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Vigilancia panóptica, rastreo de datos y culto al Yo postizo

“Estarás hueco. Te vaciaremos y te rellenaremos de… nosotros”.

Esta es una de las frases lapidarias que O’Brien —su nombre de pila no es revelado—, miembro del Partido, dirige a su antagonista en la novela 1984 (George Orwell, 1949), el personaje principal Winston Smith.

No importan sentimientos, percepción o razón individual: si el Partido dice lo contrario y muestra su “verdad” sancionada, la única válida, los ciudadanos aceptarán el precepto oficial.

En 1985, el crítico cultural Neil Postman publicó una celebrada novela gráfica que contrastaba la visión distópica de los años 80 que los autores George Orwell y Aldous Huxley habían descrito décadas antes en “1984” y “Un mundo feliz”; según Postman, Huxley había acertado con mordacidad sobre la deriva de la sociedad del espectáculo y el carácter abrumador del contenido basura, que actúa sobre la población como un potente narcótico capaz de atrofiar su individualidad y espíritu crítico (Imagen: Neil Postman, “Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business”, 1985)

Las ventas de la novela de Orwell mantienen su vigor, convirtiéndose en el libro de cabecera que enlaza las reflexiones de quienes vivieron las turbulentas luchas nacionalistas y de clase en la Europa de entreguerras y quienes asumimos hoy los nuevos servicios de Internet con la pasividad de quienes venden su atención por la ilusión de un reconocimiento vacuo y falso.

En otro momento de la novela, el narrador nos avanza que el protagonista:

“Se había acostumbrado a dormir con una luz muy fuerte sobre el rostro. La única diferencia que notaba con ello era que sus sueños tenían así más coherencia.”

Individualidad y conciencia colectiva

También crece en Winston una dependencia por pertenecer a un sistema que omite su individualidad, derecho a la privacidad y capacidad para elaborar un discurso propio, pues su personalidad es sustituida por un autómata pasivo que había interiorizado el objetivo del Gran Hermano: la renuncia a una individualidad no conectada a la “conciencia” dada:

“Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano.”

Una vez eliminada la ontología que en el pasado había definido la verdad científica y la aseveración fundada de la charlatanería, el Partido no necesitaba reforzar más leyes entre la población que la propia sensación de dependencia y supeditación de la masa gregaria.

Y, pese a que la humanidad y voluntad de afirmación de quienes, como Winston, padecían recaídas y sentían la llamada del individualismo y la libertad de conciencia, el poder del Partido se inmiscuía en todos los rincones de la mente y la realidad, alargando sus tentáculos al pasado para cambiarlo a su antojo, a la vez que organizaba las cartas para el presente y el futuro.

“Su memoria [en referencia a Winston] ‘fallaba’ mucho, es decir, no estaba lo suficientemente controlada.”

Comerciantes de datos y repositorios humanos

La falta de contenido real de la sociedad moderna descrita en 1984, mientras éste era sustituido por el mensaje del repositorio central, la única verdad posible.

El “mundo feliz” descrito por Aldous Huxley no dista mucho de la distopía de Orwell, cocinada a fuego lento desde las experiencias con libertarios, anarquistas y comunistas en la Guerra Civil Española (recordemos las rencillas entre las distintas facciones del bando republicano, descritas en Homenaje a Cataluña).

Postman distingue entre la visión orwelliana del futuro, en la cual gobiernos totalitarios confiscan los derechos individuales, y el mundo distópico descrito por Aldous Huxley, en el que la población, vacía de un propósito real, se medica y queda sepultada por un torrente imparable de contenido mediático anodino (Imagen: fragmento de “Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business”, Neil Postman, 1985)

Orwell temía que la sociedad de Partido Único del futuro anulara cualquier opción de cuestionamiento socrático, autodidactismo y libre pensamiento mediante la prohibición de libros e iniciativas “no controladas”; Huxley se acercó más en el diagnóstico de nuestra sociedad, al describir una sociedad en la que no era necesario prohibir libros o productos culturales, pues todo el mundo estaría tan saturado por los contenidos de entretenimiento que nadie tendría la fuerza de voluntad o iniciativa para la lectura reflexiva o la iniciativa propia.

En Un mundo feliz (1932), aprendemos que:

“62.400 repeticiones hacen una verdad.”

“Vale más desechar, que tener que remendar.”

Cooperación descentralizada vs. monopolios y jardines vallados

En vez de caer en el mundo de Winston, nos acercamos al “mundo feliz” de la Internet ubicua y un entorno de objetos conectados compitiendo por nuestra atención: para Huxley, la era de la sobreinformación conduciría a ciudadanos ahogados en pasividad y egoísmo.

Un mundo en que ni siquiera hiciera falta esconder la verdad, sino saturar el mercado con relatos alternativos y sepultar cualquier información auténtica, legítima o de calidad en un océano de contenido superficial y adictivo.

La web 1.0 sentó las bases de una infraestructura para la sociedad del conocimiento, que transformó la rigidez de los medios de comunicación tradicionales con un esquema descentralizado que prometía la democratización del contenido y el acceso a éste.

La banda ancha y la telefonía móvil allanaron el terreno de redes sociales y contenido multimedia casero, contribuyendo por un lado a lo que The Guardian llamó “narcisismo digital” del “yo, yo, yo” y una carrera por publicar imágenes y detalles personales en Internet sin demandar a cambio más que la impostura de que nuestro lugar en el mundo quedaba reafirmado.

¿En qué se parecen el Gran Hermano y el mundo conectado, en donde individuos rodeados de pantallas para satisfacer sus impulsos caen en el sedentarismo y un egoísmo primario? (Imagen: fragmento de
“Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business”, Neil Postman, 1985)

El esquema que permitió a Facebook crear un jardín vallado dentro de Internet, atrayendo contenido de medios y creadores independientes sin aportar nada positivo a cambio, muestra síntomas de agotamiento desde que la elección de Donald Trump augurara un cambio en la percepción sobre el efecto de las redes sociales en salud y opinión pública.

Empresas que estudiarán tu ritmo circadiano

Con apenas una década de vida —coincidiendo con el nacimiento de las redes sociales que hoy dominan—, el exhibicionismo personal y el narcisismo que afirma el “yo” digital de la ciudadanía, basados en compartir contenido personal en plataformas que comercian con la actividad y atención en Internet de los propios usuarios, la cultura de ventear ansiedades y aspiraciones en los jardines vallados digitales tiene guarda un paralelismo chocante con las reflexiones de Huxley en Un mundo feliz:

“Esa manía de hacer las cosas en privado, lo que en la práctica se traduce en no hacer nada.”

Lo que unos llaman “gig economy” (economía de bolos o economía colaborativa, caracterizada por su desregulación y por la ausencia de marco de protección entre prestador local del servicio y empleador, a menudo una empresa transnacional), puede también interpretarse como “capitalismo de vigilancia“, que “cuantifica” a los usuarios para conocer y regular sus hábitos: desde su ritmo circadiano y estilo de vida al retrato robot para aumentar la eficacia del marketing personalizado en tiempo real.

Las empresas de Internet con mayores beneficios han actuado hasta ahora con la impunidad de monopolios de facto que habían sabido cultivar una imagen positiva entre la opinión pública; pero los resultados del referéndum sobre Brexit, la victoria de Donald Trump y la confirmación de que las redes sociales contribuyen a polarizar el discurso público e intercambian a la vez datos de usuarios entre distintas propiedades, han suscitado mayor escrutinio entre usuarios y reguladores encargados de proteger a los consumidores.

La libertad de “Un mundo feliz”

En 1984, aprendemos el esfuerzo del Partido por extirpar de la población el pensamiento crítico y político, más allá de la llamada tribal y su útil capacidad aglutinadora y justificadora de cualquier atrocidad o privación de libertad —si ésta viene justificada por el supuesto “bien mayor”—:

“No era deseable que los proles tuvieran fuertes sentimientos políticos. Todo lo que se les pedía era un primitivo patriotismo al cual se podía apelar cuando fuera necesario para que aceptaran más horas de trabajo o raciones más pequeñas”.

Y qué decir por nuestra predilección por formar parte de “movimientos” populistas de pseudo-revoluciones amplificadas y a menudo coordinadas en redes sociales. Un mundo feliz:

“¿Cómo puedes decir que no quieres ser una parte del cuerpo social?”

El sentimiento de pertenencia y un hedonismo de consumo, en el que sustituimos caminatas a grandes establecimientos y paseos al cine y al teatro por compras electrónicas y acceso al contenido inabarcable de repositorios multimedia, ofrece en la actualidad, como ocurre en Un mundo feliz, el espejismo de la libertad individual:

“Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz.”

Libre. Libre con la tarjeta de crédito conectada al sistema de pago automático del móvil inteligente para, desde cualquier lugar (aunque preferiblemente desde el sofá), canjear el acceso temporal a un contenido intangible que saciará nuestra atención por un instante.

De estar en las nubes a almacenar todo en la nube

Para Winston, protagonista de 1984, el sistema nervioso del individuo lúcido es su peor enemigo:

“En cualquier momento, la tensión interior puede traducirse en cualquier síntoma visible. Y lo aterrador era que el movimiento de los músculos era inconsciente.”

Cualquier remanente de individualidad y voluntad de cultivar la propia autenticidad (abrazando las propias contradicciones y asomándose a uno mismo sin pedir permiso al contexto que condiciona nuestro comportamiento y actitud hacia el mundo), es un riesgo potencial para el sistema, sugieren ambos clásicos de la ciencia ficción distópica.

Ruinas de Presidio Modelo (isla de la Juventud, Cuba), un ejemplo de arquitectura carcelaria basada en el modelo de panóptico concebido por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham: la torre central ofrece al prisionero la ilusión de que está siendo observado en todo momento, incluso cuando los guardianes de la torre no lo están haciendo

Quizá, dándole la importancia justa, nos estemos adentrando en el mundo atisbado por ambas historias, al dejarnos llevar —sin demandar contraprestaciones a cambio— por el dictado de una Internet cuyos principales servicios han optado por maximizar utilidad (dimensiones monopolísticas, beneficios) en detrimento de consideraciones humanistas: velar por el uso responsable de sus herramientas más allá de las grandilocuentes declaraciones de principios; o volcar más recursos al uso perverso de redes sociales como campos de escrutinio social y propaganda personalizada.

De momento, personalidades que influyen sobre la vida de millones de personas en todo el mundo optan por apostar por la inversión en los mejores equipos de relaciones públicas, estrategia dominante desde que Steve Jobs lograra por primera vez atraer a los expertos de marca que hasta entonces habían trabajado en torno al mercado del espectáculo, con epicentro en Los Ángeles —al menos, hasta hace poco, pues aumenta el peso de la avanzadilla liderada por los servicios en la nube de Apple, Netflix y Amazon—.

Vigilancia panóptica en sociedades burocráticas

Abundan los ejemplos del esfuerzo cosmético de Silicon Valley por recuperar la imagen positiva de que había gozado gracias a la indolencia y conflicto de intereses del “periodismo tecnológico”: Mark Zuckerberg recorría recientemente Estados Unidos con donaire de candidato a la Casa Blanca, y Elon Musk, envuelto todavía en su aureola de heredero intocable de Thomas Edison, envía un Tesla a la estratosfera para publicitar otra de sus empresas y, de paso, relativizar las dificultades de la empresa de autos eléctricos para cumplir con los plazos prometidos en producción de baterías y vehículos.

Las relaciones públicas del ecosistema tecnológico con epicentro en San Francisco se sirven de sus propios datos y de empresas de estudios de opinión para conocer hasta qué punto las críticas al efecto de las redes sociales en usuarios y sociedad habrían afectado la imagen del servicio y su dirección entre el usuario medio de todo el mundo.

“”Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz.” (Aldous Huxley, “Un mundo feliz”, 1932); Imagen: Neil Postman,
“Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business”, 1985

Hasta ahora, estos estudios han servido para apaciguar los nervios de inversores y consejos de dirección en empresas bajo el escrutinio público como Uber, cuyo anterior consejero delegado dimitió gracias al efecto de los resultados de una encuesta sobre el consejo.

Como reflexiona Winston Smith en la novela de Orwell, una de las mayores afrentas para un sistema que se refuerza sancionando lo que es verdad y lo que no ha existido, consiste en contradecir la opinión reforzada por su potente maquinaria de propaganda (o, en el mundo presente, de “relaciones públicas”; o, si así lo estimamos, de “gubernamentalidad“, usando la terminología de Michel Foucault (Surveiller et Punir: Naissance de la prison, 1975) sobre las sutiles estructuras de refuerzo del poder en sociedades burocratizadas).

Limitaciones de la mini-Internet con que soñó Zuckerberg

La cultura utilitarista de empresas como Facebook se ha desmarcado de los orígenes libertarios de Internet, un medio que especulaba con “ciudadanos programadores” y estructuras de colaboración basada en ideales libertarios como el voluntarismo.

Para garantizar la efectividad de los anuncios que presenta junto a las acciones de sus usuarios, Facebook utiliza hasta 98 unidades de información de la descomunal cantidad de datos recabada tanto por la actividad de los propios usuario mientras permanecen conectados, como por la triangulación de estos datos con… actividades en el mundo físico que pocos relacionan con el aparentemente inocuo uso de redes sociales: el uso de tarjetas de fidelidad, el pago con tarjeta de crédito, etc.

The Washington Post dedicaba un extenso artículo a esta versión contemporánea y mercantilizada del Gran Hermano, firmado por Caitlin Dewey, apenas tres meses antes de la victoria de Donald Trump en las últimas elecciones estadounidenses.

Diseccionando el mercado del rastreo digital

El investigador tecnológico y ensayista austríaco Wolfie Christl, director del proyecto Cracked Labs (Instituto para la Cultura Digital Crítica) y experto en rastreo digital, publicaba en junio de 2017 un extenso reportaje sobre la magnitud que ha alcanzado el rastreo que las empresas de Internet y firmas colaboradoras realizan de los datos asociados a la actividad de un porcentaje cada vez más elevado de la población mundial.

Proveedores de Internet, banca firmas de crédito, fabricantes automovilísticos, empresas que colaboran con administraciones y servicios que usamos a diario a través del teléfono o el ordenador, entre otras empresas:

“supervisan, analizan e influyen sobre la vida de miles de millones [de personas]. ¿Quiénes son los principales actores en el rastreo digital actual? ¿Qué pueden inferir de nuestras compras, llamadas, búsquedas web, y ‘me gusta’ en Facebook? ¿Cómo recaban, intercambian y usan datos personales las plataformas digitales, empresas tecnológicas y brokers de datos?”

Según Wolfie Christl, la edad dorada del capitalismo de vigilancia empieza en 2007, coincidiendo con el iPhone, la Internet ubicua de banda ancha y las aplicaciones sociales.

Una década después, las principales empresas de Internet usan sus subsidiarias y una amplia red de colaboradores para cruzar datos sobre el perfil social de sus usuarios, cuya sofisticación considera en la actualidad hasta el comportamiento psicológico o nivel de impulsividad de usuarios que visiten con insistencia determinados servicios o tipos de información, o repitan sin cesar acciones en el móvil que posteriormente son cotejadas con otra información.

Rastreadores corporativos, cibercrimen y ciberespionaje

La época del “big data” y el aprendizaje de máquinas no es una promesa de futuro, sino que constituye la ventaja competitiva de Amazon, Google, Facebook, Apple y multitud de subsidiarias y empresas de tamaño medio.

Si métricas como el comportamiento en redes sociales, el consumo de datos telefónicos o los patrones de uso de pantalla y teclado predicen con efectividad aspectos psicológicos como la estabilidad emocional, la extraversión, la franqueza, o la simpatía, China implanta un sistema de puntuación asociado a cada ciudadano, sobre la que influirá la actividad que deje trazos cuantificables.

Mara Hvistendahl dedica un artículo en Wired a esta distópica iniciativa de clasificación social en función de su rastro digital. En Estados Unidos, iniciativas de administraciones y cuerpos policiales con tecnologías de “big data” (gracias a empresas como Palantir, cofundada por Peter Thiel, aliado de Donald Trump en Silicon Valley), reconocimiento facial, etc., alimentan la hipótesis de que, más que superar estereotipos sociales y raciales, el entrenamiento de algoritmos podría exacerbarlos.

El control a través del acceso a entretenimiento superficial “all you can eat”, el secreto del distópico “mundo feliz” de Huxley. Imagen: Neil Postman,
“Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business”, 1985

ProPublica exponía este peligro al comentar los resultados de un informe que estudia el impacto de software usado para predecir futuros criminales. Este sistema de “precrimen” à la Minority Report, el sueño húmedo de cualquier simpatizante de la eugenesia social, muestra el mismo comportamiento discriminatorio que pretende combatir.

Eugenesia digital: categorizando, etiquetando, puntuando y clasificando humanos

La industria de rastreo digital solventa las trabas legales que prohíben el uso de información de usuarios sin el consentimiento explícito de éstos realizando correlaciones estadísticas que a menudo se sirven de datos agregados y correlaciones estadísticas que mejoran algoritmos para categorizar, etiquetar, puntuar y clasificar a la gente no sólo para servir publicidad, sino en áreas que afectan la vida de las personas en mercados con servicios públicos privatizados como el estadounidense: servicios financieros, seguros y salud son pioneros en el uso de información recabada en el límite de lo permitido por legislaciones locales.

La patente incapacidad de la industria del rastreo digital para autorregularse y el carácter transnacional del fenómeno, dificultan el surgimiento de métodos que protejan la privacidad de los usuarios y su capacidad para decidir qué actividades de rastreo se llevan a cabo con su información y con qué tipo de consentimiento.

Wolfie Christl explica en su extenso artículo sobre rastreo de datos la manera en que las redes sociales se sirven de correlaciones estadísticas para mejorar tanto rendimiento de los anuncios personalizados como los beneficios derivados de éstas, sin considerar los efectos que estas prácticas pudieran tener sobre usuarios que se sirven de estas plataformas como si constituyeran servicios de interés público.

Según Christl, firmas como Lenddo, Kreditech, Cignifi y ZestFinance cotejan información que los usuarios publican públicamente en redes sociales para realizar predicciones sobre su solvencia sin saltarse la ley (al no servirse de información procedente de transacciones financieras).

“Residencias Contrastadas para los pobres”, grabado de Augustus Pugin en su obra reformista social “Contrast” (1841): según Pugin, la vivienda de protección oficial debía adaptarse a las ventajas del panóptico, identificando supervisión continua con progreso

En el rastreo de información, importa hasta lo que el usuario efectúa de manera inconsciente: la manera de navegar un sitio o aplicación, o de llenar un formulario, la gramática y puntuación o incluso los amigos en redes sociales ofrecen pistas valiosas a quienes calculan el riesgo o planean publicidad efectiva para el usuario estudiado o perfiles similares.

Analizando datos publicados en redes sociales

El siguiente paso, si los reguladores no lo impiden —ya que las empresas involucradas no muestran interés en frenar el uso de información en beneficio propio—, consistiría en personalizar políticas en función de lo que el rastreo de datos pueda predecir de cada ciudadano, incurriendo en un modelo distópico de encasillamiento con el potencial de atentar contra las libertades individuales, al perpetuar un determinismo social que dificultaría todavía más la movilidad socioeconómica, la discriminación racial y otros fenómenos complejos.

Facebook utiliza hasta 52.000 atributos personales para categorizar a sus 1.900 millones de usuarios, analizando punto de vista político, etnicidad e ingresos:

“Para lograrlo, la plataforma analiza sus publicaciones, uso de ‘me gusta’ y ‘compartir’, amigos, fotografías, movimientos y muchos otros tipos de comportamiento.”

Esta riqueza informativa no impide a Facebook ser más ambiciosa y comprar información sobre sus usuarios a terceras compañías. Conociendo la agresiva política publicitaria de la empresa de Mark Zuckerberg, no debería extrañar la pertinencia y efectividad de la publicidad contextual en la plataforma, que explota sin remilgos sutilidades sociales, inseguridades o estado de ánimo para maximizar su efectividad.

Las grandes plataformas de Internet, las agencias de calificación de riesgos, las aseguradoras, los brokers de información de consumidores y, cada vez más, los servicios de inteligencia cibernética de terceros países se interesan por la porción de sus vidas que la ciudadanía publica abiertamente o sugiere de manera velada con el rastro digital que dejan sus acciones.

¿Tiempo bien empleado?

Conscientes del poder acumulado por las herramientas que habían contribuido a construir, un grupo de ex trabajadores de Facebook y Google (aglutinados en la asociación Center for Humane Technology) han creado una campaña que atraiga la atención del público sobre los efectos del uso excesivo de herramientas que han evolucionado para acaparar su atención, aunque ello implique una tensión con la salud o intereses a largo plazo del usuario.

Tristan Harris, impulsor de la iniciativa Time Well Spent para diseñar productos que abusen de alertas y fomenten fenómenos como la distracción permanente o el contenido impulsivo y superficial, trabajó tres años como diseñador especializado en ética en Google, antes de denunciar la deriva de las aplicaciones sociales hacia la explotación descarada de la impulsividad de los usuarios.

De momento, tanto el Center for Humane Technology como Time Well Spent son poco más que declaraciones de intenciones que han suscitado interés mediático, aunque ya hay analistas que recalcan que firmas como Facebook mencionan a Tristan Harris y su proyecto como prueba de que la plataforma está evolucionando hacia posiciones más éticas: Harris y las empresas que aplauden la iniciativa deberán asegurarse de que el esfuerzo va más allá de las relaciones públicas y las grandilocuentes declaraciones de intenciones.

El debate sobre si las aplicaciones que atraen nuestra atención son o no un ataque de denegación de servicio a nuestro libre albedrío, ha obligado a Facebook a cambiar de estrategia.

Nuevos cursos universitarios de ética y computación

Asimismo, hay síntomas de que se transforma la percepción del público en torno a la nocividad y el potencial adictivo del teléfono inteligente, las redes sociales y la cultura de acceso ilimitado a contenido superficial.

Este cambio de percepción no se circunscribe únicamente a los usuarios. The New York Times dedica un artículo a una transformación de peso en los departamentos de ciencia computacional más prestigiosos de Estados Unidos, que al fin incluyen en su programa una vieja demanda de tecnólogos y pioneros en cibernética: cursos de ética y moral aplicados a la ciencia computacional.

El puesto de observación que han reivindicado desde inicios de la sociedad de la información algunos de sus protagonistas veteranos de mayor peso, desde Stewart Brand a Steve Jobs, fue definido por este último como el lugar sensible localizado en la “intersección entre las humanidades y la ciencia”, reflexión que Walter Isaacson incluyó en la biografía póstuma del fundador de Apple.

La intersección entre humanidades y ciencia debe reconocer la riqueza y variedad del punto de vista; la incapacidad de encontrar una verdad objetiva y una realidad unívoca; y la necesidad, por tanto, de cultivar valores que antepongan el interés general a consideraciones puramente transaccionales, como los beneficios a corto plazo o el sueño del dominio monopolístico.

El efecto de red funciona para atraer usuarios… y para perderlos

Mientras los expertos se preguntan quién rastreará a los rastreadores de Internet para garantizar su juego limpio, la naturaleza descentralizada de Internet y las vulnerabilidades de distinto nivel -en redes, protocolos, servidores, usuarios- garantizan un incentivo para el crimen organizado y las redes de espionaje cibernético mejor surtidas del mundo (a menudo aunando fuerzas).

Más que el final de dos años difíciles para Facebook, la tensión entre lo que realmente ocurre en la red social más grande del mundo y el propio punto de vista de la compañía se agrandará con el tiempo.

O eso es, al menos, lo que varios entrevistados de peso explican a Nicholas Thompson y Fred Vogelstein en un extenso reportaje de Wired sobre el difícil momento en la compañía.

Para Nicholas Thompson y el analista estadounidense especializado en geopolítica Ian Bremmer, fenómenos como la información falsa y la agitación propagandística tienen todas las de empeorar, dada su complejidad y el interés económico de los repositorios en que los usuarios permanezcan en el interior de estos jardines vallados, creando y consumiendo información, vivencias y decisiones de compra.

Zuckerberg es consciente de la situación, explican Thompson y Vogelstein, lo que no quiere decir que la solución sea fácil:

“Sin embargo, el destino que realmente importa a Facebook es el suyo propio. [Facebook] Fue fundada gracias al poder del efecto de red: Uno se registraba porque todo el mundo lo hacía. Pero los efectos de red son igual de poderosos para ahuyentar a la gente de una plataforma. Zuckerberg entiende esto visceralmente. Después de todo, ayudó a generar esos problemas para MySpace hace una década y podría decirse que está haciendo lo mismo para Snap en la actualidad.”

Rastreo digital, Internet de las cosas y casa conectada

De aumentar todavía más, la invasión de información superficial y tendenciosa afectará la ya de por sí negativa experiencia de muchos usuarios conscientes del fenómeno de la polarización y la relación perversa entre salud mental y el uso intensivo de redes sociales.

Empresas de dispositivos y contenido de estilo de vida estudian el posible cambio de tendencia. Las críticas a los grandes repositorios coinciden con la popularización de varios productos conectados a Internet que combinan órdenes del usuario con algoritmos de rastreo de datos y aprendizaje automático para, sobre el papel, mejorar la calidad de vida de sus usuarios.

La labor de Winston Smith, protagonista de “1984” consiste en “revisar la historia” (contribuyendo a que se creen las “nopersonas”, o ciudadanos purgados que, al desaparecer del pasado oficial, dejan de existir para la oficialidad); el Gran Hermano se inspira en la figura de Iósif Stalin y su intención de imponer la realidad oficial como la única posible. Deshacerse de enemigos y disidentes no acababa con la muerte o la deportación, sino que la “nopersona” desaparecía también de los documentos: en la imagen Nikolái Yezhov (derecha), forografiado junto a Stalin a mediados de 1930, desapareció de la foto después de su fusilamiento en 1940

La realidad es algo distinta, y el éxito comercial en Estados Unidos de los asistentes domésticos no se ha extendido mucho más allá de la gestión automatizada de contenido multimedia, gracias al trabajo pionero de firmas como Sonos.

De momento, la casa conectada se aproxima más a la vivienda distópica a la que llega Winston al principio de 1984 que a la promesa techie de un entorno no intrusivo que responde con precisión a las necesidades de los residentes.

Vivir en una casa que, más que asistir, espía

Kashmir Hill y Surya Mattu relatan en Gizmodo su experimento casero con la casa inteligente.

La pareja decidió conectar la vivienda a Internet y aplicaciones de rastreo, batallando con interfaces difíciles de usar, incompatibilidades y una cantidad desaforada de cables y transformadores eléctricos de la miríada de artículos que, teóricamente, facilitarían el día a día doméstico.

Kashmir explica:

“Conecté tantos dispositivos y pertenencias como pude a Internet: un Amazon Echo, las luces, la cafetera, el monitor y los juguetes del bebé, la aspiradora, el televisor, el cepillo de dientes, un marco fotográfico, un juguete sexual, e incluso la cama.”

“‘¿Nuestra cama?’ Preguntó mi marido, espantado. ‘¿Qué nos puede decir?'”

“‘Nuestras constantes respiratorias y cardíacas, la frecuencia con que tosemos o nos movemos, y luego nos ofrecerá un análisis del sueño a la mañana siguiente’, expliqué.”

El apartamento de Winston Smith

Es así, bromea Kashmir Hill, como descubrió que recibir un análisis detallado que constata que uno no ha dormido bien es algo todavía peor que no dormir bien. Como si, al tratar de cuantificar nuestras constantes desde un punto de vista analítico y mecanicista, tratáramos de robotizar nuestro “yo” humano. Un esfuerzo que habría helado la sangre a Winston Smith, nuestro confidente en 1984.

Si pudiera elegir, Winston prescindiría de la tecnología que vacía su individualidad y, al cuantificar sus constantes, lo deshumaniza, privándolo del vitalismo que caracteriza al ser humano y que deberíamos celebrar, encontrando nuestro propósito y pujanza voluntarista (Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, etc.).

En los primeros párrafos de 1984, conocemos la pesada e irrespirable realidad conectada que espera a Winston al entrar en casa.

“A la espalda de Winston, la voz de la telepantalla seguía murmurando datos sobre el hierro y el cumplimiento del noveno Plan Trienal. La telepantalla recibía y transmitía simultáneamente. Cualquier sonido que hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato. Además, mientras permaneciera dentro del radio de visión de la placa de metal, podía ser visto a la vez que oído. Por supuesto, no había manera de saber si le contemplaban a uno en un momento dado. Lo único posible era figurarse la frecuencia y el plan que empleaba la Policía del Pensamiento para controlar un hilo privado. Incluso se concebía que los vigilaran a todos a la vez. Pero, desde luego, podían intervenir su línea de usted cada vez que se les antojara. Tenía usted que vivir —y en esto el hábito se convertía en un instinto— con la seguridad de que cualquier sonido emitido por usted sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus movimientos serían observados.”

Vivir en una sociedad panóptica

El principio mismo de la “gubernamentalidad” de Michel Foucault, o autocontrol a partir de la posibilidad de que uno esté siendo observado en todo momento. Una sociedad apresurándose alegremente hacia una relación con la realidad en forma de panóptico, o cárcel erigida en círculo en torno a una torre que domina su epicentro, en la cual pueden haber (o no) vigilantes.

Los presos sabrán que pueden ser escrutados en todo momento, y su comportamiento ya no podrá ser el mismo, tratando de fingir las actitudes que converjan con una visión del mundo que les priva de su individualidad, negando su vitalismo.

Al reflexionar sobre la argumentación de Michel Foucault acerca de la “sociedad disciplinaria”, Gilles Deleuze exponía:

“Cuando Foucault define el Panoptismo, lo hace ora determinándolo concretamente como una distribución óptica o luminosa que caracteriza a la prisión, ora definiéndolo como una máquina aplicada no solamente a una materia visible en general (guarnición, escuela, hospital en tanto prisión), sino también a todas las funciones enunciables. La fórmula abstracta del Panoptismo no es “ver sin ser visto”, sino “imponer una conducta cualquiera a una multiplicidad humana cualquiera”.”

Acaso el vaciado de nuestra conducta humanística y su sustitución por una suerte de propaganda personalizada emitida por los dispositivos que compiten por nuestra atención, sea propuesto como el nuevo concepto de “felicidad”.

Meme-futuro

Pronto, quizá aparezcan en las aplicaciones que consideremos más imprescindibles alertas que emulen la reflexión de Un mundo feliz:

“Esa manía de hacer las cosas en privado, lo que en la práctica se traduce en no hacer nada.”

Y quizá lo creamos.

Del mismo modo que el merchandaising relacionado con parafernalia de Ernesto “Che” Guevara es un ejemplo del perenne vigor comercial de las consignas revolucionarias (incluso las más toscas), los “ciudadanos de Internet” de hoy aprecian más el anuncio de Ridley Scott para presentar el primer Apple Macintosh en 1984, que la novela que lo inspira.

Ambos fenómenos son, claro, señales avant la lettre del meme perpetuo en que hemos entrado. Copiar mensajes complejos, empaquetarlos en su mínima expresión que contenga algo de significado y distribuirlos en las redes sociales.

El evolucionismo cultural dictará su popularidad. Sin humanismo, el mundo conectado puede convertirse en la jungla.