ethos que desarrolló en sus años de trabajo en Braun y Vitsoe, cuyos célebres 10 principios del buen diseño no llegaron al gran público hasta que un Steve Jobs endiosado como gurú pop reconociera la deuda del diseño de los productos de Apple con los electrodomésticos Braun concebidos por Rams (el diseñador alemán se declara, a su vez, deudor de pioneros de la industria europea de electrodomésticos como Peter Behrens –AEG–, Adriano Olivetti o los propios Artur y Erwin Braun).
Mencionado por Jobs durante las entrevistas entre éste y Walter Isaacson durante la preparación de la biografía sobre el consejero delegado de Apple, Rams escapa a la imagen que el mundo del diseño y el gran público se han hecho de él: su personalidad, cálida y socarrona, escapa tanto al rigor minimalista y funcional de su trabajo como a un aspecto pulcro y contenido cultivado en la oficina, en los catálogos de marca y en la prensa especializada, y el documental de Hustwit logra aportar la humanidad cotidiana que faltaba del personaje.
Es en el entorno relajado y doméstico de uno de los diseñadores de la modernidad, todavía lúcido a los 86 años, cuando llega el momento de la reflexión y la autocrítica, y el documental de 75 minutos de Hustwit ha llegado a tiempo, a falta de otros “sospechosos habituales” (por ejemplo, los documentalistas en torno al canal Arte) interesados en documentar lo que Rams tiene que decir al final de su vida.
Conversaciones con un anciano socarrón
Sentado en el patio trasero de su casa, Rams no pasa revista aduladora de su carrera, ni cae en el juego de la respuesta calurosa a la condescendencia a la que uno tiene derecho al final de la vida. Rams muestra, al contrario, su humor y autocrítica, así como una denuncia del diseño contemporáneo que la “interpretación” de su trabajo ha contribuido a crear.
Hustwit explica en una entrevista a Fast Company cómo el estreno del documental en San Francisco, actual epicentro de creación digital que quiere reconocerse en la tradición iniciada por el trabajo de Rams, atrajo a la sala a la cúpula del departamento de diseño de Apple, Facebook y otros gigantes de la zona; ejecutivos asistiendo, y riendo, a la crítica que Rams hace de la insolencia y capacidad adictiva de productos que, según él, aceleran la alienación contemporánea.
Podemos evocar la imagen de las hileras de diseñadores y creativos de Silicon Valley, artífices del aspecto e interfaz de usuario de los aparatos y aplicaciones que han adentrado con naturalidad en la cotidianidad de un tercio de la población mundial, sentados ante la pantalla. Imaginamos también su reacción, cuando el diseñador alemán de 86 años se señala a sí mismo, y a la industria a cuyo éxito ha contribuido, como responsables de un entorno saturado de objetos que la gente no necesita, y una capacidad de atracción (y adicción) cada vez más difíciles de ignorar.
Observando la inercia de la técnica
El momento cumbre de la cuarta entrega documental de Gary Hustwit dedicada a la centralidad del diseño en el mundo contemporáneo llega con una metáfora del efecto de esta tecnificación sobre un anciano que se asoma al mundo legado desde el ocaso de la vida: Rams entra en una tienda Apple en Londres, y se para ante una tableta de la marca californiana con aire melancólico, a la vez que se lamenta de que la gente ha dejado de mirarse a los ojos:
“Tengo la impresión de que toda esta digitalización se está adentrando cada vez más en nuestras vidas. Creo que ésta reduce nuestra habilidad para experimentar cosas. Hay imágenes que desaparecen, una tras la otra, sin dejar ningún rastro aquí arriba [Dieter Rams señala su cabeza]. Todo esto va increíblemente rápido. Y quizá sea ésta la razón por la que podemos, o queremos, consumir tanta cantidad. El mundo que puede ser percibido desde los sentidos emite un aura que yo creo que no puede ser digitalizada. Tenemos que ir con cuidado ahora, de modo que seamos nosotros quienes controlamos el mundo digital, y no a la inversa.”
El mensaje de Rams a los ejecutivos y técnicos del mundo digital que engulle al mundo (según la frase hiperbólica de Marc Andreessen, co-creador del navegador de Internet e inversor de capital riesgo: “el software está engullendo al mundo”) es inequívoco, pero simbólico e insignificante en el escenario actual de concentración tecnológica en torno a dos modelos: el estadounidense, con epicentro en Silicon Valley, y el chino, con un mercado cautivo de cientos de millones de personas y una cultura de innovación todavía más frenética y carente de cualquier escrúpulo humanista sobre las consecuencias éticas o adictivas de diseños y prácticas con un objetivo unidimensional: maximizar beneficios en detrimento de derechos o salud de la población.
Avatares y autenticidad
¿Hay un hueco humanista, respetuoso y lento entre el modelo tecnológico de rastreo comercial impuesto por las empresas de Estados unidos, y el rastreo estatal y panoptismo de la industria china, obligada a la colaboración con el régimen totalitario que controla el país, nominalmente comunista y, en la práctica, promotor de un dirigista y oligárquico capitalismo salvaje?
Las reflexiones de Dieter Rams proceden de un mundo pretérito, racional pero todavía físico y surgido tanto de un paisaje como de unos valores humanistas. Este entorno se enriqueció con el poso técnico y cultural de los inicios artesanales del diseño industrial, propio de epicentros menestrales como los que florecerían en el triángulo de habla alemana compuesto por el suroeste de Alemania, la Alsacia-Lorena francesa (sobre todo, en la escuela de Nancy, por la que pasará Jean Prouvé) y la Suiza germanófona; así como en otros puntos de Europa, como el norte Italiano o las regiones industriales españolas.
Este mundo inicial del diseño industrial, todavía enraizado en objetos físicos y pasivos, ha quedado sepultado en sofisticados espejos de contenido digitalizado que compiten por acaparar el mayor rendimiento de las personas, que a su vez interiorizan un nuevo rol, al pasar de “ciudadanos” que usan herramientas a “usuarios” que delegan el mando de su conducta a la propia herramienta: usuarios “usados” por la propia herramienta.
A sus 86 años, Dieter Rams retiene sus capacidades y es capaz de distinguir entre la crítica constructiva y la caricatura. Desde la perspectiva de su generación y la autoridad que le otorga su trayectoria, el toque de atención de uno de los constructores de lo que hoy llamamos “usabilidad” (y que concierne el diseño de la realidad “inauténtica” en que nos desenvolvemos) es la voz de la conciencia de un mundo que se resiste a perder sus últimos referentes con una realidad perdurable, orgánica, auténtica, incapaz de reducirse a una experiencia del mundo edulcorada y de usar y tirar.
Richard Stallman no era un charlatán
Abandonada la coherencia humanista de ideas racionales de la vida en común como los valores surgidos de la Ilustración, el individuo contemporáneo se dirime tentado entre los extremos:
- la militancia de algún “culto” (ideológico, religioso, de estilo de vida);
- el nihilismo hedonista de rockero suicida postulado en las obras de Michel Houellebecq, Irvine Welsh, etc.;
- las propuestas de realidad prefabricada presentadas ante él (más o menos semejantes a lo leído o visto en Un mundo feliz, The Matrix o El show de Truman;
- o la sustitución voluntaria del mundo por su holograma, siguiendo la deriva de los ermitaños digitales japoneses, hikikomori, o su contrapunto occidental, observado en Ready Player One.
I felt inspired by Google employees who, in the wake of Dragonfly, demanded to know what they were building. So I looked at how that trend is playing out across the industry: https://t.co/7vURQ5mPms
— kate conger (@kateconger) October 7, 2018
Hasta hace poco, la tesis optimista sobre la relación entre impacto de las nuevas tecnologías y progreso humano, apenas era puesta en duda pese a una ingenuidad de la que hoy ya no queda duda.
Hace unos años, sin embargo, el punto de vista autocrítico de Rams apenas existía en el mundo del software y del diseño de pantallas para la Internet ubicua: las posiciones más alarmistas, que denuncian desde hace décadas la erosión de la privacidad y las libertades individuales en Internet, como la expresada por Richard Stallman, veterano programador y postulador del software libre, eran el blanco de bromas por su supuesto fondo neoludita.
Hoy, la posición de Stallman no está tan alejada de la de otros pesos pesados críticos con la deriva comercial y monopolística de Internet,
- desde la opinión expresada por el diseñador de la World Wide Web, Tim Berners-Lee, quien trabaja en un nuevo protocolo técnico inspirado en blockchain que facilite la descentralización y la soberanía de datos;
- a los “viejos rockeros” que nunca se vendieron (o, para ser más precisos, nunca optaron por la venta de los servicios que contribuyeron a crear, al considerarlos de utilidad pública): Jimmy Wales (Wikipedia), Craig Newmark (Craigslist), etc.
Reconstruyendo la pluralidad en Internet
Pero la voz de los veteranos tiene un valor relativo en un medio que, hoy, ofrece mayor visibilidad a los creadores de los mayores conglomerados, o monopolios de facto. Las críticas al uso y abuso de Internet llegan también desde dentro. Antiguos trabajadores y ejecutivos que denuncian diseños que pretendían captar la mayor atención y capacidad de compra de los usuarios, así como académicos y empresarios que tratan de aportar una visión constructiva y renovada sobre los excesos del nuevo medio.
Se escucha la voz de críticos con el modelo de Silicon Valley (como la del creador del lenguaje Ruby, DHH; o el co-creador de la bitácora Movable Type/TypePad, Anil Dash), así como la de quienes, desde el interior de la industria, tratan de usar su experiencia en el diseño de software con alcance global en una nueva epistemología para el sector, capaz de combinar usabilidad y ética; es el caso de Tristan Harris, antiguo ejecutivo de Google y fundador del Center for Humane Technology, así como de la iniciativa Time Well Spent.
¿Pueden servicios diseñados para maximizar el uso y beneficio unilateral evolucionar hacia situaciones más éticas y productivas para todos? ¿Puede el tiempo estar “bien empleado” cuando el usuario renuncia por voluntad propia y sin meditarlo a derechos como el de la propia privacidad, a sabiendas de que su información será luego usada en detrimento de su racionalidad (fomentando, por ejemplo, la compra compulsiva o el uso adictivo)?
¿De qué manera usar mejor el tiempo en Internet? ¿Cómo facilitar las ventajas de un medio descentralizado y, por estructura, alérgico al control institucional, cuando existe una deriva de concentración e institucionalización en este mismo medio?
Después del atracón de inocencia
¿Pueden sobrevivir la libertad, la privacidad y los servicios sociales básicos en un contexto de prestación de servicios entre compañías que eluden ética y responsabilidad y “usuarios”, meros tomadores de servicios que a menudo viven en países y sistemas jurídicos ajenos al de la compañía que ofrece herramientas cada vez más esenciales?
Conscientes de la importancia de este y otros debates, así como de la presión reguladora de países y estructuras como la Unión Europea que pretenden –sea o no con acierto–, cada vez más trabajadores anónimos de los gigantes de Internet abandonan su –hasta hace poco– situación confortable, y presionan a las empresas para las que trabajan clarifiquen su estatuto de valores… y lo pongan en práctica.
La vieja máxima de Google, “Don’t be evil” es invocada hoy como una ironía de la época en que tanto el mensaje corporativo que emanaba de servicios comerciales de Silicon Valley era en apariencia coherente con los valores, deseos y necesidad de todos: trabajadores, inversores y usuarios. Incluso la competición empresarial parecía comportarse de un modo a priori más justo, pues los buenos servicios serían premiados con la confianza de cada vez más personas y el efecto de red que ello comportaría.
El problema está relacionado, sin embargo con este mismo principio evolucionista, un principio de red que permite que surjan empresas que han adquirido en poco tiempo el estatuto de monopolios de facto de alcance transnacional. Las viejas estructuras políticas y jurídicas, ancladas en un diseño y funcionamiento del siglo XIX, hacen frente a un fenómeno que se ha acelerado en menos de dos décadas y se caracteriza por su esquivo carácter transnacional.
De momento, sólo la Unión Europea, a través del trabajo de la Comisaria de la Competencia, Margrethe Vestager, trata de contener la capacidad de influencia de los grandes monopolios de Internet, cuando ésta se inmiscuye en comportamientos que atentan contra las personas.
Trabajadores que preguntan a sus empresas
El Congreso estadounidense se limita, de momento, a sobrevivir a las consecuencias de una situación política heredada de las propias disfunciones entre la vieja política y el nuevo poder tecnológico, llamando a declarar a los directivos de las principales compañías de redes sociales para establecer hasta qué punto el tamaño y falta de regulación de estos servicios se convierte en un riesgo sistémico para el debate público (y, por extensión, para los propios valores democráticos).
Trabajadores de las propias empresas tecnológicas creen que existe un camino más beneficioso que el abuso y su penalización a través de regulaciones: en un artículo para el New York Times, Cade Metz y Kate Conger narran las cuestiones que estos empleados envían a su dirección, fruto de una crisis de confianza: la de haberse pensado como parte de la vanguardia del progreso humano y observar, ahora, un contexto que los sitúa en dilemas éticos.
En el artículo, observamos la inquietud y malestar de trabajadores de Google, al conocer el acuerdo entre la empresa y el Gobierno chino para modificar sus servicios y facilitar, así, una puerta de entrada más del Partido Único Chino a la privacidad de sus ciudadanos.
Definitely feel like this is an important, larger trend that’s undersung. (And no coincidence that @Glitch learns from, and expands on, all of these platforms.) https://t.co/m0tUDwxZ8W
— Anil Dash (@anildash) October 8, 2018
El servicio acordado, denominado Colossus, ha provocado la protesta y dimisión de algunos trabajadores, y se une a las protestas internas en relación a Project Maven, un acuerdo entre Alphabet y el Departamento de Defensa de Estados Unidos para desarrollar tecnología drones militares.
Facebook, Amazon, Microsoft, Salesforce y otras empresas tecnológicas de menor tamaño se enfrentan a dilemas similares al expuesto por el New York Times. En Facebook, la dimisión de los fundadores de empresas adquiridas se sucede con inquietante regularidad.
La sociedad de la transparencia
Más allá del silencio público de estas dimisiones, se habla de una batalla cultural entre la optimización económica en estas compañías y el valor que los usuarios perciben del uso de estos productos: la agresiva explotación comercial de servicios que tratan a los usuarios como parte de una única maquinaria de optimización económica afecta no sólo a los resultados trimestrales de estas firmas (y, por tanto, el interés económico de los propios trabajadores críticos), sino a la salud mental de millones de usuarios y a la propia calidad del debate público.
Más allá de los valores que imperan en los servicios de Internet más influyentes, su impacto es innegable sobre nuestra vida, trabajo, ocio y visión del mundo: la información personalizada y en tiempo real modifica el significado mismo de conceptos que creíamos perfectamente acotados y que conformaban los cimientos de la democracia liberal y el humanismo ilustrado: la veracidad, la libertad, el progreso… la vieja epistemología se derrite ante nosotros sin que surja un sustituto coherente y capaz de generar consensos colectivos en torno a valores compartidos.
ouch, Facebook still sliding. One shouldn’t try to pin it to data privacy or competition. And certainly don’t credit it to Zuck‘s “Time Well Spent” goal. This is what happens when trust in a brand erodes. Started in 2017. Shocking story is why advertisers want to be near it. pic.twitter.com/v6TUaaXv8N
— Jason Kint (@jason_kint) October 8, 2018
Esta crisis epistemológica, analizada por pensadores como el teórico cultural surcoreano afincado en Alemania Byung-Chul Han (experto en Martin Heidegger, para más señas), o el politólogo francés Pierre Manent, entre otros, seguirá generando tensiones. Las ciencias humanas y su crisis de replicación (y, sin reproducibilidad, no hay tesis que se sostenga) tampoco saldrán indemnes de este nuevo momento histórico.
De fondo, prosigue la vieja discusión acerca de si existe una ley natural universal “a priori” (existente antes de la sanción de los hombres), capaz de mantener a salvo derechos fundamentales, o si por el contrario estas leyes no surgen de una cierta tendencia al orden universal, tal y como había expuesto Immanuel Kant.
Anclando de nuevo el conocimiento
En el edificio postmoderno, el hedonismo inconsciente y la mueca grosera se imponen de momento a la afirmación creativa, cuyo valor intrínseco parece depender ahora de su cociente de “viralidad”, y no de su valor intrínseco en relación con baremos que creíamos surgidos de leyes morales y naturales, las cuales pierden significado a medida que son relativizadas y atacadas.
Imaginamos a Dieter Rams, a sus 86 años, observando los objetos que le rodean. Su relación fenomenológica con el mundo que ha contribuido a crear, capaz de lograr resultados diametralmente opuestos en función de la mirada que uno decida cultivar: lo que es significado, orden y legado en unos casos, se transforma en otros en un molesto ruido fugaz.
Quizá el riesgo de saturación y desarraigo sea una impresión causada por el uso excesivo que acompaña a la introducción de cualquier tecnología transformadora.
La corazonada de veteranos como Dieter Rams nos recuerda lo que está en juego, y por qué deberíamos no sólo interesarnos por que nuestros hijos aprendan a programar: quizá sea el momento de exigir a empresas e instituciones a interesarse por la ética y las posibles consecuencias de la erosión de viejos conceptos e instituciones, al tiempo que se sustituyen por herramientas que se ofrecen a cualquiera que pague por su uso instrumental.
Como señal en la buena dirección, aumentan tanto el número como interés del estudio y enseñanza de ética aplicada a la ciencia computacional.
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