“No puedo enseñar nada a nadie. Sólo puedo hacerles pensar.”
Hace 24 siglos, un filósofo que había demostrado valentía durante su juventud, dedicó el resto de su vida a acercarse a su ideal de ser humano (inquisitivo, racional, inconformista); mantener su racionalidad y coherencia le costó la vida en un juicio del que podría haber escapado.
Sócrates puso en práctica su idea de que la vida sin examinar no merece la pena vivirla. Para autorrealizarse -creía-, uno debe buscar con tesón el aprendizaje antes que cualquier otra necesidad, manteniendo siempre su conciencia moral, que se alimenta de conocimiento.
Para Sócrates, la gente actúa inmoralmente por superstición o desconocimiento, de manera no deliberada (según la Paradoja Socrática).
Hacerse merecedores de una navaja suiza del pensamiento
Aceptando la sentencia a muerte de la ciudad que había promovido la existencia de su pensamiento, Sócrates quiso legar a sus discípulos un “temperamento” o “herramienta” (más que una “verdad” incontestable y definitiva), una navaja suiza para el pensamiento humano: nuestra auténtica felicidad avanza haciendo lo que consideramos justo en cada momento, tras haberlo escrutado racionalmente.
El resultado de perseverar en nuestro propósito -que es conocer cada día más, ya que la mezquindad y la maldad parten del desconocimiento, según Sócrates-, es la felicidad entendida como bienestar duradero: la autorrealización, manifiesta en los efectos a largo plazo sobre la conciencia.
Sobre perspectivas: enseñar a cuestionar nuestra visión y la de otros
Sócrates no pidió a sus discípulos que actuaran como mártires, ni que siguieran ninguna gran verdad, ni que se sacrificaran por el prójimo de manera incondicional, como han proclamado a los cuatro vientos las religiones abrahámicas, a menudo sacrificando literalmente a quienes estuvieran dispuestos a poner en entredicho distintas arbitrariedades.
En cambio, buscar lo que es racionalmente mejor para uno mismo, pensaba Sócrates, se convierte también en lo mejor para el conjunto, influyendo sobre el pensamiento de la Ilustración, más de dos milenios después (y explicando el gran error de cálculo del materialismo: el ser humano no es un robot, sino que existen el razonamiento, el talento, la motivación, la fuerza de voluntad…).
En lugar de aleccionar, Sócrates inoculó el razonamiento que cuestiona cualquier idea preconcebida, recomendó el estudio y la humildad para actuar correctamente (saber más refuerza nuestro propósito moral).
Aspirar a la mejora constante
Para conjeturar que nadie actúa con maldad si tiene el conocimiento para evitarlo, Sócrates partía de la idea de que el ser humano y la naturaleza tienen un propósito y podemos ser fieles a su potencial actuando responsablemente:
- buscamos el bien, pero a menudo no lo logramos por ignorancia, debilidad, desorientación o falta de conocimiento;
- ningún ser racional se haría daño a sí mismo; cuando obramos en nuestra contra, lo hacemos por pensar que obrábamos buscando el bien, pero carecíamos de suficiente información.
Las críticas al pensamiento de Sócrates se centran en la supuesta irracionalidad de las acciones humanas:
- individuos que obran el mal conociendo cómo hacer el bien (crítica de Aristóteles);
- personas que se dañan a sí mismas, que hacen el mal pese a buscar el bien de manera consciente (crítica de San Pablo);
- o que actúan según el mandato de sus impulsos aparcando la racionalidad (Sigmund Freud).
En un supuesto diálogo socrático con Aristóteles, San Pablo o Sigmund Freud, Sócrates habría promovido la idea de que no hay conocimiento ni moral ni verdad por defecto y todo pensamiento y acto racional son complejos y suponen esfuerzo: es más incómodo vivir de acuerdo con propósitos racionales que relajarse y dejarse llevar por intuiciones e impulsos.
Más dudas sobre si Sócrates existió que sobre su -todavía vigente- pensamiento
Conocemos el pensamiento de Sócrates a través de lo que otros citaron de él o escribieron sobre él, e incluso se ha cuestionado su existencia como individuo.
Fuera una o más personas y respondiera o no al nombre de Sócrates, su interpretación de las características y objetivos de la existencia humana han influido desde que fueron expresadas en la Atenas clásica.
Las enseñanzas de Sócrates son sencillas, racionales y a la vez profundas, tan universales que pueden aplicarse en cualquier contexto, época y cultura, y su práctica conduce al ideal racional occidental de plenitud: autorrealizarse.
Autorrealización sosegada y duradera
La autorrealización socrática no consiste en ganar la lotería, lograr grandes riquezas ni obtener recompensas sin que hayan supuesto esfuerzo.
Más bien al contrario: la existencia es el camino, el esfuerzo para ser mejores, la refutación de una conjetura al conocer una hipótesis más sólida y fructífera, que empieza a ser cuestionada justo después de su formulación.
Sócrates abogó por esforzarse para mejorar usando la razón en detrimento de las actitudes dogmáticas e impulsivas. Su legado, recogido parcialmente por Platón (discípulo directo) y Aristóteles (discípulo de Platón), sirvió de base de las subsiguientes escuelas filosóficas, de la teología más coherente y los avances del Renacimiento, la Ilustración y la actualidad.
Aspirar a ser como nuestro ideal
Los consejos de Sócrates para vivir una vida plena, en síntesis:
- “Sé como te gustaría ser”: ser coherente con el ideal que a uno le gustaría alcanzar, no importa lo alejado que esté de uno mismo al inicio de la toma de conciencia;
- “Sé que soy inteligente, porque sé que no sé nada” (ironía socrática): empezar reconociendo y escrutando la inmensidad de las limitaciones de uno mismo, respetando la capacidad razonadora de la voz interior y la de cualquier otro individuo (también los propios hijos o alumnos);
- “La educación es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente”: expandir nuestros horizontes ejercitando nuestra curiosidad y cuestionamiento de todo lo que conocemos; se trata de comprender a qué se refería el emperador romano Marco Aurelio, filósofo estoico, al afirmar “Todo lo que oímos es una opinión, no un hecho; todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad”. El proceso inacabable de aprendizaje (que se produce toda la vida, hasta el último día de la existencia) aumenta nuestra certidumbre de que apenas hemos escrutado la superficie;
- “Quien no está conforme con lo que tiene, tampoco lo estaría con lo que le gustaría tener”: apreciar lo que uno tiene es el primer paso para, a través de la autoconfianza, avanzar en una vida de búsqueda de la verdad razonada, en lugar de convertir la existencia en una carrera frustrada por conseguir más. Para Sócrates “el secreto de la felicidad no se encuentra en buscar más, sino en desarrollar la capacidad de disfrutar de menos.”
- “El principio de la sabiduría es la definición de los términos”: para avanzar en nuestros objetivos vitales, debemos aclarar lo que queremos, sopesando objetivos y cuestionándolos a menudo, para mejorar -o modificar si es necesario- hacia dónde queremos ir.
Sobre el escrutinio intelectual
Sócrates llevó su afirmación de que “la sabiduría comienza en el escrutinio” hasta sus últimas consecuencias, al desarrollar y practicar con coherencia un método de escrutinio de la verdad usando el diálogo que lleva su nombre y continúa vigente en las instituciones educativas más prestigiosas.
Pese a las críticas recibidas en las últimas décadas, el método socrático es la base del conocimiento filosófico y moral y ha sido usado como base educativa para fomentar el pensamiento razonado, cuestionable, original, inquisitivo, refutable (siempre que sea usando la razón).
Propósito de la ironía -que no causticidad- socrática
La ironía, usada por Sócrates en su método, concede respeto al interlocutor, aunque éste sea un niño, y lo reconoce como una autoridad en la materia a tratar.
A continuación, las primeras preguntas sitúan el debate y refuerzan la idea de que el apelado es un experto en el tema, ya que éste sabe más de lo que él mismo habría concedido (mayéutica, o el arte de alumbrar una nueva idea).
Finalmente, las respuestas del interlocutor son rebatidas, con la intención de que los participantes entiendan que el conocimiento es una construcción asentada sobre prejuicios, ideas de otros, apreciaciones, etc.
La reflexión socrática era incómoda para interpelador (que se ponía a prueba a sí mismo, cerciorándose de sus limitaciones) e interpelado, que reconocía sus prejuicios y debía aceptar nuevas ideas, apreciaciones, resultados, ya que ni siquiera las ideas en apariencia más obvias y pétreas estaban a salvo.
Ironía socrática, pensamiento crítico e incomodidad productiva no equivalen a causticidad, refutaciones sin fundamento e intimidación, respectivamente.
Derecho anglosajón y método socrático
El método socrático ha sido aplicado desde la Ilustración en campos como el derecho con agresividad y voluntad confrontadora (para así dirimir la culpabilidad de alguien durante un litigio), un uso que ha omitido el comedido temperamento socrático (frío, racional, irónico sin caer en la causticidad, estimulador), que sí puede aplicarse en casa, en la empresa o en la escuela.
El diálogo socrático se basa en una fuerte intuición del conocimiento y razonamiento humanos, lo que explicaría su vigencia 24 siglos después de su concepción, justo cuando se cuestiona la vigencia de modelos educativos dependientes de la clase magistral, la enseñanza memorística, la presencialidad y la búsqueda del común denominador.
Docentes que defienden el retorno a las aulas del método socrático
Preocupados por el abandono de su uso en escuelas y universidades, profesores como Rick Reis, de la Universidad de Stanford, han defendido su uso como el marco más sólido para que los estudiantes comprendan y se involucren en procesos de pensamiento crítico.
En el método socrático se realiza un diálogo entre iguales: tanto el conductor del debate (puede ser un profesor, un padre de familia, un compañero de trabajo) como el interlocutor o interlocutores (alumnos, hijos, compañeros de trabajo), son responsables de avanzar en el diálogo a través de preguntas.
Pronto, si todos comparten la voluntad de salir, razonando, de su zona de confort mental, las preguntas del conductor o líder de la conversación exponen los valores y creencias que enmarcan y apoyan los pensamientos y declaraciones de los participantes en la interrogación.
Entrenar la razón
En un diálogo ajeno a la distorsión causada por la figura autoritativa del conductor, los interpelados (estudiantes, hijos, compañeros de trabajo subordinados) se retan a sí mismos con preguntas entre ellos, así como con cuestiones al líder de la conversación, para así exponer los valores y creencias que influyen sobre su visión de la realidad.
El profesor de ciencia política en Stanford Rick Reiss sintetiza el método socrático en 4 componentes, sin los cuales el diálogo no produce los resultados esperados: ejercitar el temperamento socrático, algo así como entrenarse para saber más, al identificar conocimiento racional con virtud.
1. Autoexaminarse
El método socrático usa preguntas para examinar los valores, principios y creencias de los estudiantes (y los profesores, al tratarse de un diálogo bidireccional, sin púlpito, sin clase magistral ni verdades supremas).
Quienes practican el método socrático no están en contra del aprendizaje de hechos o acontecimientos, pero se centran más en lo que el estudiante piensa sobre esos hechos o acontecimientos, no en lo que otros piensan de ello. No sirve con citar a autoridades en ésto o aquéllo.
2. Filosofía de vida
El método socrático se centra en la educación moral, o cómo vivir (asimismo, las escuelas derivadas del pensamiento socrático incluyeron en sus materias lo que el estoico Epicteto llamó “el arte de vivir”).
La indagación socrática se dirige a los individuos del diálogo, en lugar de elevar la conversación recurriendo supuestos grandes temas diseñados para convencer o dogmatizar. Todos los comentarios del diálogo se centran específicamente en la discusión.
De este modo, los participantes no aprenden con de la información abstracta sobre el tema general, sino lo que piensa el interlocutor sobre el tema, probando a sí los valores y creencias de cada participante, que deberá sostenerlas de manera racional o afrontar su refutación por otros (también racional).
Cuando estos valores son cuestionados o refutados, lo único que está en juego es la coherencia de la existencia del inquirido. La refutación de las conjeturas de uno mismo arrojan, por tanto, un veredicto intelectual inaplazable: uno debe cambiar su vida (ya que la virtud y la felicidad dependen del escrutinio racional).
De ahí que “la vida no examinada” no merezca la pena vivirla.
3. Salir de la zona de confort
Apoltronarse en supuestas verdades supremas y olvidarse de ponerlas en duda representa un bloqueo equivalente sólo a la maldad (que para Sócrates equivale a ignorancia).
El método socrático demanda un entorno caracterizado por la incomodidad productiva (que no equivale a miedo o intimidación), un estado en el que los participantes en el diálogo perciben el incentivo de tratar de dar lo mejor de sí, cumplir con las expectativas de su conciencia racional.
En los mejores diálogos socráticos, recuerda Rick Reis, “hay tensión real entre los interlocutores. Hay mucho en juego”. ¿Logrará un interlocutor refutar las conjeturas del otro?
4. Herramienta del conocimiento inquisitivo
El método socrático alcanza toda su valía en situaciones complejas, difíciles y de incertidumbre (avanzándose a la teoría de juegos), más que en memorizar mejor o peor hechos o acontecimientos sobre el mundo.
En términos neurocientíficos, el método socrático potencia la inteligencia fluida (pensamiento lógico, razonamiento) en detrimento de la inteligencia cristalizada (enseñanza memorística).
Existencia racional y transitoriedad
En clase, en casa, en la oficina y en la vida en general, el método socrático es más vigente que nunca. Su objetivo no ha variado ni ha dejado de ser útil desde la época de Sócrates: inducir a una persona a confrontar por sí misma lo relativo de la existencia y el pensamiento.
El filósofo ateniense creía que todo ser humano sin excepción debía emprender el mismo camino de mejora introspectiva, consistente en adquirir conocimiento con las mejores herramientas (por ejemplo, el método que lleva su nombre y el “temperamento” o tolerancia a la incomodidad productiva que garantiza los mejores resultados racionales).
Los requisitos básicos para integrar el método socrático en la propia existencia están al alcance de cualquiera dispuesto a experimentar “incomodidad productiva”.
El profesor socrático (o conductor del diálogo) debe ser capaz de modelar actitudes positivas sobre la disciplina del diálogo, así como estar dispuesto al escrutinio (cuestionamiento y potencial refutación) de sus propias ideas.
La necesidad del temperamento socrático
En épocas de incertidumbre, cuando las soluciones-milagro, las balas de plata y los “liderazgos fuertes” campan a sus anchas, como lo hicieran en la época de entreguerras del siglo XX, la necesidad del método socrático es todavía más perentoria.
El método socrático no ha destacado como la mejor manera de transmitir hechos que damos por sentados. Su aplicación ha brillado cultivando la virtud de razonar: el desarrollo del pensamiento crítico a través del temperamento.
Veinticuatro siglos después, este diálogo racional sigue promoviendo con la frescura del primer día la curiosidad profunda, el cuestionamiento sin miedo.
Los frutos de la voluntad de aplicarlo, si no espectaculares, son la base de los mayores logros racionales en cualquier campo imaginable.
Incomodidad productiva: cara a cara con la incertidumbre
El mayor objetivo consiste en desentrañar racionalmente los misterios de la existencia humana. Afrontar la incertidumbre de una manera productiva y razonada garantiza que nuestra existencia habrá merecido la pena.
El método socrático comparte con otros, en definitiva, lo más valioso que uno posee: el fruto racional y crítico de la introspección.
Uno puede empezar con los primeros ejercicios socráticos hoy mismo. Para padres y maestros: un ejercicio socrático para enseñar preguntando en lugar de explicando.
Al fin y al cabo, 1+1 no siempre es igual a 2.