La cultura popular nos recuerda su obsesión por el vigor juvenil, con modelos publicitarios y roles mediáticos a cargo de vigorosos miembros de la especie; pero envejecer no es un ataque a nuestra felicidad, ni la enfermedad un golpe de mala suerte en el que no podamos influir.
Envejecer tampoco es una capitulación ante la vida, sino un recordatorio cotidiano de su transitoriedad, una revisión a diario de por qué el arte se ha ocupado tanto del paso del tiempo.
La medicina experimental se acerca a la filosofía y la psicología moderna para comprobar hasta qué punto la actitud adecuada puede retrasar la vejez y contribuir a curar dolencias en las que intervienen genética, sintomatología física y mental, desde la diabetes al cáncer.
Nuestra opinión sobre nosotros influye sobre nuestra salud
Varios estudios pretenden dirimir hasta qué punto la psicología positiva, o cultivar el bienestar racional a largo plazo, influyen no sólo en nuestra manera de ver el mundo y vernos a nosotros mismos, sino sobre nuestra salud y envejecimiento.
The New York Times dedicaba recientemente un reportaje a estudiar la relación entre edad y percepción, en el que se expone por qué envejecimiento y enfermedad son mucho más que oxidación y anomalía celular.
(Imagen: fotograma de la adaptación al cine del relato de F. Scott Fitzgerald El curioso caso de Benjamin Button -1922-, llevado al cine por David Fincher -2008-, con Brad Pitt como protagonista.)
La psicología positiva estudia la incidencia del propósito vital racional sobre aspectos patológicos del ser humano con derivadas somáticas, tales como, ansiedad, estrés y depresión y su posterior incidencia sobre otras dolencias.
Efecto placebo: la conciencia influye sobre la salud
Pero el efecto placebo intuido por la psicología positiva, ahora ratificado por el resultado de experimentos de campo en el departamento de psicología de Harvard, tiene sus orígenes en filosofías de vida pretéritas recuperadas por la psicología humanista.
Partiendo del eudemonismo de Aristóteles y los estoicos, una filosofía práctica para lograr bienestar viviendo racionalmente (primando lo sensato sobre lo impulsivo a cada instante), la psicología humanista determinó que el mejor placebo para el bienestar psicológico y físico consistía en conocerse a uno mismo (el gnóthi seautón griego) y potenciar rasgos ya detectados por Sócrates, Aristóteles y los estoicos:
- autonomía;
- crecimiento personal;
- aceptarse a uno mismo;
- cultivar un propósito vital;
- conocer nuestro entorno y evitar un único punto débil o frágil que pueda exponernos a grandes riesgos (establecer lo que el ensayista Nassim Nicholas Taleb llama una “estrategia antifrágil“);
- establecer relaciones positivas con otros.
Aprender a envejecer con una estrategia “antifrágil”
Carol D. Ryff, psicóloga y directora del Instituto del Envejecimiento de la Universidad de Wisconsin, ha estudiado la influencia de las ideas aristotélicas sobre los estudios modernos de bienestar mental, florecimiento personal y envejecimiento, basándose en conceptos como:
- eudaimonismo (practicar la virtud, entendida como acción racionada a lo largo de la existencia);
- areté (cultivar disciplinas físicas y mentales para lograr una excelencia compleja y poliédrica);
- y frónesis, o sabiduría práctica a través de un pensamiento moral para ejercer la prudencia y el sentido común, evitando caer en lo impulsivo y desmesurado.
Según la psicología humanista y la psicología positiva, una existencia racional, esforzada y con propósito “antifrágil” bien definido influiría sobre el bienestar a largo plazo, pero también sobre la propia salud y el envejecimiento.
Saber envejecer, según Séneca, consistía en reconocer la fugacidad de la vida para así vivir con propósito y objetivos definidos, saliendo a buscar el porvenir en lugar de esperar estáticos a ver cómo vienen dadas.
Experiencia, autoestima y longevidad
Si evitamos vivir deliberadamente, corremos el riesgo de llegar a la vejez con la sensación de haber evitado los riesgos y asperezas de la existencia y, con ello, oportunidades para ver, conocer, enriquecer la experiencia. Pero, ¿y si este conservadurismo afectara también a nuestra autoestima y, en última instancia, a nuestra esperanza de vida?
O eso es al menos lo que ha sugerido la filosofía desde Heráclito, que recordaba que cada momento es único. Si nos bañamos hoy en un río, mañana será distinto, porque tanto nosotros como el río habremos cambiado.
A mediados del siglo XIX, el ensayista Henry David Thoreau se fue un tiempo a una cabaña solitaria “porque quería vivir deliberadamente; afrontar sólo lo esencial de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no concluir, en el momento de morir, que no había vivido”.
(Imagen: Las edades y la Muerte de Hans Baldung Grien -1541-1544-, Museo del Prado)
El arte de percibir la propia vida
Vivir deliberadamente es envejecer de manera consciente, siempre y cuando consideremos que la existencia es un mero proceso de oxidación celular pero, ¿qué tienen que decir al respecto la psicología y la ciencia actuales?
Bruce Grierson se pregunta en The New York Times qué ocurriría si la edad no fuera más que un estado mental, una percepción de la existencia.
El artículo de Grierson no es un homenaje a Benjamin Button, ni una parodia, sino un vistazo a los estudios sobre la relación entre conciencia y envejecimiento. Psicología y neurociencia dirimen si nuestra percepción de nosotros mismos y actitud ante la vida influye sobre nuestro envejecimiento celular y, en última instancia, sobre nuestra esperanza de vida.
La estrecha relación biomédica entre mente y cuerpo
Bruce Grierson cita los estudios de campo sobre vejez realizados en las últimas décadas por Ellen Langer, psicóloga y profesora de Harvard, cuyos resultados pusieron en entredicho los modelos biomédicos anteriores a los 80 del siglo pasado, que trataban dolencias de cuerpo y mente de manera separada.
Entonces, se creía que la única manera de ponerse enfermo consistía en introducir un patógeno, y la única curación consistía en deshacerse de él; desde entonces la medicina ha evolucionado en estudios holísticos e interdisciplinares, pero apenas se empiezan a entender las complejas interrelaciones entre cuerpo, mente, medio o incluso factores como el microbioma (cada individuo es más bien un ecosistema andante), o la actitud para cambiar el funcionamiento de nuestro organismo sin cambiar el genoma (epigenética).
Los estudios de Langer sobre la conciencia y la autopercepción consistían en llevar a un grupo de personas a un entorno en donde se simulara con todo lujo de detalles una época pretérita.
En uno de estos experimentos (1981) los invitados, que superaban los setenta años, entraron a una casa donde electrodomésticos, locutores radiofónicos, programas televisivos, muebles, libros, revistas, etc., procedían de dos décadas atrás.
Si nos sentimos jóvenes, ¿acabamos rejuveneciendo?
Se realizaron distintas mediciones sobre constantes vitales y psicomotricidad a los participantes antes del inicio del experimento. La hipótesis de Ellen Langer: tras 5 días, los sujetos del estudio mostrarían unas constantes muy diferentes debido a un intensa intervención cognitiva.
Nuestra percepción de la realidad, actitud, nivel de actividad física e intelectual, autoestima, relaciones interpersonales, etc., repercuten sobre nuestro envejecimiento, sugieren los resultados de pruebas como las de Langer.
La ciencia trata ahora de dirimir cuál es el auténtico potencial del supuesto efecto placebo de nuestra actitud, mentalidad, propósito vital y filosofía de vida.
En su reportaje para The New York Times, Bruce Grierson cita los estudios de la escuela de medicina de Harvard donde se aprecian relaciones entre percepción de la realidad (actitud vital, sentirse joven debido al contexto) y salud.
Longevidad y ética médica
Por ejemplo, varios estudios sugieren que mantener un propósito vital autoexigente en edades avanzadas retrasa las consecuencias degenerativas más severas de la senectud, pero resultados esperanzadores relacionarían el efecto placebo de contextos y actitudes vitales positivas sobre dolencias como el cáncer.
Los estudios de Ellen Langer y sus colegas en Harvard contrastan con otros puntos de vista sobre la longevidad que razonan sobre las limitaciones de envejecer hasta que, en ocasiones, la degeneración mental y física son tan severas que familias y sociedades dedican cada vez más recursos a prolongar la esperanza de vida sin importar las consecuencias.
(Imagen: La muerte de Séneca, taller de Pedro Pablo Rubens, 1612-1615, Museo del Prado)
Ezekiel Emanuel, director del departamento de Bioética Clínica del Instituto de Salud de Estados Unidos y profesor de ética médica de la Universidad de Pensilvania, cree que la sociedad del futuro cometería un error destinando recursos vitales a prolongar nuestra existencia más allá de la esperanza de vida actual en los países desarrollados.
En un artículo para The Atlantic, Ezekiel Emanuel expone por qué ha tomado la determinación de morir a los 75 años, cuando todavía se encuentre en plenas facultades y no haya empezado el declive degenerativo de los últimos años.
Vivir mucho, pero con buena salud mental y física
Ezekiel Emanuel no tiene intención de suicidarse, sino de afrontar la última etapa de su vida sin intentar prolongarla. Con esta determinación, Emanuel quiere recordarse a sí mismo la importancia de cada día, así como su propósito vital.
“Los estadounidenses vivirán más que sus padres, pero todo indica que lo harán con más incapacidades. ¿Suena demasiado deseable? No para mí”, concluye Emanuel.
El punto de vista de este profesor de bioética afronta la influencia de la filosofía clásica desde otro punto de vista, el del reconocimiento racional de la transitoriedad y fatalismo de la existencia: la vida es finita y hay que aprovechar nuestro rápido tránsito, vivir preparados para partir para así saborear más lo pequeño y cotidiano, una actitud estoica.
Envejecer no es una patología
Viejos filósofos y psicólogos contemporáneos como Ellen Langer coinciden con médicos en que envejecer no es una enfermedad, ni ser consciente de la transitoriedad de la vida un ejercicio de puro masoquismo, sino más bien el antídoto contra malentendidos consistentes en creer en los espejismos de dudoso rigor científico que propulsan la próspera industria del antienvejecimiento.
Pero ser conscientes de la irremediable oxidación de nuestras células no equivale a practicar un conformismo derrotista, sino todo lo contrario: el precepto de los filósofos clásicos, desde Aristóteles y los peripatéticos a los estoicos, consistía en ser conscientes de la fugacidad de la vida para aprovechar al máximo la existencia y no convertirla en un tránsito indolente entre fechas señaladas.
Marco Aurelio nos recordaba, como evoca Ridley Scott en Gladiator, que la vida de cualquier individuo no es más que una insignificante chispa en la eternidad, pero, en sus “Meditaciones”, el emperador y destacado estoico nos recuerda que la vida es “nuestra” insignificante chispa y debemos aprovecharla en consecuencia.
Efecto placebo de las filosofías de vida sobre la salud
Recordando a Heráclito, Marco Aurelio sentenciaba: “El tiempo es como un río que arrastra rápidamente todo lo que nace.”
Y también: “Aunque vayas a vivir tres mil años o tres mil veces diez mil, recuerda que nadie deja atrás otra vida que esa que está viviendo y tampoco está viviendo otra que no sea la que deja atrás. Se iguala por tanto lo más duradero con lo más breve: el presente es igual para todos, como también lo que muere, y lo que dejamos atrás se manifiesta efímero por igual.”
(Imagen: bienestar psicológico)
Pero los estoicos creían que el individuo incidía sobre el fatalismo de su existencia, haciendo de la actitud y la determinación vitales un arma para vivir con dicha o convertirse en un abúlico derrotista: “La vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella”, ya que está en nuestras manos cambiar de actitud y, por ejemplo, sentirnos jóvenes o sanos, lo que repercutiría a largo plazo sobre nuestra salud como el efecto placebo psicológico descrito por Ellen Langer y otros investigadores.
Tránsito yermo entre excesos o trayecto racional hacia un propósito
Marco Aurelio sentenciaba que nuestra opinión repercutía sobre la realidad: “El mundo no es más que transformación, y la vida, opinión solamente”.
Como si se refiriera al efecto placebo de los estudios actuales que sugerirían que el envejecimiento y la enfermedad son -no sólo, pero también- un estado mental, Séneca afirmaba que lo breve no era la vida aunque lo pudiera parecer, sino que es el individuo quien decide que transcurra rápido -malgastada entre antojos y arrepentiemientos- o cunda -con un propósito vital a largo plazo, una dirección-.
Ya en el siglo XIX, los filósofos trascendentalistas de Estados Unidos, influidos por el ideal de autorrealización a través de conocerse a uno mismo de los clásicos, recordaban en sus ensayos que profundizar en lo interior (introspección) conducía a saber más de lo exterior, según las ideas panteístas.
Decidir uno mismo
Sobre la inconveniencia de perder o matar el tiempo, Henry David Thoreau recurría a sus lecturas de los clásicos. Así, su tajante sentencia “¡Como si se pudiera matar el tiempo sin insultar a la eternidad!”, parece extraída de algún escrito estoico como las Meditaciones de Marco Aurelio, las Cartas a Lucilio de Séneca o los escritos del que ha sido considerado estoico arquetípico: el menos conocido Musonio Rufo.
Estoicos y trascendentalistas relacionaban el bienestar duradero (autorrealizarse) con profundizar en el saber de uno mismo y de lo circundante usando la razón y tomando las riendas de la propia existencia (conocimiento), mientras la ignorancia y el dejarse llevar por lo coyuntural conducían a lo supersticioso y negativo.
Envejecer era el proceso natural de este tránsito por la existencia en el que saber más y actuar racionalmente producían bienestar, definido como eudaimonía por Aristóteles, tranquilidad por los estoicos y bienestar psicológico por la psicología humanista de Abraham Maslow.
(Imagen: tipología de las emociones)
Bienestar racional y gratificación hedónica
La vejez y la felicidad han tenido en el pasado una relación más racional y sosegada que en la actualidad, precisamente cuando los avances han duplicado la esperanza de vida de la población en los países avanzados desde algo más de 40 años en 1850 a 80 años en la actualidad (gráfico evolutivo sobre la esperanza de vida en Inglaterra entre 1541 y 2011).
Aristóteles y los peripatéticos, así como los estoicos y otras escuelas con filosofía de vida eudaimónica o basada en el cultivo de la razón, distinguieron dos tipos de bienestar:
- el psicológico -actuar razonadamente-, que merecía la pena perseguir a largo plazo y relacionado con el control -que no represión- de los impulsos para disfrutar de ellos sin caer en dependencias; la vejez es compatible con este bienestar y la madurez contribuye a su disfrute, contemplación y apreciación sosegada;
- y el hedónico, relacionado con el cultivo del placer instintivo y a corto plazo, que había que observar con mesura; los filósofos clásicos relacionaban el fin de las urgencias impulsivas de la juventud con una liberación o antídoto a la inestabilidad o dependencia de impulsos instintivos a corto plazo.
Ocio y sosiego
Séneca recomendaba a los destinatarios de sus cartas que se conocieran a sí mismos para así apreciar la soledad y la vejez, en lugar de percibirlas como enfermedades.
Cuando recomendaba apreciar y amar la vejez, “porque está llena de placer si uno sabe cómo usarlo”, Séneca se refería a los años en que la madurez se libera de las necesidades más impulsivas de la juventud y se emplaza con mayor determinación a labores más reflexivas, cuando el bienestar a largo plazo derrota a los excesos sin siquiera necesidad de presentar batalla.
El estoicismo romano conformó una filosofía activa del retiro activo (otium, estudio, introspección, etc.), la senectud compatible con la actividad física e intelectual y la muerte honrosa.
Por qué la cultura que nos rodea teme a la vejez
Tanto la filosofía como la psicología moderna (Erik Erikson, Gordon Allport, Abraham Maslow) relacionaron la autorrealización a largo plazo con el bienestar psicológico, que es racional y -como el buen vino- mejora con la edad, más que ponerse en entredicho.
El bienestar impulsivo o hedónico, en cambio, es por definición flor de un día e impulsivo, resintiéndose al paso del tiempo, al estar relacionado con la potencia y el apetito sexuales.
La preponderancia de lo que el filósofo y ensayista William B. Irvine, autor de A Guide to the Good Life, llama cultura del “hedonismo inconsciente” (cultivo de lo placentero sin siquiera ser consciente de ello ni aprender a maximizar lo positivo y a minimizar sus peores consecuencias), explicaría la aversión al envejecimiento de la cultura popular contemporánea.
¿Morir a los 75 años?
Las limitaciones que encuentra el profesor Ezekiel Emanuel para seguir viviendo en plenitud de facultades más allá de los 75 años están relacionadas con la actitud vital, el estilo de vida y los avances medicinales.
Si la actitud vital eudaimónica (propósito vital razonado, priorizar el plan a largo plazo sobre el impulso a corto) actúa como efecto placebo y retrasaría el envejecimiento y las enfermedades incurables, el estilo de vida (dieta, ejercicio físico, relaciones interpersonales) y la medicina aportarían el resto.
La medicina moderna es en buena parte responsable de que la esperanza de vida se haya más que doblado en Occidente desde inicios de la Revolución Industrial, mientras dietas y estilos de vida “antifrágiles” o eudaimónicos (mesura, actividad física y mental, cultivo de relaciones sanas) contribuirían a que en determinados lugares del planeta se viva más y mejores años.
Secretos de la longevidad en los lugares con más habitantes centenarios
Publicaciones como The New York Times y National Geographic han dedicado artículos a desentrañar la relación entre la opinión sostenida por un individuo sobre sí mismo y su calidad de vida durante la senectud.
El investigador Dan Buettner ha colaborado con National Geographic en los últimos años para detectar y estudiar localidades y zonas del mundo donde la gente vive más años y con una mayor calidad de vida, lugares que los demógrafos llaman zonas azules.
Por su excepcional longevidad y bienestar cuantificable, Buettner centró su estudio en Nuoro y Ogliastra (isla de Cerdeña, Italia); isla de Okinawa (Japón); comunidad de Loma Linda, en California; península de Nicoya, Costa Rica; e Icaria, la isla griega.
(Clint Eastwood celebró su 84 cumpleaños empezando a dirigir una nueva película ese mismo día)
Lo primero que sorprende de los emplazamientos de Buettner, cuyas particularidades describe en un reportaje para National Geographic (noviembre de 2005) y un ensayo (septiembre de 2009), es la insularidad de los emplazamientos.
Dar lo mejor de sí más allá de los 80
Asimismo, todos estos lugares, conocidos por la alta concentración de personas centenarias en plenas facultades, destacan por un estilo de vida que practica la mesura y la actividad física, mental y social; son, en definitiva, emplazamientos donde el sentido común ha forjado un eudemonismo, estoicismo o psicología positiva sin necesidad de aplicar teorías ni impartir clases.
Estos emplazamientos demostrarían que los mayores se convierten en lo que creen que son, hipótesis secundada por estudios. Si Ezekiel Emanuel pudiera llegar a los 100 años (o más) en plenas facultades, reconsideraría su apuesta por vivir 75 años plenos.
La plenitud a edades avanzadas no es imposible, como demostrarían quienes siguen en plena actividad más allá de los ochenta.
Por qué percibimos la vejez con negatividad
El culto a la juventud y a la salud ha dominado los medios y las artes desde que se tiene conciencia de opinión pública y los distintos modelos y arquetipos estéticos, desde los más materialistas a los más románticos, hasta el punto de confundir envejecimiento con enfermedad.
Una abstracción tan platónica (y áurea) como el ideal de belleza ha evolucionado con la sociedad en consonancia con cambios en artísticos e ideológicos: hombres y mujeres representados con energía o flema, realismo o romanticismo, tradicionalista o vanguardista, revolucionario o reaccionario.
Para entender los gustos dominantes en cada época, qué mejor que observar la representación de la belleza femenina. Pese a los vaivenes -y mutaciones- de los gustos preponderantes desde la Ilustración, un factor permanece inmutable no ya desde el XVIII, sino desde la Época Clásica: no importa cómo se represente la belleza, ésta siempre es “joven”.
Rolliza o escuálida, pero joven
Se ha recurrido al contraste entre el pálido, rollizo y saludable ideal de belleza representado por la maja desnuda de Goya, dominante en la mecanicista y barroca Ilustración, a los modelos andróginos, delgados y enfermizos que dominan el cine y la moda actuales, más próximos a las tísicas heroínas de los románticos y los poetas malditos que a los más realistas y generosos desnudos clásicos y barrocos.
La juventud ha representado a la belleza, flemática o saludable, progresista o reaccionaria, vanguardista o costumbrista, sosegada o kistch. En cambio, el envejecimiento, proceso que nos hermana con el resto de los organismos, ha denotado desde que se tiene constancia a la muerte, la oscuridad, la enfermedad, el fracaso de las aspiraciones humanas de inmortalidad.
La cultura popular no entiende el envejecimiento como el proceso de oxidación celular hasta su atrofia y muerte, conduciendo en última instancia al colapso del organismo de acuerdo con el reloj biológico según el historial de cada individuo y especie, sino como una derrota.
Las edades del hombre
El envejecimiento humano es, según la mitología y el arte, la derrota responsable de la separación simbólica -que ningún ciudadano griego o romano entendía al pie de la letra, sino como una interpretación poética de la existencia y su transitoriedad- entre dioses y humanos.
De ahí que los escolares de griego clásico sigan aprendiendo, entre las primeras oraciones indispensables en el idioma original, aquello de que el hombre es mortal, pero Homero -entendido como el mito de Homero- es inmortal.
Y la filosofía, la religión y el arte siguen hablando sobre la transitoriedad de la existencia desde que los griegos equipararan el viaje espiritual por las edades del ser humano al sitio de una ciudad (La Ilíada) y al viaje geográfico de retorno a casa de uno de los participantes en la contienda (La Odisea).
Meritocracia gerontocrática
La sociedad occidental en su conjunto y en especial países como Japón o Italia muestran los primeros síntomas a gran escala de sociedades prósperas y maduras con pirámides de población invertidas y una media de edad cada vez mayor, incapaces de revertir la situación.
A medida que aumenta la esperanza de vida y se encarece el coste médico de mantener a una población de edad avanzada cada vez mayor, se especula acerca de qué ocurrirá en sociedades tradicionales con baja natalidad y políticas de inmigración restrictivas.
Mientras tanto, se enriquece el debate filosófico, psicológico y médico sobre el envejecimiento, con expertos que abogan por moderar el tratamiento médico a los mayores que hayan vivido bien hasta una edad razonable (Ezekiel J. Emanuel), mejorar la percepción de sí mismos de los mayores para así mejorar su calidad de vida (y reducir, por ende, la factura médica, como arguye Ellen Langer en Harvard)…
Sobre aspirar a nuestro potencial sin importar la edad
O investigar para añadir décadas a la vida humana, pensando en el objetivo último de la inmortalidad, como se han propuesto emprendedores, científicos e inversores de capital riesgo de Silicon Valley, entre ellos Peter Thiel, autor de Zero to One.
Mientras tanto, individuos que mantienen su propósito vital hasta edades avanzadas son capaces no sólo de conservar buena parte de su actividad y lucidez hasta la muerte, sino de perseguir la excelencia más allá de los ochenta.
El vejestorio que -no- llevamos adentro
El actor y director Clint Eastwood mantiene su actividad y su ilusión por vivir:
“Cada día puede ser interesante. No tiene que tener pasteles y un puñado de personas fingiendo que les importas un carajo”. Así que, el día en que cumplió 84 años, Eastwood empezó a rodar una nueva película.
“Cuando la gente le pregunta a un amigo mío -hablamos de alguien de 95 años que parece mucho más joven que su edad-: ‘¿Cuál es tu secreto?’, él dice: ‘nunca dejo entrar al hombre viejo’. Así que es una cuestión de actitud mental.”
Después de todo, la edad tiene mucho de percepción. Sentirse cansado o ser capaz de despertarse cada día con ojos renovados.