Andar sobre la cinta de un gimnasio cansa y, a lo sumo, tonifica. Hacerlo en un lugar sugerente a la intemperie nos enriquece, en el sentido literal y el figurado. O eso sugieren nuevos hallazgos.
Se corroboraría, así, otra hipótesis de las filosofías de vida clásicas, que intuyeron que el paseo y el ejercicio al aire libre refuerzan cuerpo y mente. Una nueva hornada de estudios les da la razón.
Todos entendemos que no es lo mismo caminar hacia el transporte público por un ruidoso, desangelado y rutinario trecho urbano que pasear a pulmón abierto por un parque o entorno abierto y ventilado.
La actitud sí importa; también el escenario
La actitud sí importa, y lo que para unos es un discurrir pesaroso hacia el matadero que se repite a diario, como el dejà vu del día de la marmota, es para otros un momento de introspección, divagación, contemplación, meditación.
No obstante, un estudio reciente corroboraría lo que ya intuíamos: por muy buena que sea la actitud, realizar esfuerzo físico en entornos no inspiradores y cerrados no genera los mismos beneficios en nuestro ánimo y organismo que hacerlo al aire libre, rodeado de aire respirable y un entorno con el que interaccionar.
Beneficios de ir un poco más allá de lo necesario
Se conocen los beneficios físicos y mentales del ejercicio regular, si bien hay debates acerca de si esforzarse un poco más de lo que nos pide la conciencia -siempre conservadora cuando se trata de hacer algo contrario a optimizar nuestra energía, como esforzarnos más de lo debido-, reporta más réditos que el ejercicio moderado.
También abunda la literatura sobre los beneficios de estar en contacto con la naturaleza, hasta el punto de hacer realidad los anhelos virgilianos de los románticos del siglo XIX.
Sabemos por estudios que, por ejemplo, criarse en el campo aporta beneficios inmunológicos inaccesibles para los urbanitas de cuna; o que el contacto con sustancias volátiles del bosque como los fitoncides, aceites esenciales de la madera, nos tonifica sin necesidad de tocar una sola planta o árbol -basta con estar presente-.
Existen los baños forestales (y tienen efecto sobre nosotros)
Son los “baños forestales“, presentes en la cultura surcoreana (“samrimyok”) y japonesa (“shinrin-yoku”).
Ahora, un grupo de científicos dice haber comprobado que quemar calorías en una cinta de ejercicio o bicicleta estática ante un televisor, en una habitación cerrada, no puede equipararse a ejercitarse al aire libre, del mismo modo que -denuncian algunos científicos para frenar los efectos nocivos de la comida procesada sobre la salud pública-, que no todas las calorías son iguales.
Si las calorías de una alimentación sana son procesadas por el organismo de un modo radicalmente distinto, y los niños criados en el campo obtienen ventajas inmunitarias con respecto a sus homólogos urbanitas, ¿por qué ejercitarse “para quemar grasa”, machacándose con mala leche ante un televisor o con música pasada de vueltas, debería reportar las mismas ventajas que salir a correr o ejercitarse al parque, la montaña, el paseo o la playa?
El ejercicio no fue creado igual: al aire libre vs. en el gimnasio
El ejercicio en espacios cubiertos no es, en efecto, equiparable al ejercicio al aire libre: el primero quema grasa y tonifica los músculos; el segundo nos hace mejores en el sentido filosófico de la palabra, según los preceptos clásicos de la práctica de una filosofía de vida (“arte de vivir“).
En una actividad tonificamos a ciegas, como una cobaya en un laberinto artificial; con el ejercicio al aire libre, por el contrario, interpretamos, aprendemos, recordamos, usamos los cinco sentidos, discurrimos por una realidad con aristas, en la que nuestro organismo es sólo el medio que responde a nuestra voluntad.
Volviendo a los símiles cotidianos, una ducha siempre es tal, pero la ducha con agua fría, que rechaza nuestro cuerpo debido a nuestra reacción al frío, requiere que nuestra voluntad tome la iniciativa y vaya un poco más allá de lo deseable, realizando un esfuerzo que traspasa la frontera acomodaticia; una ducha con agua templada o caliente, por el contrario, agrada al instante y no requiere más esfuerzo que no dormirse bajo el chorro de agua.
La obsesión humana por adaptar el entorno para reducir la incomodidad
La supuestas ventajas del gimnasio, constituyen el principal impedimento para que saquemos el máximo partido del ejercicio que realizamos en ellos.
Al tratarse de un entorno conveniente, controlado y predecible, nuestro organismo no se esfuerza para contrarrestar los efectos de nuestra exposición a la intemperie. Y perdemos con el cambio.
Gretchen Reynolds expone en la bitácora Well de The New York Times las últimas evidencias que marcan distancia entre ejercitarse a la intemperie o hacerlo en la cinta, bicicleta estática, etc.
Se han constatado varias diferencias en ambas actividades. Por ejemplo, cuando corremos a la intemperie, tendemos a flexionar más los tobillos y efectuar una zancada más acorde con nuestra herencia ancestral.
Herederos de la caza por persistencia
Hasta la invención de herramientas sofisticadas, se cree que el ser humano perfeccionó la caza por persistencia, consistente en correr con regularidad tras la presa hasta que ésta caía extenuada, como todavía realizan los san del sur africano. Según esta teoría, hemos nacido para correr.
Ello explicaría nuestra anatomía (glúteos desarrollados, sudoración por glándulas más eficientes que las de otros animales, talón de aquiles) y resistencia.
Además, a diferencia de hacerlo en una cinta, cuando corremos a la intemperie lo hacemos por distintos terrenos y orografía; es difícil imitar en un gimnasio el esfuerzo de correr colina abajo, actividad que requiere el esfuerzo de una musculatura distinta a hacerlo en terreno llano o una subida.
También se ha comprobado que cualquiera realizará un mayor esfuerzo corriendo a la intemperie -no importan la dureza ni condiciones del terreno- que cubriendo la misma distancia hipotética sobre la cinta de un gimnasio.
El entorno no es un mero escenario intercambiable
Ocurre lo mismo sobre la bicicleta, explica Gretchen Reynolds: el viento, el tipo y orografía del terreno demandan, pedaleando a la intemperie, mucha más energía que sobre una bicicleta estática, dada la misma distancia.
Pero los beneficios del ejercicio al aire libre no acaban donde empieza la experiencia lírica, trascendentalista y sugestiva de los grandes caminadores matutinos, tales como Henry David Thoreau.
Nuevos estudios han compradado los efectos integrales de caminar la misma distancia en una cinta o un lugar tan artificial y poco sugerente como una pista de atletismo; con los logrados cuando se camina a la intemperie.
En todas las pruebas, los voluntarios disfrutaron más de la actividad al aire libre. Sorprendieron, sobre todo, los resultados del análisis psicológico de la experiencia: en la actividad a la intemperie, se registraron niveles mucho más elevados de vitalidad, entusiasmo, placer y autoestima, y muchos más bajos de tensión, depresión y fatiga.
Somos el lugar donde paseamos
A las expresiones que nos recuerdan, más allá del sentido figurado, que somos lo que comemos o lo que leemos, hay que añadir que somos el lugar donde paseamos o nos ejercitamos.
Si bien Gretchen Reynolds advierte de que los estudios que arrojan estos datos se han llevado a cabo a pequeña escala, a corto plazo y dependen de respuestas con interpretación subjetiva, son capaces al menos de describir un síntoma o tendencia.
Los resultados son, además, coherentes con hallazgos anteriores: un estudio llevado a cabo en adultos de ambos sexos con 66 o más años demostró de manera objetiva (por el tamaño de la muestra y la duración de la pesquisa), que quienes suelen ejercitarse al aire libre lo hacen con mayor frecuencia y más tiempo que quienes optaban por el gimnasio o los equipamientos deportivos convencionales.
Los voluntarios del estudio que salían afuera a caminar o realizar otras actividades eran consistentemente más activos y realizaban media hora más de ejercicio a la semana que los aficionados a las instalaciones deportivas cubiertas.
El auténtico valor de las aristas de la realidad
A partir de los resultados de distintos estudios, llegan la interpretación y la especulación. Sabemos que:
- caminar por el bosque beneficia nuestra salud (“baños forestales”, ventajas inmunológicas de quienes han nacido en el campo, mayor resistencia a enfermedades, ausencia de alergias derivadas de los entornos domésticos y urbanos más asépticos y con menor contacto natural);
- esforzarnos más de lo que nuestra -conservadora- conciencia considera oportuno multiplica nuestra producción de glucógeno, fuente del aumento del rendimiento intelectual de quienes practican deporte;
- realizar deporte afecta nuestro estado de ánimo a largo plazo, al estimular la producción de serotonina, etc;
- varios estudios en personas ejercitándose al aire libre y en instalaciones cubiertas detectan niveles más bajos de cortisol (hormona relacionada con el estrés), durante el ejercicio a la intemperie;
- practicar deporte es un método eficaz para tonificar la fuerza de voluntad, la cual sabemos -exponen el periodista John Tierney y el psicólogo Roy F. Baumeister en su ensayo Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength– se comporta como un músculo, mejorando con el uso y atrofiándose con la inactividad prolongada;
- también existe la convicción científica de que la exposición a la luz directa afecta nuestro estado de ánimo.
Acicate para abandonar el tóxico amodorramiento
Si la actividad al aire libre cuenta con beneficios cuantificables para la salud y, según parece, estimula la asiduidad y duración del ejercicio físico, ésta sería especialmente recomendable para quienes desean salir con éxito de la tóxica zona de confort.
Ejercitarse al aire libre sería un mecanismo para sustituir la modorra paralizadora de la inactividad y el sedentarismo por un estado de ánimo alerta, estimulante y activo de quienes se ejercitan con regularidad.
Lo que hacemos día a día
Finalmente, merece la pena leer los comentarios realizados por usuarios al artículo de Gretchen Reynolds en la bitácora Well de The New York Times.
Los 3 comentarios existentes mientras escribo estas líneas aportan potenciales beneficios adicionales de ejercitarse al aire libre no mencionados en la entrada, además de exponer la experiencia de 3 aficionados al deporte con experiencia en el ejercicio en pista cubierta en contraposición al esfuerzo equivalente realizado en un lugar estimulante al aire libre.
Aristóteles: “Somos lo que hacemos día a día; de modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito”.
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