No importa la actividad: cuando falta el método, los resultados se resienten. Los lenguajes de patrón ayudan a comprender, reproducir y aplicar los mejores “lenguajes” humanos (cualquier sistema complejo, desde la arquitectura al diseño gráfico, el lenguaje audiovisual o la tipografía) con garantías.
La alternativa a una metodología coherente para diseñar una silla, edificio, avenida, ciudad o casa es la copia sin calidad, el trasplante artificial sin contexto, la inadaptación, la mediocridad, las medias tintas, el resultado sin calidad.
El lenguaje de patrones
El arquitecto austríaco Christopher Alexander describió en A Pattern Language por qué es necesario conocer las buenas prácticas del diseño para afrontar un problema con garantías.
En la programación de software, el lenguaje de patrón toma el nombre de framework (marco de trabajo); más allá de la diferencia de palabros, ambos términos reconocen y establecen el contexto (un universo acotado) donde trabajar de una manera coherente.
Primero, conocer las reglas; después, saltárselas si es necesario
Los marcos de trabajo del mundo del software con mayor coherencia son más simples (cuentan con menos “piezas”), evitan la verborrea y el alambique innecesario, van al grano, no hacen perder el tiempo, promueven las buenas prácticas de la manera más intuitiva posible (como si fueran con el flujo natural, “según la naturaleza” -dirían los filósofos griegos- o “según el tao” -dirían los orientales-).
Sean Django, Ruby on Rails, etc., las mejores frameworks se adaptan a cualquier problema que un programador conciba. Trabajando en un marco de trabajo definido, la diferencia entre la excelencia y la mediocridad es dictada por la elegancia, sencillez y minimalismo de una solución: como un escritor de haikus el mejor programador usará menos “piezas” y aportará una solución más solvente con el mínimo de recursos.
Los ladrillos de todas las construcciones humanas
Los lenguajes de patrón (o “frameworks”, si optamos por la nomenclatura del mundo del software) posibilitan el nacimiento de las buenas sillas, mobiliario modular, automóviles, páginas web, aviones, carteles publicitarios, señalética de aeropuertos… Nuestra vida está condicionada por la presencia o ausencia de lenguajes de patrón coherentes.
La bombilla LED de la lámpara flexo que uso mientras escribo estas líneas -en este caso, fabricada en India para Ikea-, es consecuencia de varias decisiones y el resultado final, desde su aspecto estético a la tecnología de refrigeración, son consecuencia de un lenguaje de patrón urdido con mayor o menor pericia.
Osram, Philips, Samsung o cualquier otro fabricante de bombillas LED E27 compatibles con el flexo que uso han seguido procesos similares. Así ocurre en todo lo que nos rodea.
El dominio del diseño estándar, mediocre, deficiente, iletrado
Ocurre que los lenguajes de patrón (o “frameworks”) de la época de las economías de escala que, con la III Revolución Industrial, llega a su fin, se han desarrollado y aplicado con una mediocridad, “verborrea” e ineficacia que sonroja, en aras de la estandarización y la reducción de costes.
Ello explicaría por qué, por ejemplo, la tradición secular de las mejores escuelas de baldosas del mundo (como la catalana, recopilada por Joan Amades en Les rajoles dels oficis, la castellana de Talavera, la andaluza, la portuguesa o la holandesa, por mencionar las que ya eran reconocidas en todo el mundo a finales del medievo), no tienen cabida en el mundo actual.
Gremios y artesanos del siglo XXI (y sus lenguajes de patrón)
Los mejores lenguajes de patrón, muchos de ellos madurados a fuego lento durante generaciones, fueron desechados. El interés actual por recuperar conocimientos ancestrales, unido a herramientas como Internet y la impresión 3D, posibilitarán el retorno de algunas de estas tradiciones.
Un lenguaje de patrón:
- Define los elementos comunes de un campo de interés.
- Describe cómo confeccionar soluciones.
- Asiste al diseñador a moverse con lógica de un problema a otro (al haber “piezas” y metodología, éstas se pueden combinar como un mecano para solventar situaciones).
- Ofrece autonomía, dentro del contexto común, para que cualquier creativo opte por su propia solución.
No sólo hay maestros de lenguajes de patrón en el mundo de la arquitectura, el diseño industrial o el software, sino en cualquier ámbito. El resultado de su presencia o ausencia nos rodea, tanto en casa como en la calle.
Mirada fresca a lo que nos rodea
Salgamos a la calle.
Una de las actividades más placenteras en las que trato de prodigarme últimamente es la de observar. Todo un lujo, teniendo en cuenta el contexto: trabajo, lecturas, vida en familia oficialmente “numerosa”.
Cualquier lugar es bueno para dejar a la mente divagar, mientras uno observa su alrededor, o trata de hacerlo, con ojos nuevos, despiertos. Veamos: el diseño de la señalética; un plano de metro; dos chicas y dos chicos con aspecto erasmus entablando su primera conversación, después de que uno de los chicos haya escrito “hallo” en una libreta. Qué malgasto; una página entera, pienso.
Voy a otra cosa. Pienso en lo que hay que hacer en el día; la jornada viene, como me gusta y es costumbre, cargada, a diferencia de que no habrá tantos momentos de trabajo en silencio o escuchando música, ante el teclado del ordenador. Vuelvo al diseño de la señalética del metro de Barcelona; aunque podría ser otra ciudad, pienso. Vuelvo al instante a meditar sobre ello: ¿podría ser cualquier ciudad?
El poder de sugestión de los -buenos o malos- procesos de diseño
La señalética de una ciudad, la vestimenta de los lugareños y la de sus visitantes, el rango de edad de los pasajeros de un vagón de metro, el porcentaje de tiendas de souvenires de escasa calidad en su centro neurálgico, etc., definen cada ciudad. Lenguajes de patrón o sistemas complejos, premeditados o informales y espontáneos, que contribuyen a que una ciudad sea catalogada de elegante, cartesiana, caótica, contaminada, infernal, aburrida, etc.
La sociedad de la información ha acentuado la homogeneización de los lenguajes de patrón de las grandes urbes mundiales, proceso ya acentuado desde la Ilustración y la Revolución Industrial. Nos cuesta frotarnos los ojos y mirar con atención renovada y el interés infinito de los niños los detalles que nuestro entorno que la rutina difumina, hasta hacerlos desaparecer.
Son los letreros de las tiendas, el mapa del metro, los “muñecos” del semáforo, el diseño de la señalética, el color de los taxis, la vestimenta de la gente cuando llueve, la vestimenta de la gente en un día helado, o durante un día abrasador, el comportamiento de personas anónimas en entornos públicos, tales como medios de transporte: poca conversación, muchos teléfonos inteligentes, lectura poco concienzuda (best-sellers, libros electrónicos, un libro de poesía, alguna revista), mucho duermevela.
El avance del estilo “mediocre internacional”
Basta viajar por algunas de las grandes urbes europeas, de Norteamérica, Latinoamérica o el resto del mundo para observar el avance de los lenguajes de patrón que, en silencio y a menudo sin una planificación premeditada, se enquistan en la arquitectura, la planificación urbanística, la señalética, el diseño del aeropuerto y la red de transportes públicos. Incluso los mismos graffiti, expresión nacida en contra de la estandarización.
La ausencia de aprendices, oficiales y maestros (gremios, ni más ni menos) que trabajen los lenguajes de patrón con el conocimiento que cada sistema complejo se merece ha propiciado el triunfo del estilo sucedáneo que inunda las ciudades supuestamente más creativas, originales y cosmopolitas del mundo.
Historia de nuestro contexto
Hay tantos ejemplos como lenguajes de patrón, algunos de ellos especialmente sangrantes para el ojo crítico, que batalla por no acostumbrarse a lo que ve y pretende mantener la energía de las primeras miradas -contienda perdida de antemano, pero salir de la zona de confort siempre aporta sus frutos-.
Por ejemplo, la degradación de los letreros de las tiendas y comercios de cualquier ciudad. Se podría estudiar la historia de ciudades como Nueva York, Londres, Madrid o Barcelona a partir de los letreros de sus bares, restaurantes, pequeños comercios, droguerías de barrio, colmados cerrados hace décadas que legaron el letrero y la fachada de un local olvidado, antros de buena y mala reputación, etc.
Barcelona es mi “caso de estudio”. La ciudad con los letreros y fachadas de farmacias, boticas, pastelerías, cafés, colmados, restaurantes, ferreterías, mercados de barrio, etc., más creativos y con un sabor más local-artesanal del sur de Europa da paso a otra ciudad comercial, dominada por letreros impersonales, siempre del mismo polímero de plástico brillante, con iluminación LED, tipografía Helvética (si al menos no fuera el equivalente a la personalización mal entendida, personificada en tipografías-baratija como Comic Sans) y, de vez en cuando, alguna que otra falta de ortografía.
El auténtico significado de “gusto”
De la ciudad con comercios decorados con coherencia, a menudo de manera artesanal, con una exquisita dejadez y un saber envejecer que ya querrían para sí muchos cincuentones, con letreros de madera labrada, entradas con mosaico hidráulico, mosaico de piedras, trencadís… a la ciudad que sucumbe a la estandarización de las economías de escala mal entendidas: plástico, letra Helvética, iluminación LED, y a vender lo que sea. No importa que sea un viaje, un masaje tailandés, un sombrero mexicano, una manzana o un libro.
El documental Helvética explica el porqué de este fenómeno homogeneizador, donde grandes cadenas de establecimientos y pequeños comercios independientes compiten por la señalética más insípida y estándar, a menudo impermeable a la historia, idiosincrasia, luz, olores y sabores de un lugar.
Pavimento hidráulico vs. gres brillante “plastificado”
Se podría resumir en lo que cualquier habitante de un piso barcelonés con más de medio siglo entenderá a la primera: el cambiazo de los viejos letreros por los nuevos, de metacrilato coloreado y tipografía impersonal (cuando no Comic Sans o equivalentes), es el equivalente comercial a otra de las grandes aberraciones no documentadas, tapar los suelos de baldosa hidráulica de principios del siglo XX (con diseños hexagonales, cuadrados o de múltiples formas; monocromas o con escalas que despiertan el apetito cromático de los niños) con el gres brillante y aspecto plastificado que se impuso en los años 70, 80 y 90.
O, en su defecto, ese parqué brillante y achocolatado, tan amigo de las motas de polvo, siempre a la espera de un buen mantenimiento, animando a que padres martiricen a hijos con la posibilidad de que se raye.
Hubo un tiempo en que el piso -fuera de tierra compactada, madera, cob, pavimento hidráulico, mosaico de piedra, piedra pulida, etc.- estaba hecho a partir de la experiencia de quienes aprendían un oficio de generaciones en el lugar. Las economías de escala acabaron con los remanentes del sistema gremial; ahora, la III Revolución Industrial, que podría suponer el retorno de los artesanos al centro de las ciudades más vibrantes -esta vez con la ayuda de la tecnología-, contribuye al renacer de los lenguajes de patrón coherentes, a la vez cosmopolitas y pegados al terreno.
Señal vs. ruido
El pavimento hidráulico barcelonés de principios del siglo XX, o el diseño de una Farmacia de esa época, con sus equivalentes contemporáneos, rememora el nombre que los fundadores de la startup de Chicago 37Signals eligieron para su bitácora: Signal vs. Noise. Señal vs. ruido.
El ruido atronador, el barullo sin ton ni son, el impulso, el brillo empalagoso, el pálpito hiperactivo, oculta la cadencia, la señal de las cosas. Se puede observar comparando el devenir de cualquier película de la época del cine negro –The Asphalt Jungle, 12 Angry Men– con el ejercicio de fuegos artificiales e impulsos sin fin de los títulos que deberian ser hoy sus equivalentes.
No todo lo pasado fue mejor, pero la conquista realizada por la tipografía Helvética simboliza lo ocurrido por el resto de los bienes y servicios de masas. Hemos sacrificado la calidad y la personalización por la cantidad. Lo pequeño y frugal también puede ser hermoso.
Una temática recurrente en esta bitácora, donde nos hemos ocupado en varias ocasiones de dialéctica entre frugalidad y consumo, vida sencilla y abundancia, aprendizaje a fuego lento y gratificación instantánea, diseño imperecedero y obsolescencia programada, estoicismo y hedonismo inconsciente.
La responsabilidad individual de proteger lo coherente
Más que velar por el uso de uno u otro código de lenguaje en los letreros comerciales de una ciudad, o por un color u otro de baldosa, la auténtica responsabilidad individual -más que la normativa, ya que de poco sirven las normativas si se hacen sin pensar cómo hacerlas cumplir-, consistiría en preservar antiguos letreros, usar la historia e idiosincrasia de un lugar para transmitirla con un lenguaje propio y renovado.
Mientras tanto, los carteles comerciales impersonales se extienden sin freno en las grandes ciudades del mundo, como lo ha hecho la tipografía Helvética, la “M” arqueada de McDonald’s o la manzana mordida de Apple.
Una conquista similar a la lograda por esa baldosa de gres con un brillo plastificado y pegajoso, dulzón y hortera, dispuesto sobre un manto de mortero que esconde otro tipo de cemento: el de las baldosas hidráulicas que se hacían con molde, en las que el color de la superficie proseguía hasta su base.
Entre bastidores: saber cómo se cocinan los diseños memorables
Para el profesor Christopher Alexander, el único modo coherente y efectivo de combatir el estropicio de la imparable estandarización de baja calidad que se impone en el diseño de la señalética de las ciudades, así como en el diseño de sus letreros comerciales, etc., consiste en entender los mecanismos y procesos que propician una buena planificación urbanística, o el diseño de un buen edificio.
No se trata de definir un aspecto determinado, ni éste o aquél material, sino entender cómo funcionan los sistemas complejos humanos y cómo aprender de los mejores para no caer siempre en los mismos errores: para ello, en A Pattern Language Christopher Alexander acuñó el término “lenguaje de patrón”.
Christopher Alexander no inventa nuevas leyes del diseño, sino que describe por qué las mejores metodologías son las que logran los mejores resultados y las que permiten a las mentes más creativas transgredir o adaptar la norma, una vez la conocen: es así como surgen:
- las empresas de ropa técnica que anuncian sus chaquetas a toda página en The New York Times durante el día con mayores ventas del año, Black Friday, con el mensaje “Don’t Buy This Jacket“;
- los fabricantes de bicicletas de madera, bicicletas de reparto o velomóviles (vídeo, reportaje y alternativa española solvente);
- o los inventores de aviones propulsados por el hombre, una de las fronteras románticas del ser humano (volar sin motor).
Saltarse la norma sin conocerla es un ejercicio de ignorancia temeraria; hacerlo con conocimiento de causa, por el contrario, nos ha dado materiales como el contrachapado.
Rigidez progresiva
El arquitecto y profesor austríaco afincado en california lo define así:
“¿Por qué el principio de rigidez progresiva parece tan sensato como un proceso de construcción?”
“Para empezar, tal estructura permite que el proceso de construcción sea creativa. Permite que el edificio se construya de manera gradual. Los componentes pueden combinarse con libertad hasta ser emplazados con firmeza en su lugar definitivo”.
“Todas estas detalladas decisiones de diseño no pueden nunca llevarse a cabo con antelación sobre el papel, sino sobre el proceso de construcción. Y [la rigidez progresiva] permite ver el espacio en tres dimensiones como un todo, cada paso del camino, a medida que se añade más material…”
En software, este proceso de iteración creativa, posible cuando existe un contexto conocido con “piezas” que todos conocen, entienden y aplican según sus intereses, formación y habilidades, ha sido bautizado “agile development“.
Miremos donde miremos, hay cosas por hacer. Todos los diseños son mejorables. Hay lenguajes de patrón olvidados, mientras otros han sido definidos con pobreza. El buen diseño, así como la calidad de vida, nos va en ello. Quizá también nuestra carrera.
Sobre el auténtico significado del diseño industrial
Antoine de Saint Exupéry, autor de El Principito, escribió a propósito del diseño industrial y su auténtico significado:
“¿Has pensado alguna vez, no sólo en cuanto al aeroplano sino sobre cualquier cosa construida por el hombre, que todos los esfuerzos industriales de la humanidad, todas sus computaciones y cálculos, todas las noches trabajando sobre diseños y modelos, culminan invariablemente en la producción de una cosa cuyo único y principal principio es el principio último de la simplicidad?”
“Es como si existiera una ley natural que dictara que, para lograr esta culminación, para perfeccionar la curva de una pieza de mobiliario, o la quilla de un barco, o el fuselaje de un aeroplano, hasta que gradualmente participen de la pureza elemental de la curva de un pecho u hombro humanos, debe haberse dado la experimentación de varias generaciones de artesanos”.
“En cualquier cosa emprendida, la perfección se logra finalmente no cuando existe nada que añadir, sino cuando no existe absolutamente nada que quitar, cuando un cuerpo ha sido pelado hasta su desnudez”.