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Procrastinación buena = menos recados, más cosas importantes

Pocos hábitos alcanzan un estatus de tabú (equiparable a los comportamientos viscerales regulados por la amígdala, o núcleo primitivo de nuestro cerebro) tan claro como el fenómeno de la procrastinación, o postergar obligaciones sustituyéndolas por actividades más agradables.

¿Necesidad de estudiar, de empezar un extenso libro, de aprender un idioma, de avanzar en un proyecto en apariencia inabarcable, o de realizar esa tarea tan incómoda que no podemos eludir? Cualquiera asocia la obligación con incomodidad, esfuerzo o incluso dolor. En estas situaciones, la psicología moderna describe dos tipos de comportamiento:

  • el de quienes por norma general superan la incomodidad del primer momento y, a menudo después de una posposición moderada, logran motivarse para afrontar la acción incómoda u obligatoria;
  • y quienes son incapaces de superar con naturalidad los momentos de incertidumbre y combaten la presión de la tarea obligatoria sustituyéndola por actividades que requieren menos esfuerzo y ofrecen una recompensa instantánea.

Los hábitos muy humanos de aprender… y posponer obligaciones

La procrastinación es un fenómeno tan humano como el afán de aprendizaje. Llevado al extremo, no obstante, el hábito de postergar actividades es un trastorno del comportamiento relacionado con la ansiedad, el estrés y, en casos extremos, la depresión o la hiperactividad (trastorno por déficit de atención, TDAH).

¿Por qué es tan difícil superar cada día o instante que se afronta una obligación incómoda los primeros instantes de incertidumbre? La psicología positiva lo ha llamado “adaptación hedónica“, o búsqueda adictiva por la recompensa instantánea que, incapaz de saciar, decepciona y obliga a la persona a repetir la búsqueda.

(Imagen: Poorlydrawnlines)

El investigador y ensayista de la Universidad de Virginia Matthew Crawford se refiere en su último ensayo, The World Beyond Your Head, a la posposición como el equivalente mental de la obesidad.

Conocerse a uno mismo y equilibrio entre obligaciones y placer

Su antídoto no viene en forma de curación de hechicería new-age, ni como píldora de la familia de los medicamentos que modulan el estado de ánimo, sino que la búsqueda sensata aproxima a quienes profundizan en la solución a posponer cosas sistemáticamente a la filosofía (al fin y al cabo, fuente de inspiración de la psicología humanista):

  • el esfuerzo y la fuerza de voluntad se comportarían como un músculo, atrofiándose con el desuso y tonificándose cuando se ejercita: no hay mejor forma de hacer una tarea desagradable que empezar a acometerla; exploran esta vertiente de la conducta humana John Tierney y Roy F. Baumeister en el ensayo Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength.
  • en Ética a Nicómaco, Aristóteles relaciona el ideal griego de bienestar, racional y mesurado (tal y como sugería el oráculo de Delfos con dos de sus legendarias inscripciones, “gnóthi seautón” -conócete a ti mismo- y “meden agan” -nada en demasía-), con la actividad o acción individual: hay que salir a buscar la actividad, proyectarse en la realidad para así no recrearse en la postergación, la apatía y su potencial autodestructivo.

Trabajar por vocación… o trabajar para que otros vean que trabajamos

El fenómeno de la posposición explicaría por qué es mucho más fácil planear e imaginar que trabajar a partir de lo concebido, o por qué quienes carecen del hábito de marcarse objetivos periódicos divididos en etapas cuya culminación permite avanzar con regularidad se topan de bruces con la “falta de realismo” de su/s plan/es maestro/s.

En los últimos años, y coincidiendo con nuestra inmersión en la era de la ubicuidad de ocio e información digitales, proliferan ensayos e incluso aplicaciones para ordenador, teléfono y navegador de Internet para combatir la posposición, sirviéndose de un gestor racional de tiempo… con el que corremos el riesgo de confundir el arduo proceso de crear algo con una actividad distinta, consistente en justificar ante un sistema de evaluación que estamos aprovechando el tiempo.

No es lo mismo sumergirnos en la tarea que retrasamos que acotarla y analizarla para que otros la puedan contabilizar. Esta diferencia explica los problemas de estrategia de Microsoft en los últimos años, cuando su sistema de evaluación interna acabó forjando una cultura de trabajo en la que los más brillantes se esforzaban por obtener buenas puntuaciones en el evaluador que en hacer su propio trabajo (reportaje de Vanity Fair).

Procrastinar: terreno abonado para eufemismos y espejismos

Ocurre lo mismo en el ámbito individual: es más fácil y directo -aunque arduo al principio, tal y como demostrarían los mencionados fenómenos psicológicos cuyos síntomas todos reconocemos- avanzar en una obligación afrontando la incomodidad inicial -con el menor número posible de preámbulos- que obsesionarse con un análisis pretendidamente racional de nuestra manera de gestionar el tiempo.

O, en palabras de Stephen King: “La mayor debilidad del erudito: llamar investigación a lo que es dilación”. 

La dimensión y extensión del fenómeno de postergar obligaciones a favor de pequeños tentempiés cognitivos (con el remarcable ascenso de redes sociales, juegos en el teléfono y otros comportamientos observables en cualquier lugar y cultura) explica el interés que estudios y reportajes sobre la materia suscitan.

Las familias y autoridades académicas y políticas de lugares privilegiados que destacan por su competitividad académica (como Palo Alto, en pleno corazón de Silicon Valley), debaten acerca de la posible correlación entre el aumento de suicidios adolescentes en los últimos años y la salud mental en entornos hipercompetitivos.

“Doom loop” de la posposición y salud mental

Sea como fuere, la gestión de obligaciones en un contexto que ha multiplicado los estímulos cognitivos para atraer nuestra finita atención puede conducir a fenómenos tan difíciles de detectar y acotar como cualquier otro trastorno del comportamiento. 

Frank Bruni escribe en The New York Times sobre el aumento de suicidios adolescentes en el entorno privilegiado y competitivo de Palo Alto, California, mientras otros (por ejemplo, Derek Thompson en un artículo para The Atlantic de agosto de 2014) argumentan la importancia de mantener controlados los niveles de procrastinación para que las tareas pospuestas no condicionen el estado de ánimo y, por tanto, nuestra propia visión del mundo y la existencia.

Si combatir el bucle destructivo de la procrastinación (“procrastination doom loop“, en palabras de Derek Thompson) está más relacionado con la vertiente filosófica de la psicología que con la psiquiátrica y clínica, ¿cómo asegurarse de que el mensaje llega quienes padecen mayor ansiedad?

Saber perder el tiempo

La clave para regular la procrastinación consistiría primero en asumir su existencia como un fenómeno que nos afecta a todos. Cumplir con todas las obligaciones estipuladas en un listado o una aplicación para gestionar nuestro tiempo no equivale a ser más efectivo, sobre todo cuando se trata de labores intelectuales con un alto nivel de abstracción.

Parafraseando a los filósofos que le precedieron y citando al propio oráculo de Delfos, Sócrates recordaba que la manera más efectiva de profundizar en el conocimiento humano consistía en analizarse a uno mismo, pues sabiendo las fortalezas y debilidades de la propia conciencia, y comparándolas con la observación de otras personas, es posible saber más de nosotros mismos.

Una vez admitido como comportamiento humano al cual tendemos debido a la sensación de esfuerzo que afronta cualquiera ante una actividad o situación que requiere esfuerzo y no aporta réditos instantáneos, cabe recordar, explica John Tierney (coautor del mencionado ensayo Willpower) en The New York Times, qué menos que afrontar el fenómeno de la posposición con más realismo que dramatismo: habrá momentos más y menos creativos, más y menos productivos.

El estudiante que analizó su propia procrastinación

De hecho, investigadores multidisciplinares, expone Tierney, han detectado una modalidad “positiva” (o, a lo sumo, no dañina) de posponer tareas. 

John Perry, investigador del fenómeno desde la Universidad de Stanford, se interesó por la temática al analizar su propio comportamiento durante su etapa de estudiante de doctorado: en 1995, cuando a menudo apartaba los trabajos académicos, no lo hacía por mera apatía abúlica, ni como incapacidad para afrontar tareas que, como el estudio, otorgan la gratificación a largo plazo (gratificación aplazada).

(Imagen: Chibird)

Perry explica cómo en esos momentos se dedicaba a afilar lápices, trabajar en el jardín o jugar al ping pong. 

Los procrastinadores no obsesivos, descubrió entonces, casi nunca aplazaban una tarea a cambio de no hacer nada o por algún achaque próximo a lo adictivo u obsesivo compulsivo: ¿y si existiera -pensó entonces- una forma “productiva” de perder el tiempo, siempre y cuando fuera contrarrestada con una vuelta energética a la tarea aplazada, que se vería enriquecida con el fenómeno?

El arte de la procrastinación (positiva)

Esta idea le llevó a indagar en un fenómeno que culminó en 2012 con la publicación de un ensayo cuyo provocativo título ofrece pistas de su contenido: The Art of Procrastination: A Guide to Effective Dawdling, Lollygagging and Postponing.

La teoría de la “procrastinación estructurada” de John Perry argumenta que, para triunfar en cualquier actividad gracias al trabajo duro (y, por tanto, a la gestión efectiva de fenómenos que entorpecerían cualquier progreso a largo plazo, como la posposición), se pueden establecer estrategias como evitar alguna obligación importante haciendo algo todavía más importante.

O, puesto de otro modo: la mejor poesía del joven T.S. Eliot, así como las etapas más productivas de Albert Einstein o Franz Kafka (este último murió joven), se caracterizaron por jornadas en las que los “trabajadores” mencionados (Eliot como banquero en la City londinense y posteriormente como ejecutivo de una editorial, Einstein en una oficina de patentes, Kafka como perito de seguros), desconectarían de su trabajo “serio” con ejemplos sin parangón de procrastinación productiva o “estructurada”:

  • en el caso de T.S. Eliot el libro poético The Waste Land, inicio y a la vez cumbre de la poesía moderna;
  • entre 1903 y 1905, Einstein publicaría tres documentos científicos que transformarían la física: sobre movimiento browniano (demostración de la teoría atómica); la teoría cuántica; y la teoría de la relatividad especial;
  • la experiencia como perito de seguros contribuyó a la creación de los mejores pasajes literarios del asfixiante ambiente fatalista y burocrático que conocemos como “kafkiano”, desde el agrimensor de El castillo al ciudadano detenido sin explicación en la inacabada El proceso

En busca de una “procrastinación estructurada”: posponer una tarea con otra más importante

Si algunos de los mencionados trabajos surgieron de momentos de divagación y titubeo mental próximo a lo que John Perry llamaría “procrastinación estructurada“, ello probaría que hay individuos capaces no sólo de convivir y regular la relación entre sus impulsos y las tareas realizadas, sino de convertir la tendencia humana a dejar las cosas arduas para otro momento en ventaja para alumbrar sus auténticos momentos más productivos a la larga.

El propio John Perry no procede de la psicología o la psiquiatría, sino que su labor como profesor en Stanford, así como la mayor parte de sus publicaciones académicas y obra ensayística, se centran en la filosofía: lógica, filosofía del lenguaje y filosofía de la mente. En otras palabras: estudio de la introspección humana, o conocimiento interior. De nuevo, el “conócete a ti mismo” délfico y socrático.

¿Existe algún truco para contrarrestar la tendencia personal a procrastinar? John Perry: “El secreto de mi increíble energía y eficiencia a la hora de cumplir con tareas es simplemente uno (…): cualquiera puede realizar cualquier cantidad de trabajo, siempre i cuando no sea el trabajo que debería estar haciendo en ese momento”.

Este iba a ser mi artículo del martes

Si bien la máxima del filósofo emérito de Stanford carece, al menos tras un primer análisis, la universalidad a la que debería aspirar cualquier comentario incisivo que aspire a ser hipótesis científica, ésta proporciona pistas sobre la manera de relativizar los riesgos de la posposición: afrontar el trabajo con interés real, dividirlo en tareas asumibles que muestren progreso… y trabajar en cosas que se acerquen lo máximo posible a nuestra vocación.

El divertido y certero artículo de John Tierney sobre procrastinación está escrito en clave de divertida escusa: “Esta iba a ser mi columna del día de Año Nuevo”… hasta que la idea de escribir sobre un tipo “positivo” de posposición de tareas cambió la orientación del texto.

Pero el periodista y coautor de Willpower, John Tierney, así como el profesor de filosofía de Stanford y experto en procrastinación John Perry -que Tierney menciona en su artículo para The New York Times– no son los únicos en matizar la naturaleza y consecuencias de la postergación.

Los “terribles procrastinadores” más productivos

Ya en 2005, justo en el momento previo al surgimiento de las grandes redes sociales y a la proliferación de las redes móviles de alta velocidad, combinadas con el uso generalizado de teléfonos inteligentes, el programador e inversor de capital riesgo Paul Graham, hablaba en su sitio web de “procrastinación buena y mala“.

Paul Graham explica su punto de vista sobre el fenómeno de la posposición a partir de su experiencia y observación personales: “La gente más extraordinaria que conozco son todos terribles procrastinadores. ¿Podría ser que la procrastinación no es siempre mala?”

En efecto, y como ocurre con John Tierney y John Perry, Paul Graham no elude que la posposición sea un problema y, en casos extremos, un trastorno del comportamiento con efectos secundarios como la depresión o la hiperactividad. Graham simplemente constata que el fenómeno, por su naturaleza impulsiva y arraigo en el comportamiento humano, es “imposible de curar”. 

Al menos en términos estrictos.

Saber posponer una tarea

Según el programador e inversor, existen 3 tipos de posposición de tareas, en función de lo que uno hace en lugar de cumplir con la obligación. Uno podría trabajar, como alternativa a lo acuciante:

  • en nada;
  • en algo menos importante;
  • o en algo más importante.

Como John Perry, Paul Graham simplemente haya el modo de convertir en ventaja competitiva un problema potencial. Para ello, claro, es necesario contar con la determinación y vocación para encontrar esa tarea que sea más importante que el trabajo pospuesto. 

Graham aclara a continuación que la gente más brillante que conoce pertenece al tercer tipo de procrastinador. Personas centradas en tareas que en ocasiones se alejan del día a día pero, sin embargo, avanzan en la vocación o propósito vital de la persona.

Un ejemplo: las personas que se comportan como profesores ausentes, brillantes y algo excéntricos, que a menudo olvidan afeitarse, o comer, o incluso por dónde van, “mientras piensan en alguna cuestión interesante”. Sus mentes parecen ausentes del mundo cotidiano “porque trabajan duro en otro [mundo]”.

El profesor que mataba el tiempo escribiendo una buena novela

Otro producto de la procrastinación, o de una afición de fin de semana si se prefiere, es El nombre de la rosa, la novela de Umberto Eco, escrita a trancas y barrancas debido al intrincado horario académico del profesor de semiótica Umberto Eco.

Paul Graham cree que los procrastinadores que eluden obligaciones para trabajar en algo más importante simplemente tienen un instinto para priorizar en sus vidas. “Hay toda una categoría de tareas que uno puede eludir: afeitarse, hacer la colada, limpiar, escribir notas de agradecimiento… cualquier cosa que pueda denominarse recado”.

“La buena procrastinación es evitar recados para trabajar de verdad”, expone, Graham. En otras palabras: la posposición más productiva consistiría en eludir las tareas que nos mantienen ocupados (que demuestran a nuestro entorno que estamos ocupados) para concentrarse en auténticas tareas de calado, a menudo vocaciones que se extienden meses, años o toda una vida.

Por qué es difícil el trabajo vocacional: requiere tiempo y concentración

El escritor, el pianista, el maquetista, el aficionado a la jardinería, el inventor de garaje, el científico loco, el emprendedor apasionado, el artesano, el escultor…

Quienes optan por posponer pequeñas tareas a favor de una vocación, comprenden asimismo el valor del trabajo perseverante con réditos a largo plazo, en contraposición con la recompensa a corto de cualquier actividad que apele a la gratificación instantánea (consultar el correo o las redes sociales en lugar de divagar en busca de ideas, por ejemplo).

(Imagen: Lauren Purje)

Paul Graham expone por qué su observación es consistente entre su grupo de amigos “procrastinadores”: la razón por la cuál éstos evitan pequeños recados que tienden a interrumpir y compartimentar el tiempo en pequeños momentos es que, en palabras de Graham, “el mundo real necesita dos cosas de que carecen los pequeños recados”:

Infinidad de trabajos y vocaciones requieren concentración y, para lograrla, es necesario adentrarse con cierto esfuerzo y dedicación en un estado al que se llega en cierto tiempo, más sencillo de perder -por ejemplo, con interrupciones constantes- que de recuperar.

La disciplina castrense no garantiza lo mejor para nuestra vocación

La psicología llama a este estado de concentración “experiencia de flujo“, en la que perdemos la noción del tiempo y se produce un desapego entre la mente y las necesidades fisiológicas, que entran en letargo mientras dura la tarea.

Más que las musas o la rigidez castrense, la psicología positiva cree que es la capacidad del individuo para abstraerse de un entorno que trata de distraerle la que origina las vocaciones más consistentes.

Paul Graham, John Tierney y John Perry, entre otros, nos recuerdan que las tareas más productivas y con más resonancia a largo plazo no son siempre correlativas a nuestra capacidad para elaborar listas de tareas que acto seguido nos ocupamos de tachar: realizar pequeños recados de manera efectiva y expeditiva puede ser un buen modo de emplear el tiempo… siempre que estas tareas no eviten que el mismo individuo emplee su capacidad de introspección para hacer realidad una tarea vocacional con tanto o mayor potencial.

Algunas preguntas indiscretas

Nadie recordará a T.S. Eliot por su -excelente- profesionalidad en el mundo de las finanzas a principios del siglo XX. Ni siquiera será recordado a la larga por su buen ojo editorial, sino por su poesía, ese “pasatiempo” vocacional que dejaba para el tiempo libre. Sus amigos han reiterado que Eliot nunca escribía poesía en el trabajo. 

Al menos, el poeta evitó que la complacencia del relativo bienestar material y las minucias de la vida cotidiana le restaran tiempo para escribir lo que muchos catalogan como la poesía más importante del siglo XX.

Paul Graham cita al matemático y científico computacional Richard Hamming, en cuyo ensayo You and Your Research sugiere que cada uno debería preguntarse tres cuestiones para afrontar su trabajo cotidiano y, sobre todo, su carrera vocacional:

  • ¿Cuáles son los problemas más importantes en tu campo?
  • ¿Estás trabajando en alguno de ellos?
  • ¿Por qué no?

Alonso Quijano

No todo el mundo debería dedicarse, como el mejor Alonso Quijano, a salvar el mundo. Pero “sean cuales sean tus capacidades -escribía Graham en 2005-, hay proyectos que las ensanchan”.

Así que el ejercicio de Hamming podría generalizarse en una única pregunta: ¿Cuál es la mejor cosa en la que podrías trabajar, y por qué no lo estás haciendo ya?

Graham recuerda que, tanto en situaciones en que somos conducidos a tareas pequeñas y repetitivas más que a grandes cuestiones, como en entornos en que se nos da vía libra para elegir las tareas a emprender, el ser humano tiende a centrarse en pequeños problemas con una recompensa próxima y con potencial de repercusión social, dejando a un lado grandes problemas o cuestiones.

“Si la recompensa parece alejada indefinidamente en el futuro, parece menos real”. Los grandes problemas tienen el potencial de hacer perder el tiempo, aterrorizan a cualquiera y, sobre todo, pueden agudizar el carácter quijotesco o randiano -en función del nivel de testosterona- de cualquiera.

Saber medir la utilidad a largo plazo de las cosas

Paul Graham cree que el modo de resolver la procrastinación es evitar que las listas de tareas decidan por nosotros a la larga, y dejar que la propia vocación se manifieste y nos anime a explorar ese territorio desconocido y terrorífico llamado incertidumbre.

Los precursores del existencialismo, Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche, creyeron que la manera de evitar el nihilismo o abismo existencial consistía en reconectarse con la auténtica naturaleza de uno mismo, a través de una vocación.

Esta idea es consistente con las filosofías de vida de la Antigüedad. El estoico Séneca sentenció que la única manera de apreciar la existencia que merece la pena emprender es la vida examinada, que requiere el esfuerzo racional y vocacional.

Benjamin Franklin, polímata ilustrado, elaboró a los 20 años una lista de 13 virtudes que guiaran el resto de su vida. La sexta virtud:

“Diligencia: No pierdas tiempo, ocúpate siempre de algo útil, y corta todas las acciones innecesarias”.