El paseo por entornos naturales, se trate del bosque o un parque, incide sobre nuestro ánimo y salud, dicen varios estudios. El último, de una universidad de Edimburgo, asocia los paseos a la intemperie con la disminución de la fatiga cerebral.
Ha sido publicado en el número de marzo de 2013 de The British Journal of Sports, y se une a la abundante literatura científica que relaciona el ejercicio a la intemperie con el bienestar, físico y anímico.
Por qué vale la pena ir al parque o al campo
Ejercitarse en entornos cerrados, por el contrario, mejora sólo la tonificación física, pero no logra los mismos beneficios mentales. El motivo: recintos cerrados como gimnasios y centros deportivos reproducen todos los estímulos que nos obligan a mantenernos alerta, impidiendo el pensamiento reflexivo y la divagación.
En los orígenes de esta diferencia entre los resultados a largo plazo obtenidos con el ejercicio a la intemperie (en bosques y parques, por ejemplo) y el esfuerzo equivalente en un gimnasio, se encuentra la interacción entre individuo y entorno: en entornos verdes, cambiamos de actitud sin ser conscientes de ello y nos beneficiamos de sustancias volátiles del bosque, como los fitoncides, aceites esenciales de la madera.
El aumento de las horas de luz y el tiempo cambiante de la primavera no sólo incide sobre niveles hormonales, alergias y estados anímicos. La primavera también anima a salir al exterior, y esta actitud universal tiene una explicación. Al entrar en contacto con la naturaleza, nos regeneramos física y -según las últimas evidencias- mentalmente.
El mal universal de la fatiga cerebral: demasiados estímulos ininterrumpidos
En los últimos años, diversos artículos científicos habían teorizado sobre la relación entre la permanencia ininterrumpida en entornos cerrados, urbanos y mentalmente exigentes con el mal conocido popularmente como fatiga cerebral: ocurre cuando nos distraemos con facilidad, aumenta nuestro carácter olvidadizo y disminuye nuestro rendimiento.
El antídoto, sugiere el estudio escocés, consiste en escapadas periódicas al parque o el bosque. De ahí que, por ejemplo, la gente que vive junto a parques o en entornos naturales acumule niveles más bajos de cortisol -“hormona del estrés”-; o que niños con trastornos de déficit de atención se concentren y rindan mejor después de pasear por parques o zonas boscosas.
Sentido común de las filosofías de vida: “otium ruris” y “baños forestales”
En Occidente, los beneficios físicos y anímicos de las actividades en entornos naturales formaban parte de las filosofías de vida de la Antigüedad, y el otium ruris (ocio rural, consistente en el trabajo y disfrute activo de las actividades de la casa de campo) tenía, según Séneca, lo mejor del “otium” y el “negotium”: lejos de las preocupaciones cotidianas y con la ayuda del ejercicio físico y el entorno, la mente disfruta de cualquier disquisición.
Para Séneca, la doctrina del ocio rural combinaba una actitud de regeneración y trabajo meditabundo y placentero, nunca disfrute vegetativo. El ocio consistía en:
- apreciar la virtud, libertad y plenitud de la divagación (usar la razón, pensar);
- la persona virtuosa usa un lugar (“statio”), a menudo una casa en el campo o el paseo lejos de lo cotidiano, para regenerarse y poder hacer lo que más bienestar a largo plazo le reporta: sus quehaceres cotidianos.
No sólo los estoicos escapaban al campo para regenerar la mente y volver con energía a sus actividades. En Japón y Corea del Sur, han recuperado en los últimos años la actividad ancestral de lo que denominan “baño forestal“, consistente en acudir al bosque para embeberse en la contemplación, la divagación y los aceites esenciales del lugar.
El fenómeno de los “baños forestales”, “samrimyok” en surcoreano “shinrin-yoku” en japonés, entronca con la tradición simbólica y contemplativa de aficiones ancestrales como disfrutar de la floración de los cerezos, actividad tan concurrida que el poeta de haikus Saigyo escribió en el siglo XII: “Sólo una tacha tienen los cerezos: el gentío que se agolpa cuando florecen”.
Vuelta a los orígenes: entendiendo nuestros mecanismos de regeneración
En definitiva, salir a la intemperie a ejercitarse -o a trabajar- sienta bien, sobre todo si lo hacemos en parques o bosques, o al menos es lo que constatan filosofías de vida y estudios.
Para dilucidar si los entornos naturales nos afectan hasta el punto de reducir nuestra fatiga neuronal, explica Gretchen Reynolds en la bitácora Well de The New York Times, la Universidad de Heriot-Watt en Edimburgo ha estudiado los cerebros de 12 jóvenes adultos sanos, durante varios paseos por Edimburgo.
Este tipo de investigaciones no habrían podido realizarse hace apenas unos años, al depender de nuevos dispositivos portátiles que practican la prueba necearia: el electroencefalograma (EEG en sus siglas en inglés).
Nuestro cerebro se adapta a distintos entornos
Cada individuo participante protegió los electrodos sobre su cabeza con una gorra; un ordenador portátil en la mochila de cada participante recabó de manera inalámbrica los registros del aparato de electroencefalogramas, mientras los participantes visitaban 3 secciones diferenciadas de Edimburgo: el viejo distrito histórico y zona de compras, un parque aledaño y, finalmente, el distrito comercial, dominado el tráfico y el hormigón.
Los investigadores, especializados en estudiar la reacción cognitiva del individuo en entornos naturales y urbanos, dejaron el ritmo del paseo a elección de cada individuo, si bien el recorrido, con apenas 1,5 millas (2,5 kilómetros), requirió una media de 25 minutos.
A continuación, los investigadores buscaron patrones de ondas de encefalograma relacionados con distintos niveles de frustración, atención directa, excitación o calma mental.
Concluyeron que los espacios verdes reducen la fatiga cerebral:
- cuando los participantes del estudio se adentraban y caminaban a lo largo de zonas concurridas y densamente urbanizadas, en particular el congestionado distrito comercial del final, los patrones de ondas cerebrales “mostraban con consistencia una actitud más agitada, atentiva y frustrada que cuando caminaban a través de zonas verdes, donde la lectura de ondas cerebrales se hacía más meditativa”, explica Gretchen Reynolds en The New York Times;
- caminando a través del parque, la mente de los participantes se mostró notablemente más tranquila.
Actitud meditabunda y divagación no equivalen a inactividad cerebral
Gracias al uso de aparatos EEG portátiles, la información recabada muestra la escala de grises requerida para hallar patrones cerebrales consistentes y comparables, esenciales para elaborar una hipótesis sólida.
Por ejemplo, la electroencefalografía distingue entre la tranquilidad y la actitud meditabunda de un individuo en un momento determinado y lo que equivaldría a ausencia de actividad. Según Jenny Roe, de la Universidad Heriot-Watt, los entornos naturales también “estimulan” el cerebro, aunque de un modo distinto.
Al parecer, cuando nos encontramos en entornos naturales, la atención psicológica con respecto al entorno se reduce dramáticamente, mientras aumenta, por el contrario, lo que la psicología moderna ha bautizado como “atención involuntaria”, el secreto de la divagación, la contemplación, la meditación y todos los mecanismos introspectivos que las mentes más productivas han usado a lo largo de la historia para producir ideas rompedoras, originales e ingenuas propias de los polímatas.
Al mantener nuestra atención y, a la vez, permitir reflexionar y divagar, la “atención involuntaria” es crucial para regenerar nuestra mente, sometida al estrés sensorial de los lugares concurridos, las congestiones de tráfico, etc.
El descanso reflexivo es incompatible con el premio inmediato
El estudio de la Universidad Heriot-Watt alerta a quienes han confundido el descanso reflexivo (al fin y al cabo -el tan loado por las filosofías de vida clásicas- tiempo para la introspección) con el estímulo impulsivo del premio inmediato (gratificación instantánea).
Organizar nuestro tiempo de ocio o desconexión en torno a actividades como irse de compras, acudir a lugares concurridos o destinos que generan situaciones de excitación sensorial continua -conexión permanente al teléfono inteligente, padecer caravanas vacacionales, etc.-, nos impide disfrutar de las ventajas del ocio productivo, que depende de nuestra capacidad para cultivar los momentos de “atención involuntaria”.
Una intuición romántica con paisaje arcadiano de fondo
Mucho antes de que psicólogos y neurocientíficos prestaran atención a las situaciones contemporáneas de bloqueo mental y estrés improductivo (en contraposición al estrés controlable y estimulante), pensadores como Séneca seguían los consejos de Sócrates y sus predecesores, alejándose de los quehaceres mundanos para, desde la distancia, reflexionar sobre la existencia, o simplemente disfrutar del desapego entre cuerpo y mente.
Los trascendentalistas, idealistas y románticos, desde Henry David Thoreau (autor del ensayo sobre la introspección individual en la naturaleza, Walking –Caminar, 1861-), a William Butler Yeats, tenían razón. Nuestro espíritu necesita la capacidad de sugestión de los paisajes arcadianos.