Una nueva tendencia agraria quiere devolver a la agricultura su papel preponderante en la periferia e incluso el interior de la ciudad: la agricultura vertical y sus granjas en edificios con alturas equivalentes a 30 pisos.
Gracias a las redes de transporte y a los centros de distribución de mercancías, hace décadas que las grandes ciudades dedican su espacio metropolitano a suelo residencial, comercial e industrial, en detrimento del suelo agrario y los espacios naturales. Pero la agricultura orgánica de proximidad podría cambiar este paradigma.
Es una idea simple con un postulado atractivo, aprovechar al máximo el caro suelo urbano construyendo invernaderos con varios pisos, cada uno de los cuales incluiría ricos lechos o una solución de agua y minerales para proporcionar cosechas abundantes durante todo el año.
Los defensores de la idea creen que, incluso en latitudes donde la luz natural no permite la siembra la mayor parte del tiempo, es factible usar iluminación artificial a un coste reducido, usando fuentes renovables.
¿Una torre verde con futuro o un indefendible castillo de naipes?
Las granjas verticales son, para sus defensores, invernaderos que apenas ocupan terreno; con sus ventajas, pero sin sus invonvenientes.
Es el sueño de algunas empresas de tecnologías y estudios de diseño. Su visión suele evocar atractivos rascacielos con grandes ventanales para captar el máximo de luz, cubiertos por todo tipo de vegetales. Como método de cultivo, se usaría la agricultura hidropónica, que emplea soluciones minerales disueltas en agua en lugar de suelo agrícola.
¿Es la agricultura vertical a gran escala una idea descabellada o, por el contrario, formará parte de la solución para alimentar a la creciente población urbana mundial -sin por ello agotar la tierra cultivable actual ni aumentar su superficie dramáticamente-?
El debate no está claro, pero hay pistas que garantizarían la agricultura vertical en determinados casos, mientras nadie niega que serán los avances en el propio cultivo, independientemente de que éste sea vertical u horizontal, los que aportarán mayor sostenibilidad o acelerarán la crisis del sistema alimentario.
Como el sueño ancestral de los jardines colgantes
Abundan los diseños de granjas verticales similares a rascacielos futuristas, que rivalizarían en altura con los edificios más altos de las metrópolis; se trata de prototipos que presentan los distintos pisos como plataformas livianas, cada una de las cuales alberga un pequeño vergel.
Su visión idealista ha sido influenciada, quizá, por los jardines colgantes de Babilonia, descritos por Diodoro Sículo y Calístenes, historiadores de la Antigua Grecia, como una prodigiosa y gigantesca estructura, cuyas bóvedas eran tan altas como los muros de la ciudad.
En esta maravilla de la Antigüedad, distintas plantas de argamasa, diseñadas para aprovechar la luz del sol, se elevaban por encima de los edificios colindantes. El agua del Eúfrates era bombeada hasta en nivel superior, desde donde abastecía a las distintas plantas, cuyo suelo era tan rico y grueso que incluso los árboles más grandes enraizaban.
Pero las granjas verticales del futuro tendrían una función menos estética y contemplativa. Duncan Graham-Rowe, colaborador de The Guardian y The Economist, cree que la presión financiera y medioambiental de la agricultura moderna han alimentado el interés en la agricultura vertical.
Se estima que en 2050 habrá 9.000 millones de personas y, pese a que desde 2008 más de la mitad de la población ya vive en áreas urbanas, la necesidad de producir más alimentos causará nuevas tensiones, sobre todo medioambientales.
A la vez, la industria alimentaria actual recibe críticas de expertos y consumidores, dividida entre el modelo preponderante de grandes explotaciones de monocultivos que dependen de subsidios para financiar la compra de derivados del petróleo (sobre todo, fertilizantes químicos y combustible para la maquinaria), y sistemas alternativos como la mejora del policultivo orgánico tradicional, producidos junto al consumidor.
Por qué no hablar de una agricultura mejor, ya sea horizontal o vertical
¿Son las granjas verticales la solución al reto medioambiental y de población, o habría que centrarse en mejorar el sistema agrario actual y nuestra relación con la comida? ¿Se trata de una falta de espacio, o la crisis del sistema agropecuario es sistémica?
El periodista y escritor estadounidense Michael Pollan ha argumentado con detalle las grandes contradicciones de la industria agropecuaria de Estados Unidos y, por extensión, de Europa, América Latina, etcétera. Según el paradigma de la agricultura intensiva tecnificada, grandes propietarios producen cada vez más cantidad de maíz, soja y otros cultivos capaces de generar más calorías por superficie que cualquier otro tipo de cosecha.
Los cultivos producidos no dependen, además, del ciclo del sol y de la tierra, sino que obtienen sus nutrientes de combustibles fósiles, responsables de la erosión del suelo y de que el nitrógeno de fertilizantes que desciende río abajo cree zonas marinas no aptas para la vida, como ocurre en el delta del Misisipí.
Pero el maíz y la soja presentaban un problema para la industria agraria; no todos los productos requieren estas cosechas. Al menos, no los necesitaban hasta que las grandes empresas alimentarias decidieron incluir componentes como la fructosa o el xantano, entre otros derivados de laboratorio de ambas cosechas, en virtualmente cualquier alimento precocinado, bebida carbonatada y cerveza que uno pueda adquirir en el supermercado. Y no se trata sólo de Estados Unidos, sino del resto del mundo, Europa incluida.
Como los precios de estos productos están, en el mercado libre de abastos, muy cerca o a menudo por debajo de su coste, los productores han preferido asegurar un subsidio estatal que cubre sus pérdidas, paga fertilizantes y combustible y, en ocasiones, deja una mínima ganancia.
Pollan explica que muchos de estos productores, instalados en la queja continua, temen instaurar otros sistemas de producción que devuelvan sus granjas al ciclo de la tierra, aunque haya casos de éxito económico y ecológico (como Polyface, “la granja con varias caras”, de cuyo ciclo natural, basado en ideas como la permacultura o el propio sentido común ancestral, habla Pollan en El dilema del omnívoro).
La receta que funciona en esta granja es conocida por todos. Se basa en el policultivo, fertilizante procedente de animales y reducción drástica del uso de combustibles.
Rascacielos de viviendas, oficinas y… ¿comida?
El abundante excedente de ambas cosechas no cae en saco roto, sino que es usado para alimentar a los animales de las granjas intensivas de cría de animales y, en los últimos años, para producir biocombustibles. La historia agropecuaria actual empieza en los subsidios estadounidenses y europeos a los grandes monocultivos, que acaban en alimentos precocinados y bebidas carbonatadas (con un papel crucial en la epidemia de obesidad actual); en alimento para los animales de explotaciones intensivas; y en materia orgánica barata para producir biocombustibles. El dinero público financia el ciclo.
Un sistema de granjas verticales no solucionará el problema estructural, aunque sí acercaría productos vegetales frescos a los consumidores, reduciendo así su impacto. Poco más. Ya se habla de que primero hay que reparar estructuralmente las granjas horizontales, en lugar de dedicar inversiones al cultivo vertical.
George Monbiot, también colaborador de The Guardian, no comparte el optimismo de Duncan Graham-Rowe sobre la agricultura vertical, calificándola de poco menos que una frivolidad más del ecologismo futurista.
El sistema agropecuario actual del monocultivo y los fertilizantes fósiles ha multiplicado la cantidad de alimento barato producido por hectárea, aunque ello no nos beneficie nutricionalmente. Cambiar la horizontalidad del sistema por edificios sin, de paso, redefinir la política de subsidios, el sistema de distribución alimentaria (que hace rentable enviar ensaladas a miles de kilómetros de distancia) o la calidad de los propios alimentos, sólo contribuiría a aumentar la cantidad de comida en los supermercados, argumentan los más críticos.
El maíz y la soja, modificados para obtener la máxima cosecha en el mínimo espacio posible, son usados como componente de alimentos poco saludables que, combinados con los nuevos hábitos alimentarios, menos estructurados y más laxos, inciden sobre el aumento de la obesidad en los países ricos, pero también en los países emergentes.
La nueva epidemia del mundo en desarrollo no es el hambre, sino la obesidad provocada por el abandono de hábitos culinarios tradicionales, a la vez que se aumenta la ingestión de alimentos ricos en fructosa.
La superficie de las azoteas no sería suficiente
Los defensores de la idea, como Dan Caiger-Smith, consejero delegado de la empresa Valcent, creen que las granjas verticales son parte de la solución, y no del problema.
Caiger-Smith, cuya firma ya tiene una primera granja vertical en Paington Zoo, Devon (Reino Unido), ha explicado a The Guardian y The Economist que el sistema puede aumentar la productividad de los espacios agrarios actuales en hasta un 20%, usando menos agua, reduciendo kilometraje y costes energéticos, y proporcionando seguridad alimentaria. “Responde a muchas de las grandes cuestiones del futuro”, insiste.
Dickson Despommier, biólogo de la Universidad de Columbia de Nueva York y padre contemporáneo de la agricultura vertical, cree que una granja vertical de 30 pisos alimentaría a más de 10.000 personas.
Despommier, que ha publicado recientemente el libro The Vertical Farm, retó en 1999 a sus estudiantes de ecología médica a idear un plan para abastecer con alimentos a la población de Manhattan (cerca de 2 millones de personas) con una superficie de 13 acres (5 hectáreas) de jardines instalados en azoteas. La clase calculó que, usando la superficie especificada y con técnicas de cultivo convencionales, sólo se podría abastecer al 2% de la población.
No satisfecho con el resultado, profesor y alumnos llegaron a la misma solución propuesta ahora de forma comercial por Valcent en el Reino Unido. El modo más efectivo de abastecer localmente a una gran ciudad con alimentos vegetales, concluyeron, consiste en imitar la estructura de los rascacielos convencionales, en los que cada piso es usado como superficie para la cosecha.
El sentido económico de la agricultura vertical
The Economist se ha sumado al debate sobre la agricultura vertical. Si la población alcanza 9.100 millones de personas en 2050, dice el semanario, será necesario incrementar la producción de alimentos en un 70%, según cálculos de la ONU.
Ello se conseguiría a través de cosechas más abundantes y de la expansión del área de cultivo, pero las áreas adicionales aptas para la agricultura están distribuidas de manera desigual y sólo podrían adaptarse a un puñado de especies. De modo que, se pregunta el semanario, ¿por qué no crear más espacio cultivable construyendo hacia arriba?
Si el 70% de la población mundial vivirá por entonces en zonas urbanas, por qué no facilitarles un alimento local, más sostenible, que ha requerido mucha menos energía para ser llevado al plato. De ahí que el semanario cite a Dickson Despommier y su veredicto con respecto a la agricultura vertical; tiene sentido, dice, mover las granjas a lugares más próximos a donde viva la mayoría.
El profesor de Columbia cree que la agricultura vertical se podría aliar con visiones críticas del sistema agropecuario actual, como la del mencionado Michael Pollan. Despommier argumenta que, en entornos de cultivo controlados, tales como invernaderos verticales, los pesticidas, herbicidas y fungicidas no son tan necesarios y su uso puede reducirse al mínimo.
Según Despommier, la granja vertical proporcionará:
- Cosechas todo el año.
- Se evitan las malas cosechas.
- Desaparecen la erosión y la escorrentía.
- Facilita las condiciones para restaurar otros ecosistemas.
- Evita pesticidas, herbicidas o fertilizantes.
- Se reduce el uso de agua de entre el 70% y el 95%.
- Drástica reducción del kilometraje de los alimentos.
- Mayor control y supervisión de los alimentos.
- Nuevas oportunidades de empleo.
- Purificación de las aguas grises para convertirlas en agua potable.
- Reaprovechamiento de los restos de cosechas en alimento para animales.
La solución hidropónica
En efecto, sobre el papel las granjas verticales eliminarían uno de los mayores problemas en las grandes explotaciones actuales, la erosión del suelo, ya que las cosechas serían cultivades hidropónicamente. Nuevas técnicas de reutilización lograrían que el agua y los nutrientes minerales usados en el sistema hidropónico fueran sólo una ínfima fracción de los necesarios en la agricultura tradicional.
Gene Giacomelli, especialista en agricultura de ambiente controlado de la Universidad de Arizona en Tucson, explica a The Economist que ya es posible personalizar entornos de cultivo con temperatura, humedad, iluminación y nutrientes para lograr la mayores cosechas durante todo el año, en cualquier lugar del mundo.
Hay varios modos de obtener abundantes cosechas sin usar tierra y en espacios comparativamente más reducidos, entre los que destaca la hidroponía, que suspende las plantas en un medio (puede ser grava, lana o perlita -un tipo de vidrio volcánico-), mientras las raíces se mantienen en contacto con una solución de agua rica en nutrientes.
Un flujo de aire constante ventila a la cosecha, a la vez que el agua y los nutrientes, en contacto con las plantas, pueden ser reutilizados, en lugar de perderse, como ocurre en el suelo.
En nuestra visita a Australia, en *faircompanies tuvimos oportunidad de visitar la vivienda del consultor medioambiental Michael Mobbs, que ha bautizado como Casa Sostenible y destaca por su sencillez. Se trata de una casa de estilo victoriano más en el barrio de Chippendale, Sídney, eficiente en varios aspectos, entre ellos la gestión de la energía y del agua, que es reciclada a través de un estanque situado en el patio trasero y vuelve a ser apta para el uso humano.
La vivienda de Mobbs incluye un pequeño huerto hidropónico y el consultor también experimenta con cosechas en muros y otras soluciones. (Vídeo, artículo y fotogalería sobre nuestra visita a la Sustainable House de Michael Mobbs).
Ventajas e inconvenientes de un sistema de granjas verticales hidropónicas
Las granjas verticales alimentadas con una solución hidropónica requerirían, excepto en entornos próximos al Ecuador, el uso de abundante luz artificial, para así lograr cosechas todo el año. Al coste de iluminar varias plantas de un rascacielos, hay que añadir el precio del suelo edificable, que aumenta su precio cuanto más cerda se encuentre del centro urbano. Y, claro, el coste derivado de construir el propio edificio.
En latitudes como el norte de Europa, incluso los invernaderos convencionales, con una sola superficie protegida, necesitan luz artificial para garantizar el éxito de las cosechas. Thanet Earth, el mayor invernadero del Reino Unido, que produce desde 2008 el 15% de la ensalada consumida en el Reino Unido, necesita su propia mini-estación eléctrica para garantizar a las plantas 15 horas de luz al día.
Una granja vertical multiplicaría sus necesidades de iluminación en lugares con poca luz o durante los meses fríos del año. En las zonas con luz natural abundante y clima apacible durante todo el año, los edificios deberían incluir un diseño que garantizase la distribución uniforme de luz en cada una de las superficies de cultivo; un reto arquitectónico para el que habría soluciones, aunque tendrían un coste.
Pero las redes de cultivo hidropónico vertical y próximo a centros urbanos también tendrían sus ventajas. Entre otras, una mayor proximidad a los consumidores; escalabilidad del nivel de producción (a mayor necesidad, más nutrientes, o pisos añadidos); ahorro energético y económico derivado de una distribución más sencilla; se reduce el uso de fertilizantes y plaguicidas y, por tanto, la dependencia y factura de combustibles fósiles; se reduce la presión sobre la superficie natural no cultivada; se reconecta a la creciente población urbana con el cultivo agrario, aunque sea en estructuras verticales.
Las granjas verticales reducirían, además, la erosión del suelo y sus consecuencias, tales como la contaminación de acuíferos, ríos y océanos con nitrógeno de fertilizantes químicos, que forma zonas muertas, donde la vida acuática es difícil o, en casos extremos, imposible.
Torres de marfil
Crítico con la propuesta de Dickson Dispommier en el libro The Vertical Farm, donde propone aumentar la cantidad y sostenibilidad de los alimentos en el futuro construyendo granjas verticales, el colaborador de The Guardian George Monbiot argumenta que hay ecologistas que viven en torres de marfil y, no contentos con ello, ahora quieren cultivar en ellas.
Monbiot no puede negar la atracción de la idea, pero mantiene su incredulidad. Despommier propone torres de 30 pisos para alimentar a la gente en lugares como Manhattan, donde los permisos, la compra del suelo y el edificio elevaría su coste a entre 100 y 200 millones de dólares. Los únicos cultivos que son capaces de cubrir tales costes son, argumenta Monbiot, ilegales.
Granjas orgánicas con animales y policultivo vs. granjas verticales
En El dilema del omnívoro, Michael Pollan habla con detalle sobre su impresión tras la visita a Polyface, que su impulsor, Joel Salatin, describe como una granja local familiar, multigeneracional, basada en el pastoreo, más allá de lo orgánico, centrada en el mercado local.
Vale la pena leer la descripción de Polyface, un lugar donde pollos, cerdos y vacas ayudan tanto como la propia familia Salatin a mantener el equilibrio sobre las tierras que cultivan, que no emplean fertilizantes químicos y, pese a ello, cuentan con cosechas abundantes.
Los productos de la granja son renombrados en la zona (Virginia, Estados Unidos); tanto en los poco pretenciosos vecinos de los Salatin como en los restaurantes más sibaritas de la región. Las granjas del abuelo gestionadas con sabiduría, como Polyface, describen un futurismo que se parece a lo mejor de nuestro pasado.
Quisiera pensar que hay espacio suficiente para que proliferen granjas horizontales como Polyface, en lugar de grandes monocultivos al estilo de los interminables campos de maíz modificado genéticamente (y patentados, además de incapaz de reproducirse, para asegurar que el granjero comprará cada temporada) que Pollan visita en Iowa.