Los informes y artículos sobre precariedad laboral se centran en los datos históricamente más preocupantes: el paro juvenil, la incorporación de la mujer al trabajo y sus consecuencias (desigualdad salarial de género), o el paro de larga duración entre colectivos desfavorecidos.
The Economist dedica un artículo a un grupo que hasta ahora no aparecía con tanta frecuencia en los indicadores sobre precariedad laboral: los hombres que realizan trabajos industriales (cuello azul) en los países ricos.
Nuevo sexo débil: hombre, mediana edad, ganas de trabajar en lo suyo y poca formación
Forman parte del género tradicionalmente favorecido por las ofertas de empleo y posiciones de responsabilidad en entidades públicas y privadas (más del 90% de los presidentes y primeros ministros son hombres y los porcentajes son similares entre los consejeros delegados de las mayores empresas).
Los hombres en la mitad de su carrera laboral dominan ámbitos como las finanzas, la tecnología, el cine, el deporte (¿quién está prestando atención al mundial de fútbol femenino?) y cualquier otro ámbito.
No obstante, en una sociedad cada vez más tecnificada donde sectores de empleo tradicionales han padecido los efectos de la deslocalización y la automatización, los hombres menos especializados y preparados para el cambio se convierten, pese a los estereotipos, en lo que The Economist llama con sorna “El sexo más débil”.
Fin de un dominio ancestral: una lección (femenina) de adaptabilidad
Hay razones para preocuparse por las perspectivas laborales de un gran porcentaje de la población masculina en los países desarrollados porque, explica The Economist, “los hombres se concentran tanto en la base como en la cúspide” de las ofertas laborales y posiciones de responsabilidad.
Los hombres que carecen de experiencia y/o titulación en sectores con demanda y perspectivas halagüeñas para el futuro (posiciones técnicas y creativas), al tener experiencia o formación en oficios donde la tarea es fácilmente sustituible por otro trabajador o por un algoritmo, también tienen mayores perspectivas de caer en situaciones de riesgo.
Los hombres menos preparados “tienen muchas más opciones que las mujeres de ser encarcelados, de ser apartados de sus hijos, o de suicidarse. Obtienen menos títulos universitarios que las mujeres. Los niños en el mundo desarrollado tienen un 50% más de opciones de suspender en matemáticas básicas, lectura o ciencia en su conjunto”.
Cómo diferenciarse de millones de trabajadores no especializados
Según The Economist, el grupo masculino que tiene las perspectivas más preocupantes en el mercado laboral de los países desarrollados es el compuesto por los hombres peor educados, al que se incorporan quienes cuentan con titulaciones sin apenas oferta laboral.
No es una sorpresa. Este grupo de población es el menos proclive a invertir en educación y reciclaje profesional, y destaca por su falta de movilidad social y demográfica, incluso en países donde al menos la movilidad geográfica superaba las barreras de clase, género o raza, como Estados Unidos.
Los hombres peor educados, que hasta ahora tenían una oportunidad en trabajos de poca cualificación dependientes de la construcción, el sector público o los servicios, han padecido con especial virulencia el frenazo del sector inmobiliario, la contratación pública y el consumo privado (del que dependen los servicios) en los últimos años.
Siempre hay un “sur” al que estereotipar… pero la tendencia trasciende las zonas deprimidas
A diferencia de los hombres titulados, más proclives al reciclaje profesional y el aprendizaje continuo, los hombres peor educados no se han adaptado bien a la transformación del comercio, la tecnología o la mentalidad del nuevo siglo (desde el feminismo al matrimonio homosexual).
Así, cuando The Economist preguntó a una recepcionista de Tallulah, una población deprimida del Delta del Misisipí, acerca de la población masculina de la zona, obtuvo como respuesta el estereotipo que todavía prevalece en Estados Unidos sobre el Sur: la recepcionista apeló a la gandulería: “No hacen nada”.
El retrato de The Economist sobre esta soñolienta comunidad sureña, con un alto porcentaje de desempleo masculino y donde las ofertas dependen, directa o indirectamente, de la gestión de las dos prisiones en la zona, resuena en cualquier lector familiar con las diferencias regionales en países europeos.
La tolerancia al riesgo es inversamente proporcional al dinamismo social
Se podrían trazar estereotipos similares -que distorsionan observaciones de la realidad, pero no deben confundirse con ésta- entre la Alemania del Oeste (sobre todo la representada por el eficiente sur, con Baviera como motor) y los länder que habían pertenecido a la difunta República Democrática Alemana.
Y qué decir de las diferencias norte-sur en España o Italia, o el próspero dinamismo multicultural del Gran Londres y, como agrio contraste, el resto del Reino Unido. En todas estas comparativas, cualquier recepcionista a la que se hubiera preguntado acerca de por qué muchos hombres de mediana edad carecen de trabajo en su población, las referencias veladas a la gandulería habrían hecho acto de presencia.
Es más complicado: como un pez que se muerde la cola, la falta de educación y movilidad geográfica y social, así como la dependencia de sectores estacionales y públicos, alimentan una dinámica de dependencia, en la que amplios sectores aguardan “la peonada” prometida, una vez descartada la movilidad geográfica (condicionantes: falta de titulación, ausencia de cultura del riesgo y de perspectivas claramente más favorables en otros lugares durante recesiones prolongadas, etc.).
Hipercompetitividad en las ofertas laborales más precarias (y prescindibles)
Volviendo a la visita del ensayo de The Economist a la pequeña y soñolienta ciudad de Tallulah, a orillas del agrario Misisipí, la población presenta problemas de desempleo masculino y falta de titulación académica preocupantes incluso para su entorno geográfico inmediato.
En el pasado, los hombres de la comunidad podían trabajar en el aserradero o los latifundios de la zona sin necesidad de estudiar; ahora, el aserradero está cerrado y las explotaciones agropecuarias de la zona no necesitan la misma mano de obra que antes, puesto que “los trabajos que antes requerían 100 hombres ahora se sirven de 10”.
Volviendo al pez que se muerde la cola, el alcalde de la localidad Paxton Branch, expone al semanario: “Si no tienes educación, ¿qué puedes hacer? No puedes ni siquiera contestar al teléfono si no tienes un inglés decente”.
Muchos hombres de mediana edad de la zona no pueden siquiera conseguir trabajo como camioneros asalariados, puesto que se requiere un nivel educativo de Octavo Grado (equivalente a segundo de ESO en España), para gestionar el papeleo relacionado.
Terreno abonado de miedo para que los vendemotos hagan su agosto
La precariedad que afrontan muchos hombres adultos sin estudios de secundaria o título universitario en países europeos especialmente afectados por la recesión de los últimos años (entre ellos, España y su disfuncional mercado laboral, que no ha sido reformado en profundidad en las últimas 3 décadas por temor electoral de los distintos gobiernos y connivencia -u omisión- de los otros grandes actores sociales) es, si cabe, más alarmante.
Las soluciones a problemas estructurales como el expuesto con la población masculina menos formada que se concentra en la base del mercado laboral en los países desarrollados no son tan sencillas ni instantáneas como muchos partidos europeos de nuevo cuño publicitan en sus rimbombantes, verborreicos e improvisados programas electorales: se requeriría más largo plazo y menos populismo, pero el voto de descontento se decanta en los últimos tiempos por la solución rápida y milagrosa a todos los problemas.
El desengaño será, si cabe, superior a lo esperado. En Grecia, pronto conocerán la extensión de la primavera de credibilidad y comunión entre la población y Siriza. No pinta bien.
La formación a largo plazo, o las políticas para incentivar a la larga el aumento de la cotización de autónomos, cobrando proporcionalmente en función de los ingresos declarados por la actividad, implican cambios culturales de calado, que se producen a lo largo de años, cuando no lustros.
Planes que suenan bien sobre el papel… y se marchitan entre corruptelas
Los hombres peor educados cuentan con un único -e informal- incentivo económico al sentirse desamparados, pues carecen de trabajo digno y desconfían de la movilidad geográfica como solución a su bache: la economía sumergida.
Una política inclusiva que facilitara a cualquier trabajador irregular su integración en un régimen de seguridad social (por ejemplo, cotizando como autónomo) y que le asegurara un trato fiscal “bajo demanda” debido a la precariedad existente (por ejemplo, no cobrando impuestos cuando no se generan ingresos), reduciría a la larga la economía sumergida.
Esta cuota progresiva del régimen de autónomos podría compatibilizarse con formación.
El problema de las ideas abstractas como “mejor formación y más universal para reciclar laboralmente a distintos colectivos” es su aplicación en la vida real: muchos intentos por destinar fondos a cursos educativos en colectivos desfavorecidos ha conducido a fraudes multimillonarios, con ejemplos en distintos países (En España: son conocidos los fondos europeos esquilmados en Andalucía, Cataluña, etc.).
Estrategias para ganar palmo a palmo un rol laboral no garantizado
Volviendo a la reflexión de The Economist sobre el nuevo “sexo más débil” (hombres de mediana edad poco formados y, por tanto, primeras y más persistentes víctimas de crisis cíclicas): el problema subyacente que ha originado el fenómeno, presente en distinto grado en todos los países ricos, es la dificultad de este grupo de población por adaptarse a los cambios estructurales que, sutilmente, se han asentado en las últimas décadas.
The Economist: “A medida que la tecnología y el comercio han devaluado la fuerza bruta, los hombres menos educados han padecido para hallar un rol en el lugar de trabajo”.
¿Qué ocurre con el sexo opuesto, cuya incorporación masiva al mundo laboral es más reciente y, sobre el papel, precaria? El semanario expone que “las mujeres, por el contrario, fluyen hacia sectores en expansión como la sanidad y la educación, asistidas por su mayor mérito”.
Coincidiendo con el aumento de la importancia de la educación en un mundo que requiere aptitudes adaptables, los niños obtienen de media peores cualificaciones que las niñas en todos los países desarrollados, una tendencia que preocupa al no parecer cíclica o circunstancial.
El año que cerró la fábrica
The Economist destaca la histórica correlación entre la pérdida de empleos en la industria y el paro de larga duración, sobre todo entre -de nuevo- hombres poco cualificados de mediana edad (y, por tanto, con menores incentivos generacionales para reciclarse con éxito y perseverar en el mismo sector deprimido del que han sido apartados).
La falta de perspectivas laborales para amplios sectores de la población repercute sobre la sociedad en su conjunto en más aspectos que la renta media o el gasto en prestaciones de subsidio: por ejemplo, en el propio éxito de la sociedad a largo plazo, pues los hombres sin trabajo ni educación tienen más problemas para encontrar pareja y conformar núcleos familiares estables.
“El resultado -concluye The Economist-, para los hombres poco cualificados, es una combinación tóxica de falta de trabajo, falta de familia y falta de perspectivas”.
El fenómeno trasciende las etiquetas a las que estamos tan acostumbrados, empezando por el término “ni-ni”, ya que a menudo se trata de adultos que superan la treintena y la cuarentena y carecen de los incentivos que les permitirían participar activamente en las sociedades desarrolladas de las que se sienten apartados.
Necesidades humanas: ¿de dónde nace la autoestima?
Las encuestas muestran que las mujeres, que padecen también, aunque en menor medida, el fenómeno ni-ni, al carecer de la presión cultural que identifica al hombre en edad de trabajar como el blanco del empuje generacional en el que se sostiene la prosperidad, prefieren como pareja a hombres que participen en la familia tanto en labores domésticas como asumiendo a la vez el rol tradicional de asistencia financiera.
Para millones de adultos sin formación académica superior o con titulaciones expuestas a las transformaciones de las últimas décadas que también repercuten sobre muchos empleos de cuello blanco fácilmente automatizables, el principal problema se sitúa en la falta de perspectivas laborales.
Tomando como ejemplo de bienestar y autorrealización la hipótesis de la psicología humanista, que dividía las necesidades humanas en básicas (necesidades fisiológicas, de seguridad y afiliación) y elevadas (una vez cubiertas las anteriores, se puede pensar en el cultivo intelectual a largo plazo), el problema actual con un elevado porcentaje de hombres de mediana edad es el riesgo percibido en la base de esta pirámide de necesidades.
Según la pirámide de necesidades concebida por Abraham Maslow, sin trabajo ni perspectivas de lograrlo, difícilmente un individuo podría sentirse reconocido y pensar más a largo plazo.
Fritangas burocráticas: el problema de cocinar las recetas sin empatía
Cuando la falta de perspectivas pasa del bache coyuntural a situaciones enquistadas, la precariedad se transmite entre generaciones, indica The Economist: en Estados Unidos, por ejemplo, en las familias con rentas medio-altas y altas el trabajo de uno o los dos padres sigue siendo la norma y, cuando uno de ellos no trabaja, lo hace por decisión propia.
En la base de la pirámide social, por el contrario, los niños perciben la falta de perspectivas en los padres. La situación económica global repercute, por tanto, en la percepción del mundo de un niño que habita en un hogar que padece la precariedad.
¿Qué puede hacerse al respecto? Gobiernos, instituciones, think tanks y partidos políticos de viejo y nuevo cuño tratan de aportar sus ideas, a menudo refritos impepinables que carecen del mínimo atisbo de realismo.
Otros ensayos y estudios, si bien menos populares que las recetas milagreras de determinadas formaciones que pescan en río revuelto, apuntan medidas en la dirección correcta a largo plazo, tomando un marco de análisis científico lo más alejado posible de la brega política de cada lugar.
Cómo hacer viable (y cotizado) el autoempleo
Más allá de quienes creen que la única manera de revertir la situación es inyectar dinero público sin ton ni son sin explicar de dónde procedería, quién lo financiaría, cómo se pagaría y cómo repercutiría sobre los indicadores de la deuda de cada país, las medidas a pie de calle para mejorar las perspectivas de los hombres menos formados empiezan por reconocer el problema y cuantificarlo.
A partir de aquí, existen medidas como incentivar el autoempleo con cuotas progresivas y sin penalizaciones, para que sea tan sencillo trabajar legalmente como hacerlo en la economía sumergida, con las ventajas añadidas de la cotización laboral, reconocidas en todo el mundo desarrollado y en la mayoría de países emergentes.
Parte de la solución, según The Economist, se encuentra en un cambio profundo en las actitudes y aptitudes de las personas en esta situación: del mismo modo que se la mujer se ha incorporado con éxito al sector laboral, mientras el hombre asumía un rol doméstico cada vez más activo y equitativo con sus parejas, el cambio de mentalidad debe producirse al orientar la propia carrera laboral.
Incentivos positivos para que sea mejor trabajar legalmente
“Los hombres deben entender que los trabajos manuales poco cualificados no volverán, y que pueden ser enfermeros y peluqueros sin perder su masculinidad”.
En países que gozan de una cultura de servicios asentada en el buen clima, la actitud amable ante la vida y la urbanidad, como en el Mediterráneo europeo, existen oportunidades en servicios alimentarios, gastronómicos o artesanales con un valor cada vez más reconocido.
Tampoco está de más entender que hay empleos con mejores perspectivas de futuro, tanto para nosotros como para la próxima generación.
El pequeño negocio propio, el autoempleo, la economía colaborativa o las actividades con alto valor añadido y raigambre cultural (gastronomía, artesanía), suponen un buen inicio, según The Economist y los estudios de organismos como la OCDE.
¿Algún lugar donde empezar? ¿Qué tal analizando los empleos, sectores e ideas que se apuntan para las próximas décadas?
Astucia, personalización, especialización
El futuro del trabajo, a menudo, dependerá menos de una empresa vitalicia y más de un modelo bajo demanda, nos guste o no. A menudo, este modelo proporcionará oportunidades bien retribuidas y con mayor libertad de horarios.
En países con reconocida historia gastronómica o artesanal, no está de más mirar en torno a uno, valorar lo que se hace y estudiar cuál es el mercado potencial y cómo llegar a él. Con herramientas como Ebay o Amazon, cualquier lugar es una tienda abierta al mundo.
También cabe preguntarse qué parte de la industria del futuro será local, especializada y personalizada, y cómo participar en ella en una posición de ventaja.