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Simplificar nuestra vida renunciando a objetos innecesarios

Según Leonardo da Vinci, “la simplicidad es la máxima sofisticación”. El autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, lo explicó con sus palabras: “la perfección se alcanza no cuando no hay nada más que añadir, pero cuando no hay nada que quitar”.

Además de comprometer nuestra autosuficiencia económica, el consumo excesivo ha generado en las últimas décadas más pesar y gasto superfluo que bienestar duradero.

Buen momento, dicen blogueros, neurocientíficos, filósofos y otros expertos en la materia, para reducir el desorden físico provocado por la acumulación de objetos y productos. Un primer paso, según autores y filósofos de todos los tiempos, para reducir el desorden espiritual y afrontar, de una vez por todas, lo esencial.

El placer de vivir con lo esencial

Una de las primeras lecciones aprendidas por viajantes habituales y aficionados a travesías deportivas exigentes, es la importancia de la preparación y el tamaño de la carga. El exceso provoca desde la incomodidad o el retraso hasta finales trágicos.

Hay un denominador común entre pasajeros frecuentes de avión y quienes practican deporte realizando travesías o escaladas exigentes a pie o en bicicleta. 

Son trayectos de uno o varios días, semanas o meses; desde viajar a diario a la escalada y ascensión de alta montaña, el Camino de Santiago o las fallidas misiones a la conquista del Polo Sur durante la época dorada de la exploración antártica.

Exceso de objetos: un equipaje vital mal preparado

Tanto el viajero frecuente como el aficionado a aventuras y travesías deportivas es consciente del peso de su equipaje. Cualquier objeto baladí, por ligero que sea al partir, es un engorro potencial. En situaciones límite, llevar más equipaje del necesario, o sacrificar objetos valiosos por otros superfluos, puede causar la muerte.

Siempre que viajo, recuerdo mi propia experiencia como aficionado a las largas travesías. La primera vez que completé parcialmente el Camino de Santiago, aprendí la lección cuando era demasiado tarde: es fácil acumular demasiados objetos, algunos de ellos superfluos. 

Pero, ¿por qué es tan difícil en ocasiones distinguir lo innecesario o excesivo de lo indispensable?

Aprender a editar la vida: desprenderse del lastre

Volviendo a mi primera experiencia como caminante de larga distancia, el achaque inicial de optimismo del principiante me llevó a acarrear una mochila que superaba los 10 kilos e incluía 2 libros, varios productos de higiene personal y demasiada ropa.

A los pocos días, regalé lo innecesario. Comprobé que otros primerizos habían cometido el mismo error y enviaban por correo lo que, al cabo de los días, se había revelado como claramente superfluo, en ocasiones hasta límites sonrojantes.

Ello explicaría por qué la gente incluye peines y olvida vaselina para las rozaduras y otros objetos indispensables en este tipo de travesías, como un impermeable, buen calzado técnico ya usado y adaptado y una muda de ropa ligera, fácil de lavar y cómoda.

Menos objetos superfluos para disfrutar más de la esencia

Tanto el viajero común como el aficionado a travesías deportivas han aprendido a llevar consigo lo esencial: pocos objetos y, entre los bultos elegidos, los que más se adaptan a sus necesidades, aunque hayan pagado un poco más por adquirirlos.

Ello les evita situaciones de cansancio, aporta comodidad y tranquilidad para centrarse en el auténtico objetivo: disfrutar trabajando, o viajando, en lugar de acarrear bultos. Más tiempo para la esencia, y menos para lo superfluo.

Muchos hemos padecido en distintos contextos las consecuencias de una pobre planificación, cometiendo un error de apreciación similar. Consiste en rodearnos de demasiadas cosas superfluas, objetos y utensilios que, más que ayudar en nuestras aventuras -también las cotidianas-, complican lo que nos proponemos.

Expedición Terra Nova

Recupero con el debido respeto la malograda expedición Terra Nova a la conquista del Polo Sur liderada por Robert Falcon Scott, que no escatimó en medios para llegar al punto más austral del mundo antes que su rival noruego Roald Admunsen.

Scott, un experimentado explorador, empaquetó demasiada carga y cometió errores de planificación; eligió caballos siberianos y perros en lugar de trineos tirados exclusivamente por estos últimos, como sí hizo Admunsen.

Pero lo que realmente les retrasó con respecto a la expedición rival e influyó sobre el trágico final de la expedición Terra Nova, que pereció en un atropellado viaje de vuelta, fue el exceso de equipaje y su aparatosidad, que incluyó incluso pesados vehículos motorizados.

Obstáculos cotidianos

Pese a recuperar los diarios de la expedición, sus reconstructores nunca dilucidarán por completo qué parte de la tragedia es atribuible al golpe anímico de encontrar la base abandonada por Admunsen en el Polo Sur, en relación con el exceso y poca adecuación del equipaje, así como los medios de carga y transporte. Una serie de casualidades, tormentas extremas, heridas, congelaciones y desnutrición hicieron el resto.

Ni el más imaginativo megalomaníaco compararía la dureza de la expedición de Scott con los obstáculos de su vida cotidiana. Pero, como ocurre en las grandes expediciones, acumular demasiadas cosas a nuestro alrededor puede divertirnos de objetivos claros, o convertirlos en una carrera de obstáculos, más que ayudar a su consecución.

Leo Babauta, un escritor y bloguero sobre minimalismo de Guam afincado en San Francisco, ha conseguido que su bitácora Zen Habits sea visitada por quienes quieren simplificar su vida, al sentirse en cierto modo ante la disyuntiva del experimentado Scott: prepararse para el trayecto acumulando sofisticado equipaje sin reflexionar sobre lo esencial, o reducir las necesidades a su esencia.

Vivir mejor con menos

Simplificar la vida con decisiones que afecten la vida diaria no es un eufemismo de empobrecimiento, explica Babauta. “Es malo ser pobre, ¿verdad?”, pregunta en una provocadora entrada de su blog.

“No es fácil luchar con sueldos bajos, deuda y privaciones -prosigue-. Y, aunque todo esto sea cierto, a la vez no tiene por qué serlo. Podemos sentir regocijo deshaciéndonos de cosas, viviendo con menos, liberándonos de deuda y posesiones. Todo depende de tu mentalidad”.

“La penuria es dura, no importa cómo lo pintes. Pero vivir en la escasez no tiene por qué convertirse en penuria. Esto sí que depende de ti”. Los defensores de los postulados de la vida sencilla dan la razón a Babauta, quien nació pobre en Guam y dedicó su primera época en California a pagar las numerosas deudas que había contraido; hasta que decidió convertir una situación potencialmente paralizadora en una oportunidad.

“No compres esta chaqueta”, dice un anuncio de Patagonia

En *faircompanies hemos recopilado ejemplos de actitudes y filosofías de vida que comparten esta reflexión, desde filósofos clásicos a trascendentalistas del siglo XIX como Henry David Thoreau, pasando por empresarios que comercializan sus productos animando a sus clientes a que no los compren si no es necesario.

Hemos seguido, además, tendencias como la que invita a jóvenes y familias endeudadas a vivir en una casa más pequeña, o construir una cabaña en el patio trasero como un método para transmitir valores como el esfuerzo y el logro de metas, entre otros ejemplos del llamado movimiento de las casas pequeñas.

También nos hemos ocupado de actitudes y pasos cotidianos que disminuyen a la vez la presión, el nivel de deuda o el impacto medioambiental: crear un armario esencial, con poca ropa y de calidad; construir nuestra propia casa y oficina; o minimizar las deudas estudiantiles convirtiendo una vieja y clásica caravana Airstream en el dormitorio universitario que todos los compañeros querían visitar.

Compra por impulso y sus consecuencias

El nacimiento de las relaciones públicas tras los medios de comunicación masivos, a partir del trabajo de expertos en conductas psico-sociales como Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, logró transformar la industria occidental, orientada al esfuerzo bélico de la II Guerra Mundial, en una próspera industria de bienes de consumo.

Los productos se adaptaron a los nuevos valores sociales, promovidos por el marketing moderno tras los trabajos de Bernays (explica el documental The Century of the Self, emitido por la BBC): cantidad y precio ajustado sobre calidad y precio superior aunque justificado, obsolescencia programada para acelerar la compra de más unidades, recambio del producto en lugar de reparación.

La historia del banquero Paul Mazer

El paso de la cultura de la necesidad a la cultura del deseo se consiguió siguiendo las recomendaciones de un asesor de relaciones públicas, el experto financiero Paul Mazer, que ya en los años 30 recomendaba que los productos se vendieran apelando al ego del consumidor, y no a sus necesidades vitales.

“Debemos cambiar América desde una cultura basada en las necesidades a una cultura basada en el deseo. La gente debe ser entrenada para desear, para querer nuevas cosas, incluso antes de que las cosas viejas hayan sido consumidas totalmente. […] Los deseos del hombre deben eclipsar sus necesidades”.

El consumo ganó a la frugalidad y, como consecuencia, el consumo irreflexivo tiene consecuencias que pagamos individuos y la sociedad en su conjunto: endeudamiento excesivo, ausencia de valores profundos y sosegados que partan de una filosofía de vida premeditada, y acumulación de objetos que no necesitamos.

Enfermedades de la civilización

Con la prosperidad de las últimas décadas, apoyada en la energía barata y el consumo privado, se han multiplicado las enfermedades de la civilización: nuevas dolencias, tanto físicas como mentales, que tienen su origen en el consumo excesivo, sea de alimentos, productos o adicciones de distinto tipo.

Además de la depresión y el estrés, los trastornos de conducta y obsesivo-compulsivos han encontrado el terreno abonado en los países ricos.

Acumular bienes que en realidad no necesitamos y ser incapaces de deshacernos de los hábitos propios de la compra excesiva conduce, en situaciones extremas, a enfermedades como el síndrome de la acumulación compulsiva o, en casos patológicos, el síndrome de Diógenes. En ambos casos, el afectado acumula todo tipo de productos y objetos en un patrón de conducta autodestructivo.

Acumular objetos por el miedo a afrontar retos

Y, a diferencia de la percepción social, trastornos similares al síndrome de Diógenes se extienden también entre los más jóvenes, y no sólo en ancianos solitarios.

Tomando la historia de la humanidad como referencia, los niveles de consumo que la sociedad occidental considera normales se instauraron apenas hace unas décadas, tras el fin de la II Guerra Mundial.

Antes de que el consumo de bienes se convirtiera en una de las actividades de ocio y prestigio con mayor reconocimiento social, comprar no era el fin en sí mismo si no existía una necesidad premeditada.

Sacar partido de la escasez

Al fin y al cabo, dicen expertos de distintos campos, el ser humano fue diseñado para sacar partido de la escasez; de ahí que, confrontado a un mundo de abundancia que apela a sus impulsos, dice el neurocientífico y autor de American Mania Peter Whybrow, el individuo cae en el impulso por encima de la reflexión.

Acumular objetos de todo tipo tras haber experimentado el efecto neurológico de la recompensa -cuando ejercemos nuestro poder de compra-, es, según Leo Babauta, una montaña de posposiciones, o decisiones que no hemos afrontado.

Comprar, o acudir en busca de una recompensa impulsiva, se ha convertido, dice Peter Whybrow, en un modo de evitar decisiones o actitudes que requieren esfuerzo, sacrificio y reflexión, cuya recompensa no es cuantificable inmediatamente, sino a largo plazo.

Las viejas -y efectivas- recetas contra el comportamiento compulsivo

El primer paso para hacer frente a los miedos y emociones que el individuo transforma en la compra y acumulación de objetos consiste en afrontar la situación y reducir el exceso: deuda, objetos, alimentos.

Las filosofías de vida clásicas (el eudemonismo de Aristóteles y sus derivados más pragmáticos, como el estoicismo y la interpretación, influenciada por los estoicos, de las religiones abrahámicas), así como el budismo zen, el confucianismo y el feng-shui en las tradiciones orientales, son unánimes al considerar el comportamiento impulsivo el principal obstáculo de la realización personal o la plenitud.

Aportan, igualmente, un único antídoto: reflexión racional -o meditación- y práctica de la virtud para lograr la madurez necesaria que conceda autonomía al individuo para renunciar a lo excesivo y superfluo, sobre todo cuando pone en riesgo su proyecto de vida a largo plazo.

El secreto de la felicidad, según Sócrates

Sócrates, padre espiritual del eudemonismo -o el cultivo de una filosofía de vida coherente basada en la virtud para lograr la felicidad, entendida como plenitud-, resumió la estrategia de todas estas corrientes, que abogaban por un cierto grado de vida sencilla y minimalismo.

Sócrates: “el secreto de la felicidad, como ves, no se encuentra en la búsqueda de más, pero en el desarrollo de la capacidad para disfrutar de menos”.

El escritor, filósofo trascendentalista Henry David Thoreau, uno de los impulsores de la vida sencilla, observó que sus amigos habían dejado de controlar las cosas que tenían, y eran los objetos los que poseían las vidas de las familias que él tenía en mayor estima.

Simplicidad, simplicidad, simplicidad

En Walden, Thoreau explica el pesar que le causa la decisión de muchos vecinos de Concord de comprar o construir suntuosas casas, carros o caballos, a cambio de dedicar el resto de su vida, y la vida de sus hijos, a pagar íntegramente la deuda contraída.

Vivir con menos posesiones, reflexionó, se convierte en una dicha incomparable a cualquier cosa que uno pueda comprar. Sus palabras, sorprendentemente, se elevan ahora con mucho más sentido del que tendrían a mediados del siglo XIX.

“¡Simplicidad, simplicidad, simplicidad! Te animo a que dejes que tus asuntos sean uno, dos, o tres, y no cien o mil… Somos felices en proporción a las cosas a las que podemos renunciar”.

La belleza de lo simple y pequeño

Este alegato a la simplicidad y al disfrute de la profundidad de las cosas, por encima del ruido de la acumulación y la posposición, era compartido por su amigo el poeta y también trascendentalista Ralph Waldo Emerson: “Nosotros atribuimos la belleza a lo que es simple, que no tiene partes superfluas; lo que responde exactamente a su fin”.

Coincidiendo con la crisis del petróleo de 1973, el economista británico E.F. Schumacher publicó su influyente Lo pequeño es hermoso: Economía como si la gente importara.

En Small is beautiful, Schumacher se opone a la máxima de la posguerra mundial del “cuanto más y más grande, mejor”, con un no menos contundente “lo pequeño es hermoso”, donde propugaba la belleza, conveniencia y sostenibilidad de lo pequeño.

Evitar la estridencia

Small is beautiful llama a adoptar la filosofía de la mesura y la suficiencia, que parten de una apreciación realista, minimalista y estoica de las necesidades humanas, limitadas por nuestras circunstancias evolutivas (la escasez fraguó nuestra inteligencia) y el uso adecuado de la tecnología a nuestro alcance.

E.F. Schumacher: “Cualquier tonto inteligente puede hacer las cosas más grandes, más complejas, y más violentas. Se necesita un toque de genialidad, y mucho coraje”, decía, para hacer más con menos. “Muévete -concluye- en la dirección opuesta”.

Abundan los consejos para simplificar la vida a través pasos humildes pero firmes, para así reducir las necesidades superfluas que hemos construido en torno a ella. El primer paso, según el filósofo William B. Irvine, autor de Guide to the Good Life, consiste en reconocer que carecemos de una filosofía de vida coherente y nos hemos dejado llevar por la imperante.

El riesgo del “hedonismo inconsciente”

Irvine la llama “hedonismo inconsciente” (forma pasiva, no ilustrada, de hedonismo, que el individuo no controla, consistente en una mezcla afluencia, posición social y placer).

Según Donald Horban, “no necesitamos aumentar nuestros productos tanto como necesitamos reducir nuestras necesidades. No querer algo es tan bueno como tenerlo”.

De ahí que los consejos prácticos para lograr una existencia más minimalista, se centran en buscar la esencia de nuestras necesidades y omitir lo superfluo e impostado que se acumula a nuestro alrededor.

Prepararse para la aventura

Según Leo Babauta, se trata de un proceso constante que sólo puede beneficiarnos si parte de un compromiso sólido. Como si fuéramos a emprender una aventura tan apasionante como la conquista del Polo Sur, debemos elegir nuestro equipaje esencial con rigor. La aventura es nuestra propia existencia, que puede ser más plena con menos productos:

  • Omitir cosas innecesarias (que no equivale a omitirlo todo, sino simplemente lo superfluo).
  • Identificar lo que consideramos esencial. Y, claro, por “esencial” deberíamos entender lo esencial. Algo que nos gusta o que “nos da pena” tirar no es esencial, sino algo que acumulamos por motivos atávicos.
  • Haz que cualquier cosa cumpla con su cometido. Sea lo que sea lo que uno elija guardar o hacer en la vida, ello debería valer realmente la pena.
  • Llenar nuestra vida de bienestar. El objetivo no es vaciar la existencia, sino llenarla de lo que merece la pena, suprimiendo el ruido.
  • Editar constantemente. El minimalismo no se acaba, sino que es un ejercicio de búsqueda constante de lo esencial, a través de un proceso de edición, revisión y de nuevo edición, para volver a revistar.
  • Evitar los espejismos de la “felicidad comprada” (un coche mejor, una casa más grande, etc.). Al final, son las experiencias y las relaciones, no las posesiones, las que aportan el bienestar duradero y lo proyectan al resto.

El viajero que elige bien su equipaje

Eso sí, no debemos olvidarnos de que la vida no debería buscar el atropello. Si en la naturaleza no hay prisa, pero todo se cumple, según Lao Tse, “un buen viajero no tiene planes fijos, y no tiene la intención de llegar”.

El aprendizaje, como la dicha y la plenitud, se han cocinado a fuego lento a lo largo de la historia, por mucho que nos hayamos empecinado en las últimas décadas en consumir productos (también culturales) que nos han vendido exactamente lo contrario.