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Obesidad como nueva malnutrición: dieta global y sus riesgos

Por primera vez en la historia, la población mundial con sobrepeso u obesa supera a la malnutrida y, si bien el dato muestra avances en la lucha hambrunas endémicas, habla sobre todo del mayor reto sanitario de este siglo: cómo atajar el ensanchamiento de la cintura humana.

Pese a ligeros retrocesos en Estados Unidos (sobre todo entre niños), uno de sus epicentros, la factura global de la obesidad crece imparable, con profundas consecuencias económicas, médicas y sociales.

La opinión pública debe ponerse al día en varias cuestiones relacionadas con la obesidad (entendida como dolencia cuando se alcanza un índice de masa corporal de 30 o mayor): afecta cada vez más a países en desarrollo y su factura -estimada en 2 billones de dólares (trillón en países anglosajones)- supera ya a la ocasionada por el alcoholismo o los acontecimientos de clima extremo (nuevo estudio).

De un mundo desnutrido a un mundo rechoncho

El índice de masa corporal (BMI en sus siglas en inglés) se obtiene dividiendo peso -en kilogramos- por la estatura de un individuo al cuadrado -en metros-, que debe ajustarse a edad, sexo y constitución física -tejidos muscular y adiposo-.

Según la OMS:

  • peso normal: BMI entre 18,5 y 24,99;
  • sobrepeso: entre 25 y 29,99;
  • obesidad: 30 (hasta 34,99 obesidad leve; entre 35 y 39,99 obesidad media);
  • obesidad mórbida: 40 o más.

No se trata de una conspiración de empresas de nutrición, ni una cruzada de los entusiastas del ejercicio: las campañas de concienciación se han centrado en explicar que el sobrepeso y la obesidad incrementan el riesgo de padecer diabetes, enfermedades cardiovasculares y varios tipos de cáncer.

Una decisión individual -comer- que afecta al colectivo

La dieta de la mayoría de la población afecta a la población en su conjunto, que asume parte del sobrecoste médico y social a largo plazo, más allá del modelo sanitario de cada país afectado.

(Imagen: el astuto Minnesota Fats -interpretado por el orondo Jackie Gleason-, se enfrenta al billar a Eddie Felson, el joven talentoso interpretado por Paul Newman en The Hustler)

Una advertencia de los últimos estudios como el último publicado por Nature: si todo el mundo abusa de sal, azúcares y grasa como en los países ricos, las consecuencias son tan negativas como aventuran los catastrofistas, concluyen los investigadores David Tilman y Michael Clark y autores del mencionado estudio publicado en Nature sobre dieta global.

De ahí que la solución pase por comprender la ciencia de la comida adictiva y la responsabilidad individual, además de las medidas que suelen atraer la atención del debate: desigualdad, desiertos alimentarios, precio de los alimentos más saludables, etc.

¿Y si la obesidad fuera la nueva malnutrición?

Ya lo aventuraba Wired hace un par de años con un provocativo titular: la obesidad es algo así como “la nueva malnutrición”, el nuevo factor de riesgo que potencia el riesgo de la marginalidad.

La obesidad y el sobrepeso no son sólo problemas médicos, exponen varios estudios, sino que las implicaciones sociales son cuantificables: padecer obesidad implica peor salud, peor salario y/o trabajo y mayor riesgo de divorcio, entre otras consecuencias.

Pero la relación entre dietas hipercalóricas, sedentarismo, obesidad, enfermedades cardiovasculares y sus consecuencias psico-sociales siguen sin suscitar la misma alarma o interés que, por ejemplo, los efectos tan visibles y relacionados con relatos mitológicos como hambrunas y desabastecimientos, o el potencial mortífero de pandemias (enfermedades contagiosas de alcance numérico y geográfico extensos).

Saturación mediática de pandemias contagiosas, ausencia de sobrepeso y obesidad

Gripe aviar, gripe A y últimamente ébola ocupan durante semanas el interés público, para desvanecerse por un tiempo y volver con fuerza cuando existe un ínfimo potencial de contagio cercano a las grandes metrópolis.

Mientras tanto, la obesidad y el sobrepeso, dolencias presentes en todo el mundo y afectando, por ejemplo, a más gente en China (a 335 millones de personas) que la población estadounidense, son el equivalente sistémico en la salud mundial a los grandes bancos: dolencias grandes y complejas como para atajarlas a corto plazo que, además, carecen de la espectacularidad del efecto contagio.

La cintura se agranda en todo el mundo. El porcentaje de adultos con sobrepeso u obesos ha pasado del 29% en 1980 al 37% en 2013, según un estudio publicado en The Lancet en mayo de 2014.

La cintura del mundo

El estudio certifica que la masa corporal creció en todas las regiones del mundo, con las mayores expansiones en África, Oriente Medio y Oceanía (Nueva Zelanda y Australia, con su patrón de dieta occidental, parecen sumarse a la epidemia de obesidad de asedia la Polinesia).

En las islas del Pacífico y Kuwait (Oriente Medio), tres cuartos de los adultos padecen sobrepeso y más de la mitad son obesos y, pese a que el crecimiento se desacelera en los países ricos, ocurre lo contrario en los países emergentes, donde residen dos tercios de los 2.100 millones de adultos obesos y con sobrepeso.

Pese a que la lucha contra la obesidad se desacelera en Estados Unidos, Norteamérica sigue siendo el epicentro de la epidemia: México ya supera ligeramente a su vecino del norte. En ambos países más de tres cuartos de los adultos tienen sobrepeso y más de la mitad padece obesidad.

Consecuencias olvidadas del crecimiento chino: contaminación urbana y sobrepeso

Ni siquiera una tradición cultural erigida en la frugalidad es ajena a la tendencia: China no sólo es el país con más obesos (los mencionados 335 millones), sino que el porcentaje de personas afectadas por sobrepeso alcanza al 25% (en comparación con el 10% en 1980).

China, el país más poblado, el más exportador, el que más contamina y pronto la primera economía mundial, experimenta a la vez un fenómeno de desnutrición y sobrenutrición, explica The Economist.

(Imagen: obesidad como símbolo de estatus en la Europa del Renacimiento -en la imagen, retrato del general toscano Alessandro dal Borro)

El texto clásico de medicina china Huangdi Neijing, explicaba hace 2.000 años las causas de la obesidad, que describía como una enfermedad producida “por comer en demasía carne grasa y grano refinado”. Las consecuencias: un cuarto de la población adulta padece sobrepeso y obesidad (se calcula que estos últimos son 60 millones), mientras se calcula que alrededor de la mitad (175 millones) padece desnutrición.

Las causas coinciden con las identificadas en el resto de los países emergentes: el aumento del poder adquisitivo ha popularizado alimentos más grasos -carne roja, bollería, productos precocinados, etc.- y bebidas carbonatadas, presentes en el patrón de dieta occidental.

Más población urbana, mayor sedentarismo, dieta más grasa y precocinada

Las autoridades chinas están tan preocupadas por las consecuencias sanitarias de albergar el mayor número de personas con sobrepeso como por la rampante contaminación ambiental de sus ciudades.

De momento, el 11,6% de los adultos chinos es diabético, un porcentaje casi tan elevado como el estadounidense.

No sólo la dieta es la causante de la epidemia. La contaminación urbana, la progresiva urbanización y los horarios laborales maratonianos han favorecido el sedentarismo, mientras que el transporte público y los vehículos motorizados han reemplazado los desplazamientos a pie y en bicicletas. Se estima que apenas el 10% de los urbanitas chinos se ejercita regularmente.

Como consecuencias cuantificables, el gasto médico para tratar la diabetes ascendió a 25.000 millones de dólares en 2010, equivalente al 13% de la factura sanitaria total; de momento, el futuro no es halagüeño, ya el 6,9% de los niños padece obesidad, un porcentaje que dobla a los adultos.

Cuando la gordura goza de prestigio social

Otra potencia regional, en este caso de África, experimenta un fenómeno similar a una escala inferior. Sudáfrica (52 millones de personas), la segunda economía africana (sólo tras Nigeria, con 170 millones de habitantes), es el país con mayor obesidad y sobrepeso del continente.

Como ocurre en las islas del Pacífico, la percepción social del peso excesivo alienta el problema en Sudáfrica, donde padecer sobrepeso u obesidad no sólo carecen de estigma, sino que se emplean como muestra de estatus.

The Economist explica que, en la población, la buena vida es asociada con símbolos occidentales como la comida rápida, vehículos de alta gama y un estilo de vida urbano y sedentario, en contraposición al trabajo manual en las zonas rurales.

Los pobres quieren más dieta occidental… y los prósperos que desandan lo andado

Tradicionalmente, además, una mujer oronda, se asocia a salud y belleza, mientras delgadez denota enfermedad (el sida, controlado en el Magreb, azota especialmente el África subsahariana y alcanza sus cotas más elevadas al sur del continente, donde afecta a más del 15% de la población) y malnutrición (el 15% de los niños sudafricanos nace con bajo peso al nacer, o menos de 2.500 gramos -5 libras y 8 onzas).

Los expertos constatan la expansión de la paradoja en el resto de África y del mundo en desarrollo: mientras la malnutrición y la mortalidad infantiles siguen en cotas intolerables para el mundo desarrollado, se espera que la obesidad aumente de manera dramática en estos países a lo largo de las próximas 2 décadas, a la par que lo hacen la urbanización y el progreso económico.

Países influyentes del mundo en desarrollo, tales como Sudáfrica, identifican el sobrepeso con prosperidad y acercamiento a su imagen del mundo desarrollado…

…Y los países ricos se esfuerzan por afrontar el camino opuesto, a menudo tratando de aprender de dietas más equilibradas presentes en sociedades tradicionales, ajenas a la eclosión del consumo de carne, productos precocinados con sal y azúcar refinado, bebidas carbonatadas y todo tipo de tentempiés azucarados.

El elefante en la cacharrería

Mientras un puñado de casos de ébola en Europa y Norteamérica aterrorizan al mundo, la obesidad se convierte en el mal ubicuo e imparable con golpes de efecto, el elefante en la cacharrería de la salud mundial, con ramificaciones en todos los ámbitos de la experiencia humana.

La prensa y las redes sociales se vuelcan con facilidad en acontecimientos que ocurren con la narrativa de las historias -inicio, desarrollo, clímax, final-, apelando al miedo al contagio y el descontrol de tiempos pretéritos. La obesidad no funciona en el imaginario global como la plaga de Atenas, la peste negra o la gripe española.

No hay muertos por las calles, ni morgues saturadas, ni miedo al contagio, sino alimentos poco saludables y estilos de vida sedentarios que muestran sus devastadoras consecuencias difícilmente objetivables a lo largo de años.

Su falta de morbo y espectacularidad requiere una estrategia efectiva a largo plazo, como concluyen gobiernos regionales, estatales y supranacionales.

Persuadir causando choque emocional

A falta de reacciones emocionales que pudieran impulsar inversiones con efectos a largo plazo (Carol Hay explica la relación entre el disgusto y lo persuasivo), sólo la información basada en hechos y argumentos puede obrar un cambio que implica:

  • concienciación y educación en todas las edades, con especial hincapié en los grupos más vulnerables (infancia, sectores peor informados y con mayores dificultades);
  • transformaciones en industria agroalimentaria;
  • promoción de comportamientos sociales que hagan atractivo el autocontrol, en un entorno con saturación de mensajes que relacionan lo impulsivo -gratificación instantánea- con mensajes positivos;
  • recuperar mejores dietas, más variadas y equilibradas, tanto tradicionales -variadas y con presencia de productos fermentados, que requieren tiempo y atención más que dinero- como experimentales (dietas ancestrales o “paleodietas“, evitar carne o sustituirla por insectos, compuestos nutritivos, etc.);
  • promover estilos de vida activos que combatan comportamientos como el sedentarismo, el aislamiento social y otros factores que se han relacionado con la obesidad.
  • etc.

Sin alarma pública ni antídotos a corto plazo

Por un lado, la obesidad y el sobrepeso no suscitan la misma alarma en la opinión pública que dolencias que sí son contagiosas y, por tanto, adquieren el carácter de pandemia.

Por otro, las soluciones carecen de una cura-antídoto que frene total (vacuna) o parcialmente (antivirales) su avance, sino que la obesidad y el sobrepeso requieren cambios profundos en la dieta y el estilo de vida.

La información es inequívoca, pese al intento -basado en una actitud defensiva ante la impotencia individual de atajar la dolencia-, de equiparar medidas para atajar la obesidad con formas institucionalizadas de discriminación (tales como el racismo o la homofobia).

Empatía para evitar lo opuesto a lo que se busca

Introducir cambios relacionados con dieta y autocontrol es complejo y logra resultados a medio plazo, como demuestra el descenso en obesidad infantil en Estados Unidos (un 43% inferior en una década). 

Más que lentas, otras medidas más expeditivas simplemente no funcionan: un estudio británico concluye que indicar a alguien que tiene un problema de sobrepeso u obesidad produciría el efecto contrario al buscado, activando a menudo una actitud psicológica defensiva.

(Imagen: corpulencia como noción de atractivo físico en el Nueva York de finales del XIX -arriba, “Phat Boy” Babbage-)

Los tratamientos médicos basados en una praxis coherente -no ya el floreciente mercado de la nutrición, con más del 10% de los adultos estadounidenses en algún tipo de dieta-, explica The Economist, demuestran resultados tan mediocres y lentos como los derivados de cambios estructurales en la dieta y el estilo de vida.

No hay curas-milagro: riesgos de la cirugía

En zonas del mundo donde la obesidad ha pasado de testimonial a convertirse en el primer problema de salud, como los países más prósperos de Oriente Medio, proliferan soluciones médicas tan costosas como peligrosas para quienes prefieren afrontar una intervención quirúrgica a cambios radicales en la dieta y lo que definen como “estilo de vida relajado”.

Intervenciones como la cirugía bariátrica tratan de corregir apetito y masa corporal, sirviéndose de técnicas como el bypass gástrico.

The Economist explica que este tipo de cirugía es “una respuesta extrema a una condición que se puede prevenir en la mayoría de pacientes, sobre todo dado el perfil de sus pacientes en Oriente Medio: la mayoría son menores de 35 años, interesados en solucionar médicamente una dolencia con origen en la dieta (exceso de precocinados, grasas, azúcares y sal) y el estilo de vida.

La cirugía bariátrica también muestra su auge en países como Brasil (con más de 15.000 operaciones registradas sólo en el hospital de Santa Clara, Belo Horizonte), mientras las farmacéuticas estadounidenses invierten en medicamentos contra la obesidad, la mayoría de los cuales presenta riesgos para la salud, sobre todo cardiovasculares.

La obesidad, vista desde el cerebro y el estómago

¿Qué hacer cuando los resultados llegan tan tarde que no estimulan las acciones efectivas -prevención, dieta, estilo de vida-, las campañas informativas son a menudo percibidas por el afectado de la dolencia como un ataque discriminatorio y los tratamientos médicos están lejos de proporcionar el “antídoto contra el sobrepeso”?

La solución a la que apuntan cada vez más expertos combina sentido común -olvidadizo, requiere fuerza de voluntad- y avances científicos:

  • comprender mejor el papel de nuestro microbioma (del que la flora bacteriana forma parte) en el metabolismo;
  • explorar la intersección entre psicología y neurociencia para dilucidar métodos de control o inhibición del apetito, así como un conocimiento más profundo de la fuerza de voluntad (que, según la psicología y la neurociencia, actuaría como un músculo: mejora cuando se ejercita y se atrofia cuando no).

Estrategias para recoger frutos a largo plazo

Las soluciones son, en definitiva, tan esforzadas y tan a largo plazo como las relacionadas con cualquier apuesta estatal o regional a gran escala (se trate de la carrera espacial, la mejora del nivel educativo de la población, el aumento de la innovación, etc.): para aplicar planes que surtan efecto es necesario planificar a largo plazo, lo que resta interés político a la apuesta.

En un símil empresarial equivalente a la metáfora planteada por Clayton Christensen en su ensayo El dilema del innovador, las empresas que se estancan en innovación y se ocupan de maquillar resultados trimestrales ajustando costes (visión a corto plazo), descuidan los cambios necesarios a largo plazo. 

Ocurre algo similar con políticas que requieren la implicación de gobiernos a distintos niveles -desde los más próximos a los más alejados a la población-, empresas -productores, distribuidores, anunciantes-, instituciones que influyen en la educación -familias, escuelas, medios de comunicación, etc.-, y finalmente los propios individuos.

Es posible atajar el sobrepeso y la obesidad

Así, la concienciación y políticas para atajar la epidemia de obesidad y sobrepeso en Estados Unidos apenas empiezan a mostrar los primeros resultados esperanzadores, varios años después de su inicio:

  • la tasa de obesidad en adultos se estancó en 2011 y 2012 en todos los estados menos Arkansas;
  • y la tasa de obesidad en uno de los grupos de riesgo que más preocupan, los niños de familias pobres, bajó en 18 estados entre 2008 y 2011.

Habrá que esperar a los próximos años para confirmar la tendencia, pero The Economist explicaba en enero de 2014 que muchas empresas alimentarias informaron sobre los datos como una victoria a su política de reducción calórica en los alimentos desde 2007.

Lo que debería evitar Europa

Un informe del departamento de Agricultura estadounidense confirmaría la visión de las empresas, al mostrar que las familias estarían comiendo, de media, de manera más saludable que en años precedentes.

La lucha contra la obesidad, que debería convertirse en uno de los legados administración actual, artífice de campañas para fomentar el ejercicio físico y el consumo de vegetales, no es suficiente para transformar una tendencia cuya inercia se remonta a políticas agrarias y comerciales, así como cambios culturales que se remontan a décadas.

En 1980, ningún estado superaba el 15% de obesidad (índice de masa corporal de 30 o superior); en la actualidad, todos los estados superan la cota del 20% de ciudadanos con BMI superior a 30, y 13 estados superan el 30% de ciudadanos obesos; asimismo, la obesidad mórbida (superior a 40) ha aumentado en adultos y niños.

La epidemia desde dentro

La obesidad muestra mejor que cualquier otra dolencia la frontera entre quienes desarrollan una mentalidad que evita el sobrepeso y la obesidad -vida activa, ejercicio físico, capacidad para controlar el apetito, alimentación saludable-, y los más desfavorecidos, con familias que carecen de modelos sociales ni mentores que muestren los resultados de lo que a menudo son opciones de estilo de vida al alcance de cualquier bolsillo.

No se trata de comer alimentos orgánicos, sino de recordar la viabilidad de integrar una alimentación más variada en cualquier estilo de vida, rica en verduras y fuentes de hidratos de carbono y proteínas que no deben centrarse en la bollería industrial y la carne roja, como explican expertos y autores:

  • Michael Pollan estudia en sus ensayos el papel cultura gastronómica popular y calidad de los alimentos; cree que cualquier mejora deberá incluir alimentos más saludables;
  • Mark Bittman explora en sus programas, artículos y ensayos la comida saludable sin renunciar a la dieta occidental -en lugar de renunciar a la carne roja, por ejemplo, aboga por comer menos y aprender a controlar impulsos, tal y como demostrarían gastronomías populares como la francesa-;
  • Michael Moss se centra en el papel de la industria alimentaria en la epidemia de sobrepeso, al haber incrementado el uso y abuso en alimentos preparados de tres ingredientes: sal, azúcar y grasas (su ensayo sobre la materia lleva el título de Salt Sugar Fat).

Concienciación, estilo de vida, responsabilidad individual, normativa…

Otros autores exponen el rol de la comida rápida (Eric Schlosser) o posibles soluciones a la epidemia que pasarían por un mejor autocontrol, educación alimentaria, percepción sociocultural de la alimentación diaria, o papel de alimentos menos refinados o domesticados (temática explorada por Jo Robinson en Eating on the Wild Side, fermentados (en Wild Fermentation, Sandor Katz afronta la temática), etc.

La solución a la epidemia del sobrepeso y la obesidad deberá llegar a largo plazo e implica tantos factores que, de llegar la solución, será difícil establecer qué grado de influencia habrán ejercido:

  • la concienciación, desde las campañas públicas a la responsabilidad individual;
  • los cambios en el estilo de vida (más tiempo para cocinar y comer, más deporte y recados caminando o en bicicleta en lugar de recurrir al coche, etc.);
  • el uso más responsable de azúcares, sal y grasa en la industria alimentaria;
  • la normativa -desde autoridades reguladoras a medios de comunicación y organizaciones que vigilen la actuación de grupos de presión-;
  • etc.

Sea como fuere, los mejores reportajes y ensayos sobre alimentación de los últimos años aventuran que la solución deberá pasar por redefinir el significado de saber comer.

La respuesta deberá ser granulada, poliédrica, adaptable a climas, culturas gastronómicas, poder adquisitivo y otros tantos condicionantes. 

Tragedia de los comunes

El estudio publicado en Nature sobre el riesgo de dietas globales poco equilibradas aporta pistas sobre qué acciones a gran escala tendrían el mayor impacto con la menor inversión.

Los autores proponen sustituir la pesca de arrastre por métodos tradicionales que promuevan la regeneración de los caladeros a punto de extinguirse debido al fenómeno descrito por Garrett Hardin en 1968 como tragedia de los comunes

Asimismo, arguyen, pequeños cambios en la dieta pueden tener impactos cruciales. Dietas con proteínas de origen total o parcialmente vegetal y versiones responsables que incluyen pescado y carne (como el pescatarianismo o la dieta mediterránea), reducen entre un 16% y un 41% el riesgo de diabetes tipo 2 y el cáncer entre un 7% u un 13%, mientras 20 raciones de verdura se producen con menos energía que una ración de carne roja.

“Nuestro análisis demuestra -concluyen- que existen soluciones plausibles al trilema dieta-entorno-salud, dietas ya usadas ampliamente, beneficiarían la salud pública y del medio ambiente”, concluyen.

De los platos apicios a la alimentación actual

Desde los primeros tratados gastronómicos, como los platos apicios de la cocina romana, los libros renacentistas sobre la materia, la compilación de comida azteca a cargo de Bernardino de Sahagún y tantas otras obras, la gastronomía siempre se ha referido a preparar una buena comida con lo que haya al alcance, sea un mendrugo de pan o los mejores manjares.

Del mismo modo, la ética filosófica se ha referido a las ventajas de la moderación a lo largo de la historia, así como la interrelación de todos los procesos humanos, desde los fisiológicos a los más elevados e intelectuales (areté griega, pirámide de las necesidades del psicólogo humanista Abraham Maslow, etc.). 

Hay promesas en los campos que relacionan neurociencia y psicología con la alimentación, al fin y al cabo la actividad fisiológica que garantiza el funcionamiento de sistema nervioso y cerebro, así como en el estudio de la flora bacteriana y el resto de organismos que contribuyen a que cada ser humano sea más un ecosistema andante que un único ser.

¿Libre albedrío?

Finalmente, también se explora el futuro de la alimentación a una escala deconstruida: nutrientes entendidos como bloques de moléculas que, en cantidades acertadas o adaptadas a cada ser humano, garantizaría una alimentación adecuada, barata y de bajo impacto ambiental.

Cualquier ecuación para reducir los efectos del sobrepeso y la obesidad en el mundo, incluirá el sentido común y la responsabilidad individual entre sus factores.