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[Re]Aprendiendo: gratificación aplazada y fuerza de voluntad

Durante décadas, los psicólogos creían que la inteligencia en bruto era la variable más importante para predecir el éxito en la vida y la felicidad de un individuo, hasta que los estudios sobre gratificación aplazada han demostrado que el autocontrol y tener una filosofía de vida son tanto o más cruciales.

Filosofías de vida y religiones han tratado de dar respuesta a la pregunta humana sobre cómo alcanzar la felicidad y plenitud

Las religiones abrahámicas se centraron en discursos, más o menos literales, acerca de seguir los preceptos de la divinidad, fueran cuales fueran.

Los filósofos griegos y latinos actuaron, en cambio, de un modo más acorde con lo que el franciscano Roger Bacon identificó en la alta Edad Media como “método empírico”, base de las ideas más profundas del Renacimiento y la Ilustración.

El camino medio y la psicología social contemporánea

Para Sócrates, el bienestar más duradero se lograba con el cultivo intelectual del individuo, y Aristóteles coincidía con Buda Gautama y Lao-Tsé en que se alcanzaba la felicidad a través del eudemonismo: cultivando el uso de la razón, la virtud y la vida de acuerdo con la naturaleza (el “tao” para Lao-Tsé, o el “camino medio” budista).

Al abrigo de las filosofías de vida surgidas del eudemonismo de Aristóteles, se libró por primera vez una de las batallas dialéctica más importantes, que todavía no ha sido resuelta y sigue presente, polémica y contradictoria, en el individuo y la sociedad:

  • dejarse a los placeres sencillos como los epicúreos (materialismo, hedonismo, narcisismo, consumo por impulso, culto de lo superficial);
  • o cultivar la virtud a través de la observación objetiva y razonable y la vida acorde con la naturaleza, como los estoicos (moderación, término medio, aprender a retrasar las gratificaciones, planear a largo plazo, cultivo interior).

La batalla de todos los tiempos sigue vigente

Epicúreos contra estoicos, consumo contra frugalidad, materialismo contra cultivo de la modestia. La batalla entre frugalidad y consumo, como sabemos, tiene más presencia y sentido en nuestras vidas que en décadas anteriores, en momentos de incertidumbre económica para muchas personas, familias y países enteros.

Umair Haque ha llamado al momento actual la burbuja de la opulencia: al fin y al cabo, la lucha dialéctica entre la cultura epicúrea y la estoica se refiere a las consecuencias de sacrificar el interés a largo plazo por las recompensas más a corto plazo.

Porque disfrutar despreocupadamente y tanto como queremos del consumo despreocupado genera una factura que luego, si uno quiere que le sigan fiando en el futuro, tiene que pagar. Y, también aprendemos en estos tiempos, cuando uno es mal pagador, suben los intereses.

Las consecuencias de la cultura de la gratificación instantánea

Independientemente de las pequeñas injusticias cotidianas a las que asistimos, acerca de las que los estoicos dirían que no deberían bloquear nuestro camino, no sea que nos impidan ver lo que realmente ocurre, asistimos a las consecuencias de una cultura generalizada que se basó, hasta que pudo, en facilitar recompensas a corto plazo.

El hedonismo parecía haber ganado la batalla, imponiéndose a la cultura de tener valores, ser razonable, tener en mente el eudemonismo de Aristóteles, el estoicismo de Séneca o el pensamiento zen o del tao de las doctrinas orientales, tan parecidas en esencia al eudemonismo.

Nos gustaba ver It’s a Wonderful Life (Qué bello es vivir) al menos una vez al año, preferiblemente en Navidad, pero se imponía el hedonismo inconsciente en la realidad. Mientras duró.

Al final, “It’s a Wonderful Life” se enseñará en las escuelas de negocio

Esfumada la vida a crédito, las cosas han cambiado tanto y tan rápido que las escuelas de negocio tendrán que incluir el enlace a YouTube con las escenas más memorables de Qué bello es vivir, no sea que las nuevas hornadas de individuos Alfa se vuelvan a decantar, sin siquiera saberlo ni haberlo reflexionado, por el epicureísmo más superficial.

No es casual que la psicología positiva moderna haya tomado del estoicismo el concepto de realizar “ejercicios espirituales” para lograr el cultivo interior y, a través de éste, el bienestar.

Las terapias cognitivo-conductuales (CBT en sus siglas en inglés), un nombre técnico acorde con la sofisticación de la psicología contemporánea, no son más que ejercicios practicados por las clases urbanas de la Grecia y Roma clásicas en las escuelas de filosofía, donde se enseñaba, entre otras maneras, a “cómo vivir”, a través de las filosofías de vida.

Cuando la psicología positiva más avanzada es puro estoicismo

La deuda de la psicología positiva con el estoicismo es diseccionada, entre otros, por Donald Robertson en un ensayo cuyo título deja claro de dónde manan las terapias CBT: The Philosophy of Cognitive Behavioural Therapy (CBT): Stoic Philosophy as Rational and Cognitive Psychotherapy.

Hay que agradecer al autor su honestidad para atribuir el invento a quien corresponde, a diferencia la masa de libros de auto-ayuda que copian ideas similares sin citarlas ni atribuirlas. A lo sumo, algunos autores de este tipo de libros citan a otros autores similares: o bien desconocen la auténtica fuente, o no tenían tiempo para investigar más.

Trágicamente, el cristianismo tomó lo menos polémico de la idea y se deshizo de su fortaleza fundamental. Desgraciadamente, enseñar a vivir se convirtió en monopolio de las Iglesias.

Llegaron los productos, no la filosofía de vida para sobrevivirlos

Todavía más trágicamente, los esfuerzos del Renacimiento y la Ilustración por desenterrar la poderosa idea de cultivar una filosofía de vida, a la manera del eudemonismo, el estoicismo, etc., no llegaron con la misma fuerza a las clases medias de surgidas de la Revolución Industrial como los bienes de consumo, los necesarios y los superfluos.

Edward Bernays y el marketing moderno se aseguraron, tras la II Guerra Mundial, de ingeniar mecanismos de promoción tan irresistibles que siguen vigentes.

Todavía estamos desentrañando las consecuencias del secularismo mal entendido, que niega las “filosofías de vida” por ser, a ojos del hedonismo imperante, una meta-religión. Algo que requiere esfuerzo, introspección, autocrítica, fuerza de voluntad, gratitud, cultivo a fuego lento en lugar de pelotazo. Y eso cuesta mucho.

La principal consecuencia del triunfo del hedonismo inconsciente, por encima de filosofías de vida según los clásicos definían este concepto (un método para vivir de acuerdo con sólidos principios cultivados en la vida diaria, el “arte de vivir” del que hablaba el estoico Epicteto), es la expansión de una cultura cotidiana más impulsiva, que sacrifica, sin siquiera planteárselo, sus propios intereses a largo plazo.

El momento de la reflexividad y las filosofías de vida consecuentes

Las investigaciones realizadas en las últimas décadas sobre la expansión de comportamientos impulsivos muestran no sólo que la cultura de la gratificación instantánea se ha generalizado, sino también ofrece una pista a quienes mejorar reflexivamente su existencia, y educar a sus hijos de acuerdo con una filosofía de vida: los individuos (¿también las empresas y organismos?) capaces de aplazar las gratificaciones (esperar para obtener algo), tienen más éxito objetivo en la vida que quienes son más impulsivos.

El psicología y sociología, la gratificación aplazada es definida como la habilidad de una persona para esperar con el fin de lograr los resultados deseados. Se trata de un atributo intelectual racional, relacionado con el control de los impulsos, la fuerza de voluntad, el autocontrol.

En economía, se habla de “preferencia temporal baja”: las empresas que, como descubrió Steve Jobs, dejan de obsesionarse por los resultados trimestrales y tratan de alcanzar lo que creen que es su excelencia de acuerdo con un plan a largo plazo, son capaces de solucionar el que se ha llamado “dilema del innovador” (¿cuánta innovación y cuánta atención a los resultados trimestrales?).

Redescubriendo la fuerza de voluntad en la era del impulso irreflexivo

Daniel Goleman identifica la fuerza de voluntad (o la capacidad para diferir o aplazar las gratificaciones de manera racional y consistente) como uno de los rasgos básicos de lo que famosamente llamó “inteligencia emocional”.

El psicólogo social de la Universidad de Florida Roy F. Baumeister y el periodista científico de The New York Times, John Tierney, exponen en el ensayo Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength por qué el autocontrol es la cualidad humana más infravalorada.

El libro se basa en las investigaciones sobre el papel de la fuerza de voluntad en el ser humano del propio Baumeister, cuyo artículo científico sobre la materia se ha convertido desde entonces en uno de los más citados en las ciencias sociales.

Baumeister demuestra en sus investigaciones, expuestas de nuevo en el ensayo escrito con Tierney, que la fuerza de voluntad opera como un músculo: puede ser fortalecida con la práctica, puede fatigarse con el uso excesivo, o atrofiarse con la falta de uso.

La fuerza de voluntad es un músculo que come y duerme

La fuerza de voluntad, asimismo, no es un ente etéreo desgajado de la realidad física del individuo: se alimenta de glucosa (principal nutriente del órgano que requiere más energía para operar, el cerebro), y puede ser reforzado reponiendo debidamente el almacén de combustible del cerebro.

Por este motivo, explican Baumeister y Tierney, quien quiera reforzar su fuerza de voluntad y autocontrol deberá prestar atención a lo que come y duerme. Por este motivo, quienes confunden frugalidad con dieta constante y se obsesionan con lo que comen, además de no descansar ni mantener horarios consistentes, tienen serias dificultades para resistir a la tentación.

Según la investigación del profesor Roy F. Baumeister, dedicamos una media de cuatro horas al día resistiendo tentadores atajos a placeres impulsivos. Quienes se han dedicado conscientemente a cultivar su fuerza de voluntad, explican el investigador y el periodista en su ensayo Willpower, han florecido en sus carreras y vida personal.

Los músculos se ejercitan: mejor fuerte que agotado o atrofiado

Afortunadamente, dicen los autores, es posible cultivar la fuerza de voluntad (o “ejercitar el músculo” de la voluntad), del mismo modo que se puede adoptar una filosofía de vida consecuente y coherente con lo que uno pretende.

El estudio empírico sobre la fuerza de voluntad, con sus resultados equiparables a los obtenidos por los estoicos hace 2.000 años, alcanzó su desarrollo contemporáneo a partir de un famoso experimento llevado a cabo por la Universidad de Stanford en 1972: el “experimento de la nube” (o malvavisco, la golosina esponjosa que a menudo se elabora de color rosa).

El propio John Tierney reconoce en una entrevista concedida a Reason acerca su ensayo Willpower que los resultados del experimento impulsaron el movimiento moderno del autocontrol.

El experimento de la nube azucarada

El test de la Universidad de Stanford cumplió con sus objetivos y relacionó consistentemente comportamientos impulsivos llevados a cabo a corta edad con deficiencias en el desarrollo de la conducta de esos mismos niños durante su vida adulta, relacionando la capacidad para aplazar una gratificación (un caramelo, por ejemplo), con el autocontrol posterior a lo largo de toda la trayectoria vital.

El experimento del malvavisco ha sido exquisitamente explicado por Johah Lehrer en The New Yorker, en un artículo de mayo de 2011 titulado Don’t, con el igualmente sugerente subtítulo “El secreto del autocontrol”:

En el experimento, un grupo de niños de 4 años eran confrontados ante una disyuntiva: se les concedía, si querían, una nube azucarada al instante, pero si aguantaban 15 minutos más, lograban dos nubes en lugar de sólo una.

La trágica disyuntiva para los infantes del experimento: seguir el impulso de llevarse la golosina a la boca al instante; o, por el contrario, gestionar una espera al principio más desagradable pero, finalmente, más fructífera, ya que obtenían al final las dos nubes. Los niños más impulsivos no lograban esperar los 15 minutos, mientras los más reflexivos lograban analizar las ventajas objetivas de la gestión racional de la oportunidad.

Dime si retrasas una gratificación, y te diré cómo será tu vida

El objetivo inicial del experimento, explica Jonah Lehrer en su artículo del New Yorker, era únicamente identificar los procesos mentales que permiten a algunas personas retrasar la gratificación, mientras otras simplemente sucumben a la tentación.

Pronto, los investigadores de Stanford observaron que los niños más impulsivos, que no lograban esperar los 15 minutos para obtener dos golosinas en lugar de una, tenían más problemas de comportamiento y obtenían peores resultados académicos, a menudo les costaba prestar atención y tenían dificultades manteniendo sus amistades.

Los “pequeños retrasadores” (los que no podían retroceder la gratificación) mantuvieron estos rasgos durante su desarrollo y entrada en la etapa adulta, mientras los “grandes retrasadores” (quienes podían esperar sin problemas a obtener la gratificación), habían convertido esta aparentemente insignificante ventaja competitiva en su comportamiento en mayor capacidad de concentración, mejores notas, amistades más sólidas y una relación con su entorno más equilibrada.

El experimento de la nube azucarada, consistente 40 años después

Las diferencias entre ambos grupos de niños no se esfumaron ni perdieron su consistencia ni siquiera a la treintena. Walter Mischel, director de la investigación inicial de 1972 y conductor del seguimiento, observó que éstos, ya a finales de la treintena, observaron que los adultos “pequeños retrasadores” (los más impulsivos) tenían un índice de masa corporal superior y mayor predisposición a tener problemas con drogas.

El test del malvavisco y estudios similares inspirados en éste, ha trastocado profundamente los estudios sobre psicología del comportamiento. Al analizar al detalle el funcionamiento de la fuerza de voluntad, finalmente se ha logrado medir su importancia en el desarrollo humano.

Durante décadas, los psicólogos creían que la inteligencia en bruto era la variable más importante para predecir el éxito en la vida. Walter Mischel y quienes se inspiraron en sus estudios, como el profesor Roy F. Baumeister, arguyen con fundamentos sólidos que la inteligencia está a merced del autocontrol: incluso los niños más inteligentes necesitan hacer los deberes y desarrollar un sentido común consistente.

Podemos controlar la manera en que pensamos sobre el mundo

Según Mischel, “lo que realmente estamos midiendo con las nubes azucaradas no es el poder de la fuerza de voluntad. Es mucho más importante que eso. Esta tarea fuerza a los niños a hallar el modo de extraer lo mejor de la situación. Ellos quieren el segundo malvavisco pero, ¿cómo pueden conseguirlo? No podemos controlar el mundo, pero podemos controlar la manera en que pensamos sobre él”.

Chocante: esta cita de Walter Mischel es puro estoicismo. Epicteto, Séneca y Marco Aurelio hablaban no ya de algo parecido, sino que expresaban exactamente lo mismo.

La gratificación aplazada es, por tanto, una lección de estoicismo que incluso un niño de cuatro años puede afrontar. Un experimento que, por 15 minutos, sitúa a cualquier niño ante las disyuntivas esenciales por las que se preguntaron Aristóteles, Marco Aurelio, Séneca, Buda Gautama, Lao-Tsé, Francisco de Asís.

Los secretos educativos de los padres franceses (¿europeos?)

La estadounidense Pamela Druckerman explica en un interesante artículo en The Wall Street Journal los patrones educativos que los padres franceses imparten a sus hijos, lo que le maravillaba comprobar que la mayoría de los niños franceses gestionaban consistentemente con mayor madurez situaciones como comer en un restaurante, donde comportamientos relacionados con la gratificación aplazada tienen un papel preponderante.

Druckerman se pregunta en el artículo si, más que una casualidad o una observación sin importancia, este fenómeno podría ser una ventaja competitiva que permite a los padres y familias francesas (yo creo que el fenómeno se extiende a España y a otros países de la Europa continental), relajarse algo más y tener mayor calidad de vida en su cotidianeidad.

Quienes tengan hijos, sabrán de qué hablo: una actitud demandante por parte de uno o más niños en un restaurante puede convertir una velada potencialmente agradable en un ejercicio de paciencia infinita.

Sentido común, fuerza de voluntad, filosofía de vida

Pues bien, Pamela Druckerman no pasa por alto en su artículo que el secreto de la aparentemente más equilibrada, tranquila y placentera paternidad francesa es la aplicación consistente de la gratificación aplazada. “Delphine [una conocida francesa de Druckerman, citada con su familia e hijos en el artículo] comentó que nunca había enseñado nada sobre paciencia a sus hijos. Pero los rituales diarios de su familia son un constante aprendizaje sobre cómo aplazar la gratificación”.

Trabajar el músculo de la fuerza de voluntad puede reforzar todavía más nuestra filosofía de vida. Para ello, aprender la lección de la gratificación aplazada es fundamental. Quienes somos padres, además, tenemos razones de peso para cultivar el autocontrol en nuestros hijos.

El autocontrol, una ventaja competitiva durante toda la vida

Como demuestran los estudios de Walter Mischel y Roy F. Baumeister, fomentar un “arte de vivir” coherente en la familia y explicar los beneficios del autocontrol a los más pequeños puede convertirse en una ventaja competitiva durante el resto de su vida.

Y entonces, en el futuro, quizá los valores sólidos y la recompensa del trabajo duro y bien hecho se impongan al preponderante hedonismo del impulso y el pelotazo. Entonces, quizá, nuestro “camino medio”, nuestro “tao” o como queramos llamarlo, se refleje en nuestro comportamiento, entorno inmediato y mundo.

Sacar el máximo partido al autocontrol y la filosofía de vida no constituyen una utopía con resultados ilusorios. Hay que aguardar a los resultados, pero éstos llegan. Ánimo.