La retórica del conflicto ha impuesto su carácter peleón en la agenda informativa y las redes sociales al ofrecer el calor del grupo; otros eluden confundir el calor del gregarismo gruñón con sus objetivos personales y salen de situaciones complicadas con perseverancia.
Esta entrada analiza ambos fenómenos:
- podemos intuir el resultado de la imperante retórica reafirmadora de grupos, que para funcionar (explican teóricos como René Girard) requiere que los individuos cedan parte de su espíritu crítico;
- los réditos de la perseverancia y la reinvención personales son muy distintos, como ilustra la vida de Michael Vaudreuil, un pequeño empresario arruinado reconvertido en conserje nocturno de Massachusetts desde la quiebra de su negocio al inicio de la crisis. Su historia cierra el artículo.
Efectos del retroceso de viejos arquetipos de viejos arquetipos de masculinidad
Cuando se trata de conversaciones en torno a la política estadounidense y europea, la polarización convierte en lodo de trol todo lo que toca: objetivamente, la situación socioeconómica del grueso de la población no es tan catastrófica como sugieren el tono político y social.
¿De dónde viene el troleo y por qué ha estallado con más fuerza cuando queda atrás lo peor de la Gran Recesión? ¿Qué mecanismo de opinión valida opiniones tan extremistas como las mostradas por candidatos políticos escorados a derecha e izquierda en Norteamérica y Europa?
Haciendo gala de su escepticismo y cierto perspectivismo, el economista Tyler Cowen (bitácora Marginal Revolution) especula si no se tratará de la manifestación de dos fenómenos:
- la pérdida de influencia social y económica del hombre blanco de mediana edad (que padece las consecuencias de una sociedad que transforma sus valores y se deshace de trabajos considerados “masculinos”, como la industria más sometida a la deslocalización y la robotización);
- y una respuesta en los países desarrollados a los efectos transformadores que la tecnología y la globalización tienen sobre el mercado de trabajo, el estilo de vida y la propia concepción de lo local y lo global, que deriva en un retorno a un tipo de “nativismo” que creíamos enterrado al fin de la II Guerra Mundial (nacionalismo supremacista y tolerancia a las posiciones extremistas, bajo la excusa de “acabar con la cultura de lo políticamente correcto”.
Quien no entra al trapo no sale en la foto
El comediante estadounidense Jon Stewart, retirado del protagonismo televisivo que dominó con su espacio de sátira política, es una de tantas personalidades en mostrar su preocupación por la deriva del estado de opinión de su país: hace 10 años, habría sido impensable siquiera considerar lo que ahora leemos en medios y redes sociales.
Según Stewart, cuando tienes a un gobierno durante años mostrando inoperancia y a una oposición todavía peor (que se dedica, en el caso de Estados Unidos, a bloquear los presupuestos, para luego acusar de inacción al gobierno -a partir de limitaciones provocadas en gran medida por su bloqueo-), preparas el terreno para que vengan luego charlatanes como Sanders y Trump, explicando que solventarán rápido y con facilidad lo que es complejo y lento.
El auge de los extremismos incomoda a innumerables personalidades y ciudadanos anónimos, pero la popularidad de los mensajes agresivos, redentores y anti-sistema de Trump, Sanders y sus versiones en Europa y los países emergentes es tan presente que podría condicionar no ya el tono de medios y redes sociales, sino el futuro político del mundo desarrollado. Lo que parecía una broma es ahora plausible.
Cuando la incontinencia se confunde con el carácter
Jon Stewart expone en una entrevista con David Axelrod en el Institute of Politics (IOP) de la Universidad de Chicago por qué ha podido ocurrir: debilitada por un modelo económico y tecnológico que se ha transformado con Internet, la prensa ha dejado de cubrir la política con integridad profesional, prefiriendo el rédito a corto plazo de las visitas y la popularidad de temas relacionados con… la polémica.
Y tanto Donald Trump como Bernie Sanders han sabido explotar el desfogue expiatorio de incorrección política, vista como un castigo inmediato a todo lo que los supuestos agraviados (como el segmento de población masculina, blanca y de mediana edad, especialmente activa tras la campaña informal en redes sociales apoyando a Trump-Sanders hasta el punto de la intercambiabilidad), consideran las élites.
Cuando las declaraciones que muestran ignorancia y desconocimiento de los temas que debería conocer un político con aspiraciones a la Casa Blanca se convierten en un “signo de firmeza de carácter”, explica Jon Stewart, hay razones para ponerse nerviosos.
Cuando los “talk show” repiten su mensaje catastrofista
El dominio de los mensajes apocalípticos durante años en las tertulias radiofónicas (“talk shows”) más populares de Estados Unidos, especialmente seguidas por quienes se desplazan de casa al trabajo en automóvil, sentó las bases para que los oyentes de las tertulias más subidas de tono pensaran que el partido republicano era inoperante y demasiado moderado.
“Si les estás vendiendo a diario en la radio que el mundo se acaba y los visigodos están a las puertas, no puedes venirles luego diciendo que la solución a dichos problemas es bloquear el presupuesto de la actual Administración”. Es aquí cuando entra Trump, que les ofrece mano dura contra el Otro. Una vieja receta populista que, tristemente, funciona de nuevo.
Si alguien asegura a diario a un trabajador en apuros que alguien le está quitando “su” país, se reafirma un sentimiento de agravio que nace de la confrontación y de un falso sentimiento de propiedad de un Estado fundado para evitar precisamente semejantes actitudes.
¿Aprendemos de la historia? El nerviosismo de comentaristas como Tyler Cowen (socialmente progresista, fiscalmente conservador, de simpatías libertarias) o Jon Stewart (progresista independiente, crítico tanto con Bernie Sanders como con la -para él inauténtica- Hillary Clinton) nos hace dudar sobre ello.
Si la ficción no interesa tanto, es porque la realidad viene cargada
Quienes venden motos populistas disfrazados de pragmáticos políticamente incorrectos nunca han sido solución de problemas que requieren el sosiego del consenso y la consideración tanto de los efectos inmediatos de determinadas políticas como del largo plazo (sosiego y largo plazo no tienen por qué equivaler a inoperancia y burocracia bizantina).
Muchos recordamos una entrada del ponderado y sensato Tyler Cowen, ávido lector y connoisseur de todo tipo de expresiones culturales (sean pop, refinadas y/o glocales -sin importar el rincón del mundo al que pertenezcan-), donde especificaba que, en los años 30 del siglo XX, el mundo se había vuelto loco.
Ahora, y para mayor sorpresa suya que la de muchos de sus lectores, Cowen se frota los ojos con incredulidad al tiempo que aclara “hay una razón por la cual la ficción parece menos interesante últimamente”.
La agenda política actual, así como la efervescencia de la opinión pública, han superado el argumento de cualquier serie de suspense de realidad ficción.
Empieza la campaña para “normalizar” al candidato Trump
Mientras Adam Gopnik alerta en The New Yorker contra la peligrosa aceptación de Donald Trump como un candidato convencional más a la Casa Blanca (en un artículo destinado a lectores que están de acuerdo de antemano con la tesis de Gopnik, y ajeno a la audiencia -preponderantemente blanca, masculina, de la clase media en aprietos-), Tyler Cowen se deja llevar, por primera vez, en una entrada donde subyace, además del habitual análisis punzante, la -racional- perplejidad del incrédulo.
Titulada ¿Qué demonios está pasando?, la tesis de Tyler Cowen sobre qué ocurre en la política y opinión pública mundiales, cuando los datos objetivos muestran cierto optimismo.
“Donald Trump podría recibir la cartera atómica, un gruñón socialista trasnochado ha obligado a Hillary Clinton a escorarse, muchos países están retrocediendo en libertades [en el contexto de la teoría económica clásica, “menos libertades” equivale al surgimiento de regulaciones, delitos contra la propiedad y las libertades individuales, agresiones a la separación de poderes, etc.], y el partido neo-nazi no tomó por los pelos el poder en Austria. Podría mencionar más eventos semejantes.”
Muchos más.
La tesis del hombre blanco de mediana edad agraviado
Ante la pregunta sobre qué ocurre en realidad, Tyler Cowen establece una hipótesis plausible ligada al debilitamiento del estatus de poder del “ciudadano medio tradicional” que se sintió durante décadas como parte esencial de las democracias avanzadas [hombre blanco de mediana edad], padeciendo ahora un pronunciado ostracismo que contrasta con la emergencia de un mundo más conectado, más plural y con mayor preponderancia de mujeres y otros grupos.
“El mundo contemporáneo -se explica Tyler Cowen- no está demasiado adecuado para una gran porción de hombres. La naturaleza de los empleos actuales en servicios, el exigente horario y tareas escolares, una cultura feminizada alérgica a la mayoría de formas de violencia, relaciones de género post-feministas, y un semi-cosmopolitismo igualitario simplemente no casan bien con muchos… ¿cómo deberíamos llamarlos? ¿brutos?”
El apelativo es lo de menos cuando se entrevé la auténtica semántica. Hablando claro, “hay mucha gente a la que no le gusta cuando el mundo se convierte en algo más agradable”.
Testosterona y expectativas
Hay una parte en la sociedad frustrada -por su incapacidad para adaptarse a una nueva situación educativa, laboral y cultural- que, en opinión del economista de Marginal Revolution y la Universidad Johns Hopkins, “se acomoda peor a lo agradable. Y responden, a su vez, comportándose de un modo menos agradable, aunque se limite a su comportamiento electoral y quizá a su agresividad en Internet también”.
He aquí una parte de la polarización y el fenómeno del troleo en las principales redes sociales, que a estas alturas requiere cierta experiencia para el filtrado y cierta capacidad para mantener la perspectiva y no enfrascarse a perder el tiempo con justificaciones racionales ante linchadores que lo que pretenden es sacar a sus interlocutores de sus casillas.
El contexto es, en efecto, descorazonador para los hombres de mediana edad menos educados y con menos acceso a las oportunidades de las ciudades más dinámicas (ajenos al ascenso de lo que Richard Florida ha llamado la “clase creativa”): el empleo industrial tradicionalmente masculino se ha precarizado y, en paralelo, el sueldo medio de las mujeres (y su formación) ha ascendido.
Lodos de la Gran Recesión
El sueldo medio masculino, aclara Cowen, era más elevado en 1969 que en la actualidad, lo que explicaría por qué “muchos hombres lo hicieron mejor psicológicamente y quizá también económicamente en un mundo en que Estados Unidos tenía un mayor número de duros empleos en manufacturas”.
Los hombres menos preparados para un mundo tecnológico y globalizado no sólo prosperaron con mayor facilidad cuando el progreso se cuantificaba en pequeñas victorias salariales en el contexto de un empleo seguro y poco cambiante. En la actualidad, hemos pasado de “progreso tecnológico sin globalización” a “globalización sin progreso tecnológico” (o, al menos, con poco progreso tecnológico en la mayoría de los sectores).
Otros indicadores son correlativos a la inseguridad psicológica o laboral, tales como la tasa de suicidios o el abuso de drogas: ambos fenómenos han aumentado dramáticamente en los suburbios de clase media blanca, y afectan casi siempre a hombres en edad de trabajar.
Gobiernos escleróticos alimentan demagogos
Trump, Sanders y otras figuras que vienen a salvar el mundo con retórica simplona no sólo fundamentan su éxito en esta parte del electorado masculino, sino que “las malas noticias son que crear un mundo mejor no tiene por qué resolver este problema necesariamente. Podría incluso agravarlo”, sentencia Tyler Cowen.
Recordar que ésta es apenas una tesis, compartida en forma de apuntes en una bitácora económica por un profesor de econometría bloguero, ensayista y colaborador de The New York Times. Pero su lectura de la situación coincide con la que muchos tenemos, más allá de los matices que se pueden añadir.
Es quizá un signo de haber entrado en una nueva fase del desarrollo humano el compartir no sólo la sensación mediática, comercial y geográfica de alcance global, sino una vuelta al localismo de tinte nativista en una era que destaca por la crisis de las ideologías tradicionales.
La carga populista a la que asistimos, que tan bien ha conectado con una importante parte de las sociedades avanzadas y en desarrollo que se sienten agraviadas y cuentan con herramientas más democráticas y permeables para demostrar su frustración, no tiene una explicación puramente económica, ya que la situación en Estados Unidos no es tan terrible, ni crisis socioeconómicas similares produjeron con anterioridad fenómenos similares.
Después de la mala leche
Es difícil acomodar a los peores adaptados a la nueva situación. Tyler Cowen se pregunta al final de su entrada sobre el porcentaje de los que llama “brutos”, concluyendo con un “esperemos no averiguarlo”.
Tyler Cowen es cauteloso con sus conclusiones, aunque su visión sobre el futuro, que ha compartido en sus ensayos y artículos en The New York Times, es optimista a largo plazo pese a lo que él considera un “gran estancamiento” de la innovación en las últimas décadas en sectores ajenos a las tecnologías de la información.
Abundan las pequeñas historias de superación y optimismo, aunque éstas importan menos en los medios y redes sociales, ya que carecen de la salsa que funciona en momentos de polarización: la capacidad para generar conflicto (lo único que, en todos estos meses, han explotado tanto Donald Trump como Bernie Sanders).
Hijos del “Pobre Richard” de Benjamin Franklin
Centrémonos en una de esas pequeñas victorias cotidianas, evitando el tono condescendiente, paternalista, llorica o ñoño.
Hablemos, por ejemplo, de Michael Vaudreuil, que pertenecía al perfil de carne de cañón para el populismo actual… si no fuera porque Vaudreuil tenía otros planes cuando la crisis inmobiliaria lo obligó a declarar su empresa de construcción en bancarrota en 2008, y a perder su casa y su coche poco después para hacer frente a los acreedores.
El negocio de acabados de Vaudreuil, que había prosperado durante 24 años, se fue a la quiebra en 2007, Vaudreuil trató de trabajar en su sector, pero la situación le hizo reconsiderar su estrategia. En lugar de dejarse aplastar por las circunstancias, este empresario de la construcción graduado en ingeniería aeronáutica en 1982 aceptó un trabajo de conserje nocturno en la Universidad Politécnica de Worcester, en Massachusetts, donde cobraba un 50% menos que su sueldo anterior.
Old dog has new tricks
En paralelo, Michael Vaudreuil se apuntó a unas clases en la misma universidad, lo que aportó regularidad a su vida cotidiana: estudiaba de día en las aulas que había limpiado de noche, hasta que dos años después se dio cuenta de que, si seguía con el esfuerzo, podía graduarse en ingeniería mecánica.
El pasado 14 de mayo, y casi una década después de que varios acontecimientos transformaran su vida, Vaudreuil conseguía su licenciatura de ciencias a los 54 años, celebrándolo con una fotografía en la que aparece sosteniendo un pequeño cartel escrito a mano:
“OLD DOG HAS NEW TRICKS”. En efecto, el viejo perro ha adquirido nuevos trucos, y se ha superado a sí mismo en el proceso.
Sus clases de ingeniería supusieron un reto para Vaudreuil. Su álgebra era tan rudimentaria que se entrenó a sí mismo con ayuda de vídeos de YouTube hasta que estuvo preparado para iniciar las clases que había apartado.
La esperanza se alimenta de valores (no lloriqueo cínico ni agresividad contra el Otro)
A medida que avanzaba en sus estudios (y mientras seguía en su tarea nocturna de conserje), Vaudreuil ganó su autoestima. Su entorno en la universidad también notó el cambio: “Se convirtió en una persona más feliz”.
Michael Vaudreuil no sucumbió al cinismo o la mentalidad a la que apelan los populistas con una vieja receta que había gozado de mayor popularidad en su país.
Quizá no todo esté perdido.