¿En qué se parecen una nevera que no usa electricidad ni tiene partes mecánicas móviles y un botijo? Recopilamos una decena de invenciones del pasado que pueden inspirar diseños futuros ecológicos, bioclimáticos, económicos, apropiados, capaces de volver a la tierra, adaptados a las condiciones locales.
Prácticas y tendencias en boga en el mundo de las tecnologías verdes, tales como el diseño sostenible, los productos “de la cuna a la cuna“, el bioclimatismo, la permacultura, las innovaciones inversas y la tecnología adecuada, entre otras, parten de ideas, técnicas y conocimientos ya empleados o con un valor comprobado en el pasado, ahora en el olvido.
La crisis climática y el interés medioambiental de la sociedad han desempolvado los conocimientos y manuales del abuelo. Debemos prepararnos para una nueva era de invenciones similar a la vivida en períodos tan fructíferos para la humanidad como la Época Clásica, Roma, el Renacimiento, la Ilustración o la II Revolución Industrial.
Los nuevos productos deberán ser tan atractivos como los que sustituyen, y tan respetuosos con el medio ambiente como los creados en la época de Pericles.
He aquí un pequeño compendio de 10 tecnologías olvidadas que dan pistas de lo que tendría que ser el diseño industrial en el futuro. Cada uno de ellos daría pie a su propio lenguaje de patrones, o compendio que serviría a otros para aplicar sus mismos principios a diseños innovadores.
¿Estamos preparados para encontrar nuestra propia sección áurea, o nos conformaremos con lo más grande, más bonito, más brillante, más barato, más rápido, trampa cortoplacista en la que hemos caído en las últimas décadas?
1. Nevera sin componentes mecánicos ni electricidad de Albert Einstein
Einstein no pasó a la posteridad, a diferencia de Thomas Edison, por su olfato para los negocios. Ello podría haber cambiado, de haber tenido apoyo industrial en los años 30, aunque la situación de Alemania y Europa en la década con una fuerte inflación que condujo a Adolf Hitler al poder, lo impidieron.
Einstein creó, junto a un amigo, una nevera que no usaba electricidad ni requería mantenimiento, pero el prototipo nunca fue mejorado ni producido en masa.
En un contexto de crisis energética y medioambiental, así como de desarrollo de los países más pobres, una nevera capaz de refrigerar sin necesitar una fuente de energía continua tendría un mercado potencial de cientos de millones de personas. ¿Qué tecnología hay más adecuada que una cámara frigorífica con todas las ventajas de este tipo de electrodomésticos, y sin sus desventajas?
El electrodoméstico no usa freón, un gas que daña la capa de ozono, ni electricidad, y tecnologías similares se convertirían en alternativas más limpias, simples y baratas que las neveras convencionales. El único inconveniente: el diseño original no es tan eficiente para generar frío, si comparado con un refrigerador moderno, pero las réplicas que se han construido en los últimos años confirman que se puede cuadruplicar la eficiencia con ligeras modificaciones del diseño original.
La invención de la nevera mejoró la vida de millones de personas, que pudieron almacenar grandes cantidades de alimentos durante más tiempo. Además del coste, los nuevos electrodomésticos tenían un inconveniente que todavía conservan. Su tecnología depende del suministro regular y eficiente de electricidad, ya que un servicio intermitente arruinaría el sentido del aparato.
En 1930, el físico ya célebre por entonces Albert Einstein y su colega Leo Szilard recibieron una patente estadounidense sobre un refrigerador que carecía de una mecánica complicada y funcionaba sin electricidad. Habían decidido trabajar en el proyecto tras leer una noticia en la prensa alemana que describía la muerte de una familia humilde al inhalar grandes cantidades de freón y otros gases procedentes del motor de una nevera en mal estado. Se pusieron manos a la obra.
La nevera diseñada por Einstein y Szilard no usaba electricidad. Lo lograron creando un refrigerador por absorción, usando amoníaco, agua y butano, cuya combinación controlada generaba una reacción química que lograba una presión constante, lo que evitaba partes móviles como una bomba o un compresor y simplificaba todo el diseño. Aportando sólo calor constante, el mecanismo generaba frío como efluente; mientras se calentaba uno de los compartimentos líquidos, el sistema de conductos lograba refrigerar en el otro extremo.
El mecanismo entra en funcionamiento cuando se libera amoníaco en una cámara que ya contiene butano líquido. Ello reduce el punto de ebullición del butano, provocando su evaporación y atrayendo energía del entorno, enfriando la superficie exterior del evaporador.
La mezcla pasa acto seguido a través de un condensador lleno de agua, donde el amoníaco se disuelve y el butano se condensa de nuevo y se convierte en líquido, flotando sobre la mezcla de amoníaco y agua. El butano vuelve entonces al evaporador, una fuente de calor es usada para reconvertir el amoníaco en gas. Una vez se ha conseguido, este último retorna también al evaporador, para empezar el ciclo de nuevo.
Pese a que la nevera de Albert Einstein y Leo Szilard nunca se comercializó, la empresa sueca Electrolux compró los derechos de las patentes más prometedoras relacionadas con el invento. Recientemente, algunos académicos han creado neveras basadas en la descripción técnica de la documentación legada por Einstein y Szilard.
En 2008, un equipo de ingenieros de Oxford, liderado por Malcolm McCulloch, construyó un prototipo de la invención, siguiendo los pasos de un grupo de ingenieros alemanes, así como de Andy Delano, estudiante de doctorado de la Universidad estadounidense de Georgia Tech, que creó una réplica en 1998.
La Ley de Moore, que propugnaba que los microprocesadores duplicarían su número de transistores -y, con ello, su capacidad de proceso- cada 18 meses, propulsó la revolución tecnológica de la que se ha beneficiado la sociedad de la información. Se ha dicho que no ha habido un fenómeno equivalente en el mercado automovilístico. Tampoco ha existindo en el mercado de los electrodomésticos.
2. Coche eléctrico de Thomas Edison y Henry Ford
A mediados de la década de 1910, dos de los inventores y emprendedores más influyentes, Henry Ford y Thomas Edison, estuvieron a punto de comercializar un coche que habría cambiado una industria, el Ford eléctrico propulsado con baterías de Edison.
Pese al fracaso de su proyecto conjunto para ensamblar un coche eléctrico fiable, económico y silencioso, ambos inventores son los responsables de las innovaciones que consolidaron la II Revolución Industrial, que podría haber alcanzado una dimensión más ecológica, si se hubieran salido con la suya a principios del siglo XX.
Henry Ford ideó, además del vehículo para las masas con el Ford T, la cadena de montaje y la estructura de organización industrial que ha pasado a la historia como “fordismo”; y Thomas Edison, uno de los mayores inventores de la historia, sentó las bases de la distribución eléctrica moderna, ideó un sistema telefónico global y económico, el fonógrafo, las películas y, por poco, el coche eléctrico para las masas.
Ford y Edison no sólo se profesaban respeto mutuo, sino que entendieron que estaban creando una nueva sociedad, al ofrecer lo que hasta entonces eran lujos excéntricos, artilugios como la luz eléctrica en el hogar, el teléfono, o el automóvil, a precios competitivos y al alcance de las clases medias. En un proyecto conjunto, prácticamente dieron con la fórmula de la Coca-Cola para crear un vehículo eléctrico viable, mecánicamente fiable, económico y silencioso.
Henry Ford ambicionaba un Ford T eléctrico; para lograrlo, pidió consejo a Thomas Edison, quien había trabajado desde 1901 en una batería de níquel y hierro probada en vehículos de las compañías Detroit Electric y el Baker Electric. Edison aseguró a Ford que su diseño de níquel era “muy superior a las baterías que usan placas de plomo y ácido” y mejoraría mucho más en unos años.
Las pruebas realizadas por Ford con baterías eléctricas en la primera década del siglo no le entusiasmaron. Pronto creó un motor eléctrico que no usara baterías, cuya tecnología creía costosa, frágil y poco eficiente. Empleó para ello un magneto o generador eléctrico, que emplea imanes para producir corriente alterna. El magnate del automóvil, planeó crear una versión eléctrica con magneto de su Ford T poco después.
Ya en 1914, el New York Times y Wall Street Journal confirmaron que Henry Ford trabajaba en un vehículo eléctrico a precios asequibles y concluyeron que el modelo podría estar listo en un año. Ford explicaba las dificultades del proceso: “El hecho es que el señor Edison y yo hemos estado trabajando durante varios años en un automóvil eléctrico que sería barato y viable. Se han construido coches con motivos experimentales, y ahora estamos satisfechos de que el camino se haya despejado para el éxito. El problema hasta ahora ha sido la construcción de una batería con un peso reducido que operara a grandes distancias sin ser recargada. El señor Edison ha estado experimentando con este tipo de baterías durante algún tiempo”.
Los prototipos de Ford y Edison incluían baterías bajo los asientos del Model T y se habló de su comercialización en 1915 o 1916. Se esperaba que el vehículo tuviera una autonomía de entre 50 y 100 millas (entre 80 y 160 kilómetros) con una carga. Ford nunca desmintió la información. En una entrevista a Automobile Topics en 1914, declaraba: “está al llegar, simplemente sed pacientes”.
El Ford T eléctrico nunca llegó a los concesionarios y la tecnología eléctrica desarrollada fue aparcada en favor del motor de explosión. Se cree que las baterías de níquel y hierro nunca llegaron al nivel satisfactorio que Ford exigía.
Hay quien han escrito que los intereses petroleros, ya institucionalizados en Estados Unidos, convencieron a Ford y Edison de que el proyecto no era tan viable como la mera mejora de los ya comercializados con éxito vehículos de gasolina y motor de combustión. Eran ruidosos, sucios, hediondos, poco fiables, imprevisibles, peligrosos.
Conocemos el resto de la historia, que vuelve a cambiar exactamente 100 años después de que Ford y Edison estuvieran a punto de ahorrarnos la dependencia geopolítica, ruido y contaminación que ha generado el motor de explosión, que todavía permanecerá durante décadas.
3. Coche eléctrico con motores en las ruedas de Ferdinand Porsche
Ferdinand Porsche tampoco necesita presentación. Todavía un muchacho, destacó en la incipiente industria del automóvil al idear un coche eléctrico con 4 motores independientes instalados en el tambor de las ruedas, propulsados por un generador que, a su vez, estaba conectado a unas baterías.
El diseño permitía liberar espacio en el habitáculo; simplificar el diseño del motor, al evitar la transmisión; y aumentar la velocidad.
El ingeniero austríaco que dio forma y diseñó el Volkswagen Tipo 1, más conocido como Escarabajo, modelo que cogió el testigo del Ford T para convertirse en el “coche del pueblo” tras el fin de la II Guerra Mundial, nunca se conformó con las limitaciones, imperfecciones y dependencia con respecto del petróleo del motor de combustión interna con diseño y transmisión centralizados.
Décadas antes Ferdinand Porsche había soñado, como Henry Ford y Thomas Edison, con crear un coche eléctrico, aunque la visión del ingeniero austríaco era, si cabe, más rompedora que la propuesta de Detroit. Todavía a finales del siglo XIX, cuando la industria del automóvil discernía sobre la mejor tecnología para que el sustituto del coche a caballo fuera lo más robusto y adecuado posible, un joven Ferdinand Porsche aparcó el motor de combustión y creó un vehículo con motor eléctrico situado en las 4 ruedas.
Con la ayuda de Jacob Lohner, Porsche ensambló en Viena el Lohner Porsche en 1897, para presentarlo posteriormente en la Exposición Universal de París de 1900. Contaba con un motor dividido entre las 4 ruedas, que eliminaba la complejidad de la transmisión necesaria en vehículos con un motor centralizado y liberaba espacio. Al disponer de propulsión directa, Porsche tuvo la libertad de innovar en tracción y suspensión, ya que no existía el mandato del diseño convencional.
El Lohner Porsche era técnicamente un vehículo híbrido propulsado tanto por baterías situadas en la carrocería como por un generador, encargado de transmitir energía a sus 4 pequeños motores, situados en el tambor de las ruedas. Las prestaciones del prototipo se adelantaban a su época. Alcanzaba en las demostraciones de 1900 alrededor de 56 km/h (o 35 mph), lo que permitió a Lohner y Porsche lograr varios récords de velocidad.
El diseño de Porsche no ha caído totalmente en el olvido. Ingenieros del Fraunhofer Institute creen que los motores-rueda mejoran radicalmente el comportamiento y prestaciones del coche eléctrico. Para demostrarlo, han creado un laboratorio de movilidad elécrica con un programa que desarrolla y ensamblará motores en las ruedas de un prototipo eléctrico, el Frecc0 (acrónimo de Fraunhofer “E-Concept Car Type 0”, construido a partir del modelo Artega GT de la firma alemana Artega Automobil), que se convertirá en plataforma de pruebas.
Parece que la historia dará la razón a Henry Ford y Thomas Edison y, 100 años después, surgen los primeros coches eléctricos e híbridos enchufables con un diseño muy similar al que los dos inventores e industriales habían proyectado.
Ferdinand Porsche tendrá que esperar algo más, aunque su vehículo eléctrico con motores independientes en el tambor de las ruedas y sin transmisión tendrá una primera réplica contemporánea, el Frecc0 mucho más eficiente y con una velocidad punta equivalente a la de los modelos actuales con motor de combustión.
De momento, el Frecc0 ya ha suscitado el interés de medios como The Economist. Quizá pronto veamos en la carretera modelos que pongan a prueba la idea del joven Ferdinand Porsche.
4. Dispositivos propulsados con nuestro propio movimiento (energía cinética y mecánica)
La mayor sensibilidad ecológica de usuarios y empresas influirá sobre una nueva generación de dispositivos electrónicos e informáticos que, en lugar de depender de baterías que se recargan con electricidad tras apenas unas horas de uso continuo, lo harán con cargadores cinéticos y mecánicos.
Si convirtiéramos cada una de nuestras acciones, por pequeñas que sean, en electricidad, en lugar de dejar que la energía creada se disipe, nuestra huella ecológica se reduciría dramáticamente. De momento, seguimos desaprovechando la energía mecánica y cinética que nos rodea.
El siguiente paso consitiría en crear automóviles eléctricos propulsados con baterías que se retroalimentan con técnicas ya conocidas como el frenado regenerativo, que convierte la fuerza del frenado en electricidad, y con ello eviten la recarga externa; o los dispositivos mecánicos capaces de, por ejemplo, transformar la fricción lograda a grandes velocidades en energía eléctrica.
A lo largo del día, cuando andamos, realizamos alguna actividad física, cogemos la bicicleta o nos desplazamos en coche, estamos generando grandes cantidades de energía. No obstante, al ser deudores de un sistema centralizado de distribución eléctrica, creado teniendo en cuenta las limitaciones técnicas y la visión científica de finales del siglo XIX, toda la energía cinética que generamos durante nuestra actividad cotidiana se disipa. La mayoría, en forma de simple calor.
La energía cinética permite crear electricidad con nuestro movimiento y no hay ningún estorbo tecnológico insalvable que nos impida crear dispositivos electrónicos portátiles que, en lugar de depender de una batería, funcionen con la energía de nuestro movimiento. También es posible introducir partes mecánicas que recarguen o “den cuerda” a estos dispostivos, como se ha demostrado en diseños de linternas y otros artilugios para el ejército.
Si los dispositivos que usamos a diario (el portátil, el móvil, el libro electrónico, etcétera) emplearan para su funcionamiento nuestra energía cinética o, como alternativa, un dispositivo mecánico, no sólo nos liberaríamos de la dependencia del cargador, sino ahorraríamos en electricidad y nuestra actividad digital no contaminaría. Desaparecerían fenómenos como el consumo eléctrico fantasma y se reduciría la presión sobre la industria energética.
Si la energía cinética generada por cualquier cuerpo en movimiento puede recolectarse y convertirse en electricidad mediante técnicas ya conocidas, ¿por qué no se ha hecho? No ha existido una demanda acuciante, ni las empresas y laboratorios han contado con el incentivo para hacer realidad los nuevos diseños.
Existen, por ejemplo, linternas mecánicas (por ejemplo, las Faraday) que se recargan con el movimiento de nuestro brazo, usadas por el ejército; baterías que se recargan con cuerdas o manivelas, accionadas por personas (es el caso de los accesorios de recarga del proyecto OLPC, u ordenador para niños de países pobres); o incluso baterías que incluyen un orificio en uno de sus extremos para introducir nuestro dedo índice y, con el movimiento de nuestra mano, producir su rápida recarga.
Algunos de estos mecanismos de recarga se conocen y usan desde la II Guerra Mundial. También entonces, se desarrollaron métodos para propulsar no sólo linternas, sino otros artilugios como radios portátiles: apretar un mango, mover una manivela, agitar el dispositivo, etcétera.
También existen mochilas que capturan el movimiento vertical generado mientras se camina o corre y lo convierten en electricidad. IBM publicó ya hace una década abundante documentación sobre estos dispositivos.
Asimismo, la revista TIME incluyó en su artículo sobre los mejores inventos de 2008, en la posición 33, un “recolector de energía biomecánica“, una invención de Max Donelan, especialista en cinética de la Universidad Simon Fraser. El dispositivo se ata alrededor de la rodilla y “recupera” hasta 5 vatios con la mera potencia del frenado de la pierna mientras se camina.
De existir una cierta demanda y, sobre todo, el interés de alguna empresa tecnológica con capacidad de liderazgo (una especie de Apple o Google del futuro), los dispositivos cinéticos harían nuestra vida más fácil, autónoma, sostenible. Eliminaríamos nuestra dependencia del cargador y el enchufe y apenas contaminaríamos.
Un caso práctico personal: para trabajar y mi faceta de ocio digital, uso un teléfono móvil inteligente, un ordenador portátil, un libro electrónico y un enrutador con el que me conecto a Internet. Si lograra almacenar toda la energía cinética que genero mientras corro cada mañana y transmitirla a mis dispositivos al llegar a casa, se acabaría mi dependencia con respecto de las compañías energéticas.
5. Puzolana o “cemento” ecológico del Panteón de Roma
El cemento es tan imprescindible en la sociedad moderna que el impacto derivado de su extracción y uso genera el 5% de las emisiones con efecto invernadero producidas por el ser humano.
El cemento tiene sus ventajas. Es barato en comparación con sus alternativas; resiste mejor que otros materiales al ataque químico; es refractario, con lo que aguanta elevadas temperaturas; y su carácter exotérmico le convierte en un material apropiado para construir viviendas en cualquier tipo de clima.
No obstante, además de su gigantesca huella ecológica, equivalente a la que producen sectores industriales enteros, el cemento tiene otros inconvenientes de peso: su resistencia inicial, muy elevada, disminuye rápidamente con el tiempo, en paralelo con una mayor porosidad, lo que le resta robustez.
Existen alternativas al cemento y no todas ellas han sido creadas en sofisticados laboratorios contemporáneos. Durante el Imperio Romano, se usó puzolana, un material que ha sido conocido como cemento natural, para construir edificios que han demostrado su robustez con creces. Por ejemplo, la cúpula del Panteón fue posible gracias al uso de hormigón romano, o puzolana.
En efecto, las variantes naturales se emplean en Occidente desde la Antigüedad. Entre otras variedades, destaca el mortero elaborado con arcilla, yeso o cal, usado para unir mampuestos. La bóveda del Panteón de Roma debe su imperturbable estado a la dureza de este material, que era obtenido a los inicios de nuestra era en Pozzuoli, zona volcánica cercana al Vesubio, lo que explicaría que el cemento de origen orgánico o volcánico sea llamado puzolánico.
En época contemporánea, la puzolana, o ceniza volcánica empleada para reforzar este tipo de cemento, se ha adaptado a la sociedad posindustrial, excedentaria en residuos que, en la mayoría de los casos, causan graves problemas medioambientales. Por ejemplo, la ceniza volcánica es ahora sustituida por la ceniza del carbón procedente de las centrales termoeléctricas, escoria de fundiciones o empresas cerámicas, o usando residuos obtenidos al calentar cuarzo. Qué mejor modo de dar nueva vida -y valor económico- a residuos tan abundantes.
Además del cemento puzolánico, existe otro tipo básico de cemento, de origen arcilloso, obtenido con la mezcla de 1 parte de arcilla por 4 partes de piedra caliza. Tanto el cemento puzolánico como el cemento de piedra caliza mejoran el rendimiento del cemento tradicional y reducen su descomunal impacto ecológico.
El cemento puzolánico, tanto en su versión ancestral como en su modalidad contemporánea con escoria de centrales eléctricas e industria cerámica, ha demostrado su valía dejando vestigios como la mencionada cúpula del Panteón, cuya prodigiosa técnica constructiva no fue recuperada y entendida hasta 15 siglos más tarde, cuando Brunelleschi dirigió la construcción de Santa María de las Flores (el Duomo de Florencia).
6. Cob y adobe (materiales de construcción olvidados con un futuro prometedor)
El cob es un material de construcción local, económico, ecológico, adaptable a cualquier tipo de clima, dado su carácter aislante. Se ha usado históricamente para edificar viviendas en lugares como Gran Bretaña y, desde finales del siglo XX, ha sido recuperado como técnica de revestimiento y construcción de paredes en edificios que albergan a individuos e instituciones que lo reivindican como material de construcción sostenible.
El cob no es más que una versión del adobe, aunque de forma irregular, aplicada sobre piedras u otros materiales a modo de capa de revestimiento. Está conformado por arcilla, arena, paja y barro común, en proporciones similares al adobe y el tapial, dos materiales conocidos en España y otros lugares del Mediterráneo desde tiempos inmemoriales, así como en el sur de Norteamérica, Centroamérica y América del Sur.
Los defensores de este material como técnica de construcción sostenible argumentan que, a diferencia del adobe, el cob no tiene que ser transformado en forma de ladrillo. Como ocurre con el tapial, el cob es empleado desde los cimientos de la construcción, reforzando muros o creándolos.
Entre sus ventajas, sus defensores destacan su carácter ecológico y local, además de su coste, sólo contabilizable en horas de trabajo. Es, además, moldeable y se adapta a formas curvas y orgánicas, muy presente en los diseños naturales; de ahí que sea apreciado por especialistas en técnicas de bioclimatismo y permacultura.
Dada su ductilidad y capacidad aislante, los muros anchos de cob logran que los espacios interiores de edificios creados en pleno desierto mantengan temperaturas radicalmente opuestas a las existentes en el exterior. Debido a estas mismas propiedades, es un material igualmente apropiado para condiciones opuestas y ha sido usado durante siglo en zonas rurales del Reino Unido y Escandinavia.
7. Cocina solar (o cómo despertar el inventor que todos llevamos dentro)
Los antropólogos mencionan el control del fuego por parte de los primeros humanos como el cambio de comportamiento quizá más decisivo e influyente de la historia de la humanidad. Pese a que buena parte de las creencias ancestrales y avances técnicos, así como el desarrollo agrario del neolítico, tienen más que ver con el estudio y comprensión del ciclo solar, que regula la vida en el planeta, el ser humano ha obtenido calorías adicionales al aprender a cocinar con fuego, y logró las sucesivas revoluciones con técnicas basadas en la combustión.
Es así. El sol ha cedido su protagonismo al fuego procedente de la combustión, generador del CO2 con origen antropogénico que se acumula en la atmósfera.
No sólo es posible tomar la energía del sol para cultivar alimentos (que, eso sí, son regados con fertilizantes procedentes de combustibles fósiles), o generar energía a partir de sus rayos, la usemos como simple calor (como un reptil: una casa o edificio, un panel solar térmico) o la convirtamos en electricidad (panel solar fotovoltaico). También es posible cocinar con luz solar.
No han llegado hasta nosotros diseños o descripciones de cocinas solares de la Antigüedad, aunque sí se ha usado la luz directa del sol para cocinar y transformar alimentos sobre piedras y otras superficies durante milenios. La primera cocina solar tal y como hoy las conocemos data de 1767, inventada por el físico e ilustrado aristócrata suizo Horace de Saussure.
De Saussure realizó experimentos con el efecto invernadero, que ahora amenaza con alterar el clima del mundo hasta límites peligrosos, y cocinó con el sol. Aunque se sabe que diseñó un horno calentado exclusivamente por el astro, no se conocen más detalles, ya que no existen descripciones concretas sobre el artilugio.
Desde este primer experimento ilustrado, se atribuye el invento de la cocina solar moderna a la inventora y científica hungaro-americana Mária Tenkes, cuyo trabajo ha sido usado para crear los primeros hornos que permiten cocinar alimentos usando el sol como fuente, en un tiempo razonable.
Cualquier persona interesada puede idear su propio horno solar, siguiendo dos tipos fundamentales de diseño: la cocina de concentración, que condensa la radiación solar en un punto (donde se colocan los alimentos), a través de un reflector con diseño parabólico; y el horno o caja solar, una caja térmicamente aislada que captura la energía solar y mantiene el calor en su interior, confeccionada con materiales de baja conducción para reducir el riesgo de quemaduras o la posibilidad de incendio.
Existen diseños ligeros, livianos y plegables y su diseño puede variar tanto como las preferencias del interesado. Construir y usar un horno solar nos reconcilia con nuestra faceta inventora. Los alimentos cocinados en un horno solar mantienen sus propiedades nutritivas y durante el proceso no se han emitido gases con efecto invernadero.
También es posible usar cocinas solares para, por ejemplo, tostar café. Es lo que hace nuestro amigo David Hartkop, un inventor aficionado que ha ideado con su hermano un sorprendente artilugio parabólico para tostar café usando exclusivamente luz solar.
Puedes verlo en este vídeo sobre cómo tostar café en grandes cantidades (por ejemplo, para venderlo en cafererías ecológicas): Solar Roast: fossil fuel free coffee.
8. Sistema de reciclaje de aguas grises
En Europa Occidental, se consumen entre 150 y 300 litros de agua por persona y día, sobre todo en actividades básicas: beber, cocinar y mantener la higiene corporal.
El agua potable es un bien finito y se convertirá en este siglo en una de las principales fuentes de conflictos locales para garantizar su control, además de generar pequeñas catástrofes naturales allá donde miremos.
Estos desastres tienen la escala del mar de Aral, que perdió buena parte de su superficie original por una desastrosa planificación centralista de la extinta Unión Soviética, que tomo agua del lago para promover gigantescos regadíos; o un tamaño mucho más pequeño, como el del lago Mono, en California, que perdió descendió un 50% en sólo unos años, después de que la zona metropolitana de Los Ángeles bombeara agua de sus ríos tributarios para el consumo doméstico.
La triste -y real- fábula del lago Mono nos enseña que el mejor camino para garantizar el futuro suministro de agua potable no consiste únicamente en acaparar grandes reservas, sino en consumir de un modo más responsable, tanto en el hogar como en la industria y la agricultura, sin olvidar la construcción de sistemas de transporte de agua más eficientes, que eviten que se pierda por el camino.
En el ámbito local, varios grupos medioambientales promueven en el mundo el reciclaje de aguas grises. En *faircompanies, tuvimos la suerte de visitar a la espacialista en gestión de aguas grises Laura Allen en su casa de Oakland, junto a San Francisco, California (consultar vídeo, entrevista, artículo y fotogalería de la visita).
La construcción sostenible no sólo recupera materiales y energías saludables para sus habitantes y el entorno, sino que gestiona el agua de un modo mucho más eficiente, tal y como explica el grupo de defensores de la reutilización de aguas grises en California Greywater Guerrillas, del que Laura Allen forma parte.
Cada vivienda debe gestionar tres tipos de agua: agua potable (para el consumo humano, transportada por las redes de suministro); aguas grises (razonablemente limpias, pero no aptas para el consumo humano, ya que proceden de duchas, bañeras, lavamanos, cocina, etc.); y aguas negras (incluyen contaminación fecal y no son aptas para el consumo humano, aunque sus residuos controlados pueden ser compostados y usados como fertilizante).
Las aguas grises son las más desaprovechadas. Por sus características, pueden ser reutilizadas e incluso repotabilizadas a través de procesos de filtrado natural, como el instalado por el consultor medioambiental australiano Michael Mobbs en su casa unifamiliar del barrio de Chippendale, en Sídney, Australia (consultar vídeo, entrevista, artículo y galería fotográfica de nuestra visita).
Es posible sacar el máximo partido a las aguas grises y, con ello, reducir nuestro impacto ecológico. Sobre todo cuando tenemos oportunidad de instalar sistemas de desviación y reciclaje de aguas grises en viviendas unifamiliares, como explica Laura Allen en su libro Dam Nation: Dispatches from the Water Underground.
9. Bioarquitectura de la Alhambra de Granada
La Alhambra de Granada no es sólo una de las obras cumbre del arte y el refinamiento del arte andalusí. La ciudad palatina de Granada, erigida para alojar al monarca y corte del Reino nazarí, es también un tratado vivo de bioclimatismo.
El microclima del interior de los edificios, patios y jardines, en los que destaca el sofisticado uso del agua, que ningún manual apresurado de permacultura es capaz de desvelar.
Entre las técnicas bioclimáticas de la Alhambra, destaca la concepción del conjunto como un ecosistema, en el que los sistemas de enfriamiento pasivo logran condiciones de confort en el caluroso verano granadino.
En la Alhambra, no hay casualidades y se percibe una planificación prácticamente providencial, independientemente de nuestras preferencias estéticas o arquitectónicas. Y no hablamos sólo del Patio de los leones, sino de todo el conjunto arquitectónico original.
En él, se consigue mantener temperaturas frescas gracias a la protección solar; refrigerar gracias a la ventilación (directa y nocturna, que logra un enfriamiento convectivo); enfriar el aire debido a la radiación noctura, cuando el ambiente entra en contacto con el suelo frío; refrigerar a través de la evaporación (gracias a las numerosas fuentes); aprovechar la inercia del propio suelo; todo ello sirviéndose de la cobertura de la abundante vegetación.
Hay un motivo más para visitar o volver a la Alhambra de Granada. Debería convertirse en lugar de estudio de arquitectos y personas interesadas en permacultura, arquitectura sostenible y construcciones bioclimáticas de cualquier tamaño. Desde el diseño de un objeto a la planificación de un edificio, barrio, ciudad, región.
Como explica Christopher Alexander en su libro A Pattern Language (El lenguaje de patrones), que comentamos en el artículo 10 libros esenciales sobre vida sencilla y minimalismo, hay conocimientos que pueden funcionar como una caja de herramientas que puede adaptarse a cualquier diseño arquitectónico.
La Alhambra constituye en sí misma un lenguaje de patrones, o un tratado universal de arquitectura bioclimática. Entender el lenguaje de patrones explicado en la ciudad palatina andalusí permitiría aplicar sus conceptos universales a otros proyectos, independientemente de su tamaño.
10. Un prodigio técnico del bioclimatismo: el Botijo
El botijo es un artilugio digno de haber surgido del lenguaje de patrones de la Alhambra. Si así lo hubiera hecho, ello tendría sentido.
No es una broma. El botijo, ese envase de barro cocido poroso del que muchos hemos bebido agua en alguna ocasión, sobre todo hace años, es un paradigma de diseño barato, elaborado con materiales locales, conveniente, que cumple con su función sin peros ni fisuras, durable, no contaminante, totalmente reciclable.
El botijo no es, ni mucho menos, un artilugio diseñado únicamente como envase contenedor de líquidos: mantiene el agua fría, varios grados por debajo de la temperatura ambiente, incluso en el caluroso verano del tercio sur de la Península Ibérica, donde se ha utilizado desde tiempos inmemoriales.
El funcionamiento da lecciones a los diseñadores industriales actuales, sobre todo a los interesados en diseño sostenible. El agua almacenada se filtra por los poros de la arcilla y, en contacto con el ambiente exterior, se evapora, produciendo un enfriamiento (el agua exudada absorbe la energía térmica del agua almacenada dentro del botijo).
¿Alguna similitud entre el principio del botijo y la nevera sin electricidad ni partes móviles de Albert Einstein (primer objeto de este mismo artículo)?
Ello demostraría que Albert Einstein estaba preparado para disfrutar del agua fresca de un botijo. Una acción que nunca debería menospreciarse. Lecciones de la ciencia.