Filósofos y artistas han renunciado de manera célebre a una existencia compartida con otras personas y descendencia porque ello, en su opinión, les habría alejado de su principal propósito vital: dedicarse enteramente a su vocación.
Pero, ¿y si los filósofos Søren Kierkegaard, que abandonó a su prometida para no sacrificar su carrera, o Ludwig Wittgenstein, que nunca se comprometió con los hombres a los que idealizó, se hubieran equivocado?
El valor de la autosuficiencia: menos dependencia externa, menos puntos de rotura
El trascendentalista Henry David Thoreau tampoco se casó, pese a que cultivó la amistad; optó por la vida examinada al estilo de Sócrates, que le permitiera aspirar por su propio pie a una verdad mayor, sin necesidad de intermediarios entre él y su idea panteísta de la divinidad cristiana.
Multitud de filósofos y artistas de todos los tiempos optaron por la vida introspectiva y solitaria para así depender lo menos posible de condicionantes externos, tal y como aconsejaban los filósofos clásicos.
(Imagen: el matrimonio Tolstói en 1910; el escritor tenía entonces 82 años y su mujer 66)
Muchos de ellos -es el caso de los filósofos clásicos occidentales y orientales- reivindicaron la autosuficiencia del individuo para avanzar hacia un mayor conocimiento de uno mismo y lo circundante, a menudo integrando la idea panteísta de un todo superior (llamado naturaleza, universo, etc.).
Individualismo religioso: de gnósticos a místicos
Otros, en cambio, optaron por el gnosticismo (creencia dualista y considerada herética por la Iglesia) y el misticismo, tanto el más radical (a menudo perseguido por la doctrina católica) como el integrado en Roma.
Prisciliano, el primer ajusticiado por la Iglesia Católica, fue un solitario panteísta que abogó por la experiencia de Dios sin intermediarios y la participación de la mujer en el sacerdocio, entre otras ideas.
Otros “místicos” solitarios posteriores se dedicaron a la teología, las ciencias y las letras (en la literatura castellana: San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, el exquisito Fray Luis de León).
Interpretar lo metafísico sin intermediarios: unitarianismo y existencialismo
Esta idea de autosuficiencia y cultivo espiritual originó en Estados Unidos el unitarianismo, un intento sincero de crear un cristianismo coherente y ajeno a la institucionalización eclesiástica.
En Europa, el Dios sin intermediarios de Søren Kierkegaard influyó sobre el existencialismo y se opuso al Dios neoplatónico y hegeliano, más interesado en la estética, las formas y la liturgia que en la comunión panteísta entre individuo y naturaleza por la que abogaban Walt Withman, Henry David Thoreau o Ralph Waldo Emerson.
(Imagen: Sofía -Behrs- Tolstáya, mujer de Tolstói, con uno de los hijos de ambos, Alexandra)
En Pan, una corta, precisa y poética novela del noruego Knut Hamsun, el teniente Thomas Glahn vive una existencia apacible en una cabaña solitaria en el límite del bosque, a las afueras de un pequeño pueblo noruego.
Su exploración panteísta e interrelación con el mundo circundante pierden su equilibrio al aparecer dos mujeres en su mundo apartado; esta dependencia de terceras personas le sacarán de su vida examinada y originarán el desenlace trágico de la novela, que empieza con ecos de Henry David Thoreau y acaba con las contradicciones humanas del calado de Fiódor Dostoyevski.
Autosuficiencia y creación: grandes solitarios
¿Tiene toda vida solitaria un potencial intrínseco, o sólo los individuos solitarios con una vocación definida son capaces de florecer de manera autosuficiente?
Ya en el siglo XX, y además del mencionado filósofo vienés Ludwig Wittgenstein, otros creadores reconocidos optaron por una vida examinada en solitario, sin pareja estable ni descendencia.
Jorge Luis Borges declaró que él se había dedicado a leer y, a lo sumo, a escribir. Al otro lado del Atlántico, el periodista y escritor catalán Josep Pla también optó por una vida en solitario como periodista y escritor.
(Imagen: fotografía de los Tolstói en la casa familiar de Yasnáya Polyana)
Otros genios del siglo XX optaron por dedicar todo su esfuerzo a la tarea de una vida, evitando la convivencia con otros y la dependencia cotidiana con terceras personas, más allá de vínculos familiares y amistades.
La grandeza de los asistentes “invisibles”
¿Qué ocurre con la situación contraria? ¿Es posible consumar una vida examinada, tal y como la concebía Sócrates, conviviendo con una pareja o incluso teniendo descendencia? Autores como Lev Tolstói se formularon estas preguntas y dudaron acerca de ello… hasta que su pareja no sólo enriqueció su visión del mundo, sino que mejoró su obra.
En el caso de Tolstói, su mujer Sofía Behrs (después de casada, Sofía Andréyevna Tolstáya) no sólo asumió el rol femenino de las mujeres educadas de su época -más limitado, sobre todo en la proyección pública-, sino que aconsejó, leyó y corrigió meticulosamente la obra de su marido.
Y aquí aparece una duda razonable: ¿cuánto de la magistral intuición narrativa y descriptiva de Guerra y paz y Anna Karénina, tan apreciada por su riqueza y aproximación a lo que percibimos como “realidad”, mejoró o aumentó su calidad debido al trabajo -anónimo y no reconocido más que en privado- de Sofía Berhs?
Compañeros que realzan la genialidad
Del mismo modo que abundan los ejemplos de genialidades solitarias, a menudo con espíritu polímata y excéntrico, capaces -como hizo Kierkegaard- de sacrificar una relación en favor de la vocación intelectual, también abundan las heroínas y héroes que ayudaron a sus parejas en su trabajo, a menudo de manera decisiva.
En ocasiones, existen trazas documentales -diarios, relaciones epistolares, autobiografías y biografías, testimonios de familiares y conocidos- que nos asisten para desentrañar la auténtica influencia, a veces gigantesca y decisiva, de cónyuges y otros familiares (padres, madres, hijos) sobre las ideas y obra de escritores, filósofos, científicos, inventores…
Otras veces, las más, esta influencia, casi siempre informal, desaparece con los creadores y sus asistentes en la sombra.
La vocación y el potencial estaban ahí: Sofía Behrs veló por que ocurriera
Volviendo a Tolstói, sabemos que el escritor aspiraba desde su más tierna juventud a la genialidad descriptiva. En Confesiones (1880), un tratado sobre la existencia, la madurez y su filosofía de vida, Tolstói agradecía a su mujer su incansable y humilde asistencia.
Antes de su carrera de escritor, cuando deambulaba sin rumbo por la Universidad de Kazán, un Tolstói con apenas 18 años se preguntaba cómo exponer con palabras la riqueza de lo percibido:
“Sólo Dios sabe cuán diversas y cautivadoras son las impresiones y pensamientos que evocan estas impresiones… ocurriendo en un solo día. Si sólo fuera posible capturarlas de tal modo que yo mismo pudiera leerlas fácilmente y que los otros pudieran leerlas como yo…”.
El futuro escritor se preguntaba quién era él y la naturaleza de lo que le circundaba; entonces, desconocía que su futura mujer le asistiría para responder con mayor solidez a estas cuestiones universales.
Cuando nuestra pareja nos hace mejores
Eso sí, a diferencia de la búsqueda del propósito vital en solitario, la convivencia con la pareja, o incluso conformar una familia, son compatibles con la excelencia creativa cuando la figura que acompaña al creador complementa, más que competir por la atención del individuo minando el compromiso con su vocación.
Un nuevo estudio corroboraría esta hipótesis, exponiendo que un esposo sensible y con personalidad ponderada enriquecería, más que comprometer la labor profesional del cónyuge.
El estudio, firmado por investigadores de la Universidad de Washington en San Luis, cotejó los rasgos de personalidad 4.544 parejas, concluyendo que los cónyuges concienzudos, organizados y con tendencia al comportamiento racional asistirían con mayor eficacia a su pareja y mejorarían las oportunidades profesionales de ésta.
Esponsorizados en casa
Existe, asimismo, un tipo de asistencia que va más allá del trabajo en la sombra, el respeto o la empatía con la pareja que no sólo respetaría, sino que potenciaría su vocación creativa y/o profesional: la comprensión anímica, a menudo acompañada por el sustento económico durante largos períodos.
(Imagen: Sofía Behrs Tolstáya preside una comida en Yasnáya Polyana)
Un artículo de Ann Bauer para Salon reivindica la heroica importancia de los cónyuges que no sólo asisten y respetan la vocación de su pareja, sino que ofrecen estabilidad económica en complicados comienzos y transiciones profesionales.
Ann Bauer habla sobre los héroes anónimos que “esponsorizan” a su pareja, pese a que, en el caso de por ejemplo los escritores primerizos, éstos omitan casi siempre de dónde viene el dinero que les sustenta. A menudo, de su pareja.
Sincronizar con uno mismo… o en familia
En otras ocasiones, es el pluriempleo quien sustenta la auténtica vocación del individuo; abundan los escritores que publicaron sus primeras obras escribiendo y editando a deshoras, cuando el agotamiento y los horarios lo permitían.
Los escritores Kurt Vonnegut y Charlotte Brontë, el poeta William Carlos Williams o el escultor Richard Serra, entre muchos otros, no abandonaron su ocupación profesional hasta que el “oficio” que partía de su auténtica vocación permitió la dedicación exclusiva.
En ocasiones, cuando el trabajo lejos del hogar es más complejo (hijos, falta de oportunidades laborales en momentos complejos, etc.), sólo la fuerza de voluntad y la asistencia del cónyuge permiten perseverar en una vocación que, quizá, nos depare una obra, producto o servicio que enriquezcan nuestra experiencia.
Solos o acompañados, trabajando o no en otras cosas, es posible perseverar en la auténtica vocación para lograr una filosofía de vida coherente con lo que uno mismo espera de la existencia. No es poco.