La reciente bancarrota de la cadena de librerías estadounidense Borders, el anuncio de Amazon de que vende más libros para Kindle que de bolsillo, la llegada del iPad 2 o el éxito de escritores “amateurs” que, como Amanda Hocking, se ganan la vida con sus libros digitales autoplicados, son datos que merecen ser tenidos en cuenta por la industria editorial tradicional.
Amanda Hocking, además, se queda con 7 de cada 10 dólares que gana con sus 9 obras de ficción fantástica, que contrasta con los contratos tradicionales para principiantes en el sector editorial. Ya ha superado 1 millón de ejemplares vendidos.
Detrás de la batalla entre Amazon Kindle y Apple iPad, subyace la irrupción del libro electrónico en el mundo editorial, ahora que queda claro que los usuarios que prueban el libro electrónico aprueban algunas de sus ventajas. Analizo en la entrada mi perspectiva personal sobre el estado del libro electrónico y el futuro de los contenidos digitales.
Nadie echó cuentas de Gutenberg hasta que todos tuvieron libros en casa
En una reciente polémica, el escritor Malcolm Gladwell escribía que se había exagerado la importancia de Facebook, Twitter, YouTube y otras herramientas sociales en las revueltas del mundo árabe, hasta el punto de ridiculizar el argumento recordando que, antes de que estas herramientas existieran, ya había revoluciones.
El periodista y bloguero Jeff Jarvis le contestaba con una entrada en su blog que será recordada por la difusión que ha adquirido. La entrada se titulaba acertadamente El Gutenberg de Arabia. En ella expone que, del mismo modo que siempre ha habido quien ha negado el papel de la imprenta en la Reforma de Lutero y la expansión de las ideas en las sociedades occidentales, ahora surgen quienes se burlan de la capacidad de los medios sociales para convertir a cualquier ciudadano en creador y consumidor de contenido, por no hablar de su uso como herramienta de convocatoria.
Al Jazeera, la telefonía móvil y las redes sociales canalizan cualquier situación de descontento ciudadano generalizado en el mundo árabe (o China) en una oportunidad para organizarse y, literalmente, derrocar gobiernos. Los Estados despóticos han aprendido rápidamente que, con la televisión por satélite, la telefonía móvil e Internet, ya no es posible controlar qué información generan y consumen los medios y los ciudadanos.
Cambios fundamentales en la creación y transmisión del conocimiento
Los medios de comunicación tradicionales también aprenden a marchas forzadas que ya no ostentan el monopolio para crear y difundir información, por lo que su línea editorial, sea ésta más o menos independiente, pierde su valor estratégico.
Con Internet y la telefonía móvil, cualquier ciudadano puede cambiar su rol en función de cada momento, compartiendo impresiones (¿crónicas?), opiniones (¿editoriales?), fotografías, vídeos. El rigor y valor del trabajo que comparte cada uno de estos ciudadanos quizá no sea comparable con la calidad y el bagaje de un buen periodista sobre el terreno (¿buen periodista?¿para quién?¿con qué bagaje sobre la zona que visita?), pero Internet permite acceder a centenares o miles de testimonios ciudadanos sobre cada situación.
No sólo el periodismo se ha dado cuenta de la inmensa utilidad de las nuevas herramientas. El mundo editorial cambia ahora con una rapidez que hace sólo unos años habría sido tachada de percepción trasnochada y demasiado filo-tecnológica de la realidad.
Para muchos de nosotros, sobre todo quienes acceden varias horas al día o trabajan con los nuevos entornos tecnológicos, el libro electrónico forma ya parte de la cotidianeidad.
De cómo consulté las obras completas de Ramon Llull
Explico una situación personal. Hace unos días, escribía un texto concreto sobre una temática tan irrelevante aquí como el papel precursor del sabio mallorquín Ramon Llull en el saber de la cábala e incluso el lenguaje de patrones que influiría decisivamente sobre el lenguaje informático (a través de los estudios de Gottfried Leibniz sobre la imponente obra de Llull).
Como hago a menudo, empecé por leer unas entradas en Wikipedia, que me llevaron a un puñado de artículos relevantes en distintos idiomas sobre un foco de estudio tan particular como el expuesto. El mero hecho de haber podido profundizar en cualquier materia, por oscura que sea, en cuestión de dos o tres horas y sin moverme del escritorio, ya merece una reflexión.
Pero lo que vendría a continuación supera incluso la pasmosa facilidad con que Internet permite conectar a Ramon Llull con Gottfried Leibniz, quien a su vez se limitó a pulir los trabajos cabalísticos y lingüístico-matemáticos de Llull (que el mallorquín había tomado del pensamiento aristotélico).
Luego, uno lee que el trabajo de Leibniz, que es el de Llull, es la base teórica fundamental sobre la que se sustentan los lenguajes de programación modernos (programación orientada a objetos), que sustentan herramientas como los servicios de Google (programado en Python, básicamente), Facebook (PHP), Twitter (Ruby), etc.
Ponerse a investigar con un medio basado en el hipertexto como Internet implica prepararse para asociaciones de ideas como la explicada. Pero, ¿qué tiene que ver esto con el libro electrónico?
Cuando el mundo físico dificulta el acceso al conocimiento
Una vez me había situado en un contexto y quise profundizar más acerca de la obra de Llull, creí que había llegado el momento irremisible de dejar el escritorio y, tras buscar en la red integrada de bibliotecas de Barcelona, tendría que acercarme a alguna biblioteca física, a la antigua usanza, para consultar ese invento que muchos creen que es imposible modificar en su esencia, llamado libro impreso.
Tristemente, el libro (sobre el que sólo había logrado su referencia en inglés) sobre Llull que me interesaba no estaba en la red de bibliotecas públicas de Barcelona. Encontré varios tomos de la vida completa del sabio, la mayoría en ediciones no disponibles para el préstamo.
Así que, antes de darme por vencido, acudí a Internet Archive, una fundación de San Francisco que ha recopilado libros digitalizados libros de derechos de autor en distintos formatos digitales, así como textos científicos de todo tipo, audio, audiovisuales, software e incluso páginas web archivadas.
Allí estaba todo. Tras una primera búsqueda, accedí a las entradas individuales de los numerosos tomos de las obras completas de Ramon Llull, en la valiosa edición de Mateu Obrador i Bennàsar publicada en 1906 en Palma de Mallorca. En este caso, gracias a la colaboración de la Universidad de California, que proporcionó su copia de la edición para su escaneo y aparición en Archive.org.
El proyecto Internet Archive es una fundación financiada con aportaciones privadas, capaz de escanear y poner al alcance de cualquiera obras capitales de la literatura universal. Hago un alto en el camino para interesarme por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, un proyecto que podría realizar una tarea similar a Internet Archive, si facilitara más obras tan importantes para la historia universal como la de Ramon Llull, sobre todo teniendo en cuenta el origen hispánico del autor. Sorprende que sea difícil buscar y, cuando se encuentran las entradas en cuestión, uno recibe mensajes tan descorazonadores como “Esta obra está en proceso de edición. Próximamente la tendrá disponible para su consulta. Muchas gracias”.
No hizo falta esperar, ni acudir a otros recursos como las colecciones digitalizadas de la Biblioteca de Catalunya, donde sí es posible consultar exquisitas ediciones medievales digitalizadas de la obra de Llull, e incluso descargarlas en PDF, pero, entre otros inconvenientes, mi propia incapacidad de consultar un texto escrito en tipografía gótica hizo que aquel improvisado proyecto de investigación sin levantarme del escritorio fuera más ambiciosa de lo esperado.
Accediendo a Internet, uno tiene que ser consciente de sus limitaciones, si quiere evitar la diletancia provocada por la facilidad de ir de un sitio a otro, mientras pasa el tiempo sin que se consiga hacer nada en profundidad.
De nuevo, Internet Archive salvó la tarde. Conociendo la existencia de la copia digitalizada de las obras completas en la edición fechada en 1906 en Palma de Mallorca, volví a mencionada biblioteca electrónica y, con pasmosa sencillez, busqué en el menú con que cuenta cada entrada a su izquierda la opción más cómoda para mi consulta.
Sin echar de menos al libro físico: decenas de obras en un aparato cómodo
Prefiero consultar grandes cantidades de texto en un lector con pantalla E-Ink, o tinta electrónica, que imita el incomparable contraste de la tinta sobre el papel y no cansa tanto la vista. El pasado verano, coincidiendo con la llegada de la tercera generación del Kindle de Amazon, aproveché para hacer una pequeña comparativa entre el iPad y el Kindle. El dispositivo de Apple es muy superior en todo, menos en el precio (más elevado) y la lectura de textos largos.
Doy la razón a Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon, cuando declaraba lo que la gente quiere hacer cuando consulta un libro es leerlo cómodamente, no ver vídeos o hacer cualquier otra cosa. De modo que, con la intención de leer (o consultar) libros, compré un lector digital para, sobre todo, cargarlo con clásicos (libros que carecen de derechos de autor y pueden consultarse gratuitamente) y, habiendo elegido el formato compatible con mi dispositivo en el menú de Internet Archive, me dispuse a cargar la obra completa de Ramon Llull, lista para la lectura, en un soporte cómodo y más ligero que un libro.
En cuestión de minutos, pude acceder a varios tomos, ya reclinado en un sillón y en posición más propia de “lectura relajada”, y no de “trabajo ante la pantalla del ordenador”. Tras varias búsquedas, localicé en cada “tomo” las citas que me interesaban, y despaché mi tiempo con el gran Ramon Llull.
Y ahí están todavía las obras completas, junto a trabajos de los filósofos de la Ilustración, los clásicos de la literatura inglesa, española, catalana o francesa, así como la traducción al inglés de varios clásicos griegos y romanos, desde los estoicos Séneca y Marco Aurelio a Aristóteles.
¿Mi búsqueda de la obra de Ramon Llull hace 15 años?
Hace 15 años, mi investigación sobre Ramon Llull habría sido mucho más complicada, pobre, lenta, burocrática y habría requerido mi desplazamiento a varias bibliotecas. Incluso suponiendo que entonces hubiera vivido en mi emplazamiento actual, el Barri Gòtic de Barcelona, obtener resultados análogos a los que están ahora a nuestro alcance me habría llevado días y una fuerza de voluntad propia del mismísimo Llull, cuando ideó, en su Ars Combinatoria, la esencia de los lenguajes de programación modernos, en lugar de conseguir lo que perseguía, un modo universal y racional de refutación que pretendía, en última instancia, convertir al cristianismo a musulmanes y hebreos.
Con ejemplos como el expuesto, se vislumbran algunas de las ventajas y posibilidades del soporte electrónico, también para el mundo editorial. A estas alturas, es arriesgado adoptar una postura ante el libro electrónico análoga a la de Malcolm Gladwell con los medios sociales y su capacidad de influencia en la creación de opinión y las revueltas de países no democráticos, acostumbrados a controlar más fácilmente la opinión, cuando ésta se transmitía a través de la televisión terrestre, la prensa escrita y las ondas de radio.
Hoy mismo, Apple presentará seguramente la segunda versión del iPad, un dispositivo conceptualmente más amplio que el libro electrónico, pero que facilita la lectura de libros y acabará sirviendo para consultarlos y, sobre todo, compartir pasajes, comentarlos, o exponer la biblioteca de uno en una red social, como permiten sitios como Goodreads.com, fundado por mi amigo Otis Chandler.
iPad y Kindle
El iPad está siendo un éxito de ventas y tendrá que competir con dispositivos similares de otras marcas, muchos de los cuales incluirán un sistema operativo parecido, aunque respaldado por Google (Android), HP (WebOS), RIM, o Microsoft. Todos estos dispositivos incluirán aplicaciones para facilitar la lectura de libros, así como la creación de una lectura más expuesta quizá a nuestros amigos (o grupo académico, grupo de interés, etc.), compartiendo citas, prestándonos libros o pasajes, etcétera.
El iPad, un portátil, o un teléfono inteligente no son compatibles con el Kindle, como a Amazon le gusta repetir. El Kindle, el Nook de Barnes and Noble o el Sony eReader se centran en una lectura de textos largos más cómoda, gracias al uso de pantallas con tinta electrónica, limitadas para casi todo menos para la tarea que buscan muchos usuarios: la lectura.
Pasadas las primeras páginas, la experiencia de lectura en un dispositivo como el Kindle 3 es superior a la del iPad o sus competidores parecidos a éste presentes y futuros, por el mero hecho de que los segundos, queriendo ser mucho más que un mero lector, incluyen pantallas más sofisticadas y retroiluminadas, que impiden una lectura tan óptima. Existe, además, el hándicap de la duración de la batería, ya que la capacidad de proceso de las tablet es muy superior, como lo es su necesidad energética.
Ubicuidad
Amazon ha adoptado, además, una estrategia que convierte al Kindle en una plataforma para leer libros en cualquier dispositivo, y no en un mero lector digital sujeto a un aparato propietario concreto. Existen versiones de la aplicación de lectura de Amazon para iPhone, Windows, Mac, iPad, Blackberry, Android y Windows Phone.
La idea es dejar al usuario la libertad de elegir en qué soporte lee el contenido que ha descargado. Bezos cree que los lectores ávidos acabarán adquiriendo un dispositivo que hace cómoda la lectura, pero no niega que otros opten por hacerlo en el teléfono, la tableta o el portátil.
La estrategia de Amazon parece estar funcionando, aunque la compañía no es totalmente transparente con las cifras de ventas, ni del dispositivo Kindle ni del total de libros en versión electrónica adquiridos, pero publica la suficiente información como para comprobar que el libro electrónico aumenta su penetración en mercados como el de Estados Unidos a un ritmo imparable.
Los números no engañan
Algunas cifras que lo corroboran: mientras en febrero de 2011 la cadena de librerías Borders se declaraba recientemente en bancarrota, debido sobre todo a la competencia de Amazon en la venta de libros físicos, la propia Amazon anunciaba que ya vende más libros para la plataforma Kindle que en edición de bolsillo. Desde el inicio de 2011, por cada 100 libros físicos vendidos por la empresa, se vendieron 115 libros para Kindle.
En el mismo período, Amazon vendió tres veces más libros en formato electrónico que en edición de tapa dura y, de seguir la tendencia actual, pronto podría vender más libros para Kindle que el total de libros impresos, independientemente del tipo de edición. Las ventas de libros electrónicos se aceleran, una vez los usuarios se han convencido de las ventajas de leer en dispositivos dedicados.
Pero el libro electrónico todavía debe superar varios obstáculos, sobre todo relacionados con los libros que sí tienen derechos de autor. Como ha ocurrido con otros contenidos de entretenimiento (primero, la música y los videojuegos; después, los contenidos audiovisuales, tanto televisivos como cinematográficos), los canales de distribución tradicional y los acuerdos restrictivos sobre los derechos en torno a una obra dificultan la adopción universal de una sola plataforma de lectura.
Si, por ejemplo, uno es un lector avezado de libros y documentos sin derechos de autor y, además, lee en inglés, el Kindle puede ser la opción con más ventajas. En otras circunstancias, otros lectores pueden ser más convenientes.
Sea como fuere, Apple quiere aprovechar el éxito del iPad y el iPhone para dictar sus normas acerca de quién puede vender qué y a qué precio. Y Apple, lejos de conformarse con el papel de árbitro, quiere una porción más grande del pastel y se atreve a bloquear la tienda de libros para el Sony Reader, lo que indicaría sus intenciones acerca de su verdadero competidor, Amazon.
El debate sobre el libro del futuro
A medida que las ventas de libros electrónicos abandonan la anécdota y ganan cuota de mercado, y mientras la prensa presta atención al pulso comercial entre la aplicación de Apple iBookstore y la plataforma Kindle, la industria editorial debate sobre cuál debe ser el formato adquirido universalmente para el libro electrónico.
El periodista canadiense afincado en Silicon Valley Mathew Ingram escribe en una entrada difundida ampliamente que las editoriales deberían despertar del letargo y oler el potencial disruptor del formato electrónico.
Ingram no habla sólo de la plataforma electrónica como un lugar que copiará el modelo editorial actual, con una minoría de escritores bien pagados y capaces de costearse un agente que visita las ferias internacionales para establecer contratos de edición y traducciones en los mercados regionales interesados.
El mercado electrónico, como se ha demostrado con la música, los videojuegos y los contenidos electrónicos, reduce el coste de creación y distribución del contenido hasta márgenes asumibles por individuos con ganas de probar suerte.
Escritores que publican sus obras directamente
Y, si bien seguirá habiendo autores que prefieran la difusión y el prestigio otorgado por las editoriales tradicionales, cuya tarea como agentes culturales es innegable (queda claro en, por ejemplo, las barcelonesas Edicions 62 y Anagrama), cada vez hay más escritores conocidos que prefieren saltarse el papel del intermediario y negociar sus propios términos con las plataformas de distribución digital. Es el caso de, por ejemplo J.A. Konrath.
Hay periodistas que se establecen por sí mismos, abandonando las publicaciones tradicionales, al darse cuenta de que su trabajo y reputación les permitirán, a largo plazo, dictar sus propias normas. Los creadores de la bitácora Freakonomics, por ejemplo, abandonaron el New York Times para establecerse por su cuenta, y Mathew Ingram prefirió trabajar para Gigaom, una red de bitácoras dirigida por Om Malik, que escribir sobre tecnología en el periódico Globe and Mail de Toronto.
Ocurre el mismo fenómeno en otras disciplinas creativas. Si hay músicos, creadores de videojuegos, directores de cine y productores de vídeo que crean y distribuyen su contenido con un éxito dispar, el fenómeno se traslada ahora a los libros, gracias al formato electrónico.
Destaca, entre otras historias que corroboran el fenómeno, la de la escritora independiente de Minnesota Amanda Hocking, de 26 años, una total desconocida para el mundo editorial que se auto-editaba sus libros de temática fantástica en la tienda Kindle.
Sin dedicar dinero a su promoción y con la única ayuda de su blog personal, Hocking había conseguido vender 1 millón de copias de sus 9 libros publicados. No está mal, para una amateur advenediza, que probablemente sería puesta a parir por cualquier crítico sesudo. De haber podido cruzar el difícil filtro establecido por el mundo editorial tradicional, se entiende.
Es cierto que Hocking cobra un precio reducido por la mayoría de sus títulos (99 centavos por algunos de ellos), pero la autora obtiene el 70% de los beneficios de la obra. Un cambio dramático con respecto a los contratos tradicionales en el sector editorial, donde los escritores desconocidos obtienen una media del 20% de los beneficios sobre ventas.
Futuro brillante
Hay expertos del mundo editorial que ven un futuro brillante no sólo para el libro como formato de transmisión del conocimiento, sino al libro como negocio, destacando el papel que seguirán jugando las editoriales.
En cuanto a los vendedores, Kassia Korzser, propietaria de Booksquare.com, cree que triunfarán las librerías que sepan especializarse y adaptarse al libro electrónico. “Los vendedores de libros tienen que aceptar que la publicación digital existe, porque es lo que el cliente demanda. Quiere un libro digital en determinadas circunstancias, mientras prefieren el libro físico en otras situaciones. Se demanda una combinación de ambos formatos, ya que hay quien quiere comprar un libro en mitad de la noche“.
Pero el formato digital también pone en entredicho una característica hasta ahora sagrada en el mundo editorial, debido a una limitación en el formato de distribución: el carácter cerrado del libro, que incapacitaba, por ejemplo, la actualización de erratas o contenido en una misma edición, o la capacidad para buscar dentro del contenido, anotar y almacenar citas, incluir contenido audiovisual o cualquier otra propuesta que pudiera interesar a los lectores.
Debate sobre los estándares para el libro del futuro
Mike Hendrickson ha recopilado en un interesante listado la mayoría de las grandes propuestas que el mundo editorial debe discutir para establecer estándares para el libro del futuro.
Hendrickson menciona 12 propuestas acerca del libro del futuro:
- Herramientas de edición fáciles de usar y distribuir para que, por ejemplo, el propio escritor fuera capaz de dejar un libro listo para su difusión, sin necesidad de contar con ayuda para aplicar formatos, etcétera. Un conjunto de normas a la hora de convertir una obra en un documento XML uniformizaría el mundo editorial y daría estabilidad al formato, que se traduciría en mayor confort para el usuario y, a largo plazo, más ventas.
- Lograr que un libro acabado de escribir sea compatible desde el principio con todas las plataformas. Actualmente, se usan formatos como Print, APK, DAISY, ePub, Mobi, PDF y otros, sin que exista un consenso mínimo entre fabricantes de libros electrónicos, autores, editoriales, etc. Una editorial o autor podrían dedicarse a promocionar un contenido, y no destinar sus esfuerzos a navegar entre el marasmo de tecnologías y formatos, si los principales impulsores del libro electrónico consensuaran un único formato de distribución.
- Actualizaciones continuas en determinadas tipologías de libros contribuirían a un aumento instantáneo de sus ventas. Es especialmente claro en el mercado de los libros técnicos (tecnología, disciplinas científicas en permanente cambio, etc.) y libros de texto. Si el usuario tiene la certeza de que un libro electrónico sobre programación será actualizado cuando sea necesario, sin pagar el precio completo de una nueva edición, quizá aumente su interés por adquirir el libro.
- Integración de contenidos multimedia. Los libros de texto, por ejemplo, podrían convertirse en experiencias de aprendizaje que requirieran una participación superior a la mera lectura lineal de texto, con gráficos, audio y vídeo actualizados en tiempo real, etcétera. Los libros de ficción y no ficción más populares podrían incluir, asimismo, contenidos valiosos para el lector, como por ejemplo una entrevista con el autor. Una obra de Shakespeare, dice Jeff Bezos, requiere ser leída y no mejorará con elementos moviéndose arriba y abajo de la página. Pero una entrevista con, por ejemplo, el mencionado Malcolm Gladwell sobre el proceso de construcción de su último libro de no ficción, sería un contenido nada desdeñable.
- Capacidad para conectar los lectores con la editorial, el autor, la comunidad de lectores, etcétera. Tanto los libros distribuidos a través de iBookstore como la plataforma Kindle incluyen los primeros pasos, todavía tímidos, hacia esta integración.
- Adaptación a los nuevos hábitos de lectura y acceso al conocimiento de los usuarios. Estudios sociológicos muestran cómo el tiempo que dedicamos a una tarea concreta, como la lectura del pasaje de un libro, se ha reducido en los últimos años, a medida que ha aumentado el uso de medios que permiten -y requieren- la participación más activa del usuario/lector. ¿Es posible editar el formato de los libros para adaptarlo a las nuevas circunstancias?
- Escritura y traducción “bruta” simultánea. En este caso, no estoy tan de acuerdo con Hendrickson, cuya visión acerca del mundo de las traducciones podría estar condicionada por formar parte de la comunidad cultural anglosajona, dominante en las últimas décadas, también en la publicación editorial. Cualquiera que haya leído las obras completas de Edgar Allan Poe traducidas al castellano por Julio Cortázar sabrá de qué hablo. No hace falta sólo ser humano y traductor de oficio para traducir una obra en condiciones. En ocasiones, para acercarse al original, hace falta a un genio. Los traductores instantáneos ayudarán, eso sí, en tipologías como los libros de referencia de todo tipo, donde el espíritu del autor es menos importante.
- Contenidos de ocio relacionados. Puedo imaginar, en este punto, la lectura de una buena obra de novela negra, o de una historia de los maestros Arthur Conan Doyle, H.G. Wells o Julio Verne, y un cuestionario interactivo acerca de la trama de la obra, o que aporte cultura general. Por ejemplo, en Veinte mil leguas de viaje submarino, pagaría por conocer con mayor detalle las características de la Ensenada de San Simón, en Vigo, donde se encuentran los tesoros de los galeones españoles hundidos por la flota anglo-holandesa.
- Contacto directo entre la fuente original y el lector. Los escritores y editoriales podrían establecer foros de comunicación en el interior de las obras o pasajes, etcétera. Ello reforzaría la relación entre el creador de la obra y su audiencia.
- Apertura a la innovación y la adaptación a las nuevas circunstancias. En palabras de Hendrickson, las editoriales se tendrían que comportar cada vez más como compañías tecnológicas, que necesitan seguir innovando para permanecer relevantes en su sector. Google o la propia Amazon no se han mantenido estáticas desde su nacimiento.
- Código abierto. Contrario a lo que piensan -y tratan de imponer- los productores de todos los sectores afectados por el advenimiento de Internet y la transmisión digital de contenidos, las herramientas que limitan los derechos del usuario sobre una obra adquirida, como el controvertido sistema de gestión de derechos de autor, DRM, limitan las posibilidades de difusión de su propio contenido, más que protegerlo.
- Un precio justo. En el libro está todavía más claro, ya que se usa fundamentalmente materia, reciclada o no, vegetal para producir libros físicos, y ello tiene un impacto medioambiental, ocupa un espacio, tiene un peso y huella cuando se envía, etcétera. Cuando el mismo contenido abandona los átomos y se convierte en bits, mantener el mismo precio es, simple y llanamente, un atraco. Hasta que la industria de producción de contenidos no comprenda que el precio de un libro electrónico no puede ser el mismo que el de un libro de bolsillo, los libros electrónicos se usarán en el mundo como terminales de acceso a libros digitales sin derechos de autor. Pongo, como ejemplo, mi caso: compré un Kindle 3 en agosto de 2010. Desde entonces, he leído en él varios libros, pero sólo he comprado uno. El resto de contenidos no son “piratas”, sino clásicos libres de derechos de autor, que he descargado legalmente y no me han costado nada.
El papel de las bibliotecas cuando los átomos se hacen bits
Con la llegada del libro electrónico, el papel de las bibliotecas públicas también debe ser redefinido. ¿Cómo se prestan los libros digitales y bajo qué condiciones? ¿Por qué me puedo llevar a casa libros comerciales de cualquier biblioteca pública de mi ciudad y no tendría que hacerlo con versiones digitales de los mismos contenidos?
Es otro de los debates que se librarán en los próximos años. El propio concepto, reforzado durante la Ilustración, de biblioteca como lugar pública donde el ciudadano accede al conocimiento podría padecer una disrupción. Cuando ya es posible consultar libros, publicaciones y contenidos multimedia desde cualquier terminal conectado a Internet, ¿es necesario que mantengamos las mismas convenciones existentes el mundo físico, nacidas antes de que existiera el telégrafo?
El mismo concepto de propiedad de un libro electrónico adquirido no está claro y muchos lectores reúsan comprar ediciones electrónicas debido a limitaciones para el préstamo o intercambio de una obra en propiedad, por ejemplo.
Cualquiera soltaría una carcajada si se le planteara si cree estar cometiendo un delito cuando presta un libro físico que ha comprado a un familiar o amigo; o cuando intercambia este mismo libro por otro. En el mundo digital, las editoriales creen que es necesario limitar de un modo u otro estas libertades. En definitiva: se repite la misma batalla ya vivida en la música, los videojuegos, el cine o los contenidos televisivos.
Prometeo encadenado, ni más ni menos
Personalmente, tengo algo muy claro. Con el soporte electrónico, ahorro centenares de euros al año en comprar clásicos que no puedo prestar de ningún familiar o amigo y que no suelen estar disponibles en la biblioteca más cercana a mi casa.
En ocasiones, simplemente quiero consultar un pasaje de una obra de Platón, o leer sobre los estoicos, o releer un par de poemas de Jorge Manrique. Y estoy encantado de poder hacerlo en soporte electrónico, sin moverme de casa. Mi calidad de vida ha mejorado. El acceso al conocimiento se ha democratizado.
Usando el símil de Prometeo encadenado. Una vez Prometeo les concedió la luz (que simboliza el conocimiento), los humanos, hasta ese momento apresados en estado primitivo por Zeus, prosperaron en conocimiento, habilidades, tecnología, artes, ciencias. Y nació la “esperanza ciega” u optimismo.
Es un placer vislumbrar, aunque sea mínimamente, lo magnánimo de la obra de Doctor Illuminatus (Ramon Llull), junto a otros libros, en un único aparato con el tamaño y peso de un libro de bolsillo.