Inventar es “hallar o descubrir algo nuevo o no conocido”. Este proceso debe poseer atributos que transformen una tecnología o situación anterior; en ocasiones, las invenciones no tienen precedentes y amplían, por tanto, el conocimiento.
Pero el número o ritmo de ideas y su ejecución en forma de invenciones no es directamente proporcional a la prosperidad de quienes se benefician de ellas.
El contexto histórico (ahora agotado): patentes y ejércitos
Al menos desde la Ilustración, la protección jurídica de las invenciones a través del sistema de patentes garantizó las inversiones de quienes arriesgaban recursos para iniciar nuevos proyectos e industrias (ahora, fenómenos como el de los “trolls de patentes” logran lo contrario).
Asimismo, muchas invenciones en transporte y comunicaciones han partido históricamente del esfuerzo bélico. Internet es una de las últimas grandes herramientas surgidas con presupuestos públicos de índole militar.
Elogio de las ideas que se adelantan a su época
Muchos inventos carecen de recorrido comercial o utilidad inmediata, pero otros inspiran tecnologías que transforman, años después, sectores enteros. Éstos se inspiran a menudo en oscuras historias e ideas formuladas primero en obras de ciencia ficción.
Sin la idea de la máquina Memex, concebida por Vannevar Bush en un artículo de 1945, Internet y el hipertexto quizá habrían nacido con atributos distintos.
Las invenciones pueden catalogarse por su impacto en la sociedad, su capacidad para crear prosperidad, para reforzar el conocimiento colectivo en alguna materia (y, de manera indirecta, permitir otras invenciones más concretas que capitalizarán la idea primigenia), etc.
Inventar en la era del “gran estancamiento”
Ello en parte explicaría la paradoja actual: pese a encontrarnos en una época de invenciones, o al menos esta es nuestra percepción al leer la prensa y bitácoras especializadas en explicarnos cuáles son y para qué sirven, la gran mayoría no genera riqueza, ni nuevos sectores, ni miles -o millones- de puestos de trabajo.
Después de las décadas de prosperidad que siguieron a la II Guerra Mundial, Occidente ha entrado en un largo letargo (o, en palabras del economista Tyler Cowen, en un “gran estancamiento”), donde no surgen nuevos sectores capaces de transformar la sociedad y enriquecerla de manera radical, como lograron el ferrocarril, la industria del automóvil, la informática personal o la telefonía móvil.
Hay más información y detalle sobre infinidad de invenciones, en definitiva, pero éstas no generan miles de puestos de trabajo, ni mejoran las perspectivas de un grueso significativo de la población.
La invención más difícil: ¿la propia carrera profesional?
Paralelamente, se suceden desde finales de los años 70 cambios vertiginosos -como la deslocalización- que redujeron, primero, los trabajos industriales en el mundo desarrollado (Jeremy Rifkin, El fin del trabajo); y en los últimos años los empleos profesionales (“cuello blanco”) más vulnerables a la automatización (Internet, gestión de datos) y la robotización (Andrew McAfee, Race Against the Machine).
Las consecuencias de la falta de invenciones que creen nuevos sectores y puestos de trabajo como las tecnologías del pasado, unidas a la pérdida de puestos industriales cualificados (en gran medida, por la irrupción del mundo emergente) y, en los últimos años, la pérdida de puestos profesionales:
- un mundo más desigual (lo expone Tyler Cowen en Average is Over);
- clases medias con peores perspectivas laborales, lo que deriva en la mayor crisis de identidad de las clases medias desde la II Guerra Mundial, explica Simon Kuper en un artículo para Financial Times;
- mayor presión (e incentivos) para que los últimos en llegar al mercado de trabajo (los “millenials” o Generación Y, con peores perspectivas laborales y acceso a financiación que sus predecesores), creen su propio puesto de trabajo.
Fin de las economías de escala y retorno al garaje
Los “millenials” se convierten, muy a su pesar, en los “nuevos buscavidas” y deberán poner a prueba el auténtico poder transformador de las últimas invenciones y tendencias, de momento incapaces de ocupar a millones de desempleados en todo el mundo desarrollado:
- tecnologías para producir con los últimos avances en pequeños talleres sin necesidad de recurrir a economías de escala: aplicaciones para compartir y modificar diseños (GitHub y sus alternativas, que incluirán también diseños de “cosas” -átomos- y no sólo software), impresoras 3D, productos con más servicio y menos material (“desmaterialización”), productos reusados y elaborados con materiales o partes recicladas, etc.;
- creación y financiación en masa (artesanía y economía P2P, “entre usuarios”): colaborar tecnológicamente es más sencillo, barato, flexible y horizontal que nunca antes, gracias a Internet y a tecnologías para intercambiar conocimientos y capitales entre usuarios;
- acceso flexible al bienestar (que no tiene por qué implicar precarización): uso bajo demanda de productos y servicios -hasta ahora adquiridos con un gran esfuerzo económico, financiado con dinero barato ahora inexistente-, sirviéndose de distintas modalidades (alquilar, compartir/ceder/donar usando servicios de consumo colaborativo).
Recetas para evitar décadas perdidas (al menos personales)
Sea como fuere, no hay una salida sencilla al “estancamiento secular“: ya no se debate si Occidente evitará la “década perdida” de Japón, sino cómo se saldrá de la situación.
Hay noticias esperanzadoras: la UE sale de los peores momentos de la crisis de la deuda y las transacciones económicas y financieras se recuperan (indicador de que retorna, poco a poco, ese intangible llamado “confianza”), pero la mejoría y las perspectivas más optimistas de lo esperado no llegan de manera clara a las clases medias y los que ya han sido excluidos de éstas.
Mientras tanto, las grandes empresas más dinámicas de Norteamérica y Europa acumulan ahorro (síntoma de su desconfianza ante posibles eventualidades) en lugar de invertir en nuevas plantas y crear puestos de trabajo.
En la UE, con un modelo económico más dependiente del sector público (monopolios estatales tradicionales liberalizados recientemente, clientelismo rampante, connivencia entre política en todos los niveles y empresa “amiga”), los niveles de deuda pública y privada y los compromisos para reducir el déficit impiden políticas expansivas.
Es más difícil gastar lo que no se tiene, pero la otra cara de la responsabilidad es el descenso de asalariados que consumen.
Grandes inventos vs. hacer la milmillonésima “app” para Twitter/Facebook
Ante la situación, caben dos actitudes: resignarse y esperar a que escampe; o crearse uno mismo su plan a largo plazo, perspectivas e incluso su propio puesto de trabajo. La creatividad y, en última instancia, las invenciones son una alternativa a la inacción o la apatía.
En los últimos años, servicios de Internet que permiten programar aplicaciones a terceros (servicios con interfaz de programación de aplicaciones –API– abierta, tiendas de aplicaciones para entornos y dispositivos) han logrado interés público e inversiones; sin embargo, infinidad de estos proyectos se han dedicado a rizar el rizo, mejorar pequeñeces para usuarios de Twitter, Facebook, etc.
Sobre “las cosas que importan” (y su subjetividad)
Este fenómeno llevó a personalidades respetadas en el mundo tecnológico como Tim O’Reilly, fundador de O’Reilly Media y con buen olfato aventurando tendencias, a animar a los innovadores a trabajar en cosas que importan:
- pensar en proyectos todavía más atractivos para uno que la propia recompensa económica inmediata (en ocasiones, hay que arriesgar y dejar de lado una compensación a corto plazo para lograr mayor impacto después, rechazando puestos demasiado confortables e inmovilistas);
- crear más valor del que uno captura: por ejemplo, hay proyectos de código abierto que se benefician de la comunidad de quienes contribuyen a su crecimiento, repercutirendo positivamente sobre los “inventores” (es el caso de modelos de comercialización de “hardware abierto” como Arduino o Rasperry Pi);
- favorecer la visión a largo plazo y, así, reducir la dependencia -individual o colectiva- con respecto de terceros.
Aprender de los dilemas de otros
Un modo de entrenar estos supuestos atributos para crear “cosas que merezcan la pena”, siguiendo la expresión acuñada por Tim O’Reilly, es estudiar a quienes han aplicado con éxito esta receta (por ejemplo, Steve Jobs y Apple), o leer ensayos sobre la materia (por ejemplo, El dilema del innovador por Clayton Christensen; o Good to Great por Jim Collins.
El proceso creativo que conduce a la invención es expuesto por Steven Johnson en Where Good Ideas Come From, entre otros.
Otra opción para priorizar ideas que conduzcan potencialmente a ideas, proyectos e invenciones “que merezcan la pena”, también se puede indagar en las recomendaciones bibliográficas de individuos que hayan demostrado que es posible inventar en la era del “gran estancamiento”.
Lo que leen los que lo han logrado
Un ejemplo: Jeff Bezos, fundador y defensor de Amazon incluso cuando la tienda electrónica cosechaba críticas año tras año por no crecer lo suficiente trimestralmente, comparte su lista de lecturas esenciales (en la lista hay 2 libros mencionados anteriormente, los de Jim Collins -Bezos incluye en su lista otro más del mismo autor- y el de Clayton Christensen).
Otra aproximación a los entresijos de la invención:
- pasado: consultar las 50 mejores invenciones del pasado (según The Atlantic), o un listado alternativo con 101 invenciones;
- presente: las mejores invenciones de 2013, según Time;
- futuro: y las tendencias tecnológicas para los próximos años, según Wired.
Mecanismos usados por inventores (que no pierden vigencia)
Tampoco hay que olvidar los mecanismos de los polímatas e inventores para crear:
- practicar la introspección: contemplando, divagando, meditando, aprendiendo a analizar y relacionar información más allá de la costumbre y la lógica superficial (con la frescura de los niños);
- leer sobre las experiencias y hallazgos de otros, tanto ficción -y ciencia ficción- como biografías y ensayos (así se aprende fácilmente lo que a otras personas remarcables ha llevado mucho más tiempo; un consejo de Sócrates);
- intentarlo, esforzarse, perseverar;
- usar las herramientas más sólidas (lógica, método socrático y empirismo, filosofía, matemáticas) a diario, con prototipos -físicos y mentales-.
El siguiente paso
No olvidar, en definitiva, que hay invenciones remarcables que surgen de lo que a menudo parece una casualidad, una reflexión peregrina, una vuelta de tuerca más, una representación física de algo abstracto y a la inversa.
Nikola Tesla: “El día que la ciencia empiece a estudiar fenómenos no físicos, progresará más en una década que en todos los siglos previos de existencia combinados.”
O Jeff Bezos: “La invención es rompedora por naturaleza. Si quieres ser comprendido en todo momento, entonces no crees nada nuevo.”
En ocasiones, las invenciones no tienen por qué abandonar su carácter etéreo. Fiódor Dostoyevski: “Inventé aventuras para mí y fabulé una vida, para así vivirla de alguna manera.”