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Wittgenstein en Skjolden (Noruega): retiro filosófico remoto

Teníamos una caminata pendiente a un lugar geográfico remoto conectado a los retiros contemplativos y productivos: la cabaña que el filósofo analítico Ludwig Wittgenstein construyó en 1913-14 en el extremo interior de Sognefjord, el mayor fiordo de Noruega. 

A continuación relato nuestra visita a “la pequeña Austria”, como se conocía hace un siglo el lugar elegido por el excéntrico joven filósofo para retirarse de la sociedad y, contemplando la naturaleza, “pensar por mí mismo”.

Verano en los dos extremos de Eurasia

Los dos extremos septentrionales de Eurasia, Japón (naciente) y Escandinavia (poniente), favorecen a menudo diseños simples, ásperos y minimalistas en objetos y diseño, así como un respeto intuitivo por las formas orgánicas de la naturaleza.

Quizá este sea el motivo que nos llevó a combinar nuestro viaje veraniego habitual para visitar a familiares en California con vuelos de ida y vuelta que hicieran escala (layover) en estas dos destinaciones que tenían tanto que ofrecer a nuestra experiencia personal y, por ende, a *faircompanies y al canal de Kirsten Dirksen en YouTube.

La idea ha funcionado. Consistía en pagar únicamente dos vuelos para ir a San Francisco desde Barcelona y volver a los dos meses y medio, realizando escalas de dos semanas (usando el mismo billete y, por tanto, ahorrando cargos) en Japón (la ida del viaje Barcelona-San Francisco, a mediados de junio de 2015) y en Escandinavia (vuelta del viaje San Francisco-Barcelona). 

Similitudes entre los puntos septentrionales más alejados de Eurasia

Servicios colaborativos de alquiler de apartamentos y el alquiler convencional de tres vehículos compactos en las tres destinaciones del verano (por este orden, Japón, Costa Oeste de Estados Unidos y Escandinavia) han facilitado nuestros movimientos y, de paso, han mantenido el presupuesto en niveles asumibles.

Nuestro objetivo era certificar -o rebatir- una impresión basada en retazos de filosofía y literatura (tradiciones de sintoísmo, zen y wabi-sabi en Japón; la obra de los noruegos Arne Næss y Knut Hamsun, así como del danés Søren Kierkegaard en el caso escandinavo) que sugieren en ambos casos una profunda, serena y sencilla conexión entre la naturaleza y el diseño.

En la tierra de Arne Næss y Knut Hamsun

Empezamos nuestro viaje por Escandinavia, el último del verano, hace ahora una semana en Oslo, destino del vuelo desde San Francisco, y lo acabamos en unos días en Copenhague, después de visitar el norte e interior de Noruega y Suecia, para dedicar los últimos días a una exploración más urbana: Estocolmo, Gotemburgo y, finalmente, la capital danesa.

Acabo esta entrada en un apartamento de la isla de Södermalm, Estocolmo, a apenas 15 minutos a pie de las calles intrincadas de Gamla Stan, la ciudad medieval.

De un inicio panteísta y monacal, rodeados por la espectacular naturaleza de los fiordos noruegos en verano, cuando el fin del deshielo convierte centenares de empinados horcajos en emplazamiento de espectaculares saltos de agua que empequeñecen los de Yosemite, a un final más urbano.

Tras dos días en Oslo, decidimos dirigirnos a un destino que no aparece en las guías turísticas, ni cuenta siquiera con el favor del público local, algo común en *faircompanies: más que atracciones, buscamos diseños, biografías y espacios arquitectónicos que resuelvan alguno o todos los retos actuales: acceso a la vivienda, minimalismo, vida sencilla, reparabilidad, durabilidad, simbiosis con usuarios y entorno, etc.

El paisaje donde se alumbró el “Tractatus logico-philosophicus” 

El lugar: la cabaña solitaria que el filósofo analítico austro-británico Ludwig Wittgenstein construyó en lo más profundo del fiordo noruego de Sogn (Sognefjord), en un empinado recodo de la laguna de Eidsvatnet, en lo más profundo del brazo de Sogn conocido como Lustrafjord, como retiro productivo-introspectivo. 

Allí concebiría su único ensayo, el Tractatus logico-philosophicus, una síntesis de sus notas y de la correspondencia con Bertrand Russell, George Edward Moore y John Maynard Keynes. Wittgenstein trabajó en la obra entre 1914 y 1916, y las complejas 70 páginas que la componen tomaron forma en Skjolden.

La intuición del filósofo había funcionado: encaramado en la casita del fiordo noruego, Wittgenstein se enfrentó al sentido de la existencia con la ingenuidad de un niño, influido quizá por el hermetismo del lugar y el aspecto primigenio del paisaje circundante, con apenas unas pinceladas de la aldea de Skjolden a lo lejos.

Entre los ideales de Platón y el “animal social” de Aristóteles

Allí, el filósofo austro-húngaro afrontó la relación entre el mundo circundante y la manera en que lo evocamos con pensamiento y lenguaje, la naturaleza de la representación. Según el Tractatus, que el propio Wittgenstein pondría en entredicho en los últimos años académicos antes de morir de cáncer de próstata en 1951, el pensamiento y su plasmación en lenguaje (proposición) son imágenes o evocaciones de los hechos.

Sin quizá proponérselo, Wittgenstein se asomaba desde Noruega al pozo de Platón (para el que los objetos tenían una forma ideal a la que se refería el lenguaje) y al de su discípulo Aristóteles, para quien el ser humano era, ante todo y pese a las contradicciones que ello acarreara, un animal social.

El filósofo austro-británico era consciente del peso de ambas tradiciones y prefería empezar su propio edificio desde cero, aunque  éste acabara siendo una sencilla choza (en lugar de la refinada -y detallada hasta la obsesión- casa modernista que el propio Wittgenstein proyectó en Viena entre 1926 y 1929 con la asistencia del arquitecto austríaco Paul Engelmann).

Un sofisticado agnóstico 

Al diseñar la casa modernista conocida como Haus Wittgenstein, el filósofo sintetizaba un objetivo que también perseguía con su filosofía: encontrar el mecanismo que nos permite identificar pensamiento con realidad, o la propia esencia de las cosas: “No estoy interesado en erigir un edificio, sino en presentar ante mí los cimientos de todos los edificios posibles”.

Del Tractatus, se ha destacado su valor lógico positivista, pero en los últimos años varios trabajos sobre el filósofo y su ensayo destacan su originalidad y misticismo, aspectos que habrían sido amplificados por la influencia de su retiro productivo en Skjolden.

En un ensayo sobre el autor, Einar Lunga apunta con acierto que casi nadie “ha tratado de explorar lo suficiente esta conexión entre Wittgenstein y lo que puede ser llamado ‘monasticismo’(…). Parecen haber importantes similitudes entre la tradición y existencia intelectual monástica y la llamada manera ‘antifilósófica’ y personal de hacer filosofía de Wittgenstein”.

Una cabaña divisando un remoto lago con una pincelada de civilización

Durante sus numerosas y largas estancias en su remoto retiro productivo de Noruega, empezando en el período 1913-1914, Ludwig Wittgenstein se mantendría lo suficientemente apartado de la vida social que, según él, la restaba energía para pensar con originalidad debido a las supuestas demandas superficiales en los círculos de Viena -primero- y Cambridge -donde estudiaría bajo Bertrand Russell e impartiría clases después.

La búsqueda monástica y el retiro introspectivo de Ludwig Wittgenstein no se limitaron al fiordo de Sogn, sino que el filósofo analítico se perdió a menudo en pequeñas aldeas austríacas e irlandesas, en búsqueda de lugares que representaran un cul-de-sac rural y permitieran a la vez volver a la rutina social y académica que, según testimonios y epistolario con amigos, colegas y alumnos, tanto aborrecía.

(Imagen: los cimientos donde se erigía la cabaña de Knut Hamsun en lo más profundo de Sognefjord, Noruega; por Nicolás Boullosa)

Sin ir más lejos, la cabaña que Wittgenstein mandó erigir en lo más profundo del fiordo de Sogn se encontraba justo frente a la pequeña y pintoresca localidad de Skjolden, que veía desde las dos ventanas de la primera planta y el pequeño balcón de su tejado abuhardillado.

Desde el extremo incomunicado de Eidsvatnet

La vista de la localidad desde el emplazamiento original de la cabaña de Wittgenstein muestra quizá la distancia “ideal” del filósofo con sus deberes en la sociedad: una aldea rodeada de campos labrados dominando el centro del horizonte, entre dramáticos riscos coronados por la nieve y espectaculares saltos de agua, rodeados de pinos y abedules en su falda.

Wittgenstein observaba este horizonte desde el otro extremo de la laguna de Eidsvatnet, separado por casi un kilómetro de gélida agua celeste en verano, índigo antes de la helada y blanca en el largo invierno. Allí, confesó a sus más íntimos -sin lograr calmar su preocupación-, pretendía estimular un pensamiento original en lugar de atender a compromisos académicos burocráticos y superficiales en Cambridge.

Wittgenstein se abría paso hasta “la pequeña Austria” en bote o, cuando no era posible, esquiando y caminando. Subir el correo y las provisiones era un reto en la mayoría de meses del año.

El propio Wittgenstein afirmaría más tarde: “Durante mi estancia en Noruega en el año 1913-1914 tuve varios pensamientos propios, o así al menos me parece ahora. Quiero decir que tengo la impresión de que en aquel momento alumbré nuevos movimientos del pensamiento (pero quizá esté equivocado). Sea como fuere, ahora parece que aplico pensamientos viejos”.

Ecos de los trabajadores rústicos de la zona

Asomado a una laguna helada y divagando con el sonido de la impresionante cascada de Vassbakken de fondo, Wittgenstein se dispuso a pensar con la rigurosa sencillez y estoicismo de Isak, el campesino noruego de La bendición de la tierra, la novela con que Knut Hamsun ganó el novel 4 años después de la publicación del Tractatus, en 1920.

Como Wittgenstein en Skjolden, Isak es un pionero, un poblador de una zona boscosa alejada de un pueblo noruego que, con su trabajo (en este caso, físico), se acerca cada vez más a la civilización que ha dejado atrás. El filósofo austro-británico es la versión intelectual del campesino Isak, interesado de igual modo en el nombre primigenio de las cosas y en la relación de éstas con el ser humano.

Quizá por esta voluntad primigenia de entender el ritmo acompasado de la naturaleza, siempre cercana en Escandinavia -diría Hamsun- al tintineo de los riachuelos crecidos por el deshielo y al silbido del viento al atravesar bosques oscuros, Wittgenstein intentó crear una filosofía del lenguaje desde cero, ajena a manierismos académicos y tan certera e inexorable como los propios elementos que observaba desde su cabaña.

En busca de certidumbre metafísica cuando Europa se descomponía

En 1959, el filósofo Pierre Hadot escribía acerca de Wittgenstein: “La verdadera filosofía consistirá por tanto en una cura contra la filosofía, en hacer que cada problema filosófico desaparezca completa y definitivamente… Wittgenstein se dedica a la misma misión: traer una paz radical y definitiva a la preocupación metafísica”.

Lo cierto es que Wittgenstein no pudo siquiera encontrar la paz de la certeza absoluta para su propia existencia, ni tampoco lo logró para la filosofía. Tanto su vida como sus disquisiciones son una dialéctica constante entre el retiro anacorético y el retorno a donde, por posición social y educación, pertenecía: a los círculos sociales e intelectuales más exclusivos de Europa.

Esta contradicción le llevó no sólo a visitar Skjolden en varias ocasiones, sino a planear una última visita que el empeoramiento de su enfermedad impediría en 1950 y 1951.

Richard Wall, que ha estudiado la estancia de Ludwig Wittgenstein en la Irlanda rural, escribe que “los paisajes en los que Wittgenstein pasó tiempo mientras trabajaba influyeron sobre su pensamiento”.

Entre las obligaciones sociales y el retiro productivo

Wittgenstein miró al mundo con ojos renovados y trató de pensar por sí mismo. Lo hizo influido por el misticismo anarquista y cristiano de Lev Tolstói (cuyo epistolario leyó Wittgenstein al final de la Gran Guerra y cuya influencia reconoció); o por el panteísmo de los trascendentalistas estadounidenses, o quizá como un personaje de Knut Hamsun (Isak de Growth of the soil; o acaso el teniente Thomas Glahn de Pan) curtido por un entorno duro y remoto, aunque conectado irremediablemente a la civilización a través de un cordón umbilical.

A través de este privilegiado cordón umbilical, Wittgenstein se comunicaba con Bertrand Russell, su mentor en Cambridge y a quien confesaba el esfuerzo que le suponía dedicar tiempo a las obligaciones de la “vida en sociedad”.

Una pregunta a Bertrand Russell

La relación entre Russell y Wittgenstein sintetiza los esfuerzos de la filosofía analítica por contrarrestar en el siglo XX la influencia del existencialismo de la tradición filosófica continental, desde Martin Heidegger a Ortega y Gasset, pasando por los franceses.

Todo había empezado cuando Wittgenstein se presentó al final de su primer año en Cambridge ante Russell, toda una eminencia en el departamento de filosofía más prestigioso del mundo, y le preguntó: “¿Podría  por favor decirme si soy un completo idiota o no? Si la respuesta es no, debería convertirme en filósofo”. 

Russell le instó a escribir algo durante el verano sobre algún tema filosófico. Sería entonces cuando Russell le diría si era o no un completo idiota. Bertrand Russell: “Al inicio del siguiente curso, me trajo el trabajo asignado”. Después de leer sólo una frase, Russell recomendó a Wittgenstein que dedicara su vida a la filosofía.

Cuando Wittgenstein leyó a Tolstói

Se ha especulado acerca del papel de los retiros productivos remotos en la filosofía de Wittgenstein: sobre si los paisajes desde donde divagó influyeron su obra, la transformaron o incluso la originaron. 

Hay autores que sostienen que la lectura de los comentarios de Lev Tolstói sobre los evangelios durante el destacamento de Wittgenstein (de origen judío y desinteresado por la religión) en Galicia de los Cárpatos, transformaron para siempre el pensamiento y posterior obra del filósofo.

Ni siquiera Bertrand Russell dudaba de la profunda impresión que los comentarios sobre el Evangelio de Tolstói habían tenido en Wittgenstein, como recordaría en el obituario de su discípulo. 

Los comentarios del escritor ruso profundizaron en una intuición ya existente en Wittgenstein, pues su viaje al fiordo de Sogn tuvo lugar en 1913, antes de su incorporación como voluntario a la Gran Guerra, y la construcción de la cabaña empezó poco después.

Contra los consejos de un mentor

Encaramado a la falda de lo más profundo de un fiordo noruego, el filósofo, persiguiendo quizá el monasticismo primigenio de un poblador de los bosques boreales con el fondo trascendentalista de Thoreau o cristiano anarquista de Tolstói, Wittgenstein escapó de su círculo familiar, social y académico, todos privilegiados, desoyendo los consejos del propio Bertrand Russell.

Russell explicaría: “A principios de 1914 vino a verme en estado de gran agitación y dijo: ‘Dejo Cambridge’. ‘¿Por qué?’, pregunté. ‘Porque mi cuñado se ha mudado a Londres, y no puedo soportar estar tan cerca de él’. Así que pasó el resto del invierno en Noruega”. 

“Le dije -prosigue Russell- que sería oscuro, y él dijo que odiaba la luz del día. Le dije que sería solitario, y él contestó que prostituía su mente hablando con gente inteligente. Dije que estaba loco, y él dijo que Dios le guardara de la cordura”.

Riesgos de ser demasiado consciente en épocas tumultuosas

Su tormentosa relación familiar, que llevó al suicidio a tres de sus hermanos y condujo al propio Ludwig a cuestionárselo él mismo, influyeron también sobre su constante deriva entre el trabajo introspectivo en el aislamiento de la naturaleza y la vida social, con perspectivas especialmente desoladoras en un momento en que Europa probaba su aguante existencial colectivo en la Gran Guerra. 

Se ha sugerido que Wittgenstein tenía una personalidad esquizoide o que incluso habría padecido síndrome de Asperger, debido a su predilección por la vida en solitario y sus constantes diatribas contra las relaciones sociales. 

Para quienes le conocían, Ludwig era simplemente un ser humano extremadamente sensible que padecía con la riqueza y matices de su compleja interpretación de la realidad. Su hermana Ermine explicaba en una carta: “[solía estar] …en un elevado estado de intensidad intelectual, que se acercaba a lo irracional”.

Un gnóstico no religioso

E.G. Bywaters no creía que su colega Wittgenstein padeciera alguna dolencia mental: “Le recuerdo como una persona enigmática, no comunicativa, quizá algo deprimida, que prefería la silla tumbona de su habitación a cualquier encuentro social”.

Sea como fuere, quienes le conocieron o conversaron con él y, por tanto, le obligaron a retornar a su condición aristotélica de “animal social” a su pesar, destacaron la impresión causada por su genio. Para Russell, “conocer a Wittgenstein fue una de las aventuras intelectuales más estimulantes de mi vida”.

Un refinado burgués vienés de origen judío y católico que denostaba la mentalidad de rebaño de la religión y, sin embargo, sentía una atracción instintiva por un anacoretismo más próximo a los gnósticos que al Zoroastro de Nietzsche. 

Un cosmopolita intelectual a su pesar que quería volver al campo no trabajado para escuchar la naturaleza y ponerle un primer nombre a las cosas. Un filósofo que construyó una casa modernista para enfrentarse a las proporciones universales de un pomo, una bisagra, una puerta, una ventana.

Fotografías

Ludwig Wittgenstein se encaramó a su cabaña del fiordo de Sogn para asomarse al ritmo eterno de la naturaleza y, observándola, conocerse a sí mismo y, de paso, pensar con la intensidad e ingenua originalidad de un niño.

Ahora quedan sólo los cimientos, como pudimos comprobar al subir hasta donde se erigía. Era un día claro y las casas y granjas pintadas de grana de Skjolden daban sentido a los pequeños campos arados a lo lejos, al otro lado del lago de Eidsvatnet. 

Quizá, después de todo, la cabaña en Skjolden pretendía ser un exilio imposible, porque Wittgenstein, para bien o para mal, pertenecía a la Viena de su época, con sus contradicciones y miedos.

Una fotografía escolar muestra a dos niños separados por compañeros anónimos en un gymnasium de Linz. El niño del extremo derecho de la última fila es Adolf Hitler. Se cree que a dos compañeros de distancia, en la segunda fila, aparece un joven llamado Ludwig Wittgenstein.

Reconstruir “la pequeña Austria” en Skjolden

Como Stefan Zweig, Albert Einstein y tantos otros intelectuales centroeuropeos de origen judío, Ludwig Wittgenstein padeció por la deriva nacionalista europea. Su exilio en Skjolden pretendía mantener un estado primigenio del mundo que nunca más sería posible.

La cabaña original, con cimientos de piedra para evitar que se pudriera la madera, medía 7 por 8 metros y carecía de más prestaciones que una estufa de leña, mobiliario esencial y libros.

La fundación Wittgenstein in Skjolden pretende reconstruir la cabaña que Wittgenstein erigió en 1914 en el lugar que los lugareños recuerdan desde entonces, en su honor, con el nombre “la pequeña Austria”.