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Intersubjetividad: qué compartimos si el mensaje se fragmenta

El otro día conversaba con un experto en desarrollo de software que me confesaba su preocupación por años de excesos compartiendo información personal con poco o ningún control.

Los efectos de la regulación de datos europea, GDPR, llegan en muchos casos demasiado tarde, pues tanto oscuras empresas de marketing en la órbita de las redes sociales como empresas de análisis de mercado (entre ellas, Palantir y Cambridge Analytica), así como las mayores empresas de Internet, se servirán en los próximos años de lo que han aprendido sobre nuestro grafo social.

Fragmentada o aislada, la información producida en la Red carece de significación, si bien las redes sociales logran convertir la cacofonía imperante en una experiencia con cierta significación para los usuarios. Esta significación «emergente» de lo leído en medios personalizados crea un marco precario de conocimiento.

Francisco de Goya, «Duelo a garrotazos» (también «La riña»), de la serie de pinturas negras realizadas sobre las paredes de la Quinta del Sordo, vivienda del pintor en Madrid. Trasladadas de revoco a lienzo a finales del XIX, fueron donadas al Museo del Prado por el promotor de la restauración, Émile d’Erlanger

La «epistemología» o marco de conocimiento que creíamos consolidado, pierde sus apoyos y se difuminan, una vez más, las barreras entre datos objetivables y creencias sujetas a opinión: recurriendo a Aristóteles, la vieja doxa (opinión, retórica propia de la política) se vuelve a entrometer con el conocimiento científico (episteme) y su aplicación tanto técnico/artística (techne) como ética (frónesis).

Qué convicciones compartimos en una sociedad abierta

Sin una aspiración a lograr un conocimiento imparcial y compartido con el resto de observadores, un «universal subjetivo» como el explicado por Edmund Husserl, el conocimiento olvida su obligación ética, pues el pensamiento debe ser crítico (recordará Karl Popper, evocando una vieja historia de Anaximandro y su papel en el surgimiento del racionalismo crítico) o, de lo contrario, se somete a cualquier maquinaria mecanicista que, al tomar la inercia de su propio funcionamiento, pronto olvida al ser humano.

Este fenómeno, el de las maquinarias burocráticas deshumanizadas funcionando con su propia inercia, es la principal preocupación de la filosofía crítica con los avances a escala industrial del siglo XX, desde Max Weber («jaula de hierro») a Martin Heidegger («tecnicidad»), pasando por Hannah Arendt («banalidad del mal»), Michel Foucault («gubernamentalidad» y «biopolítica») y el ecologismo contemporáneo.

La aplicación del materialismo histórico y sus consecuencias en el siglo XX son una parte de la evolutiva de una racionalidad técnica que olvida la ética. En Ética a Nicómaco, Aristóteles expone por qué episteme (el saber), techne (la aplicación del saber) y la frónesis (la ética o pensamiento crítico en que se basa cualquier sabiduría práctica que evite la charlatanería) deben ir de la mano.

Cuando el marco de pensamiento hace aguas

Hoy, la crisis epistemológica podría interpretarse como la sustitución de viejos modelos no ya por nuevos marcos de pensamiento, sino por la ausencia de cualquier alternativa clara. Según Karl Popper, que murió preocupado con la influencia de los medios de masas sobre la sociedad (desconociendo lo que llegaba luego), el pensamiento crítico es esencial en una sociedad abierta si ésta aspira a salvaguardar sus libertades.

Para lograrlo, debe mantener un ciclo constante de puesta en entredicho de viejas conjeturas, que aspiran a ser sustituidas por explicaciones más sólidas y demostrables de la realidad: episteme, techne y frónesis dependen de la praxis: el ejercicio de afrontar a diario a incertidumbre de que, si bajamos la guardia, todos podemos caer en la tentación de dejarnos llevar por el sesgo informativo y las teorías conspirativas.

Abandonando lecturas pasadas de vueltas de la Ética a Nicómaco y volviendo a la cacofonía contemporánea, la opinión pública (que, para sobrevivir depende de un marco compartido de percepciones, experiencias y convicciones), necesita construir nuevos relatos compartidos con un consenso amplio y una aproximación suficiente al consenso humanista y científico.

Cuando olvidamos convicciones como el pensamiento crítico, el falsacionismo (o racionalismo crítico: refutación de viejas conjeturas científicas con mejores teorías), los derechos del hombre o la suscripción de que existe cierta «ley natural» compartida entre todos, aparece con fuerza la doxa más desarraigada del conocimiento fundado: la opinión arbitraria o interesada (desinformación), así como el prestigio de los charlatanes, la moda de las teorías conspirativas, la proclamación de aberraciones en nombre de la posverdad y los «hechos alternativos», y las llamadas a los pogromos de siempre.

Intersubjetividad: el método de los «universales subjetivos»

¿Puede sobrevivir el racionalismo crítico en un contexto de bombardeo diario de teorías conspirativas? Pongamos por caso la dieta informativa de quienes carecen de una formación sólida y obtienen la mayor parte de su información de las redes sociales.

Estos usuarios se exponen a un torrente de datos personalizado suficientemente próximo a lo visionado por sus relaciones: algunos temas y memes crean un relato compartido incoherente y a menudo tendencioso que complementa (y a veces sustituye) al relato de los grandes medios, los cuales habían sido un pilar básico en la conformación de los grandes temas de debate, conformando una perfección compartida de la idea de objetividad que hoy desaparece.

Recurriendo al concepto de la intersubjetividad (lo que compartimos entre todos debido a nuestra percepción, valores, relaciones sociales, consumo mediático, etc.) hoy compartimos menos «universales subjetivos», y la fragmentación del contenido, iniciada ya en la era del cable, es uno de los factores de la ausencia de «temas comunes» y «opiniones compartidas».

«Hombres leyendo», pintura negra goyesca que representaría una tertulia política durante el Trienio Liberal

Los repositorios que ofrecen toda esta información a cambio de conocer con detalle el comportamiento de los usuarios están interesados en el rendimiento económico de la plataforma, y no en los efectos a largo plazo de una dieta informativa diseñada únicamente para mantener el nivel de interés de quienes la consumen. Las principales redes sociales sólo quieren acceso al comportamiento que denota nuestra actividad en la Red.

Eso sí, estas firmas seguirán usando la información que ayudamos a crear insistiendo en que respetan nuestra privacidad y nuestro derecho a abandonar los principales servicios. Ocurre que el rastro de datos que nos sigue por la Red permanece, aunque sea de manera fragmentada y anonimizada, y contribuye a crear anuncios y servicios más efectivos y rentables para los prestadores.

La regulación no nos devolverá una epistemología sólida

¿Qué ocurre con la soberanía de una persona sobre los datos que genera? ¿Es realista concebir un futuro próximo en que los usuarios de la Red sean tan celosos sobre su privacidad y sobre la propiedad de lo que usan en el mundo digital como recomiendan activistas del software libre e instituciones como la Electronic Frontier Foundation (EFF)?

Mi contertulio mostró sus dudas sobre la importancia que el usuario medio confiere a sus derechos en Internet: la mitad de la población mundial, recordó, ya está conectada, y un gran porcentaje de estos usuarios carecen de ordenador personal y su experiencia en Internet depende de un dispositivo asociado al portador, el teléfono inteligente.

Hace años que el usuario medio de la Red ha dejado de ser un usuario pionero de tecnologías de la información, con educación superior y un cierto conocimiento del ecosistema tecnológico que ya forma parte de nuestro contexto cotidiano, al estar presente en la oficina y en los hogares, en tiendas, automóviles, transporte público y gestión burocrática (educación, sanidad, seguridad social, etc.).

Normativas como GDPR deberían contrarrestar el dominio ejercido por un puñado de empresas sobre nuestra información y actividad, así como su capacidad de influencia sobre nuestras opiniones y acciones (voto, compra, promoción de productos —o ideas, o tendencias—), espeté.

Una de las ventajas de Internet lleva implícito su principal inconveniente: su estructura descentralizada favorece el uso desregulado y la libertad de expresión, pero impide combatir con eficiencia fenómenos como el abuso, la desinformación y la concentración.

Seguimiento de la evolución técnica de Internet

Los expertos en criptografía recuerdan que la Red cuenta con protocolos cada vez más sólidos para combatir distintos tipos de abuso, aunque sea imposible poner puertas al campo y convertir la Red en una serie de infraestructuras censuradas tras cortafuegos de regiones del mundo que actúen como silos, tal y como ocurre en China.

Al menos desde 1979, existe el diseño computacional para estructurar información digital de manera concatenada, asociando versiones de una estructura de datos a actualizaciones posteriores: este esquema, conocido como árbol de Merkle, o árbol «hash» (árbol de cadenas de datos), se usó en análisis de sistemas y programación hasta su propagación en las primeras infraestructuras de servicios telemáticos entre usuarios, o redes P2P.

En 1980, surgía la criptografía de clave pública; una década más tarde, en 1991, lo hacían los sellos criptográficos de tiempo («timestamp»), pilar para crear archivos digitales con una gestión de seguimiento de modificaciones precisa y creíble.

«La romería de San Isidro» es una de las pinturas negras de Francisco de Goya en las que se intuye la modernidad pictórica que llegaría más de medio siglo después

Un año después, en 1991, aparecían los primeros mecanismos automatizados para luchar contra el contenido basura, o «spam». El método serviría luego como base de sistemas de aprendizaje automático como el filtro contra correo basura de Gmail, que transformó un problema en apariencia irresoluble en un inocuo ruido de fondo.

Árboles de Merkle, criptografía, bases de datos descentralizadas y algoritmos para comprobar la integridad del contenido son la base de una tecnología que, quizá, transforme Internet en los próximos años: los servicios blockchain, o estructuras entre usuarios con historial compartido de transacciones de valor (ya sea dinero o información de cualquier otro tipo), que permiten las transacciones entre participantes seguras, anónimas y sin necesidad de intermediarios.

Perspectivas de un nuevo protocolo: contextos intercambios más equilibrados

Al reflexionar con mi contertulio sobre el futuro de la Red, éste mantuvo sus reservas sobre una arquitectura distribuida concreta (como blockchain), pero no así sobre el futuro de los servicios P2P: a medida que quede patente la necesidad de controlar la propia información, los usuarios mejor informados tratarán de protegerse del alcance de los servicios digitales centralizados más agresivos erigiendo infraestructuras distribuidas que emulen las ventajas de los servicios actuales (mejorándolos si es necesario), a la vez que evitan la cesión de datos y las consecuencias derivadas de esta decisión velada.

Los servicios web basados en bases de datos distribuidas y sistemas de supervisión implícitos en el propio diseño de estas estructuras P2P, representan un riesgo para la hegemonía de compañías que ofrecen servicios centralizados y de computación en la nube, al desligarse de los métodos actuales para consultar y transmitir información, en los que se prioriza el interés que ésta despierta en el usuario sobre cualquier otra consideración ontológica.

Tecnologías de computación distribuida entre usuarios aspiran a convertirse en un protocolo abierto y al alcance de cualquiera, como el correo electrónico o la WWW. De popularizarse, tecnologías como blockchain no garantizarían una información más libre o un debate más sano y equilibrado en la opinión pública: hoy, basta afrontar una conversación con varias personas para atestiguar que la información a la que cada uno de ellos accede es distinta y, hasta cierto punto, acomodaticia a su visión del mundo.

Yo me lo guiso, yo me lo como: auge del particularismo epistemológico

Para que una sociedad libre pueda compartir una interpretación aproximada de la realidad, ésta necesita compartir una serie de «universales subjetivos», u opiniones personales de todo tipo de temáticas que, al partir de tradiciones similares, son suficientemente adyacentes o compatibles con las consideraciones de otros conciudadanos.

Al erosionar el proceso de construcción crítica de lo que sabemos de la realidad, y sustituir sus fundamentos de filosofía del conocimiento (conjeturas fundadas en demostraciones y creencias), entramos en el terreno pantanoso de lo que la filosofía llama particularismo epistemológico: sostener la convicción de que algo es veraz y fundado pese a desconocer por qué lo creemos y ser incapaces de explicarlo de manera racional y convincente.

Debemos preguntarnos por qué hoy se rinde un culto que parte del particularismo epistemológico a pseudo-pensadores que arman un culto en torno a su persona. Es el caso de, por ejemplo, Jordan Peterson y Nassim Taleb, que se esfuerzan en hacernos creer que han descubierto por qué el mundo va mal y ellos lo arreglarán con su llave inglesa. Su atractivo aceite de serpiente se vende como churros en librerías de todo el mundo. En veinte años, nadie se acordará de ambas modas pasajeras.

Los partidarios de que la tierra es plana o quienes se niegan a usar vacunas por la creencia de que existen esquemas maquiavélicos detrás de esta práctica médica, han cruzado por completo el umbral de este particularismo y se adentran, en pleno siglo XXI, en la oscuridad de la superstición y el culto sectario. Muchos de ellos no tienen ningún reparo en usar tecnologías que, como el sistema de posicionamiento global (esencial en aplicaciones de cartografía, navegación aérea y marítima o agricultura automatizada), dependen de las mismas leyes físicas que se esfuerzan en refutar.

La sombra de Giambattista Vico

Más que acrecentar el apoyo popular en el proceso científico que, según el constructivismo, ponemos al día en cada experimento o cada vez que fabricamos un sistema formal que nos permite generalizar conceptos a partir de experimentos realizados por científicos particulares, muchos usuarios de la Red se sienten atraídos por ideas milenaristas y construcciones reduccionistas que confirman sus prejuicios.

Como los fenomenólogos (entre ellos, Husserl y Heidegger, exploradores de los «universales subjetivos» que compartimos al vivir en un lugar, cultura y momento de la historia concretos), los filósofos constructivistas y sus predecesores (como el filósofo empirista y escéptico británico David Hume, o el filósofo napolitano del XVII Giambattista Vico, padre del historicismo), consideran que la realidad es indisociable de quien la experimenta.

Al inferir que nuestros conciudadanos piensan como nosotros, nuestra propia aproximación a la realidad nos ayuda a conformar nuestro pensamiento y convicciones; sin ser conscientes de ello, nos hallamos inmersos en una gran experiencia intersubjetiva que, al incorporar en los últimos años los hábitos de consumo transformadores, fragmentados y sin filtrar de la Red, se diluye debido al poder de atracción de ideas en los extremos.

Viejas y nuevas fronteras

El escritor William Gibson, autor de Neuromante, la novela ciberpunk que, en retrospectiva, sólo podía haber sido publicada en 1984, fue el primero en trasladar con éxito la vida de Frontera al ciberespacio, cuando éste era un ámbito restringido a académicos y pioneros informáticos.

Se atribuye a Gibson la reflexión según la cual «el futuro ya está aquí, sólo que desigualmente repartido». Gibson también ha apuntado que nuestra predilección por el reconocimiento de pautas es lo que nos había hecho humanos hasta ahora.

Ocurre que esta característica humana es a la vez un don y una trampa, pues Internet se ha convertido en un gigantesco contenedor de retales de conocimiento y reflexiones ricas en sesgo cognitivo.

«El aquelarre», pintura negra de Goya que no conservó, en su traslado a lienzo a cargo de Salvador Martínez Cubells, un fragmento original a la derecha, dominado por la oscuridad brumosa

Terreno especialmente idóneo para dejarse atraer por teorías conspirativas y cultos milenaristas. Es en Internet donde el constructivismo que dio pie a los «universales subjetivos» que permitieron la emergencia de la sociedad moderna (los valores que compartimos a través de la intersubjetividad, tales como la confianza en la democracia, los derechos del hombre y el racionalismo crítico), deberá demostrar su fortaleza y capacidad de supervivencia.

Quizá el radicalismo autodestructivo de quienes prefieren unirse a un culto electrónico simplón sin poder explicar el porqué sólo pueda contrarrestarse con un terreno de libertad que favorezca la diseminación de ideas complejas y un marco de debate basado en el racionalismo crítico, y a la vez exponga el carácter falaz de las explicaciones maniqueas.

Todo por hacer (dice el constructivismo)

En juego está el retorno a situaciones de ausencia de libertades en la conversación pública: cuando lo sabido, lo que creemos saber y lo ignorado pierden su distinción (tal y como Hannah Arendt había advertido que podía volver a ocurrir), y las teorías conspirativas campan a sus anchas.

¿Pueden los servicios P2P, carentes de intermediarios y capaz de poner en práctica la autogestión efectiva de recursos e infraestructura, constituirse en entornos donde florezca una sociedad abierta? «Redescentralizar» la Red no será sencillo, dado los beneficios económicos que reporta la concentración actual de los servicios más usados, todos ellos en manos privadas a excepción de Wikipedia.

El hecho de que una plataforma de saber enciclopédico en la que colaboran millones de personas de todo el mundo permanezca entre los sitios más visitados y mejor valorados de Internet, debería ofrecer esperanzas.

La intersubjetividad nos conduce a interesarnos por el exterior y a recordar nuestra responsabilidad con la sociedad: la necesidad de reconocer, respetar, comprender, empatizar. La pérdida del interés y responsabilidad para con el otro conduce a un solipsismo inauténtico y nihilista que tendrá de qué alimentarse en los foros de Internet.