(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Fortaleza cognitiva: jugar cansa, mancha y (a veces) duele

¿Retenemos a nuestros hijos en entornos sobreprotegidos? Nuevas investigaciones sugieren que aprender a perder, a afrontar situaciones de frustración y a calibrar el peligro son tan importantes como los victorias, los logros y la seguridad.

En psicología y sociología, la gratificación aplazada describe la habilidad de un individuo para esperar, dosificar y lograr, así, resultados duraderos en cualquier campo.

Esta actitud es difícil de cultivar, cuando fomentamos, sin proponérnoslo, una actitud hacia la recompensa fácil, el premio instantáneo, logrado sin esfuerzo ni resistencia.

El premio inocuo, la hazaña que deja tan poca huella como el esfuerzo necesario para lograrlo.

Conversaciones con un padre ensayista: Michael Lewis

Leo una entrevista, escueta y concisa, de la escritora Jennifer Kahn al también escritor Michael Lewis en un número atrasado de la revista San Francisco (Junio de 2013).

La entrevista es un homenaje al propio estilo de Lewis: afilado, con humor irreverente y la precisión a la que se presta el inglés cuando es usado por la mente analítica y cartesiana de un ex-analista financiero de altos vuelos.

El autor que hace interesantes econometría, finanzas, neurociencia y más

Lewis (autor de Moneyball -historia de no ficción protagonizado por Brad Pitt en su potable adaptación cinematográfica- y The Blind Side, entre otros ensayos, y el articulista más seguido en Vanity Fair tras la muerte de Christopher Hitchens) es un economista de formación que inició su carrera trabajando en finanzas, como cualquier “freshman” universitario que despuntara en los 80, 90 o primeros años del presente siglo (la percepción ha cambiado desde 2008).

(Imagen: fotograma de la adaptación cinematográfica de 1961 de La guerre des boutons, de Louis Pergaud)

Esta experiencia le sirvió para escribir la mejor colección de reportajes sobre el desastre financiero y la consiguiente crisis de la deuda soberana de varios países europeos, publicados por entregas en Vanity Fair y recogidos en el ensayo Boomerang: Travels in the New Third World.

La revista San Francisco invita en una de sus secciones a distintos escritores residentes de la zona a entrevistar a alguno de sus tocayos.

“Soccer dad”: vida suburbial de un padre competitivo y comprometido

La frescura de la entrevista de Jennifer Kahn a Lewis, cuyas respectivas familias crecen en la bahía de San Francisco, estriba en el ambiente relajado del encuentro entre ambos y la temática subyacente, tan universal como controvertida: la crianza de los hijos.

Ningún lugar en Estados Unidos o el resto del mundo para percibir la competitividad entre padres en torno a las habilidades sociales, cognitivas, educativas o deportivas de sus hijos como en el epicentro tecnológico mundial: San Francisco y sus alrededores (con Silicon Valley como lugar paradigmático de padres motivados en la educación de sus hijos).

Michael Lewis recibe a Jennifer Kahn para su entrevista en un campo de béisbol de Berkeley, donde se ejercitan sus hijas, aprenas preadolescentes. Descubrimos a un Lewis relajado, confiado, seguro de sí mismo y con la confianza de quienes se han ganado con esfuerzo una posición en el oficio elegido.

Transmitir valores de infancias menos edulcoradas

Lewis dejó el mundo financiero por el periodismo y la escritura, su auténtica vocación. Desde 1989, ha escrito 14 ensayos y decenas de reportajes sobre distintas temáticas, algunos de los cuales logran lo inconcebible: hacer interesante la literatura considerada soporífera (finanzas, estadísticas deportivas, deuda soberana, teoría de juegos y más).

En el caso de Lewis, explicar con precisión y humor no equivale a edulcorar ni simplificar temáticas complejas y controvertidas, sino a elegir la estrategia narrativa adecuada en cada momento y descubrir el tuétano de cada asunto, a menudo con un humor implacable, milimétrico.

Khan encuentra a Lewis en su papel de “soccer dad” (término, el de “soccer mum”, usado en Estados Unidos para describir a las madres -y padres- que dedican toda su energía a llevar a sus hijos de una actividad a otra, desde la escuela a la actividad deportiva, la clase de música, etc), pero descubrimos a un Lewis que deja espacio a sus hijas, evitando sobreprotegerlas.

Y no es que el ensayista más célebre sobre temas económicos (y el mejor pagado: se rumorea que Vanity Fair le paga el equivalente a 10 dólares por palabra) abandone su carácter competitivo cuando ejerce de padre: le gusta ganar, y contrató a un jugador de béisbol semi-profesional para que sus hijas mejoren su juego.

Lecciones de asistir a partidos de nuestros hijos

Acudiendo a los encuentros de béisbol donde juegan sus hijas, ha asistido a habituales discusiones y ataques de rabia en torno a decisiones arbitrales o técnicas. No es raro ver a algún padre o madre actuando fuera de control: gritos, malas expresiones, muestras de competitividad propias de un niño, en lugar de un adulto.

Esta presión en torno a algo tan supuestamente anodino y relajado como un partido entre adolescentes se debe, en opinión de Kahn y Lewis, al entorno competitivo de la educación estadounidense, donde despuntar a edad temprana en algún deporte equivale, para el subconsciente familiar, a un futuro universitario brillante.

Este entorno, dominado por el excesivo tutelaje parental, convierte cada partido en una oportunidad potencial, donde cada victoria o pequeña hazaña se exagera, mientras a menudo se olvida enseñar a perder.

El gran tabú: perder

Perder ha sido, para muchos padres-entrenador (habitual en entornos como Silicon Valley), el gran tabú. La consecuencia de minimizar el error en el juego o las verdaderas causas de la derrota es, en opinión de Michael Lewis, contraproductivo.

Lewis cree firmemente que mejora la educación de sus hijas cuando éstas pierden, juegan mal y aprenden a asimilarlo. O cuando éstas asisten a la rabieta de turno de algún adulto fuera de control por algún detalle anodino.

Asistir a la expulsión de 2 padres-entrenador por una discusión fuera de control también forma parte de la educación de las pequeñas Lewis, y el escritor cree que atributos como la resistencia y la autoconfianza son tan importantes de cultivar como la competitividad.

Sobre extraer lo mejor de acontecimientos negativos

Aprender a perder, ser capaz de analizar la derrota analíticamente, aprender de los errores y volver con fuerza. Extraer lo mejor de las situaciones adversas. Convertir desventajas momentáneas en conocimiento para una mejora en el juego.

Evitar que el impulso emocional momentáneo (y difícil de controlar: el propio Lewis expone en sus artículos sobre la crisis financiera que, como humanos, somos propensos a comportamientos impulsivos que nuestro cerebro percibe como recompensa) afecte una preparación racional y los frutos de la perseverancia: la mejora sostenida y a largo plazo (consultar estudios sobre gratificación aplazada y fuerza de voluntad).

Es complicado enseñar el lado positivo de perder cuando la educación parental estadounidense se ha centrado en las últimas décadas en conceder la máxima atención a los niños, dejarles decidir, minimizar sus errores, ocultar sus derrotas. 

Saber perder

Aprender a perder es tan importante como aprender a ganar, refrendan entrenadores, deportistas profesionales y, recurriendo a la historia, también filósofos, grandes estrategas, políticos, aventureros. Saber perder, dice David Trueba.

JFK recurrió a tácito en un momento bajo, tras el chapucero desembarco estadounidense en la Bahía de Cochinos. Kennedy no perdió la perspectiva y aceptó la responsabilidad con elegancia, recurriendo a Tácito, adaptando una de sus máximas.

La derrota es huérfana y la victoria tiene mil padres. Siempre fue así, creyeron Tácito y JFK.

Michael Lewis quiere que sus hijas aprendan los sabores de la vida real, sin crear un entorno burbuja-portátil-aséptica, donde no existen palabras fuera de lugar, mal humor, situaciones controvertidas a las que uno debe sobreponerse, o derrotas.

El sobrevuelo de los hiperpadres

Para entender en toda su extensión el concepto de sobreprotección en la educación actual en países ricos como Estados Unidos, se puede recurrir a la expresión “helicopter parenting”, término que designa en Estados Unidos la excesiva atención en la crianza de los hijos.

Es un fenómeno de los suburbios de clase media, con “soccer mums” desviviéndose, quizá demasiado, por sus vástagos y coartando, según algunos expertos, su propio desarrollo emocional. Son los “hiperpadres“.

Michael Lewis aplica en sus hijas la misma receta que vio de niño, cuando los padres no eran todavía presa de la ansiedad competitiva de lograr la máxima ventaja en sus hijos con respecto al resto de los niños del entorno.

El arte de hacer limonada

Su madre, dice Lewis, elaboró una narrativa en torno a su carácter travieso y madura autonomía infantil, con efectos positivos para el ahora popular ensayista.

Su madre solía decirle: “Michael, lo que me encanta sobre ti es que cuando la vida te da limones, tú siempre encuentras la manera de hacer limonada”. Es un cliché, reconoce Lewis, un manido tópico con aire retro, pero con implacable mensaje formativo al fin y al cabo.

Este tipo de historias, como los logros propios, conseguidos sin un tutelaje excesivo -propio de la actual técnica de educar entre algodones-, lograron “que empezara a creer en mí mismo: yo soy el tipo que, en una situación adversa, encuentra una manera de darle la vuelta. Una vez empiezas a pensar de ese modo, un revés es algo casi divertido”.

Lecciones de un entrenador de instituto cascarrabias

Lewis también escribió hace tiempo una pequeña historia –Coach: Lessons on the Game of Life-, sobre la inspiración que encontró en su entrenador de béisbol en el instituto, Billy Fitzgerald, Fitz, cuyas prácticas rozarían lo que hoy se consideraría abusivo: gritos y algún ataque de rabia -encastando en una ocasión un bate de béisbol en un surtidor de agua-, pero también una lección que Michael Lewis ha usado en su vida: fortaleza cuando llega la decepción.

Lewis encontró en Fitz la vacuna contra la duda que paraliza, la falta de confianza compulsiva, la procrastinación, la excusa que nuestro cerebro elabora para justificar por qué no lo hemos hecho todo lo bien que podíamos, por qué no nos hemos relajado y jugado (o estudiado, trabajado, escrito, creado, etc.) lo mejor que podíamos.

Disfrutando del esfuerzo. Recurriendo a nuestra fuerza de voluntad y perseverancia.

Los músculos que no se tonifican, se atrofian

Ocurre que la fuerza de voluntad, argumentan algunos especialistas (el neurocientífico Paul King; o el psicólogo Roy F. Baumeister y el periodista del New York Times John Tierney en el ensayo Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength), se comporta como un músculo: se tonifica con el uso, y se atrofia cuando no se desarrolla, o cuando se deja de usar.

Si un niño que sobrevive a un virus se convierte en un adulto más fuerte, inmune a enfermedades que ha superado, ocurriría algo similar entre los pequeños que desarrollan autonomía, fortaleza, perseverancia, fuerza de voluntad, seguridad en sus propias decisiones, autoconfianza no ilusoria (basada en la experiencia, la enseñanza, los resultados consistentes, a lo largo del tiempo -gratificación aplazada-).

Saber perder y, sobre todo, saber analizar una derrota para convertirla en una oportunidad, razonando (analítica, estadística, entrenamiento emocional), es lo que Michael Lewis -un economista y financiero que eligió pasarse al periodismo para explicar lo vivido y por vivir (ciencias sociales y polimatismo, al fin y al cabo)-, quiere fomentar en el entorno educativo de sus hijas.

Ser competitivo no equivale a esconder -o minimizar- resultados negativos

Lewis no elude las enseñanzas vitales en uno de los entornos educativos con mayor presión, para padres e hijos, del mundo. Pero ha decidido no adaptar el mundo a sus hijas, sino dejar que sean ellas mismas quienes aprendan a evaluar cada bajón, cada momento de presión.

Cada tercer strike, en términos beisbolísticos (o cada bola de partido, si habláramos de tenis; cada gol de oro, en un partido de fútbol eliminatorio; etc.).

Como el deporte, oficios creativos como el elegido por Michael Lewis, escribir, son un juego mental: sin la convicción de que puedes hacerlo, difícilmente lo lograrás.

Es entonces cuando anidan fenómenos como la posposición (procrastinación), la ansiedad y otros trastornos de comportamiento, a menudo originados entre la adolescencia y la primera edad adulta, cuando los detalles y experiencias educativas -como aprender a perder, a desarrollar autoestima a partir de resultados que uno mismo logra- condicionarán la actitud vital posterior.

La diferencia entre trastorno y acicate para mejorar

La educación paternal sobreprotectora (o “helicopter parenting” en Estados Unidos) tiende a confundir la presión con la que sus hijos bregan a diario con el estrés clínico, un trastorno de comportamiento negativo.

Se suprime, con esta generalización, el otro estrés, el positivo, necesario para superarnos y lograr resultados, aventuran estudios recientes.

El estrés bien entendido puede convertirse en un mecanismo de excelencia y plenitud. Por el contrario, minimizar las derrotas, evitar los sinsabores, relativizar todo lo que no consideremos “sano” para nuestros hijos, les resta parte de su educación, y suprime herramientas esenciales de su mochila vital.

Fortaleza en momentos de abatimiento, en terminología de Michael Lewis.

El camino de los padres de hoy

Como padre de tres hijos que no han alcanzado siquiera la preadolescencia (6, 4 y 1 año) leo con atención el escueto pero interesante encuentro en un pequeño estadio de béisbol de la bahía de San Francisco entre Jennifer Kahn y Michael Lewis.

No hay técnicas infalibles, fórmulas alquímicas ni recetas matemáticas que se adapten a una realidad familiar dada. La paternidad es una aventura compartida entre padres -a menudo preocupados por finanzas, sin demasiado tiempo libre, acuciados por minucias- e hijos -últimamente, tan presionados como sus padres-.

Evitar un mundo de “hikikomoris”

En Japón, donde los adolescentes, especialmente los vástagos varones, padecen una presión ancestral para demostrar su valía en los estudios y la vida, una nueva generación de jóvenes atormentados han decidido no abandonar las habitaciones que ocupan en la casa paterna, avergonzados por un miedo atávico, viscoso e irracional, que les imposibilita relacionarse de manera sana.

Son los hikikomori. Los “confinados sociales”.

Esta nueva generación de jóvenes que renuncian a su futuro en la sociedad, que evitan “jugar” para no “perder”, que se esconden detrás de inacabables partidas de videojuegos, no sólo anida en Japón. 

El panorama laboral de países afectados por la crisis financiera, que a menudo han postergado necesarias reformas por su impopularidad de cara a las periódicas elecciones, puede contribuir a que crezca la inseguridad, el miedo siquiera a participar en la sociedad por temor a no ser considerados.

A jugar como uno sabe

Para adultos con una adolescencia turbulenta que lograron, a través de la autoconfianza y la propia capacidad de resistencia, una posición reconocida en la sociedad adulta, como el propio Michael Lewis, el secreto consiste en salir ahí fuera y, contando con las herramientas necesarias, jugar como uno sabe.

Cuando juega como sabe, analizando los errores para progresar, ganar o perder es circunstancial, apenas una constatación matemática. Relativizar victoria y derrota es otra de las enseñanzas asimiladas por autores reconocidos, deportistas de élite, etc.

No hace falta contar con un entrenador personal para cultivar la fortaleza o perseverancia. Ni con un hiperpadre. Al contrario, la sobreprotección y el “helicopter parenting” coartan su desarrollo.

Niños entre algodones en un mundo de goma reciclada

Ello explicaría por qué en los últimos años han proliferado los entornos de juego esterilizados, tan seguros y acolchados que repercuten en el desarrollo psicomotriz de los más pequeños.

El propósito de la vida, expone John Tierney en un artículo para The New York Times, no es evitar cualquier daño o mal a toda costa.

Los niños, expone Tierney citando investigaciones, necesitan peligro para desarrollar el equivalente cognitivo a sus anticuerpos.

Sin convivir con niveles razonables de peligro o riesgo (la doctora Ellen Sandseter, citada por Tierney en el artículo, distingue 6 tipos), los niños son incapaces, dicen estos estudios, de desarrollar la responsabilidad individual (inteligencia emocional, sentido común) derivada de hacerles frente.

Acolchamiento universal

La temática es controvertida. En la era de los hiperpadres, es imposible no plantearse qué niveles de riesgo son o no tolerables. 

La consecuencia: sobreesterilización, acolchamiento de nuestro entorno para que nuestros vástagos floten, ajenos a los coscorrones y a las rencillas curtidoras inmortalizadas por Louis Pergaud en su libro La guerra de los botones.

A propósito de la cita de un autor semi-olvidado francés de principios del siglo XIX: a principios del siglo XXI, una nueva corriente de padres jóvenes estadounidenses aprecia el modo continental europeo (para ellos, “francés”, aunque “francés” casi equivale en Estados Unidos a lo europeo occidental en general) de educar a los niños, más relajado, capaz de poner fronteras y decir “no”.

Sobre antagonismos

La corriente logró popularidad después de que Pamela Druckerman publicara Bringing Up Bébé, un homenaje a la manera relajada de educar a los niños que, según la autora, explica el porqué del desarrollado sentido común de los pequeños (capaces de, por ejemplo, dejar hablar a los adultos en un restaurante).

La educación infantil va mucho más allá de la búsqueda del antagonismo generalizador entre países, continentes, culturas. 

Autosuficiencia

Como la fuerza de voluntad, la autoconfianza se comporta como un músculo, pudiendo ejercitarse o atrofiarse.

O, al menos, así se deriva de escritos sobre autosuficiencia de los idealistas estadounidenses del siglo XIX, con los trascendentalistas Emerson y Thoreau en cabeza, ajenos a lo que resultaría, un siglo y medio después, de la prosperidad material conseguida en el mundo moderno.

Ralph Waldo Emerson: “Aquel que no conquiste a diario algún miedo no ha aprendido el secreto de la vida”.