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Subproductos "techie": evitando solucionismo y reduccionismo

Internet acerca nuevas oportunidades de ocio, educación y trabajo, además de transformar por completo el modo de producir y consumir todo tipo de información, desde la referida a cuestiones anodinas hasta la que decide una opinión o intención de voto.

A medida que el nuevo medio madura, se conoce más sobre los efectos no deseados de una tecnología que acerca facilita el acceso a conocimiento y habilidades, además de prometer un mundo mejor no siempre consistente y/o realista, con el optimismo baby-boomer de los legendarios murales de Robert McCall.

El riesgo de confundir una herramienta con una lámpara mágica

La Internet ubicua facilita nuestra vida y trabajo, pero introduce a la vez nuevos fenómenos tales como trastornos del comportamiento o actitudes ante la tecnología que, como denuncia el ensayista Evgeny Morozov, nos hacen creer en el solucionismo tecnológico: la ingenua idea de que habrá un botón o aplicación para “arreglar” cualquier cosa.

Pensar que hay “un poco de polvo mágico que puede arreglar cualquier cosa” es la consecuencia de una mentalidad hiper-positivista que ha menudo ha propulsado los productos y tecnologías más importantes de la actualidad, la mayoría de ellos surgidos al abrigo de una mentalidad, institución universitaria y entorno geográfico y económico determinados: emprendeduría, Stanford y el valle de Santa Clara (Silicon Valley), respectivamente.

El solucionismo tecnológico es apenas la punta del iceberg de multitud de fenómenos que afectan nuestro modo de relacionarnos, educarnos, hacer negocios (medios de comunicación, economía colaborativa, redes sociales) o divertirnos. 

La información en la era de las redes sociales

Los distintos ámbitos de la vida individual y colectiva, desde los más íntimos a los más públicos y orientados al interés general a largo plazo, dependen de la cultura de Internet y su acceso desde las distintas pantallas a nuestro alcance.

En paralelo a la expansión de Internet y sus innumerables beneficios, proliferan también los efectos no deseados que suelen seguir a la implantación generalizada de toda gran tecnología, desde abusos a falsas soluciones o creencias basadas en una cultura que prioriza la cuantificación y el análisis de datos sobre la interpretación a largo plazo.

(Imagen: mural “The Prologue and the Promise” sobre el futuro de la era espacial, por Robert McCall)

Con la inmediatez y acceso ubicuo a datos, la información se ha convertido en una mercancía y sólo los servicios que actúan como filtro diferenciador se distinguen de, por ejemplo, el resultado que aporte una búsqueda en Google, Facebook o Twitter.

Auge de la utopía tecnológica: ¿una solución -potencial- para todo?

Pero la democratización del acceso no garantiza mejor información y soluciones más adecuadas para problemas educativos, tecnológicos o cotidianos: si bien un acceso más universal a la información favorece a los más hábiles y a los que poseen un entorno adecuado, mayor información al alcance no implica la mejora de la información.

El sesgo informativo tradicional se adapta a una época en que líderes de opinión informales se sirven de redes sociales e instrumentos relacionados para alimentar fenómenos como el sesgo de confirmación, o consumo de la información que nos agrada y/o confirma nuestra visión de la realidad, mientras se ningunea la alternativa crítica.

(Imagen: retrato del artista espacial más celebrado, Robert McCall, retratista conceptual de la carrera espacial en plena Guerra Fría)

El positivismo tecnológico, cuyo máximo exponente es el que algunos autores llaman “utopianismo” (concepto que se remonta a al desarrollo de Milton Keynes en el Gran Londres) logró un nuevo estadio de desarrollo al combinarse en Silicon Valley, convirtiéndose en “utopianismo” tecnológico.

Lo hizo al abrigo de Stanford y de la inversión militar federal, con la contracultura (Stewart Brand ya lo explicó en la revista Time en los 90) y políticas económicas liberales.  

Cuando inversión militar, contracultura y libertarismo crearon Silicon Valley

La mentalidad bohemia, individualista y anti-autoritaria de la bahía de San Francisco propulsó en paralelo estudios interdisciplinares para “ampliar” la mente, el cuerpo y, en última instancia, el bienestar humanos, partiendo de la idea de que más información y mejor tecnología podrían llevar al ser humano a un nuevo estado de desarrollo.

Desde Timothy Leary y sus censurados experimentos con el ácido lisérgico al desarrollo de las ciencia cognitiva, Silicon Valley lleva décadas trabajando en “cognición aumentada”, tanto de orden filosófico y psicológico (psicología humanista, terapia Gestalt, escuelas alternativas californianas, etc.) como introduciendo métodos que aumenten artificialmente las capacidades humanas:

  • sea a partir de sustancias psicoactivas (desde los experimentos de Harvard con la psilocibina a propuestas que defienden el transhumanismo usando sustancias y alimentos adecuados, entre cuyos primeros exponentes comerciales estaría Soylent);
  • o inventando una “realidad aumentada” artificial a través de implantes o interfaces que combinan software con sistemas de proyección óptica y multisensorial, tales como pantallas, gafas y cascos de realidad virtual (HMD), etc.

Cuando Silicon Valley conocía el dharma

La mentalidad utópica de los inicios de Silicon Valley, mantenida décadas después con mayor inversión y pragmatismo (aunque conservando la etiqueta desenfadada y el espíritu libertario de los pioneros), permitió que surgieran sectores como la informática personal y la interfaz gráfica de usuario: autores como John Markoff (What the Dormouse Said) han explicado la conexión entre la contracultura más experimental y los jóvenes “nerds” subvencionados por Xerox en PARC.

Steve Jobs comprendió antes del dominio del software y de Internet el potencial de la interpretación tecnológica de Silicon Valley, pues con ella el positivismo tradicional, o comprensión mecanicista de la ciencia como proceso de avance humano, adquiría una vertiente metafórica, un relato idealista próximo al concepto de la metafísica de la calidad, desarrollado por el filósofo Robert M. Pirsig.

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El avance no encalló en la informática personal y la metáfora de las ventanas y archivos de la interfaz de usuario gráfica: mejores procesadores, lenguajes de programación conceptuales y las convenciones que facilitaron la intercomunicación entre distintas familias de dispositivos a través del protocolo común de Internet propulsaron los inventos que sostienen la sociedad de la información que hemos interiorizado.

Qué nos depara el “utopianismo”

El avance no para con el teléfono inteligente, vehículos que conducen por sí mismos, interfaces de realidad virtual, algoritmos que se convierten en mayordomos para todos los públicos, drones de reparto o cohetes reusables para que enviar satélites y personas al espacio se convierta pronto en una rutina.

Pronto, la misma mentalidad solucionista nos permitirá, por ejemplo, imprimir tejidos u órganos para transplantes, así como convertir en rutinarios procesos ahora imposibles. 

A medida que los algoritmos mejoren la interpretación del lenguaje natural, tales como Apple Siri o Google Voice/Now o Microsoft Cortana, o sean capaces de elegir de manera competente gracias al conocimiento adquirido y a una jerarquización sensata y autónoma (IBM Watson), el concepto de “inteligencia artificial” será cada vez menos un oxímoron y una realidad útil y palpable, hasta materializarse la “singularidad tecnológica” (momento en que la inteligencia artificial general pueda mejorarse a sí misma y traspasar el propio control y comprensión humanas).

Posibles mundos 

Más allá de si se produce o no la “singularidad” tal y como es descrita por Ray Kurzweil o Vernor Vinge, entre otros futurólogos, el avance tecnológico hace creer en el relato utópico y positivista de Silicon Valley.

Expertos en la materia como Peter Thiel (Zero to One) y Nick Bostrom, nos hacen soñar con que a medio plazo haya empresas con sede en Silicon Valley extrayendo materias primas de las irregulares lunas de Marte. 

Al tratar sobre el futuro tecnológico y los propios pasos de Silicon Valley a medio plazo, Peter Thiel cita en Zero to One el trabajo del filósofo y futurólogo Nick Bostrom, quien describe cuatro patrones de conducta y desarrollo tecnológico que podrían producirse:

  • colapso recurrente (como pensaban los antiguos);
  • estancamiento de desarrollo hasta que el mundo alcance un nivel similar a los países más ricos de la actualidad;
  • desastre a gran escala y extinción (tormenta perfecta entre conflictos cada vez más sofisticados, competición por recursos, colapso climático, etc.);
  • escenario utópico-tecnológico: despegue tecnológico propulsado por la ingenuidad humana que permita resolver grandes cuestiones, aumentar la inteligencia humana, mejorar el planeta y conquistar nuevos mundos, etc.

A la sombra del Übermensch

Al citar los 4 posibles futuros para la humanidad, Peter Thiel se reserva una pregunta: ¿estancamiento o singularidad tecnológica? Él cree que la mejor salida para el ser humano es inventar algo menor, confiar en la ingenuidad y en la filosofía utópico-positivista que ha convertido Silicon Valley, un valle dominado por el cultivo frutal hace medio siglo, en el lugar más próspero e innovador.

Desconocemos si la innovación que ha llevado a Silicon Valley hasta su posición actual servirá para los nuevos retos, o si será necesario que el testigo recaiga en nuevas mentalidades y tecnologías. 

De momento, no se ven alternativas y el modelo parece funcionar… siempre y cuando no se tenga en cuenta la parte menos exitosa del auge tecnológico de las últimas décadas: a diferencia de períodos de innovación anteriores, capaces de crear nuevos sectores que empleaban millones de trabajadores, la industria de las tecnologías de la información crea un porcentaje ínfimo de empleo en función del valor generado.

Más allá del reduccionismo mecanicista

Hay ensayos que exponen esta aparente paradoja, que se relaciona con el auge paralelo de la robótica, los algoritmos, los productos intangibles (menos material, más servicio y valor: softwarización y desmaterialización en paralelo), o la deslocalización, entre otros fenómenos.

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El último ensayo en llegar, publicado en enero de 2016: The Rise and Fall of American Growth. Lo firma Robert J. Gordon, profesor en la Northwestern University.

El principal riesgo para el modelo tecnológico a largo plazo de empresas como Apple, Alphabet, Tesla, SpaceX, Facebook o Soylent, por poner ejemplos dispares, no es el surgimiento de competidores haciendo lo mismo sino, como recuerda Peter Thiel, la llegada de nuevas ideas todavía más poderosas y con mayor potencial monopolístico.

Existe un riesgo todavía superior, equivalente al riesgo que Friedrich Nietzsche observó en la sociedad occidental del siglo XIX, basada en el idealismo filosófico (materialismo como explicación del mundo) y el mecanicismo surgido de la Revolución Industrial. 

El todo como algo más que la suma de las partes

Después de su experiencia como profesor universitario (accedió a su cátedra a los 24 años y demostró brillantez en el puesto), Nietzsche advirtió de que el sistema educativo y los valores y mentalidad predominantes en la época, tanto los dominantes como los que se presentaban como alternativa (el materialismo dialéctico contra la sociedad liberal burguesa), incidían sobre la misma mentalidad de rebaño instituida en Occidente durante dos milenios, desde el dualismo platónico a la Iglesia y las ideas de Descartes.

Nietzsche, que abandonó pronto su labor de profesor para viajar por Europa y centrarse en su descomunal obra filosófica, acabó loco y a merced de la celosa interpretación errónea y reduccionista de su obra, a cargo de su hermana, posteriormente simpatizante del régimen nazi (intentando convencer al mundo de que el autor de los alegatos más brillantes contra la mentalidad de rebaño habría apoyado a un régimen contrario al florecimiento del pensamiento individual).

De una manera similar, más de un siglo después los principales riesgos de los proyectos más punteros en educación y tecnología son el solucionismo y el reduccionismo, que parten de un concepto mecanicista de la propia tecnología, creyendo (a diferencia del emergentismo filosófico) que un sistema complejo es sólo la suma de sus partes.

La sincronización más importante

El otro riesgo del hasta ahora exitoso “utopianismo” tecnológico impulsado desde la bahía de San Francisco también fue detectado por Friedrich Nietzsche como el mayor enemigo de un ser humano capaz de activar su auténtico potencial después de reconectar cuerpo y mente (y superando el dualismo cuerpo-alma artificial derivado de la interpretación de Occidente Platón, la Iglesia y Descartes): la tiranía de la mayoría.

Tres autores con profunda comprensión del surgimiento de los sistemas (modernos y clásicos) más exitosos de democracia representativa, denunciaron el riesgo de la oclocracia, o gobierno de las masas enfervorecidas en momentos de incertidumbre.

El gobierno de la mayoría fue denunciado por filósofos durante la Antigüedad y la Ilustración por su deriva potencial en gobiernos tiránicos o despóticos, si la opinión pública carece de las herramientas de consideración y contrapeso necesarias para ponderar y moderar sus decisiones. 

¿Sabiduría de la muchedumbre?

Las ideas populares, aunque injustas o con potencial desastroso, pueden imponerse en regímenes gobernados a golpe de referéndum y decreto. 

En Grecia, autores como Sócrates, Platón y Aristóteles debatieron en profundidad sobre los distintos modelos de gobierno, atestiguando que en ocasiones el populismo podía ser desastroso (ejemplo: ajusticiamiento del propio Sócrates), mientras el gobierno de “expertos” (ejemplo: gobierno de Pericles) era en ocasiones más justo y efectivo a largo plazo y, por tanto, más favorable a las masas.

Desconfiaron de la mentalidad de rebaño y las consecuencias de la tiranía de la mayoría en regímenes democráticos demócratas individualistas (interesados en una democracia liberal, con separación de poderes y mecanismos para evitar justicias masivas):

  • John Adams (segundo presidente de Estados Unidos y principal redactor de su Constitución); 
  • el intelectual y sociólogo francés Alexis de Tocqueville (cuya familia fue perseguida por los revolucionarios franceses), autor del influyente ensayo La democracia en América;
  • y el propio Friedrich Nietzsche, que se refirió al fenómeno en su ensayo Humano, demasiado humano.

Lo que no ofrece el utilitarismo

Internet ha promovido, a través de la economía colaborativa y de conceptos pseudo-tecnológicos como el que otorga a la muchedumbre (o el término menos peyorativo “grupos”) una supuesta superioridad (según el ensayo que popularizó el concepto, firmado en 2004, en pleno ascenso web 2.0, por James Surowiecki).

El ensayo The Wisdom of the Crowds es apenas el resumen para todos los públicos del positivismo más previsible surgido en el ecosistema tecnológico que depende de Silicon Valley, pero no en su núcleo.

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El núcleo ideológico de Silicon Valley está más próximo a ponderar el legendario utilitarismo del arquetipo de “emprendedor” (maximizar el valor del trabajo y el placer material derivado en lugar de, por ejemplo, minimizar el dolor o buscar con ingenuidad la mejora constante del propio potencial), con una evaluación del auténtico poder de las humanidades.

Sin una visión filosófica del futuro, la existencia o la propia conciencia humana, el ser humano carece de anclajes a la realidad y a sus objetivos y esperanzas.

Ideas de ideas vs. nuevas ideas

La diferencia entre Peter Thiel y alguno de los chicos que, siguiendo su consejo, abandonan la universidad para crear algo nuevo que mejore el mundo actual, es que el propio Thiel estudió filosofía en Stanford, antes de cursar derecho, intentar ser juez y, al no poder acceder al puesto en la judicatura estadounidense al que aspiraba, decidió reorientar su vida.

A buen seguro que las lecturas filosóficas no le han abandonado desde sus años universitarios.

Seguramente, como el propio Friedrich Nietzsche y tantos otros pensadores, observó que las universidades actuales (y mucho menos las del siglo XIX) no promueven el pensamiento independiente ni la curiosidad, o acaso el descubrimiento del propio potencial, sino que se centran en enseñar conocimientos basados en convenciones a partir de convenciones.

Son ideas de ideas de ideas a partir de la idea que alguien obtuvo, con notas al pie sobre experimentos o comentarios de otras personas influyentes que han dedicado su carrera a perseguir la misma idea de idea.

La importancia de saber más que la especialidad elegida

Nietzsche y tantos otros creen que hay que salir al mundo y cuestionarse las cosas con frescura. Y prepararse para crear lo que no existe, o para refutar la idea que todo el mundo da por sentada.

Ver las cosas con una frescura nueva. Conectarlas como antes nadie lo había hecho.

Atender a una clase de caligrafía fue importante para Steve Jobs; para Peter Thiel, quizá comprender que la filosofía se basa a menudo en ideas de segunda mano, en lugar de -como trató Nietzsche, por ejemplo- tratar de encontrar los puntos débiles de lo que todo el mundo acepta.

Conformarse con quedar bien con “la mayoría” y caer en lo políticamente correcto sería el principio del fin de la posición dominante de Silicon Valley.

Saliendo de la jaula de hierro de Max Weber

Curiosamente, el ascenso de la burocracia, las regulaciones y la democracia directa a varios niveles pone en riesgo el experimento utópico e individualista (con sus desigualdades y externalidades, sí, pero con una capacidad creativa a una escala sin precedentes). 

La jaula de hierro, concepto del sociólogo Max Weber acerca de la evolución en las sociedades avanzadas, proyecta su sombra incluso en el valle de Santa Clara.

Quizá por este riesgo, la metafísica de la calidad de Robert M. Pirsig siempre ha tenido su hueco entre personajes clave del valle de Santa Clara, donde las decisiones nunca se han tomado por comité.