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Un mundo en que las facturas de la compra son tóxicas

El anuncio de Audi para la SuperBowl, uno de los momentos estelares de la televisión estadounidense, tan fragmentada que sólo concentra a un gran porcentaje de público ante un canal generalista durante grandes acontecimientos (ceremonia de los Oscar, SuperBowl, playoffs de baloncesto, finales en béisbol, finales de los principales deportes universitarios, etc.), se ha convertido en uno de los favoritos del público en los últimos años.

Los anuncios en el descanso de la SuperBowl son, para los televidentes de la final de fútbol americano, tan importantes como el propio partido, y siempre se espera que estas pequeñas piezas comerciales, en ocasiones más interesantes que buena parte de la programación entre la que se insertan, tengan un cierto argumento, emoción, derroche de imaginación, golpe de efecto, humor, ambientación, etc.

Hay anuncios que uno espera que alguien convierta en películas, capaces de consolidar el formato “anuncio” y garantizarle vida propia, más allá de la fragmentada televisión, en canales como YouTube, Facebook, Twitter, etc. 

Los últimos anuncios que he visto, y entre ellos los que más me han gustado, siempre me han llegado a través de alguno de los medios de Internet mencionados, o mediante la mención en alguna de las bitácoras que consulto a diario. No tengo tele en casa.

Alto en nombre de la Policía Verde

Merece la pena compartir mensajes insertados con tanta belleza como la última entrega de la saga Go Forth de Levi’s, el anuncio sobre seguridad vial en Sussex, Reino Unido; o, en un tono más socarrón, aunque sin perder un ápice de calidad, el anuncio de Audi.

Menciono este mensaje publicitario porque explica con gracia cómo nuestra escala de valores, que conforma lo que denominamos opinión pública, está cambiando a medida que nos adentramos en el nuevo siglo. Ya no todo vale y las empresas deben rendir cuentas a las externalidades que provocan de una manera u otra, o padecerán las consecuencias de un modo u otro.

La concienciación medioambiental ha aumentado en los últimos años, pese a que haya muestras de una cierta dicotomía entre lo que decimos que pensamos (encuestas, sondeos, informes de centros de investigación sobre nuestro grado de concienciación ecológica) y lo que realmente hacemos. 

Si la naturaleza fuera un partido político, éste estaría obteniendo constantemente excelentes resultados de intención de voto, e incluso ganaría por mayoría absoluta en las encuestas realizadas en el mismo día de la votación a pie de urna.

Sin embargo, apartados los focos y el pensamiento políticamente correcto, la “opinión pública” que creemos existe en las sociedades modernas desde que este concepto fuera descrito por primera vez durante la Ilustración (para no irnos, como siempre, a la Grecia Clásica), daría su voto al otro candidato. No a la naturaleza.

El anuncio de Audi explica con una cómica y trepidante acción este cambio de paradigma de lo políticamente correcto, que ha madurado en los últimos años. En el anuncio, puede verse a un cuerpo de la Policía Verde patrullando las calles de los suburbios estadounidenses, detectando todo tipo de atentados “contra la naturaleza” que, en la realidad del anuncio, son prácticas deleznables y, cómo no, punibles. 

El brazo “verde” de la ley, una especie de patrulla de polis entrenados para detectar el uso de copas y vasos de plástico, servilletas de papel, el derroche de electricidad, el uso de bombillas incandescentes en lugar de iluminación de bajo consumo, o el empleo irregular del termostato en la piscina climatizada, unos grados por encima de la “normativa verde”, son los delitos que la Policía Verde persigue trepidantemente en el anuncio, como si se tratara de una versión ecológica y cómicamente bienintencionada del reprochable José Luis Torrente, nuestro Torrente, el seboso y putero poli racista del Atleti.

Catarsis verde

La Policía Verde según el anuncio, está tomando las calles para combatir los “Enemigos de la Madre Naturaleza”.

El anuncio es brillante en su concepción. Se sirve de una tendencia que el público (en este caso, cualquier estadounidense viendo la SuperBowl) reconoce; en este caso, el aumento de la concienciación medioambiental y del mensaje que relaciona nuestras acciones cotidianas, estilo de vida y huella ecológica personal con el estado del planeta.

El reconocimiento de la presión realizada por el “mensaje verde” en la opinión pública permite usarla a continuación en un anuncio. Como el semiótico Umberto Eco explicaría mejor y con menos palabras, todos compartimos una cierta interpretación colectiva de la presión ecologista. A partir de ahí, es mucho más fácil crear una historia que produzca una cierta catarsis.

Y, con sorna, lo lleva hasta un punto cómico, todo ello para anunciar un vehículo europeo de cierto prestigio. En Estados Unidos, en general, los vehículos europeos son percibidos como más compactos, eficientes, con un menor consumo de combustible y “urbanos”.

Cuando la hipérbole se acerca a la realidad

No obstante, algunas informaciones acercan a realidad a ese mundo cómico e hiperbolizado en el que la sociedad necesita a una Policía Verde para asegurar que se cumplen las normas básicas medioambientales.

Decenas de documentales, miles de estudios e informes, cientos de reuniones, decenas de mensajes políticos buenistas después, seguimos sin aprender lecciones básicas sobre lo sencillo que es dañar el medio ambiente o poner en riesgo la propia salud humana.

No siempre se trata de un catastrófico vertido de petróleo, como los del Golfo de México, el de Dalian, en China o el -desaparecido de la agenda mediática mundial, pero no por ello menos catastrófico- vertido permanente del Delta del Níger.

La última notica en llamarme la atención hasta el punto de hacerme evocar, una vez más, el anuncio de Audi de la SuperBowl, proviene de Estados Unidos, donde se han detectado altos niveles de Bisfenol A (BPA en sus siglas en inglés) en el 40% de los comprobantes de compra entregados en tiendas, supermercados y otros establecimientos de Estados Unidos. 

El Environmental Working Group (EWG), organización especializada en la detección de sustancias químicas potencialmente peligrosas para el ser humano y el medio ambiente en productos cotidianos (cosmética e higiene, etc.), ha detectado en un estudio grandes concentraciones de BPA en las facturas de papel que, sin prestar la más mínima atención, recogemos a diario en todo tipo de establecimientos. 

Al suponer el comprobante de nuestra compra, los compradores guardan a menudo estas facturas. En ocasiones, aunque, obviamente, no hay estudio posible que pueda aportar un número concreto, son los más pequeños, que a menudo nos acompañan en la compra, los primeros en recoger el recibo. Detalles que, en una sociedad cultivada en el sentido común, no tendrían la menor importancia.

Pero, ¿qué ocurre si 4 de cada 10 recibos que recogemos y guardamos a diario en nuestra billetera contienen dosis altas de una sustancia peligrosa para nuestra salud? 

Bisfenol A en los recibos del supermercado

El anuncio de Audi es una broma y provoca la risa. La información que habla de altas dosis de BPA en casi la mitad de los recibos de la compra de Estados Unidos no lo es; si este segundo mensaje produjera risa, ésta sería tristona y agridulce, alimentada de incredulidad y hastío. 

Como explican el Washington Post y otros medios, investigadores del EWG estudiaron la composición química de comprobantes de la compra expedidos por máquinas registradoras de establecimientos tan concurridos como McDonald’s, CVS, Whole Foods, Wal-Mart y U.S. Postal Service, entre otros.

En algunos casos, explica el informe de EWG, la cantidad de BPA detectada era de 250 a 1.000 veces superior que la que puede encontrarse en los productos cotidianos que han sido tradicionalmente estudiados por su potencial toxicidad, tales como las botellas de agua de plástico, biberones y botellas de plástico para bebés, así como el contenedor de los productos enlatados, entre otros utensilios cotidianos.

Cómo no jugar con nuestro embarazo

Mientras varios estudios han confirmado que el bisfenol A y otras sustancias químicas similares son disruptores del sistema endocrino de los animales, afectan su desarrollo y son especialmente destructivos en embriones, esta relación de causa y efecto no ha sido comprobada, hasta el momento, en humanos.

El análisis de EWG explicaría por qué esta sustancia química (BPA) ha sido encontrada en la orina del 93% de los estadounidenses, según los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades de Estados Unidos, citados por la publicación Environment 360 de la Universidad de Yale.

“Nos hemos topado con fuentes fuentes potencialmente enormes de BPA aquí mismo, en nuestra vida diaria”, ha explicado Sonya Lunder, analista del EWG. Según esta organización, el BPA se usa a menudo como conservante para evitar el borrado de las anotaciones realizadas con tecnología de imagen térmica, usada por buena parte de las cajas expendedoras modernas.

Qué sabemos y qué evitamos conocer en profundidad

Recientemente, invitados por unos amigos, realizábamos una excursión a un lago de montaña situado en la cordillera californiana de Sierra Nevada. El entorno del pequeño lago Crystal, rodeado por un bosque de secuoyas que se convertiría en boreal a medida que ascendíamos por el sendero indicado, parece sacado de un cuadro naturalista. Demasiado bello, según los estándares de “belleza natural” creados por Walt Whitman, John Muir, Mark Twain y muchos otros que se enamorarían del Pacífico norteamericano.

Tras chapuzarnos en el agua gélida del lago y no poder permanecer en él más que unos minutos, mientras almorzaba, el grupo siguió el hilo de varias conversaciones, y había nivel para ello: dos periodistas de grandes publicaciones estadounidenses, una de ellas con un hermano en la plantilla de The Economist; un emprendedor de una de las start-up más prometedoras de Los Ángeles; y otras dos personas con experiencia en banca de inversión y temas medioambientales.

Surgió la temática relacionada con los componentes de los productos de cosmética, perfumería, higiene personal e higiene del hogar. Cité (la excursión se realizó antes de que se publicara el estudio sobre BPA en recibos de la compra) el trabajo del EWG en la detección de sustancias químicas peligrosas para las personas y la naturaleza en productos de primera necesidad, tales como perfumes, champús, cremas o productos de limpieza.

Hablamos de sustancias perfumadas, ftalatos y otros palabros. También mencioné la trayectoria de GoodGuide, una startup de San Francisco que ofrece información medioambiental sobre miles de productos cotidianos en distintas categorías en su web y aplicación para móviles, y permite la consulta a través de la lectura del código de barras en el mismo establecimiento, antes de adquirir el producto.

Asegurar la inocuidad de productos cotidianos no parece ser una de nuestras prioridades

Kirsten y yo, al fin y al cabo, hemos creado y elaboramos información y vídeos para un sitio web con información y herramientas sobre sostenibilidad, *faircompanies.

Tras escuchar las opiniones de nuestros acompañantes sobre las sustancias potencialmente peligrosas de nuestra cotidianeidad, deshilachadas y basadas en juicios de valor más que en estudios, me sentí como un miembro de la Policía Verde en mitad del anuncio de Audi.

Un Torrente flacucho y bienhablado que aprovecha cada ocasión para aportar datos relacionados con su quehacer diario en un sitio web sobre sostenibilidad, intentanto aleccionar cómicamente a gente a la que, por lo general, importa poco si esta o aquella sustancia son “peligrosas”. 

“¿Realmente?”. “Interesante… no tenía ni idea”. “¿Hay algo que no sea peligroso de un modo u otro?”. “Yo creo que los productos de las mejores marcas son los más saludables, porque son desarrollados en laboratorios avanzados y con amplios recursos”. “Si esos productos son legales, seguro que son inocuos para nuestra salud. No creería lo contrario”. 

Un grupo de jóvenes profesionales, acostumbrados a tratar con ingentes cantidades de información a diario en el desarrollo de su actividad, no mostró preocupación alguna acerca de los efectos que el uso de una crema, un perfume o un producto de limpieza pudieran ocasionar sobre ellos, sus futuros hijos o el entorno.

Si un pequeño universo de encuestados informalmente sobre estas cuestiones no muestra demasiado interés al respecto y no encuentra motivo para cambiar sus ideas preconcebidas al respecto, aunque no estén basadas en estudios o hipótesis sólidas, el resultado no puede mejorar si situamos en su lugar a la “opinión pública”, quienquiera que la forme.

Sobre el Bisfenol A

El BPA es un compuesto usado para elaborar plástico policarbonatado y resinas epoxy, además de otras aplicaciones como la descrita de las máquinas expendedoras con impresión térmica.

Pese a que existen datos fundados sobre su toxicidad sobre el medio ambiente y las personas desde 1930, el BPA se continúa usando en todo tipo de aplicaciones, incluyendo decenas de productos de primera necesidad.

La FDA (Food and Drug Administration de Estados Unidos) ha expuesto su preocupación acerca de la peligrosidad de esta sustancia en fetos, bebés y niños.

Varios estudios relacionan la sustancia con obesidad, daños neurológicos irreparables, disrupción del funcionamiento de la glándula tiroides, daños en el sistema reproductivo y el comportamiento sexual y diversos tipos de cáncer, entre ellos el de mama, el neuroblastoma y el cáncer de próstata.

En ocasiones, las informaciones reales superan la ficción de la mejor calidad. Tras leer el resumen del estudio del EWG en la página de la organización, tras ver la información publicada en distintos medios de prestigio, no sólo recordé el anuncio de la Policía Verde. Pensé en que nos encaminamos hacia una sociedad en que será necesario crear un cuerpo especial de policía dedicado exclusivamente a los delitos verdes.

Se busca: menos toxicidad y más suciedad

Personalmente, no quiero pensar en riesgos para mi salud o para el medio ambiente cuando recibo un aparentemente anodino e inocuo comprobante de compra.

Parecemos empecinados en esterilizar nuestra cotidianidad, al tiempo que incorporamos sustancias peligrosas a nuestros entornos, faltos de bacterias y otros seres con los que hemos evolucionado y que realizan tareas imprescindibles, también para el ser humano.

Enguarrarse en un mundo sin sustancias tóxicas es una bendición, como concluía hace unas semanas en una entrada de esta misma bitácora.

Ocurre que ya no hay un solo lugar a salvo de las sustancias potencialmente peligrosas sobre las que informa el EWG.