Hace un tiempo, leí una entrevista en un suplemento dominical francés con el escritor Michel Houellebecq, abanderado del cinismo nihilista propio de un cierto tipo de lucidez en la sociedad que Byung-Chul Han llama «del cansancio». Su aspecto, su manera de hablar, el estilo de su prosa…
Houellebecq siempre parece cansado, obligado a perdonarse y a perdonarnos la vida, como lamentando que el interés multitudinario por su literatura le obligue a seguir. La entrevista, sin embargo, tenía otro tono.
😷Compulsory face masks
❌No in-flight magazines
🍽Less food and drink on board
🌡Health checksWelcome to the new flying experience https://t.co/E1HJ7tdg9g
— Bloomberg Opinion (@bopinion) May 4, 2020
El autor de Las partículas elementales mencionaba desde su apartamento, en una de las moles del distrito XIII de París, los pequeños placeres de lo que su mirada describe algo así como «abulia de existir». Entre los pasatiempos mencionados, la evocación de Irlanda, país donde ha vivido, desde Francia; o a la inversa, el ejercicio de pensar sobre la sociedad francesa desde el exterior.
Houellebecq también mencionaba algo aparentemente tan banal y superficial como la mera traducción pecuniaria de su éxito literario en caprichos como la compra de una casa vacacional en el Levante español, a la que acude a menudo —explica— conduciendo. Y son precisamente actividades como el trayecto a esta casa, por carretera y a través del paisaje francés, las actividades que, en el fondo, lo reconcilian con la futilidad de lo cotidiano.
Narrativa para una época
Todas las novelas del autor exploran los excesos contemporáneos con un trasfondo desencantado, realista y a la vez posapocalíptico. Este fatalismo de fin de era hace que sus escenarios se abran al lector como versiones de los tics que compartimos a través de la intersubjetividad de nuestro tiempo.
Quizá por eso, por la habilidad de percibir con toda su crudeza la tendencia al agotamiento de una sociedad que aumenta su oferta de adicciones a través de productos y servicios de bufé libre, Houellebecq decía hace unos días que él no se cree la narrativa de que el mundo vaya a transformarse a causa de la pandemia de Covid-19.
Controversial French writer Michel Houellebecq said Monday that he believes the world will be just the same after the coronavirus – only worsehttps://t.co/twNnIQPvOo
— AFP news agency (@AFP) May 4, 2020
El autor no confunde los síntomas con las grandes tendencias subyacentes, ya presentes en su propia concepción: hijo de representantes de la contracultura demasiado ocupados en explorar los cultos New Age como para prestarle atención, que acabó tratando de armarse una existencia estable junto a su abuela, con quien se crió.
En Las partículas elementales, intuimos en algunos pasajes la tirria del autor a los intentos de Esalen y otras instituciones de la época por «liberar» al ser humano de cultos pretéritos con sucedáneos que contaban entre sus acólitos a personajes como Charles Manson y Jim «kool-aid» Jones.
De mapas, territorios y biopolítica
Como tantas otras cosas, el turismo se ha transformado según Houellebecq en una oportunidad para comprar excesos a la carta; vuelos baratos, adicciones, sexualidad fría y homogeneización de experiencias aceleran la descomposición de viejas realidades, sustituidas por existencias banales que reemplazan viejos anhelos y deseos por versiones virtuales empobrecidas. El mapa y el territorio se confunden.
Y mientras Houellebecq dice que nada cambiará en realidad debido a la pandemia, muchos de los motivos de sus novelas, testimonios del exceso de nuestra época, desde los viajes en avión a las relaciones humanas azarosas, superficiales y dominadas por la misoginia cultural, no podrán volver fácilmente a los niveles previos a la pandemia.
Los protocolos biopolíticos que rigen los eventos que protagonizamos en un mundo interconectado cambiaron radicalmente después del atentado contra las Torres Gemelas de septiembre de 2001.
Glass screens built around sunbeds on a Santorini beach, in anticipation of the return of tourists.
Optimistic.. pic.twitter.com/AabSv31ZyL
— ian bremmer (@ianbremmer) May 12, 2020
Más allá de la importancia de la pandemia en la futura memoria colectiva, en esta ocasión, la transformación podría ser mucho mayor que tras 9/11, hasta el punto de poner en entredicho acciones como las protestas por el desencanto contemporáneo (su última novela, Serotonina, explora el descontento de los «chalecos amarillos», y el autor aprovechó la presentación del libro en 2019 para expresar su simpatía por un personaje excesivo y caricaturesco hasta la náusea en una época excesiva).
El relativo optimismo de un pesimista
Siguiendo en una ya previsible línea de provocación que, más que la corroboración de la posteridad, lo que pretende es alimentar una pose punk que lo sitúe en las antípodas del canon, Houellebecq dice ahora:
«No me creo, ni siquiera por un instante, las declaraciones de que ‘nada volverá a ser como antes’. No nos despertaremos después del confinamiento en un nuevo mundo. Será lo mismo, salvo simplemente un poco peor».
Al fin y al cabo, dice, la pandemia se ha comportado con una previsibilidad que roza la banalidad. A Houellebecq parece no gustarle que, en el fondo, su literatura irreverente no sea más que una mirada realista de las tendencias de nuestra época, como si la necesidad de la educación a distancia, el teletrabajo y la distanciación social no fueran cosa del grueso de la sociedad, sino de quienes viven en el margen.
Please check in your baggage so it can be disinfected https://t.co/mubdoMaeYt
— The Economist (@TheEconomist) May 7, 2020
Los pequeños placeres confesados del autor, como la muy convencional y burguesa aspiración de disfrutar de un trayecto por carretera entre dos países europeos, han dejado de ser lo mismo desde inicios de la pandemia. Y, como él, todos deberemos prestarnos a la labor de adaptación a nuevos protocolos burocráticos que, en poco tiempo, pasarán a conformar lo cotidiano.
Cosas que ya han cambiado
La UE afronta ya la peor recesión de su historia, en esta ocasión aguda y generalizada, y su temporalidad no evitará que, al salir a pasear, Houellebecq compruebe que la ciudad donde reside mantiene sus cafés y negocios, escuelas de secundaria y universidades sin actividad o con una actividad bajo mínimos. Nos guste o no, muchas cosas tardarán en volver a los niveles cotidianos previos a la pandemia.
De momento, la temporada estival en el hemisferio norte no podrá ser convencional, tal y como ya han anunciado los distintos gobiernos; se debate crear regiones-estanco en las que se permita el vuelo interior (por ejemplo, entre Nueva Zelanda y Australia, o entre las regiones menos afectadas de la UE: Baviera con Mallorca, Grecia con Escandinavia, etc.).
Queda ya claro, en cualquier caso, que los trayectos de larga distancia no lograrán niveles anteriores durante el verano y se mantendrán tanto estrictos protocolos de saneamiento y distanciación como varias restricciones geográficas.
Como consecuencia, varios sectores tendrán que adaptarse a una situación inédita incluso durante la crisis de 2008. La lista es larga: la cancelación de deportes y eventos multitudinarios, la restricción (y, eventualmente, encarecimiento) de vuelos de larga distancia, la transformación de servicios que dependen de la interacción social como los espectáculos en directo, el hospedaje y la hostelería, el trabajo en oficinas abiertas y la educación…
Vivir, divertirse, estudiar y trabajar en sociedad
Ni siquiera las instituciones que permanecen abiertas en los episodios más oscuros de sociedades complejas, como los servicios burocráticos, deberán acelerar una transición electrónica compleja y deficiente, que en ocasiones alcanza dimensiones bizantinas (en Nueva Jersey, no es casual que la demanda de la prestación por desempleo sea tan compleja, al haber sido diseñada con tal objetivo y requerir, entre otras tareas, el mantenimiento de una intranet programada en COBOL, un oscuro y abandonado lenguaje de programación).
Muchas cosas no podrán ser como antes. El uso de máscaras podría alcanzar en los países occidentales niveles similares a los observados en varios países asiáticos, donde su uso aumentó a medida que la polución urbana y el riesgo de contagio en pasadas epidemias lo aconsejaron. Oficinas, aulas educativas y centros de atención a la ciudadanía deberán adaptarse a nuevas prerrogativas de aforo, distanciación social, tiempo de interacción y sistema de climatización.
No one proposed a perpetual lockdown. That’s a strawman.
Successful strategies look like the one in the widely read Hammer and Dance article.
Many countries have brought the virus under control and can safely loosen restrictions. Others are failing.https://t.co/Ho9wGSNr8D
— Erik Brynjolfsson (@erikbryn) May 12, 2020
Bibliotecas, salas diáfanas y espacios de trabajo con volumetría compartida deberán ofrecer garantías y podrían padecer modificaciones significativas si la pandemia se recrudeciera a inicios de la próxima temporada vírica y coincidiendo con los meses fríos en el hemisferio norte.
La vida de los otros
Las implicaciones de la pandemia no son tan superficiales como el provocador Houellebecq sugiere (si bien él mismo confiesa que ni siquiera una labor tan solitaria y misantrópica como la de escritor puede desdecirse de la vida en sociedad; con sus 64 años, el autor francés, fumador empedernido, echa de menos sus paseos habituales: «un escritor necesita caminar»).
Sin embargo, insiste, las limitaciones expuestas por la pandemia ya eran latentes, como la deshumanización y otro de sus temas recurrentes, el obsesivo culto contemporáneo a la juventud y la tonificación física:
«Nunca había quedado patente de una manera tan cruda que la vida de todo el mundo no tiene el mismo valor. Que a partir de una determinada edad —¿70, 75, 80 años?— es como si uno estuviera ya muerto».
Hoteles, propietarios de viviendas alquiladas a través de plataformas de hospedaje, plataformas de transporte de pasajeros, compañías de cruceros, agencias de viajes (cuya profunda crisis precede la situación producida por la pandemia de coronavirus), prestadores de servicios de transporte férreo y por carretera, ferris y, sobre todo, aerolíneas, deben adaptarse a una situación extraordinaria.
Viajar en tiempos de pandemia
A finales de abril, un viajero frecuente de vuelos costa a costa en Estados Unidos explicaba los cambios que había observado en un vuelo entre los aeropuertos de San Francisco y Washington (Dulles).
La zona de estacionamiento limitado de la terminal de vuelos locales del aeropuerto de San Francisco se encontraba prácticamente desierta a finales de abril, con algún que otro vehículo dejado o recogiendo a algún pasajero. La misma actividad mínima esencial para garantizar el funcionamiento en la zona de facturación; de la veintena de personas en la enorme sala, incluyendo empleados del aeropuerto y las aerolíneas, todos salvo dos pasajeros llevaban máscaras.
La señalética también parece haberse adaptado de cara a una temporada veraniega que no recuperará la normalidad, con carteles y marcas adhesivas que recuerdan la necesidad de mantener 6 pies (2 metros) de distancia, obligación que no es necesaria entre quienes viajan acompañados. Durante su trayecto hacia su puerta de embarque, el autor de este testimonio desde el aeropuerto de San Francisco observó que todos los operarios y la mayoría de los pasajeros llevaban máscaras.
El cronista no describe la presencia de puestos o repartidores con aprovisionamiento de máscaras, gel hidroalcohólico y toallitas, ni tampoco la constatación confirmada por los pasajeros que, pese a las recomendaciones del departamento de Estado de no volar salvo en casos excepcionales, se han desplazado en las últimas semanas en Estados Unidos: los establecimientos en el interior de los aeropuertos permanecen cerrados y no se ofrecen más alimentos que los snacks empaquetados en pleno vuelo.
Control biopolítico en aeropuertos
En el vuelo, toda la tripulación llevaba máscara y guantes y prácticamente todos los pasajeros (salvo parejas y grupos, emplazados conjuntamente) fueron asignados a una hilera individual, sin pasajeros a un lado u otro. Sólo se repartieron refrigerios y comida en envase. Al llegar a Washington Dulles, el cronista explica la elevada presencia, muy superior a la habitual de operarios de mercancías, así como aviones dedicados exclusivamente a este propósito.
Autoridades y aerolíneas mantienen las incógnitas en torno al riesgo de contraer Covid-19 en aviones con pasajeros potencialmente contagiados, así como en torno a la operativa que debiera evitar la presencia de pasajeros asintomáticos en vuelos de larga distancia (como la toma frecuente de la temperatura de la tripulación y de todos los pasajeros previstos antes del embarque, la posibilidad de hacer pruebas rápidas, etc.).
Hard to see airlines back on their feet before a vaccine: https://t.co/SkwiE7zCHL
— ian bremmer (@ianbremmer) April 29, 2020
Un artículo del New York Times indica que los aeropuertos instalarán cámaras térmicas, como ya han hecho algunos (entre ellos, el Aeropuerto Luis Muñoz Marín, en Puerto Rico).
Los estudios deberán confirmar en las próximas semanas el riesgo de que los sistemas de ventilación y climatización de los aviones pudieran dispersar en el interior del habitáculo, si se confirma la hipótesis de que las gotas microscópicas expelidas al hablar o toser pueden desplazarse como las partículas finas.
Aumenta la resolución de casos
A raíz de una recomendación de la Comisión Europea del 16 de marzo, los países de la UE restringieron temporalmente los desplazamientos no esenciales, incluidos los aéreos, tanto en el interior de los países como entre países de la UE, o con respecto a vuelos procedentes del exterior con destinación a algún aeropuerto de la zona Schengen.
En los países de la UE más afectados por la epidemia hasta el momento, la reducción drástica de nuevos contagios y el aumento sostenido de los casos «cerrados» (casos de infección resueltos en la cura o en el fallecimiento de los afectados), permite el retorno escalonado a la actividad y los desplazamientos al trabajo que no pueda realizarse de manera remota, si bien la evolución de los contagios en las próximas semanas dictará las acciones coordinadas a partir de junio.
Estados Unidos lleva a cabo un proceso de desconfinamiento similar (aunque con mayor riesgo potencial) al de los países europeos más impactados. En Estados Unidos, la curva de contagios se mantiene al alza en las zonas ajenas a los mayores epicentros hasta el momento, como la Costa Oeste, el noreste del país (con Nueva York foco principal de la pandemia desde inicios de abril) y la zona de los Grandes Lagos, donde el confinamiento había sido más estricto y respetado por la población.
Viajar en el interior de regiones mundiales
El verano, en cualquier caso, no podrá ser convencional, tal y como ya han anunciado los distintos gobiernos; Francia, por ejemplo, promoverá los desplazamientos veraniegos de proximidad realizados a zonas del territorio francés poco afectadas por la epidemia, si bien el ejecutivo francés no ha confirmado la imposibilidad de los franceses a viajar a otros países europeos o del exterior en los próximos meses.
Se proponen modelos de desconfinamiento por zonas de población donde los nuevos contagios sean muy bajos o residuales. De este modo, argumentan los investigadores Miquel Oliu-Barton y Bary Pradelski, la UE podría establecer un modelo que permitiera los desplazamientos estivales entre zonas de la UE donde el virus haya remitido drásticamente.
Con un plan que garantizara los desplazamientos entre zonas verdes de la UE —aseguran los investigadores—, la región podría aportar un ejemplo aplicable en otros lugares, además de permitir un respiro a servicios y sector turístico en los próximos meses.
Grecia, el sur y la costa atlántica de Francia, el sur de Italia, Baleares, Canarias y el Levante español, o el norte de Portugal, podrían recibir viajeros de otros puntos y, a la vez, impedir nuevos brotes de contagios con pruebas, localización de posibles contagios, rastreo de contactos y confinamiento si fuera necesario.
Back to the land
Se estima que el mundo perderá este verano 100 millones de puestos de trabajo en transporte y turismo a causa de la pandemia, mientras las aerolíneas estadounidenses han anunciado un descenso del 95% del tráfico en comparación con el año anterior, mientras los hoteles gestionan niveles medios de ocupación en torno al 25%.
Analistas y estudios de mercado creen que muchos viajeros frecuentes eludirán los desplazamientos veraniegos de larga distancia e internacionales, y priorizarán trayectos locales o regionales, a menudo efectuados por carretera en vehículo privado. Los destinos de naturaleza en lugares con baja densidad de población podrían ser los principales beneficiados de un turismo veraniego a prueba de pandemias.
Debido a la localización del nuevo riesgo sanitario entre la tercera edad, compañías de cruceros y aerolíneas podrían perder a medio plazo buena parte de su clientela con edad avanzada.
No era una cuestión de marketing, sino de supervivencia
La resiliencia y la autosuficiencia, por tanto, serán factores determinantes no sólo para las sociedades y el grueso de la economía, sino para los sectores del transporte, el turismo y los servicios.
El retroceso paulatino de la amenaza de la actual pandemia no permitirá una supuesta vuelta a la «normalidad», pues la deriva económica y los efectos expansivos asociados al cambio climático nos obligarán a invertir en mantenimiento de sistemas complejos y redundancias que mantengan en pie servicios y actividades esenciales incluso durante situaciones extraordinarias.
El culto a la eficiencia ha pasado a mejor vida. La preparación, el diseño de redundancias esenciales en sistemas complejos y la resiliencia abandonan su nicho minoritario y asumen su centralidad.
La sostenibilidad se hace mainstream. Si nos quedaba alguna duda de ello, observemos la deriva de los precios del petróleo y la pérdida de interés de los inversores en los dinosarios de la energía.
Como recordaba recientemente el ejecutivo de Silicon Valley Antonio García Martínez,
«La Edad de Piedra no acabó porque el mundo se quedara sin piedras».