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Salir de la rueda de hámster: rendimiento, fatiga y burnout

Agustín de Hipona abandonó el maniqueísmo, su creencia de juventud. Sin embargo, nunca olvidó la esencia de enseñanzas que habían llegado de Oriente a través del sincretismo de las rutas comerciales y de ideas: sin alteridad, no podemos pensarnos a nosotros mismos; sin negatividad, no podemos apreciar lo que tenemos ni mejorar, evolucionar; sin claroscuro, en definitiva, no se puede apreciar la luz.

La tristeza, el sentimiento de pérdida, la toma de conciencia de las propias debilidades y mortalidad (según Heidegger y tantos poetas, somos individuos que nos definimos por nuestra proyección hacia la muerte), la conciencia de los buenos y también los malos momentos, nos acercarían a un humanismo en vías de extinción, pues lo que hoy predomina es la apología del optimismo, la ingeniería de la felicidad. La promesa solucionista («pulsa aquí para salvar el mundo»).

«In Orbit» (2014). Instalación artística de Alex Schweder, diseñador, profesor y artista afincado en Brooklyn, Nueva York, en colaboración con Ward Shelley

Las Confesiones de San Agustín son el relato de un hombre que examina sus faltas y limitaciones, más a la manera de los filósofos que bajo el dogma de la Iglesia. Es un texto demasiado alejado y poco citado en la cultura popular como para que nos topemos con algunas de sus reflexiones por ahí (en algún fragmento literario, artículo periodístico, cita de red social o serie televisiva, etc.).

La disciplina ha muerto, viva el rendimiento

Sin embargo, las reflexiones de Agustín de Hipona sobre la alteridad y la negatividad están en el centro del postmodernismo, o así lo argumenta al menos Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio (donde, por otro lado, no se menciona a San Agustín).

El filósofo surcoreano afincado en Alemania sí menciona a Peter Handke, quien se pregunta si no será la incapacidad del individuo actual para pensar sobre el mundo la que lo lleva a replegarse en sí mismo y a aspirar a un mundo donde todo debe ser positivo y no hay lugar para lo negativo; en esta carrera con reminiscencias New Age hacia el desarrollo personal, Byung-Chul han argumenta cómo el individuo se estaría explotando a sí mismo.

La época del psicoanálisis y de las teorías de Michel Foucault sobre la sociedad de la disciplina ya no definirían fenómenos actuales; éstas han dado paso a un Yo postmoderno sin carácter ni desarrollo «por oposición» o negatividad, sin subconsciente. Byung Chul-Han:

«Cuando la sociedad de la disciplina [referencia a las tesis de Foucault en Vigilar y castigar] se convirtió en sociedad del rendimiento, el superego inició el proceso de positivación para convertirse en el “Yo ideal”».

mundo dominado por un culto al desarrollo personal que roza el narcisismo autodestructivo, una especie de solipsismo (doctrina según la cual uno cree que el mundo existe exclusivamente en el interior de su propia conciencia) que empuja a uno mismo a autorrealizarse, sin importar el precio.

Quizá no debieras evitar la fatiga «negativa»

Sin límites discernibles ni una teoría sobre el mundo (epistemología) que ofrezca cierta continuidad y coherencia con el humanismo del pasado, el individuo contemporáneo cree lanzarse a la construcción de un nuevo mundo, cuando en realidad no sale de un contexto de onanismo que lo agota antes de empezar, como ocurriría al hámster que hace girar la rueda.

El exceso de positividad sería un optimismo postizo reforzado por un marco de entretenimiento y difusión de información que ofrece el espejismo de una realidad a medida, capaz de responder a nuestros anhelos (como lo haría cualquier sustancia narcotizante) y nos aleja del auténtico escrutinio con nosotros mismos, que llegaría con el silencio, el tedio, los momentos transitorios en los que, en lugar de optar por el uso de pantallas, afrontáramos nuestro «estar en el mundo».

En «In Orbit», dos individuos habitan una rueda de hámster: Alex Schweder se encuentra en el interior, mientras Ward Shelley ocupa la superficie exterior de la circunferencia

El móvil ha sustituido los puntos muertos del mundo pretérito por un más de lo mismo que, si bien agota, mantiene vivo el espejismo del desarrollo personal. Según Byung-Chul Han, hemos pasado de la negatividad del «ser explotados por otros» al optimismo ilusorio de constituirnos en nuestros propios explotadores.

La «fatiga» que nos obliga a toparnos con nosotros mismos, nos anima a reflexionar y a afrontar nuestros monstruos, la fatiga «negativa», es un tiempo necesario gracias al que nos regeneramos. Es el divagar de los tiempos muertos, el tiempo intermediario donde surgen las soluciones, las ideas de bombero, las ideas.

Como contraste, la fatiga «positiva» es la que se niega a sí misma, la que no permite que nos apartemos de la rueda de hámster; conduce al agotamiento, al K.O. (o a la adicción, ya sea literal o con sustitutos como el uso de pantallas y entretenimiento que nos impidan enfrentarnos al silencio). El «soma» de Un mundo feliz, o el Prozac y los opioides de hoy, actúan a menudo de inhibidores de ese «estar a solas con nosotros mismos» que tanto necesitamos.

Relación entre positividad y dolencias del comportamiento

Somos emprendedores de nosotros mismos y, como consecuencia, las viejas dolencias de la modernidad, como la melancolía o la histeria, dolencias que partían de la confrontación entre lo ideal y lo negativo (de Kant a Freud), han dado paso a dolencias que no reconocen la construcción cultural del subconsciente, como la depresión y los trastornos del comportamiento como el déficit de atención.

Una rueda de hámster muy familiar

La positividad y el exceso de límites a nuestro desarrollo personal conduce, asimismo, al agotamiento físico y psíquico; el «burnout», o desgaste debido a la demanda de un aumento sin límites del rendimiento personal —clave en la «sociedad del rendimiento»—, sustituye así al viejo estrés del mundo yuppie falto de psicoanálisis que describen Martin Amis (Money) o el primer Bret Easton-Ellis (American Psycho).

Un melancólico adolecería de un conflicto con su propia conciencia, en base a faltas percibidas y a una moral y creencias definidas. Un depresivo contemporáneo, en cambio, no podría reconocer su incapacidad a analizar la negatividad o confrontarse a sus propias limitaciones. La depresión partiría de un «exceso de positividad» (y, quizá, la tendencia contemporánea a medicalizar conflictos personales incómodos).

Y, si la depresión constituiría —según el filósofo surcoreano, que cita a su vez las reflexiones al respecto del sociólogo francés Alain Ehrenberg—, la cristalización de un exceso de positividad (y la incapacidad de reflexionar sobre nuestras dudas existenciales), el «burnout» de nuestra era es (más o menos simbólicamente, se entiende, pues sigue habiendo patrones explotadores y trabajadores explotados, no nos confundamos), «la consecuencia de la explotación voluntaria de uno mismo».

La función constructiva del conflicto

Las reflexiones de Byung-Chul Han acerca de la explotación voluntaria de uno mismo se ajustan como un guante a muchos empleos o roles que han proliferado en el mundo digital, desde los bolos de la economía autoproclamada «colaborativa» al esfuerzo esperpéntico de quienes desdeñan la formación humanística y el proceso de la experiencia y sueñan con emular a otros y alcanzar (mejor sin esfuerzo inteligible ni bagaje) el estatuto de «influencers».

El antropólogo estadounidense David Graeber reflexiona sobre lo que la automatización y los servicios web han aportado al mundo profesional de la gestión y la intermediación especializada. Quienes habían soñado con empleos bien remunerados de 15 horas semanales (o menos —consúltese a Tim Ferriss—), deben conformarse en la mayoría de ocasiones con los empleos sin sentido, o «bullshit job». El trabajo es la justificación de lo que uno hace.

Instalación «In Orbit» (Nueva York, 2014)

¿Hay cura a estos males postmodernos, asociados a los tics de la «sociedad del rendimiento», la positividad y la omisión de lo negativo (sic) en favor del culto al desarrollo personal?

Para el sociólogo Alain Ehrenberg, no puede haber cura sin reconocer la existencia de un conflicto interior en nuestra propia naturaleza. Sin asumir la negatividad, el miedo, el efecto en ocasiones paralizante de la muerte cercana y otros fenómenos, no podemos lograr los beneficios históricos asociados al reconocimiento cultural del conflicto. Sin negatividad, no hay catarsis posible.

Al deshacernos de la función constructiva del conflicto, la depresión se convierte en lo más parecido a un bucle informático, al sonido repetitivo de una pista de sonido en un sampler. Byung-Chul Han:

«Con el evangelio del florecimiento personal en una mano y el culto del rendimiento en la otra, el conflicto no desaparece, pero pierde su carácter evidente, deja de ser una guía segura».

Tamagotchi

El «Yo ideal» sustituye al viejo superego freudiano trata de sustituir al individuo humanista, existencialista, reconocedor de la negatividad y los claroscuros de la vida. Podemos trasladar este proceso a lo que ocurre en la superposición actual entre avatar digital y persona real, entre mapa y territorio (Borges, Baudrillard). El «avatar» trata de sustituir la viejos conflictos por un mundo de cartón piedra en el que todo es fachada, un Disneyworld a medida donde hay que sonreír y mostrar un éxito «en estado de construcción».

En este conflicto entre las apariencias del avatar alimentado en el mundo-espejo que construimos en la Red y el mundo analógico, se produciría lo que Byung-Chul Han llama «autoagresividad», somatizada en forma de depresión, «burnout», etc. Las dolencias de nuestra época.

¿Podemos ser soberanos de nosotros mismos si somos incapaces de proyectar nuestra situación y contrastar nuestra vida? Para el filósofo italiano Giorgio Agamben, el ciudadano se constituía no en términos positivos (libertades individuales) sino en calidad de «homo sacer»: disponer de lo más preciado de una persona, su propia vida (el temor a la represalia capital) era la negatividad por antonomasia.

Esta negatividad se ha transformado en una agresividad, un «auto-agotamiento» que no procede del rey o los poderes públicos, sino del propio individuo, que se embarca en una deriva de agotamiento (de nuevo, el sinsentido de la rueda de hámster). Su somatización: depresión, «burnout», auge de nuevas adicciones (como los medicamentos opiáceos entre la clase media suburbana estadounidense).

Zaratustra y la huida de uno mismo

Al haber confundido la libertad con la presión de autorrealizarse asociada a la explotación de uno mismo, el «usuario» contemporáneo ha sustituido las viejas libertades (que ya no reconoce, al formar parte de un ámbito ajeno a su positivismo extremo) por un sentimiento engañoso de la libertad alimentado por su proyección idealista en las redes sociales.

De esta manera, quien cree estar creando para convertirse en «hombre soberano» (de sí mismo), el Übermensch de Nietzsche, se asemeja, en realidad, al «último hombre» evocado también por Nietzsche, a quien también se refiere (con acierto) Francis Fukuyama. El individuo contemporáneo, bañado en positividad, creería ser un «homo liber», soberano de sí mismo, cuando en realidad se acerca más a una perversión del «homo sacer» descrito por Agamden.

El espacio «In Orbit» incluye cama, escritorio, cocina, baño y una butaca para relajarse

Con una salvedad: él es el verdugo de sí mismo. La autodestrucción puede tomar la forma, por tanto, de ansiedad en torno a un rendimiento y a un desarrollo personal que sólo habitarán en el avatar ideal:

«Para Nietzsche, el hiperactivo sería repugnante. El “alma fuerte” conserva en efecto su “tranquilidad”, ella “se desplaza lentamente” y experimenta “una aversión por todo lo que sea demasiado vivo”».

En Así habló Zaratustra, Nietzsche parece hablar del agotamiento del individuo postmoderno:

«Todos vosotros que amáis el trabajo salvaje y todo lo frenético, todo lo nuevo y desconocido: os soportáis mal a vosotros mismos, vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí mismo. Si creyeseis más en la vida, os lanzaríais menos al instante. ¡Pero no tenéis en vosotros bastante contenido para la espera —y ni siquiera para la pereza!»

FOMO

La presión por no perder la oportunidad de la gloria que aguarda tras el rendimiento, el fenómeno FOMO (miedo a perdérselo, «fear of missing out»), se transformaría en un incentivo perverso para el individuo contemporáneo. La sociedad del rendimiento mutaría hacia una «sociedad del dopaje», pues la salud es el único factor cuantificable que hay que mantener a toda costa, al ser la fuente del rendimiento.

Pero, a diferencia de los «homines sacri» de la sociedad de la soberanía (pasado), los «homines sacri» no corren el riesgo de morir, sino de permanecer en la rueda de hámster hasta el final. Demasiado vivos para poder morir; demasiado muertos para poder vivir.

No parece el limbo en el que merezca la pena permanecer.

Al releer La sociedad de la fatiga (versión francesa —Circé, 2014, traducción de Julie Stroz—), la ambivalencia entre hombre soberano y dependiente, o entre los arquetipos de Nietzsche Übermensch y último hombre, he tratado de afrontar ese temor legítimo, ese dolor, esos sentimientos «que reposan sobre sentimientos negativos» según el filósofo surcoreano, para fortalecer mi sistema inmunológico.

En ocasiones, leer un ensayo hace más por nuestra salud psicopatológica que cualquier aventura de desarrollo personal como las que parodia Aldous Huxley en Un mundo feliz. Quede claro, sin embargo, que el positivismo extremo vende libros (véase Tim Ferriss).

Para aburrirse con fundamento

La ausencia de negatividad, nos recuerda Byung-Chul Han, transforma el pensamiento en mero cálculo. Cuando la existencia es pura cuantificación y utilitarismo, nos convertimos en individuos sustituibles y hasta la ciencia ficción se hace aburrida, al verse superada por nuestros quehaceres cotidianos estilo New Age.

Quizá sea necesario recordar una vez más la importancia de saber decir «no», ya sea como Zaratustra o como Camus en El hombre rebelde, ese libro «para alumnos de enseñanza secundaria» (como ha sido históricamente catalogado por la gente «seria») que tiene aciertos imprescindibles.

«In Orbit» se presentó en Williamsburg (Brooklyn, Nueva York) el 5 de marzo de 2014

O quizá podamos saborear una de esas frases de Tolstói (segunda parte del epílogo de Guerra y paz, VIII) con las que podemos estar una tarde entera. Una de esas tardes en las que intentamos parecernos más a nosotros mismos y menos a nuestro avatar de cartón piedra:

«Tú dices: no soy libre. Pero he levantado mi mano y la he dejado caer. Todo el mundo comprende que esta respuesta ilógica es una prueba irrefutable de libertad».

O, si preferimos la traducción del ruso de Lidia Kúper (El Aleph Editores):

«Cuando alguien dice: No soy libre, y yo levanto y bajo mi brazo, todos comprenden que esta ilógica respuesta es la prueba indiscutible de la libertad y la manifestación de una conciencia no sometida a la razón».