Los urbanitas vivimos en entornos más esterilizados. De niños, nos ensuciamos menos (los bebés intuyen que un poco de tierra nunca viene mal) y visitamos poco el campo, por lo que interaccionamos con menos gérmenes.
Sólo ahora empezamos a conocer las consecuencias de nuestra carrera por eliminar las bacterias –incluyendo las buenas– de nuestro cuerpo y entorno.
Mientras procedemos a la aniquilación bacteriana sin distingos, aunque sea usando productos con consecuencias para la salud, vivimos en entornos ricos en toxinas.
Relación entre lo que comemos y la flora estomacal e intestinal
Los alimentos evolucionan en la misma dirección, empobreciendo también nuestra flora bacteriana. ¿Ha llegado el momento de acudir al rescate de nuestro microbioma?
Científicos y laboratorios inician experimentos para que entornos urbanos, productos de higiene doméstica y personal o alimentos, eliminen patógenos y prevengan infecciones sin aniquilar los millones de bacterias con que interaccionamos en nuestro cuerpo y entorno y contribuyen a un sistema inmunitario fuerte.
Especulando sobre el “trastorno por déficit de naturaleza”
En un mundo cada vez más urbano, esterilizado y sin contacto diario con entornos naturales, surgen hipótesis como la del trastorno por déficit de naturaleza, una cómica evocación de otras dolencias… si no fuera por su plausibilidad.
Varios estudios relacionan paseos y trabajo en entornos naturales con la salud física y psíquica en todas las edades, hasta el punto de que médicos (como el pediatra estadounidense Robert Zarr, citado en Outside Magazine), prescriben paseos por la naturaleza.
Efectos secundarios de la esterilización de las sociedades industriales
Desde la Ilustración, los avances técnicos y la medicina moderna posibilitaron el avance de la esperanza de vida y la prosperidad de las clases medias, pero la domesticación de la naturaleza también originó un nuevo fenómeno: la falta de contacto diario de niños y adultos con espacios naturales.
En paralelo, con los problemas de hacinamiento e infraestructuras en las ciudades a lo largo del XIX, que instigaron movimientos sociales, llegaron las soluciones, desde redes de saneamiento municipales a plantas de tratamiento de aguas y residuos.
Con la llegada de los vehículos a motor, los animales abandonaron las ciudades y tanto parques y calles como el interior de las viviendas se hizo más aséptico.
Bajantes, alcantarillado y menor convivencia con animales redujeron las epidemias; y, ya en el siglo XX, los antibióticos e insecticidas sintéticos aumentaron todavía más la esperanza de vida.
El último niño en el bosque
Con los avances, llegaron los abusos. La higiene personal, de viviendas y calles pasó de la desinfección a la voluntad de esterilizar, lo que causó dislates como la crisis medioambiental originada con el uso de insecticidas con componentes tóxicos que se acumulaban en las cadenas tróficas, como el DDT.
Desde la prohibición del uso de DDT para la mayoría de usos en los años 70 hasta hoy, la falta de contacto la tierra y la vegetación de entornos naturales diversos, así como la esterilización de viviendas y entornos urbanos, entre otros fenómenos, se han relacionado con el aumento de dolencias como alergias y trastornos del comportamiento.
Eso sí, de momento, el “trastorno por déficit de naturaleza” es una mera hipótesis, desarrollada por Richard Louv en su ensayo Last Child in the Woods, en el que relaciona la tendencia a pasar menos tiempo al aire libre con varios problemas de comportamiento.
De momento, el supuesto trastorno no ha sido incluido en los manuales médicos de dolencias mentales.
Ventajas de ensuciarse en la naturaleza
Entre las razones por las cuales quienes apoyan la hipótesis recomiendan más tiempo en contacto con la naturaleza, sobre todo en la infancia, al obtener presumiblemente:
- huesos más fuertes y menor riesgo de cáncer, al obtener mayor vitamina D;
- niños más ágiles y fuertes, así como un antídoto contra dolencias modernas relacionadas con la vida sedentaria: sobrepeso, obesidad y diabetes;
- mejor visión;
- menor riesgo de padecer depresión e hiperactividad;
- capacidad de atención mayor y más prolongada;
- mayor empatía y capacidad para establecer amistades;
- mayor creatividad (al recurrir más a la imaginación e invenciones);
- menor exposición a ocio electrónico no curado por los padres;
- a menudo, mejores notas en la escuela;
- mayor esperanza de vida y vida adulta más saludable.
Efectos secundarios de la cultura del miedo
Richard Louv relaciona el menor contacto con la naturaleza entre las familias urbanas no ya a la transformación de las sociedades postindustriales, sino a fenómenos como el miedo paternal inducido por los medios (no por datos empíricos sobre aumento de la inseguridad, ya que ha sucedido lo contrario), el acceso restringido a áreas naturales y el dominio de la pantalla como medio de ocio (a menudo, también los fines de semana).
La “cultura del miedo“, supuestamente instigada por los medios, favorece entornos de juego “seguros” y estructurados, a menudo de manera mecánica, por encima del juego más imaginativo, creativo y desestructurado, con consecuencias para la salud a largo plazo.
Hipótesis de la biofilia: nuestra predilección por lo natural
Las conclusiones de Louv coinciden con las ideas del naturalista E.O. Wilson sobre los profundos lazos que existirían entre el ser humano y otros organismos (hipótesis de la biofilia), lo que atraería a las personas a “la necesidad de afiliarse con otras formas de vida”.
Ambas hipótesis, tanto la del trastorno por déficit de naturaleza como la de la biofilia, salen refrendadas con estudios que relacionan el contacto con un mayor y más rico número de gérmenes y agentes de la naturaleza (aceites vegetales en el ambiente, etc.) en la infancia, con un sistema inmunitario más sólido en la vida adulta.
Tiempo en la naturaleza y sistema inmunitario
Un estudio a 280 personas en Japón citado por The New York Times concluía que la exposición a plantas y parques fortalece el sistema inmunitario.
En concreto, los participantes del estudio produjeron menos cortisol (hormona que se libera como respuesta al estrés) rodeados de naturaleza.
Otros estudios han comprobado que los entornos naturales estimulan la producción de defensas naturales del sistema inmunitario contra el cáncer (linfocitos), así como la producción de más células sanguíneas al exponerse a esencias naturales presentes en el bosque (fitoncides).
Hipótesis de la higiene
Una tercera hipótesis, la de la higiene, formulada en los años 80, relaciona la pérdida de contacto de los más pequeños con agentes infecciosos, microorganismos simbióticos y parásitos, aumenta las posibilidades de padecer alergias, al suprimir el desarrollo natural del sistema inmunitario.
La limitación del contacto con bacterias, así como el uso de productos de higiene doméstica y personal que eliminan buena parte de nuestro microbioma superficial, incide sobre el comportamiento de nuestra piel en procesos como la cicatrización.
Asimismo, la alimentación actual, más dependiente de productos procesados, afecta al equilibrio de la flora bacteriana de maneras que sólo ahora empezamos a desentrañar.
Menos bacterias beneficiosas, más sustancias peligrosas
Paralelamente con la esterilización del interior de viviendas y edificios, así como de entornos urbanos en general, la prosperidad material es menos saludable de lo que desearíamos.
Entre las sustancias tóxicas presentes en materiales y productos almacenados en cualquier casa, abundan: el formaldehído, los ftalatos, los parabenos, las sustancias pirorretardantes; o las numerosas neurotoxinas, sustancias que dañan el sistema nervioso y el cerebro.
Elogio de la microbiota
El estudio del microbioma humano, a través del Human Microbiome Project, ha desvelado cada ser humano es un ecosistema andante, con colonias de bacterias que, por ejemplo, aceleran la cicatriación, desinfectan, previenen dolencias, regulan la digestión, etc.
Los ataques a nuestra relación ancestral con el entorno no son sólo exógenas. Dentro de nuestro cuerpo, la alimentación moderna homogeiniza y empobrece la microbiota o flora intestinal, con consecuencias para la salud. Somos, literalmente, lo que comemos.
Tenemos la certeza de que no toda la suciedad es perjudicial, ni todas las bacterias que habitan nuestro cuerpo producen molestias o son una fuente potencial de dolencias, sino más bien al contrario: buena parte de nuestra microbiota, enriquecida con nuestra interacción con lugares como entornos naturales, contribuyen a lo que somos.
Cómo protegerse de patógenos sin eliminar microbiota inocua o beneficiosa
Las hipótesis del déficit de naturaleza, de la biofilia y de la higiene inciden sobre los riesgos y problemas derivados de dos conquistas de las sociedades industriales:
- la esterilización del paisaje urbano;
- y la abundancia, debido a la expansión de fertilizantes químicos, monocultivos y logística global, de alimentos con nuevos plaguicidas y procesos de conservación.
¿Cuáles son las ideas o tendencias más destacadas para compatibilizar la higiene urbana, doméstica y personal con el reconocimiento y respeto por las bacterias inocuas en el entorno, así como por las que componen nuestro microbioma?
¿Cómo garantizar la seguridad alimentaria -cuando, por ejemplo, hay alimentos que viajan miles de kilómetros o riesgo de infecciones por E. coli– sin recurrir a sustancias que empobrecen o atacan la flora bacteriana estomacal e intestinal?
Cosmética y biota: nacen los “tónicos bacterianos”
Además de la existencia de pediatras que recomiendan pasar más tiempo afuera en contacto con la naturaleza, sus gérmenes y agentes, surgen experimentos que pretenden sustituir el jabón tradicional por un “tónico bacteriano” para la piel.
Este tónico, AO+ Refreshing Cosmetic Mist, desarrollado por la startup AOBiome de Cambridge, Massachusetts, tiene el aspecto e inocuidad del agua, pero contiene miles de millones de bacterias nitrosomas eutropha, bacterias que dependen de la nitrificación (oxidación de amonio con oxígeno para convertir nitritos en nitratos), que se encuentran en la tierra y el agua no tratada.
La hipótesis de los científicos de AOBiome, explica Julia Scott en The New York Times, es que las bacterias nitrificantes vivieron en nuestro interior en el pasado… antes de que las elimináramos con jabón, champú y cosmética.
El retorno (al cuerpo humano) de bacterias que desinfectan
Las bacterias nitrosomas eutropha habrían actuado -especulan en AOBiome- como higienizador, desodorante, antiinflamatorio y estimulante inmunológico mediante la interacción del amoníaco en nuestro sudor, convirtiéndolo en nitrito y óxido nítrico.
Hasta aquí la hipótesis de esta pequeña empresa de Cambridge, Massachusetts. Pero, ¿funciona? Así empieza el experimento de la propia Julia Scott con el tónico de bacterias nitrificantes como sustitutivo de jabones, champús y cosmética, analizado por AOBiome.
Es apenas el inicio experimental de una nueva generación de productos que estudian y manipulan el universo oculto de los organismos -bacterias, virus y fungi- que conviven con nosotros -en nuestras glándulas, folículos del pelo y epidermis y nos convierten en ecosistemas andantes desde los inicios de nuestra especie.
Entre la cosmética, la medicina y los probióticos
En empresas como AOBiome creen que el mercado de la cosmética y la higiene personal con microorganismos como componente principal tienen mercado potencial y tratan de financiar estudios sobre aplicaciones médicas con las futuras ventas de AO+ Refreshing Cosmetic Mist, si logran registrar el producto como cosmético.
Pese a no promocionar su producto como alternativa a higienizantes convencionales, Spiros Jamas, consejero delegado de AOBiome los responsables de AOBiome creen que los usuarios dejarán de depender de jabones, cremas hidratantes y desodorantes en menos de un mes.
Julia Scott comenta en su artículo que, durante su entrevista con el director Spiros Jamas y el ingeniero químico que inventó AO+, David Whitlock (este último no se ha duchado en los últimos 12 años), no percibió ninguna señal de “suciedad”, ni desde el punto de vista físico ni olfatorio.
12 años sin ducharse
El experimento con AO+ empezó en 2001, cuando David Whitlock observó en un establo que los caballos se revolcaban en tierra para gestionar su sudoración. Analizó la composición de la tierra y aisló las bacterias más resistentes en la muestra de “tierra limpia”.
La especie elegida se reproduce cada 10 horas y son bacterias delicadas, lo que animó a Whitlock a abandonar la ducha. Los resultados le sorprendieron a él mismo.
Cuando Julia Scott, la periodista de The New York Times, empezó su experimento con AO+, desconocía cuáles iban a ser los resultados. Se sometió a un análisis de la startup que pretende comercializarlo: pudo conocer que, a finales de la primera semana, una colonia de bacterias nitrosomas eutropha empezaba a asentarse en su piel.
Quizá se trate del principio de un mercado multimillonario con un pie en la cosmética y otro en la medicina y los complementos alimentarios. Los responsables de AO+, así como los de otras startup similares, prefieren no usar el término “probiótica” para definir el nuevo nicho, sino “microbiómica”.
¿Equilibrio paleolítico gracias a la tecnología?
Veremos si se trata de una moda pasajera o, por el contrario, asistimos al nacimiento de métodos para restaurar nuestro microbioma, tanto el superficial como el de aquellos organismos beneficiosos que residen en el interior de nuestro organismo.
Al reconocer, gracias a la ciencia, de que más que un organismo autónomo servimos de ecosistema para millones de bacterias, quizá tenga más sentido que nunca usar el plural mayestático.
Se trate de probiótica a secas o de microbiómica, muchos productos, desde la cosmética y la limpieza hasta productos textiles, incorporarán colonias de bacterias y fermentos hasta ahora sólo presentes en los principales alimentos fermentados.