El modo más efectivo, drástico y económico de luchar contra el cambio climático y catástrofes como la deforestación no ha surgido del departamento de investigación de ninguna empresa puntera de Silicon Valley, ni mezcla las virtudes de la geoingeniería con las llamadas tecnologías limpias, o cleantech.
Nada de eso. El modo más eficaz de evitar las peores consecuencias del calentamiento del planeta consiste, según varios estudios y la opinión de otros tantos científicos, en tener menos hijos y comer menos carne roja (mejor dicho, abandonar su consumo, lo que no implica que todos tengamos que convertirnos en vegetarianos de la noche a la mañana).
La proposición de tener menos hijos, que llega de fuentes homologables (citadas por The Economist, entre otros), puede malinterpretarse fácilmente y derivar en ideas más o menos pseudo-eugenésicas.
De un modo brillante y con la ironía contestataria más afilada, Susan George recogía en El Informe Lugano lo que llamaba “Estrategias de Reducción de la Población (ERP)”, que no eran más que lo que la expresión aparenta a primera vista: la intención, por parte de dignatarios que George “imagina” en su libro, de mitigar los efectos del crecimiento desmesurado de la población con políticas de “reducción drástica” de la población.
Aunque los mandatarios que imagina George en su “Informe” prefieren, en lugar de invertir en planificación familiar, el poder de pandemias, hambrunas y guerras como fuerza mitigadora e incluso económicamente rentable.
Al fin y al cabo, no son sólo los servicios secretos de las principales economías del mundo quienes instigan los conflictos armados interesados (la batalla entre China y Occidente en Darfur es ejemplarizante), sino que se encargan de vender el armamento, contar los cadáveres y planificar tanto campos de refugiados como estrategias de pacificación y reparto de ayuda humanitaria.
El estandarte de la libertad y la democracia homologa convenientemente algunas de estas “actuaciones”. En ocasiones, la improvisación no deja tiempo siquiera para dedicarse al maquillaje.
Geoingeniería clásica contra tecnologías disruptoras
El uso de combustibles fósiles (carbón, gas natural y derivados del petróleo) para generar energía y propulsar el transporte sigue siendo predominante, lo que explica que la batalla geopolítica siga teniendo todavía mucho que ver con el control de zonas ricas en estos recursos, o a lo sumo asegurarse un precio asequible.
China, por ejemplo, realiza una agresiva política de ayuda al desarrollo y construcción de infraestructuras en África y América Latina, mientras se asegura una contraprestación a medio largo plazo en materias primas y alimentos, necesarios para mantener sus tasas de crecimiento de un modo prolongado.
No obstante, las normativas internacionales para luchar contra el cambio climático avanzan y tanto China como Estados Unidos, los dos principales emisores mundiales, deberán exponer pronto en la cumbre de Copenhague (sede en dos meses de la inminente conferencia mundial sobre el cambio climático) cómo pretenden limitar las emisiones.
Con esquemas para gravar económicamente a empresas y países no sólo su actividad, sino también sus emisiones (se paga en función de lo que se contamina), tales como el mercado de derechos de emisiones de la UE, será difícil usar combustibles fósiles sin pagar el coste de las emisiones que genera su uso.
Si se descuenta el coste de mitigar proporcionalmente los efectos de su uso intensivo, el precio de los combustibles fósiles dejará de ser una ganga, sobre todo en los casos del carbón y el gas natural, empleados en la generación eléctrica debido a su “precio”. Hasta ahora, “precio” sólo equivalía a comprar la materia prima. Pronto, “precio” supondrá el coste en el mercado, así como el coste adicional de la compensación de sus emisiones.
De ahí que nunca haya habido tanto interés por encontrar soluciones disruptivas no sólo para generar energía barata y limpia, sino para reducir el impacto de las emisiones de dióxido de carbono sobre la atmósfera en general.
Existen numerosos planteamientos de geoingeniería que suenan tan bien como un buen guión de ciencia ficción; aunque, en ocasiones, ponerlos en práctica sería tan difícil como convertir en realidad el universo de La guerra de las galaxias (la película, no el invento militar de la era Reagan).
Se ha hablado de aplicar políticas de geoingeniería tan quiméricas como:
- Obligar a todo el mundo a conducir coches blancos (para evitar el recalentamiento y absorción de rayos solares que producen otros colores y devolver más rayos de sol a la atmósfera).
- Pintar todos los tejados y azoteas de los tejados del mundo de blanco, para reflejar la mayor parte de la radiación y evitar al máximo el uso de sistemas de refrigeración que requieren energía.
- Autopistas solares: asfaltar un buen número de autopistas y carreteras del mundo con un material fotosensible que permitiera convertir los rayos de sol que llegaran a su superficie en energía eléctrica, un funcionamiento similar al de los paneles solares convencionales.
- Instalar paneles solares en la estratosfera y exportar la energía almacenada a la tierra a través de avanzados sistemas inalámbricos de transmisión energética. Japón trabaja en un proyecto pionero para instalar satélites con paneles solares que generarían energía suficiente para copar las necesidades de 300.000 hogares.
- Imitar el proceso de conformación de la atmósfera de la Tierra tal y como la conocemos: el oxígeno, elemento predominante, fue generado por la masiva colonización de los océanos de cianobacterias fotosintéticas, que emitieron oxígeno como efluente metabólico durante millones de años hasta lograr transformar las condiciones de vida de todo el planeta. Algunas empresas y centros de investigación sueñan con proyectos que seguirían un método similar al empleado por estas minúsculas bacterias (100 millones de ellas viven en un litro de agua). Además de los riesgos que supondría alterar los ya dañados ecosistemas marinos, los organismos empleados para crear oxígeno tendrían que ser modificados para acelerar el proceso. Las cianobacterias han sido los principales organismos creadores de oxígeno en la Tierra, superando a las plantas.
- Aprovechar la energía generada por el oleaje de los océanos para instalar generadores de energía renovable capaces de abastecer a toda la población mundial.
- (Mi idea preferida, por las oportunidades de desarrollo para África y de hermandad entre ambas orillas del Mediterráneo, ahora que Barcelona es sede de la Unión Euromediterránea): emplear el potencial generador de energía solar del Sáhara para instalar una gigantesca infraestructura compuesta por estaciones termosolares, compuestas por miles de espejos reflectores que concentran la radiación solar en forma de calor en un punto determinado, normalmente una torre, que convierte el calor en fuerza motriz de un generador eléctrico. El consorcio alemán Desertec trabaja en este proyecto. Abengoa tiene intención de colaborar en el proyecto.
Ideas espectaculares pero… ¿Efectivas a medio plazo?
La prensa pregunta periódicamente a científicos, mandatarios y otras personalidades qué soluciones proponen para placar las emisiones, la deforestación y otros fenómenos relacionados con el cambio climático provocado por el ser humano.
Cuando Alok Jha formuló la cuestión en el Reino Unido para su artículo en The Guardian a los miembros del Institute of Mechanical Engineers (IME) de este país, las respuestas obtenidas no distaron de las ya expuestas.
Según los científicos de este instituto, el Gobierno británico debería destinar los 10 millones de libras prometidos para financiar el desarrollo de algunas de estas ideas. Entre otras:
- Desarrollar árboles artificiales y estructuras tubulares aclopadas a edificios para contrarrestar con oxígeno e in situ el CO2 generado.
- Verter de manera uniforme ingentes cantidades de hierro en los océanos, para incentivar el crecimiento de algas (que emitirían oxígeno para contrarrestar la actividad humana).
- Pintar los edificios y estructuras del mundo de blanco, idea planteada por numerosos científicos y organismos.
Por su viabilidad en el presente, coste económico y efectividad, el IME cree que la solución de geo-ingeniería más prometedora y, quizá, la que causaría un impacto más inmediato, es la “instalación” de millones de árboles artificiales que imitarían el proceso fotosintético de las plantas (absorber CO2 y emitir oxígeno), aunque de un modo más pronunciado.
Los árboles artificiales de los que habla el IMF, desarrollados por Klaus Lackner en la Universidad de Columbia, tendían el tamaño de un contenedor de mercancías estándar.
100.000 de estos artilugios ocuparían unas 600 hectáreas (…), y serían capaces de absorber el equivalente en CO2 a las emisiones producidas por toda la actividad del Reino Unido, a excepción del sector energético. Construir cada árbol artificial equivale al 5% del CO2 capturado por la unidad durante su vida útil y, “a escala global, ente 5 y 10 millones de árboles artificiales podrían absorber el CO2 emitido por cualquier fuente, a excepción de la actividad energética.”
Idea que supera a la geoingeniería, parte 1: menor población a medio plazo
La geoingeniería pretende solventar las peores consecuencias del cambio climático mediante actuaciones quirúrgicas drásticas sobre el planeta.
Si bien no debe descartarse su uso si no queda más remedio, The Economist cita el trabajo de Thomas Wire, un posgraduado de la London School of Economics, para la revista The Lancet el pasado 19 de septiembre de 2009: la primera solución a gran escala que tiene sentido plantearse es una seria planificación familiar a escala mundial. Cuantos menos pies, menor será su huella.
La investigación a conciencia de Wire demuestra que realizar una seria e inequívoca planificación familiar es 5 veces más barato que usar las tecnologías verdes conocidas y usadas en la actualidad para batalla contra el cambio climático.
La eficiencia económica de facilitar acceso global a una política activa de planificación familiar entre 2010 y 2050 y los resultados derivados de limitar el crecimiento de la población serían superiores a los conseguidos por cualquier otra medida drástica.
Wire ha examinado proyecciones de crecimiento demográfico y emisiones de CO2 a partir de datos facilitados por la ONU, concluyendo que reducir 1 tonelada de emisiones costaría 7 dólares, gastados en planificación familiar, en contraposición a los 32 dólares necesarios para lograr los mismos resultados a través del uso de tecnologías verdes.
Reducir el número de embarazos de riesgo y no deseados en el mundo no sólo reduciría la presión del ser humano sobre el planeta, sino que provocaría otros efectos deseados, tales como la reducción de la pobreza, el acceso de la mujer a la educación y el trabajo fuera del hogar o el descenso del número de niños y jóvenes en riesgo de exclusión social.
Malcolm Potts, investigador de la Universidad de California en Berkeley, ha dirigido otro estudio que asegura que el mundo asiste cada año a 80 millones de embarazos no deseados. Repitiéndolo de otro modo, cada año nace el equivalente de la población de Alemania a partir de embarazos no deseados.
La gran mayoría de éstos acaban en nacimientos de bebés que vivirán al menos sus primeros años en una situación precaria.
Según el estudio de Potts, si las mujeres que así lo deseaban hubieran tenido acceso a métodos anticonceptivos, al menos el 72% de los embarazos podrían haber sido evitados. La presión del ser humano sobre los recursos y su incidencia sobre el cambio climático lanzan un mensaje imperativo a instituciones que siguen pensando de manera inmutable, pese a la situación del planeta. La Iglesia Católica, contraria al uso del preservativo (no ya del aborto, sino del preservativo) es uno de los ejemplos más claros: su influencia es extraordinaria en Latinoamérica y África.
Idea que supera a la geoingeniería, parte 2: comer menos carne roja
Del mismo modo, reducir drásticamente el consumo planetario de carne roja tendría unos efectos prácticamente instantáneos. La cabaña bovina mundial es uno de los principales emisores de gases contaminantes del planeta, además de causar otros problemas medioambientales relacionados con el tratamiento irregular de purines, o incluso enfermedades que pueden resultar mortíferas para el ser humano, como la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (mal de las vacas locas, originado por el uso de desechos cárnicos bovinos para crear pienso industrial que alimentaba a… ganado bovino. Extraordinaria idea económica, brillante sobre el papel. Y letal).
Sin olvidar otros males derivados del consumo excesivo de carne roja, tales como el aumento del sobrepeso y la obesidad, y las enfermedades derivadas de estas dolencias (enfermedades cardiovasculares, determinados tipos de cáncer, depresión). El aumento de la obesidad entre las clases populares de los países con rentas altas y medias repercute también negativamente sobre el presupuesto sanitario, la productividad por hora de trabajo o la depresión.
Alimentar a la actual población mundial (cerca de 7.000 millones de personas) o a la proyectada para 2050 (9.000 millones de personas) con una diera rica en carne roja supone emplear muchos más recursos que hacerlo con una dieta saludable sin este producto.
Si bien la eliminación total del consumo de carne roja en el mundo supondría un disparate para gastrónomos y otras criaturas (el jamón de bellota español es, según The Economist, lo mejor que nunca ha salido de un cerdo), sí es realista convertir su consumo en lo que recomiendan los nutricionistas: algo extraordinario, realizado pocas veces al mes.
Menos personas y menos carne roja. Las ideas de geoingeniería más disruptoras que existen hasta el momento. Si uno quiere sumar en positivo, debe plantearse el tamaño de su impacto ecológico y el de su familia, así como su consumo de carne roja.