Muchas carreras y negocios se han iniciado en ratos libres del fin de semana, en cobertizos polvorientos o habitaciones espartanas. Hay 60 horas desde las 6 de la tarde del viernes a las 6 de la mañana del lunes, y muchos no las usan para el descanso abúlico y la narcosis, sino para el ocio productivo.
¿En qué consiste este “ocio productivo”? Depende del individuo, que indaga en su tiempo libre hasta que una varias de estas actividades, aficiones o vocaciones en proceso de perfeccionamiento superan en proyección y réditos al propio trabajo semanal, o incluso lo sustituyen a largo plazo.
Ideas de fin de semana que dejan huella
El fundador de Airstream, la marca de autocaravanas con diseño metálico y aerodinámico semejante al fuselaje de un avión, construyó por encargo sus primeros vehículos recreacionales durante el fin de semana, el único momento en que tenía tiempo.
Eran los años 30 en un suburbio humilde de Los Ángeles, en plena Gran Depresión, pero Wally Byam perseveró en una idea propia de vehículos de recreo. Contrató al ingeniero William Hawley Bowlus, creador del aeroplano Spirit of Saint Louis y, desde entonces, el diseño que concibieron ha sido la característica definitoria de la marca.
El fin de semana tal y como lo conocemos
El concepto de fin de semana tal y como hoy lo reconocemos surge como uno de los primeros métodos de conciliación laboral durante las décadas de transición desde las condiciones deplorables de la I Revolución Industrial a las condiciones y horarios que en la II Revolución Industrial cimentaron las clases medias en Occidente: descanso dominical, educación infantil obligatoria, sanidad moderna y mayoritaria -después universal-, etc.
El fin de semana es una conquista moderna, aunque el tiempo de ocio y dedicación a otros quehaceres ajenos a la ocupación principal es mencionado a menudo en la Época Clásica.
Con el otium ruris, u ocio rural, el ciudadano culto y acomodado de Roma aspiraba a disfrutar del trabajo en la casa de campo, pero también de cualquier actividad industriosa ajena al “negotium”, u ocupación oficial.
“Otium” y “negotium”
El “otium” se convirtió a menudo en vocación o propósito vital introspectivo, así como una alabanza a los placeres y réditos de la actividad desarrollada con sosiego y por vocación: escribir, leer, cultivar un huerto, pasear, idear pequeñas aventuras, indagar en algún oficio o temática…
El Renacimiento recuperó el espíritu introspectivo de la vocación en los momentos de “ocio”, que a menudo daban a sus practicantes más réditos que sus momentos de “negocio”.
Entre las cuatro máximas latinas a las que aspiraba el hombre renacentista, beatus ille (vida sencilla), carpe diem (atrapar el día), locus amoenus (lugar ameno) y tempus fugit (tiempo que corre), la primera, mencionada por Horacio, ha inspirado a artistas anónimos y legendarios de todas las épocas.
El tiempo libre que engendró “The Waste Land” y “Four Quartets”
El británico-estadounidense T.S. Eliot, por ejemplo, compaginó su poesía, para muchos la más importante del siglo XX (ecos del nihilismo de los jóvenes tras la I Guerra Mundial en The Waste Land –La tierra baldía, 1922-, ecos del sentido del tiempo y la existencia en su última gran obra, Four Quartets, cuyos últimos pasajes escribió durante los intensos bombardeos de la II Guerra Mundial), con alguna otra ocupación o “negotium”.
El “negotium” de T.S. Eliot, como el de tantos otros personajes excepcionales, tiene una importancia insignificante en comparación con el fruto de su “otium”. T.S. Eliot, nacido en el seno de una cultivada familia perteneciente la iglesia unitaria afincada en San Luis, Misuri, se trasladó a Londres durante su juventud.
Eliot desempeñó varios trabajos en los que siempre demostró seriedad y respeto hacia la tarea: primero como maestro de una escuela londinense, luego como agente bancario en la banca Lloyds de la “city” londinense y, donde se ganó el respeto de sus compañeros, y finalmente como editor asociado.
Mantener un oficio, además de la vocación
Ninguna de las ocupaciones del mejor poeta en lengua inglesa del siglo XX sirvió a Eliot de coartada o retiro dorado para poder escribir poesía en horario laboral: en la editorial Faber and Gwyer (después Faber and Faber), a la que dedicaría el resto de su carrera profesional, convirtiéndose en su director, demostró astucia y buen ojo tanto para la marcha del negocio como para captar obras y autores.
En un documental sobre el poeta realizado por BBC para la serie documental Arena, los amigos de Eliot le recuerdan durante los primeros años en Faber and Faber.
Según éstos, Eliot no acudía a la oficina para recluirse en un rincón y escribir poesía, sino que trataba de mejorar, con su astucia y brillantez, aspectos tan diversos como los autores y libros editados, el aspecto y papel de los libros, así como la contabilidad y la publicidad. “En la oficina, se encontraba en su elemento”.
Aún así, sin querer abandonar su “negotium” tradicional, o quizá por ello, T.S. Eliot se sirvió de su tiempo libre de un modo tan magistral que hoy disfrutamos su poesía y sus ensayos. Pasajes desoladores de The Waste Land, o acaso el inicio rítmico y filosófico de Four Quartets, el poema Burnt Norton, fueron fruto del ocio productivo de su autor.
El momento de hacer las cosas con esmero
Hablar de T.S. Eliot como el serio y resolutivo maestro de escuela, profesional bancario o editor rozaría el sarcasmo, algo equiparable a considerar a Albert Einstein un excelente profesional de la oficina de patentes de Berna, o a Franz Kafka como un taciturno pero en cualquier caso efectivo perito de seguros, experiencia que enriquecería el asfixiante y fatalista universo burocrático de su obra, desde el agrimensor de El castillo a Josef K. de la inacabada El proceso.
El “otium” u ocio productivo realizado durante el fin de semana y el tiempo libre por T.S. Eliot, así como por Einstein, Kafka y tantos otros, contribuyó de manera decisiva a nuestra visión del mundo, enriquecida con sus aportaciones.
En Roma, el “otium privatum”, o asuntos personales, podían equivaler al “negotium” u ocupación principal, incluso cuando el término ocio no equivalía al retiro productivo en una villa rural, donde ciudadanos con cierta proyección pública combinaban el trabajo en el campo con labores intelectuales.
(Imagen: el filósofo alemán Martin Heidegger concibió su concepto “Dasein” en su cobertizo de Gelassenheit, Todtnauberg, en el bosque negro alemán)
Roma había tomado la aspiración a conocerse a uno mismo y cultivarse de los filósofos, dramaturgos y escultores griegos. En Atenas, el tiempo libre no tenía las connotaciones actuales, sino que era visto como el momento para hacer las cosas con esmero y dedicación, sin prisa.
El fruto de la libertad personal
El ocio durante la Atenas de Pericles era tiempo para mejorar y explorar vocaciones en un contexto en que la polimatía, o cultivar con oficio varias disciplinas, desde las físicas y marciales a las intelectuales, se consideraba un acercamiento al ideal de excelencia individual (o “areté”).
Cicerón tomó la idea griega como inspiración cuando hablaba de su visión del tiempo libre, al que llamaba “otium cum dignitate”, o dedicar el tiempo finito a tareas que enriquecen al individuo, sin el remordimiento de restar dedicación a, por ejemplo, el servicio público -al que aspiraban los ciudadanos romanos-.
Cicerón, asimismo, distinguía entre no hacer nada y el tiempo libre. Para Cicerón “otium” no significaba abandonarse a los placeres sensoriales o evitar cualquier esfuerzo, sino que la persona tiene que ganarse el descanso con su indagación en el trabajo: sólo dedicando mucho esfuerzo a una labor se puede apreciar un momento libre en toda su extensión y potencial, al contener el posible fruto del libre albedrío (si uno aprovecha su tiempo libre en vez de dejarlo pasar sin intentar siquiera sacar todo el jugo a cada momento).
El ocio productivo de dos filósofos del siglo XX
Los dos filósofos más influyentes y quizá más brillantes del siglo XX, Ludwig Wittgenstein y Martin Heidegger, ambos nacidos en 1889, desarrollaron carreras muy distantes, aunque ambos coincidieron en algo: sus obras más influyentes surgieron durante el tiempo de placentera introspección, u “otium ruris”, en sendos cobertizos en entornos rurales.
Wittgenstein, todavía joven, partió a Noruega y construyó una cabaña, donde decidiría dedicar el resto de su vida a la filosofía; Martin Heidegger escribiría su obra más influyente -años antes de comprometer su brillantez con simpatías nazis, que luego le perdonaría su alumna, influyente filósofa, amante ocasional y judía Hanna Arendt-, El ser y el tiempo (Sein und Zeit, 1927), en la plástica penumbra de un cuartucho en una cabaña de madera de la villa del bosque negro alemán de Todtnauberg, que él llamaba “el chozo” o “el cobertizo”.
Tanto Wittgenstein como Heidegger concibieron sus ideas más influyentes durante un “tiempo libre” que probablemente sintieron la responsabilidad de aprovechar. En su “otium ruris” o, recordando a Cicerón, su “otium cum dignitate”, los dos mayores filósofos del siglo XX exploraron los ecos de Walden (Henry David Thoreau), o acaso de Pan (Knut Hamsun).
La importancia de soñar despiertos: teoría y práctica de mirar las musarañas
Volviendo a un contemporáneo algo mayor que T.S. Eliot, Heidegger y Wittgenstein: Albert Einstein murió sin haber logrado una teoría que armonizara lo cósmico (relatividad) con lo diminuto (física cuántica).
Quizá en la última etapa de su vida, cuando algunos colegas sugirieron que su interés por una teoría que lo explicara todo le hizo caer en el reduccionismo científico, había perdido una de las bases de su trabajo: dedicar tiempo a divagar, a soñar despierto y a dejar que la mente adulta recupere la plasticidad impredecible que tuvo en la infancia, relacionando ideas aparentemente inconexas, a menudo de maneras inverosímiles y disparatadas.
La falta de tiempo libre no sólo habrían suprimido el importante tedio en la cotidianidad de un Einstein venerado en su país de acogida, Estados Unidos.
El tedio, sabemos ahora gracias a los últimos estudios, es un estado que nos permite regenerar la mente, manteniéndola fresca y abierta al juego. Es, por tanto, muy distinto a la indolente y abúlica apatía: el no hacer nada como estrategia defensiva ante un mundo que ha dejado de maravillarnos.
Dejar que trabaje el subconsciente
Años antes, Einstein explicaba: “(…) aunque tengo un horario regular de trabajo, reservo tiempo para grandes caminatas en la playa para así escuchar lo que tiene lugar dentro de mi mente. Si mi trabajo no va bien, me tumbo en mitad de un día laborable y miro al techo mientras escucho y visualizo lo que ocurre en mi imaginación”.
Ernest Hemingway dejó en A Moveable Feast (París era una fiesta), un recuento autobiográfico de sus inicios como escritor en el París de los años 20 y el grupo de artistas que Gertrude Stein bautizaría como Generación Perdida, que escribía por la mañana, a menudo en cafés cercanos a sus sucesivos apartamentos parisinos, y dejaba la historia en que trabajara cuando todavía hubiera cosas que decir, para así no “secar” la imaginación.
Repasaba más tarde y luego descansaba, pues consideraba que lo mejor para la mente era empezar fresca por la mañana. Para Hemingway, era esencial desconectar mentalmente de la historia que escribiera, y para ello se servía de argucias como la lectura.
Durante la noche, el subconsciente había considerado lo escrito y por escribir. Al día siguiente, recapitulaba con una lectura rápida lo escrito el día anterior y a continuación seguía con el trabajo.
Lo que puede deparar un rato de tedio
El fin de semana en particular y el tiempo libre en general constituyen para las personas más creativas, efectivas, industriosas, etc., una oportunidad para mejorar, estudiar, leer, pasear, perseguir auténticas vocaciones, conversar, profundizar en el propósito vital personal, o acaso buscarlo.
El tiempo libre se convierte para ellos en un momento si cabe más industrioso que cuando se dedican a lo que los ciudadanos romanos llamaban “negotium” durante el resto de la semana. Muchas teorías, grandes ideas, invenciones y obras artísticas se han forjado durante horas libres ganadas con esfuerzo durante la semana, así como durante el tiempo libre del fin de semana.
A tenor de los ejemplos mencionados, apenas una representación infinitesimal de la importancia que la introspección y la gestión del tiempo libre han tenido para que hoy disfrutemos de muchas ideas filosóficas, composiciones musicales, pinturas, obras poéticas y literarias, esculturas, leyes científicas o invenciones de todo tipo.
Perder la noción del tiempo con conocimiento de causa
Sabemos que muchas personas que convirtieron los proyectos de su tiempo libre en lo más valioso y reconocido de sus carreras aplicando hábitos con cierta consistencia, sea leer, pasear, meditar o, como hacían sin ningún reparo ni remordimiento Charles Darwin o Thomas Mann, dormir la siesta para retomar las tareas intelectuales con frescura durante la tarde.
Entre ellos, facilidad para desconectar, descansar y reflexionar en solitario, así como cierta combinación de hábitos divagatorios con capacidad de concentración, fuerza de voluntad -que, ahora sabemos, se comporta como un músculo, mejorando con el uso y atrofiándose en caso contrario-, la búsqueda racional de un propósito vital a largo plazo, así como una estrategia para avanzar hacia él.
Un rasgo se repite en la manera de gestionar el tiempo libre de quienes lo usan para perseguir su vocación: la facilidad para reflexionar y trabajar en solitario, así como la búsqueda de estados contemplatorios o de auténtica concentración, que en ocasiones les produce una pérdida de la noción del tiempo, así como un desapego entre la mente y el cuerpo (durante estas “experiencias de flujo“, las necesidades fisiológicas se postergan).
Mundo desenmascarado
Más allá de los grandes rasgos, también sabemos cómo algunas de las mentes más creativas gestionaron su trabajo, descanso y “tiempo libre”, gracias a biografías, autobiografías, relaciones epistolares y ensayos como Daily Rituals: How Artists Work, donde Mason Currey repasa el día a día de 161 personalidades artísticas de distintas épocas.
Wolfgang Amadeus Mozart describía de dónde surgían los mejores pasajes de sus más de 600 composiciones: “Cuando soy, por decirlo de algún modo, completamente yo mismo, totalmente solo, y de buen humor -sea viajando en carruaje o paseando después de una buena comida o durante la noche, cuando no puedo dormir-, es en estas ocasiones cuando mis ideas fluyen mejor y con mayor abundancia”.
Franz Kafka buscaba momentos de soledad y quietud en su tiempo libre para escribir: “Uno necesita dejar su habitación. Permanecer sentado en la mesa y escuchar. Uno no necesita ni siquiera escuchar, simplemente esperar, aprender a permanecer tranquilo, y quieto, y solitario. El mundo se le ofrecerá a uno desenmascarado”.
En la actualidad, los hábitos durante los momentos de tiempo libre y fines de semana de las personas más creativas no han cambiado tanto como sugeriría el impacto sobre la cultura y lo cotidiano de los ubicuos soportes de ocio digital, ahora en nuestro bolsillo gracias al teléfono inteligente.
Cartas a un joven poeta
En el siglo XIX, Mark Twain usaba los domingos -explica Mason Currey en Daily Rituals: How Artists Work– para relajarse con su mujer e hijos, leer, y soñar despierto en algún lugar apartado de su granja.
Cincuenta años más tarde, uno de los escritores más célebres al otro lado del Atlántico, Gustave Flaubert, dedicaba toda la semana inmerso en extenuantes y maratonianas sesiones de escritura nocturna. Los domingos, no obstante, Flaubert hacía una pausa para reflexionar sobre su trabajo y compartir con amistades lo que había escrito.
Y lo que sirve para un joven poeta también lo hace para un aficionado a la artesanía o la escultura en la plenitud de su vida o a las puertas de la senectud. En Cartas a un joven poeta, el romántico Rainer Maria Rilke nos recuerda que una persona madura ha sido joven, pero un joven no ha sido mayor: ahí anida la eterna incomprensión intergeneracional.
Apreciar lo irresoluto
Rilke aconseja a quien quiera perseguir su vocación (lo único que separa al individuo lúcido del nihilismo, según el filósofo proto-existencialista danés Søren Kierkegaard es explorar con toda nuestra energía un propósito vital) que, si cree que no podría vivir sin lo que le ocupa en su tiempo libre, debería dedicar el resto de su vida a profundizar en ello con toda su energía.
Y lo que sirve para la poesía sirve para cualquier oficio o afición. Merece la pena leer las Cartas a un joven poeta cuando se es joven, al imaginarnos el destinatario de tan lúcido epistolario; y la obra también merece una lectura durante la madurez, para comparar a caso los puntos de vista de uno mismo con los del autor.
Rainer Maria Rilke: “Ten paciencia con todo lo que permanezca irresoluto en tu corazón. Trata de amar los propios interrogantes como si fueran habitaciones cerradas, o libros escritos en una lengua extranjera.
“No busques ahora las respuestas. No te pueden ser concedidas, porque no podrías vivirlas. Y la cuestión es experimentarlo todo. Vive ahora las incógnitas. Quizá entonces, algún día en el futuro, podrás gradualmente, sin siquiera darte cuenta, acercarte a tu manera a la respuesta”.
Retrato de un artista en su momento creativo
Quienes queremos indagar en estas incógnitas y, paso a paso, acercarnos a las distintas respuestas, quizá no logremos un atajo ni sea conveniente hacerlo tal y como aconseja Rilke, pero nunca está de más aprender de otros. Conocer sus rutinas. Hallar sus consejos, sus reflexiones: las Cartas a Lucilio de Séneca, los ensayos de Michel de Montaigne, las Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke…
Y lo que funciona en una faceta artística o de la vida es extrapolable a otras vocaciones. Hay pequeñas obras que muestran más del proceso creativo que una cámara GoPro enganchada en el cogote de Leonardo da Vinci en plena vorágine creativa.
Un ejemplo algo oscuro, recomendado por el pintor español Antonio López, una lectura tan escueta y amena como algo oscura, por la dificultad para encontrar la obra: el ensayo Retrato de Giacometti (A Giacometti Portrait, 1980), por James Lord, quien observó al artista mientras posaba, conociendo de primera mano sus dudas, reacciones y padecimiento durante el proceso creativo.
Los fines de semana de Umberto Eco
Antonio López explicaba en una entrevista que, de padecer tanto como parecía hacerlo Giacometti, él no podría dedicarse a la pintura o la escultura. Quizá lo conseguiría. O quizá no.
Una vez se conoce una vocación, dice Rainer Maria Rilke, el camino consecuente es, a juicio de quienes escriben desde su madurez, explorarla con determinación.
Siempre existe una opción más sosegada en el camino medio, consistente en aprovechar el fin de semana y el resto del tiempo libre apreciando y celebrando su valor, optando por, por ejemplo:
- dedicar tiempo a la familia y los amigos;
- explorar en soledad todo tipo de cuestiones, grandes y pequeñas;
- ejercitarnos;
- perseguir una pasión;
- descansar;
- desconectar;
- evitar recados engorrosos para centrarse más en hacer y menos en correr de un lado para otro;
- socializar;
- dedicar tiempo a la jardinería, manualidades, cocina, actividades culturales, etc.;
- meditar;
- recargarse.
Umberto Eco nos recuerda que, mediante el ocio productivo, no es disparatado aspirar al disfrute de la existencia, sin olvidar las vocaciones auténticas:
“Me veo como un profesor diligente que, durante los fines de semana, escribe novelas”.
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